Significado de monseñor Romero hoy: “Modelo y referente del cristianismo liberador”
Desde San Salvador, en el Natalicio de Monseñor Romero
Cristianismo liberador, ciudadanía crítica, pedagogía de la liberación, democracia participativa y cultura de paz
“La figura de Monseñor Romero no ha caído en el olvido, sino que sigue viva, activa y muy presente en el pueblo salvadoreño”
“Este pueblo centroamericano está sufriendo un fuerte retroceso en el proceso de democratización que costó tanta sangre en las décadas de los ochenta y los noventa del siglo pasado”
Me encuentro en San Salvador invitado por el colectivo Encuentro Romeriano para participar en la primera celebración del Natalicio de Monseñor Romero, con el apoyo de la Escuela Política para un Nuevo Proyecto, la Fraternidad Teológica de América Latina y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). El Encuentro Romeriano es un movimiento laico que se inspira en Monseñor Romero, tiene una vocación ecuménica, promueve la formación, concientización y organización popular, e intenta recuperar y actualizar la herencia de los mártires salvadoreños.
Estoy participando también en conferencias en la UCA, en el encuentro de rectores de las Universidades Evangélicas y Protestantes y en la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Dichos eventos son la mejor demostración de que la figura de Monseñor Romero no ha caído en el olvido, sino que sigue viva, activa y muy presente en el pueblo salvadoreño.
El Salvador está viviendo una situación represiva de los derechos humanos y especialmente contra los activistas defensores de dichos derechos, a quienes se culpabiliza de colaborar con las maras y se les detiene arbitrariamente. Esa situación represiva es particularmente aguda en las poblaciones más pobres y en el área rural, considerando que la gran mayoría de los arrestos masivos y arbitrarios, los cateos de las casas y los cercos militares suceden precisamente en las zonas marginadas.
Este pueblo centroamericano está sufriendo un fuerte retroceso en el proceso de democratización que costó tanta sangre en las décadas de los ochenta y los noventa del siglo pasado. De una democracia incipiente y apenas experimentada de 1992 a 2019, El Salvador ha pasado ahora a un Gobierno autocrático. Todo ello supone una fuerte merma de los derechos y las libertades de la ciudadanía salvadoreña, sometida a un régimen de control en su vida cotidiana y en sus actividades cívicas.
En tan dramática situación creo necesario recuperar la figura profética de Monseñor Romero como modelo y referente del cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y protagonista de la vida política y social, y activar su dimensión política subversiva y su teología de la liberación a servicio de las personas más vulnerables, de los sectores empobrecidos y al pueblo oprimido y sufriente.
Monseñor Romero nos enseña una serie de lecciones a aprender y a practicar, que resumo en las siguientes:
1. Cristianismo liberador. Romero es un símbolo luminoso de un cristianismo liberador en el horizonte de la teología de la liberación frente a las tendencias alienantes y neoconservadoras y comprometido con la causa de los pobres. Puso en práctica, la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia”.
2. Ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero fomentó a través de sus homilías, la emisora de la arquidiócesis, los programas radiofónicos, el ejercicio de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero reconocía la existencia de una conciencia crítica que iba formándose en el cristianismo salvadoreño, un cristianismo consciente, no de masas. Citando la Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Puebla de los Ángeles (México) en 1979, Romero defendía la necesidad de “ser forjadores de nuestra propia historia”, no permitiendo que sean otros quienes desde fuera nos impongan el destino a seguir. La Iglesia tiene que implicarse en dicha ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora” (Homilía 17/1/1979).
3. Pedagogía concientizadora desde la opción por los pobres. Monseñor Romero fue un excelente pedagogo que siguió el método jocista del ver-juzgar-actuar y el de concientización de Paulo Freire: paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica, de la conciencia a la acción transformadora y a la praxis liberadora.
4. Espiritualidad liberadora. Monseñor Romero fue una persona espiritual, un místico, pero sin caer en el espiritualismo. Fue una persona profundamente piadosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales. Fue un pastor, pero de los que huelen como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos católicos. Vivió la devoción a María, pero no la María sumisa, sino la María de Nazaret del Magnificat que declara destronados de los poderosos y empoderados a los humildes, despojados de sus bienes a los ricos y saciados a los pobres.
5. Monseñor Romero fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por su correcta articulación entre espiritualidad y opción por los pobre, ejercicio pastoral y actitud profética.
6. Democracia participativa. La democracia hoy está enferma, gravemente herida, y, si no sabemos defenderla, es posible que esté herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla. Estos sistema de dominación son: el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género (machista), que el año pasado se saldó con 60.000 feminicidios en todo el mundo; los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad, que destruye nuestra casa común, la naturaleza; la violencia estructural del sistema, que somete a miles de millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza.
Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea.
7. Trabajo por la paz y la justicia a través de la no violencia activa. Ignacio Ellacuría dijo que: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir: monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz que estamos llamados a construir todas y todos en El Salvador, América Latina y en todo el mundo. Eso sí, desde la opción por los pobres. Él ejemplificó como nadie la propuesta del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.
8. Invitación a la utopía. La utopía sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Calificar a una persona, a un colectivo o a un proyecto de utópico no es precisamente un piropo, sino una descalificación en toda regla, es como llamarla ingenua, fantasmagórica, ilusa, ajena a la realidad, etc. La utopía vive un largo destierro. Es excluida de todo los campos del saber y del quehacer humano y natural: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica; de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación espiritual más allá de la historia.
La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio.
Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora la realización de la utopía, no como un ideal irrealizable y fantasmagórico, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.
– Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.
– Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”.
La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberado de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo. Tristemente tal resurrección no se ha producido, pero habrá que continuar caminando por la senda de la esperanza con la mirada puesta en la utopía de Otro Salvador Posible y la resistencia popular para que se haga realidad.
Para profundizar en la figura de Monseñor Romero: Juan José Tamayo (dir.), San Romero de América, mártir por la justicia (Tirant, Madrid, 2015)
Fuente Religión Digital
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