Camino de sinodalidad
A propósito de la festividad de san Benito
Juan Herrera, monje benedictino
Victoria, Entre Ríos (Argentina).
ECLESALIA, 17/07/23.- El pasado 11 de julio celebramos a san Benito y con él, la tradición benedictina. Podríamos meditar sobre muchos aspectos que nos ha legado, ya sea en su vida escrita, por Gregorio Magno, o en su obra de la Regla. Pero si nos fijamos en la liturgia del día, en los distintos textos que la Iglesia nos ofrece para celebrar, ¿a qué nos invita? Y a los monjes cenobitas, es decir, los que viven en comunidad, ¿qué invita a hacer presente en su Iglesia?
1. “Surgió entre ellos una disputa…” (Lc 22, 24- 27) ¿En serio?, ¿también entre monjes?
Empecemos por el Evangelio del día. Si nos preguntáramos qué es lo que surge de una comunidad de cristianos en torno al Señor, probablemente pensaríamos en cuestiones positivas, piadosas, llenas de bondad, porque, estando a su lado, ¿qué otra cosa podría surgir? Pero el texto de hoy nos habla de que surgió una disputa. “El sustantivo griego philoneikia no aparece más que aquí en todo el Nuevo Testamento” [1]. Por lo tanto, si solo aquí se encuentra este término, es porque quiere dársele importancia: en la comunidad de los discípulos un aspecto que surge es el de la disputa. Y todavía podemos ver un matiz mas: “el primer sentido de la palabra era deseo de victoria” [2]. El placer de la victoria, más allá del objeto logrado. En medio de las comunidades cristianas surgen disputas. Y en las monásticas también. Poder aceptarlo, asumirlo e incluso expresarlo, nos invita a ser humildes y ponernos en un camino de conversión. ¿Aceptamos la existencia de disputas? ¿Buscamos hacer algo, personal o comunitariamente, para cambiar o ya nos hemos resignado a que queden instaladas?
En este caso, ¿cuál era el contenido de la disputa? Lo primero que podemos pensar es “en quién es el más importante” entre los discípulos. En términos actuales, cómo es el ranking de posiciones o, en términos institucionales, cómo queda ordenada la estructura jerárquica. Pero en el texto, la disputa “se expresa en términos de «apariencia» (dokei = «parecía ser [el más importante]»), es decir, cómo tendría que aparecer a los ojos de los demás” [3]. El deseo de victoria versaba sobre una apariencia, ni siquiera sobre algo legítimo. Sobre una imagen, sobre el reconocimiento de otros, en definitiva, sobre una vanagloria que termina dejando preso a quien consiguiera la victoria. Lo cual deja en evidencia cuanta pobreza de corazón había en esos discípulos. Y si queremos dar un paso más en la comprensión, pensemos que el contexto en el que sucede es la última cena del Señor, es decir, la inminencia de su muerte, la transmisión de su mandamiento del amor en la vida entregada. Además, el hecho inmediatamente anterior a este relato es el del anuncio de la traición. Lo que está por suceder puede indicar que el tema de la traición puede tener distintas formas, y no estar en la cabeza de un discípulo solamente (Judas). Vemos que hay otras formas de traicionar al maestro que no necesariamente tienen que ver con lo material. Por eso, ¿cuáles son los contenidos de nuestras disputas? ¿por qué causas peleamos?
Es interesante el modo que tiene Jesús de responder a esa situación. Notemos que la respuesta de Jesús no resuelve la disputa en concreto: no sabemos quién era realmente el más grande o el más importante. Hay que entender que Jesús no dice que no haya personas importantes o grandes. No elimina la distinción de rango en la vida cristiana, sino que resalta el hecho de que la grandeza deberá ponerse al servicio de la bajeza. Jesús se centra en el modo en el que el más importante deberá actuar. Y Para eso, se pone él mismo como ejemplo: “yo estoy en medio de ustedes como quien sirve”. En todo caso, el mas importante o mayor en la comunidad es el que se da cuenta que Cristo es el mas importante o mayor y, como él, se pone a servir. Eso es seguimiento del discípulo. Pongamos entonces al Señor en el medio, contemplémoslo e imitemos su modo de vivir.
2. Una vida comunitaria celosa no es problema… el problema es que tenga malos celos
Además del evangelio del día, tuvimos propuesto en el oficio de lecturas un fragmento del prólogo junto con otro del penúltimo capítulo de la Regla, es decir, como una inclusión entre el comienzo y el final.
En el prólogo podríamos decir que encontramos el deseo del comienzo de la obra buena pidiendo a Dios que la perfeccione, llamándonos a servir con los dones que ha depositado en nosotros, escuchando su Palabra en la que encontramos al señor que nos invita y al que seguimos tomando por guía el Evangelio. El Opus Dei, la obra de Dios, es la vida en todos sus aspectos que se encuentra y relaciona con un Dios que nos busca y quiere hacer alianza con nosotros, así evitamos el peligro de reducirla solo a liturgia. En todo caso, la vida se continua en la liturgia y la liturgia en la vida [4].
Pero quisiera detenerme en el fragmento del capítulo 72 [5]. Habitualmente lo llamamos “del buen celo que deben tener los monjes”. Podríamos decir sintéticamente que celo es una pasión que provoca el dolor por aquello que nos falta o el cuidado de lo que no queremos perder. Eso tiene un modo bueno o malo de vivirse. Podríamos decir que los discípulos en el Evangelio estaban en “el mal celo”. Son dos direcciones diferentes: el celo malo, aleja de Dios y lleva al infierno. El celo bueno, aleja del pecado y lleva a Dios. Vale la pena considerar nuestro grado de propia pasión, y en qué medida nuestra fe está marcada por las clases de celo que Benito describe. Así podremos dar gracias por el buen celo y ponerlo al servicio, y convertir aquel que vaya contra la propia vida y ajena. ¿Conocemos y reconocemos este celo –el bueno y el malo– en nosotros y en nuestras comunidades? ¿Cómo orientamos y expresamos estos celos? ¿podemos hablar de ellos en comunidad? ¿Cómo lo hacemos? Ciertamente, el celo es una fuerza que puede ser una ocasión de crecimiento o de riesgo en las comunidades [6]. Lo que no quiere Benito es extirpar la dinámica de vida, sino aceptar y ordenarla hacia la Vida que recibimos del Señor [7]. De este modo, el celo será una fuerza inicial que nos lleva a cuidar la vida propia y de los hermanos, con pasión.
3. Una profecía de fraternidad
Al hablar de la actualidad de la vida religiosa, Pascual Chávez dice que hay una crisis que se expresa como debilitamiento de la capacidad de vida. Y lo dice categóricamente: “Lo primero que quisiera reafirmar es que hoy la parte más débil de la Vida Consagrada, y la que tendría que ser la carta de presentación, es la comunidad” [8]. No solo por la posibilidad de que las comunidades puedan vivir (hacia dentro), sino también porque están llamadas a ser una “profecía de la fraternidad” (hacia afuera) [9].
Benito nos invita en la Regla a vivir y a hacer presente este buen celo en la Iglesia y en el mundo. De este modo podremos ser una profecía de fraternidad. El buen celo no es algo que sucede por suerte, o algo que surge simplemente como un sentimiento, sino un ejercicio de caridad que se expresa en obras de servicio a la vida. Y eso es interesante cuando hablamos de sinodalidad. Sinodalidad no es un tema de moda, ni un espiritualismo, sino un signo de los tiempos donde se revela Dios. La sinodalidad es un modo de vivir con otros: caminar es un verbo, una acción, y no un concepto abstracto. Tomemos entonces por guía el Evangelio, respondamos a sus palabras que hoy nos invitan a ser importantes viviendo en humilde abajamiento para el celoso servicio a nuestros hermanos y así, “nada absolutamente antepongan a Cristo, el cual nos lleve a todos a la vida eterna” (RB 72, 12) .
[1] Fitzmyer, J., El Evangelio según san Lucas. IV. Traducción y comentario. Capitulos 18,15- 24, 53, Madrid, Cristiandad, 2005, p. 359.
[2] Bovon, F., El Evangelio según san Lucas IV. Lc 19, 28- 24. 53, Salamanca, Sígueme, 2010, p. 304.
[3] Fitzmyer, J., o.c., p. 359.
[4] “Hay, como nos lo recuerdan algunas de las palabras de despedida de la Misa, una continuidad entre la liturgia y la vida; rezamos como vivimos y tendríamos que tratar de vivir como rezamos. La Obra de Dios es más grande que la liturgia, como indica el empleo del término por parte de san Basilio. El “Oficio u Obra de Dios” es la totalidad de la vida ascética y espiritual. Incluye a ambos: lo que Dios hace en nosotros y lo que nosotros hacemos por Dios. En este sentido, el mismo espíritu debería impregnar todo lo que hacemos en cumplimiento de nuestra vocación. El mismo espíritu… La liturgia y la vida se complementan; cuando una de ellas intenta desplazar a la otra, el equilibrio y la moderación necesarios para un compromiso a lo largo de toda la vida se debilitarán rápidamente”, Casey, M., Monacato y liturgia,CuadMon 223 (2022), p. 533.
[5] “Así como hay un celo de amargura, malo, que separa de Dios y conduce al infierno, así también hay un celo bueno, que aparta de los vicios y conduce a Dios y a la vida eterna. Ejerciten, pues, los monjes este celo con la más acendrada caridad, es decir: anticípense a honrarse unos a otros; tolérense con suma paciencia sus flaquezas tanto físicas como morales; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros; nadie busque lo que juzgue útil para sí, sino más bien para los demás; practiquen una sincera caridad fraterna; teman a Dios con amor; amen a su abad con sincera y humilde dilección; y nada absolutamente antepongan a Cristo, el cual nos lleve a todos a la vida eterna”, RB 72, 1-12.
[6] “Como Benito seguramente podía haber apreciado, en los ámbitos cerrado de un monasterio, es casi imposible estar libre de esta clase de dolor. El agudo reconocimiento de lo bueno que me falta (pero quemi hermana posee fácilmente) puede proporcionar una motivación para un esfuerzo por una mayor santidad o bien dar lugar a una profunda depresión y a conductas destructivas”. Kandathil, R., Sobre el buen celo que deben tener los monjes: el capítulo 72 de la Regla de Benito, CuadMon 221 (2022), p. 178.
[7] “Benito reconoce el ardiente poder del celo y parece hacer el mismo llamado de Pablo a su propia audiencia de monjes para que dirijan su celo hacia el bien y lejos del mal. Benito no quiere erradicar o extinguir ese celo, simplemente quiere dirigirlo hacia el objetivo que da más vida: Cristo”, Ibid., p. 182.
[8] Y desarrolla: “Muchas cosas han cambiado en relación al pasado (la composición, la relación comunidad-obra, la inserción en el territorio, la presencia de los laicos…), pero no cabe duda que el cambio más importante es el paso de la insistencia en la “vida en común” a la de la “vida fraterna en comunidad” o “comunión de vida”. Esto significa mayor consideración de la persona singular en su originalidad, mayor espacio para que se exprese, búsqueda de relaciones de calidad, participación activa en la vida del grupo. La “vida en común” significa hacer las mismas cosas al mismo tiempo (reunirse, rezar, comer, trabajar…). “Todos juntos” era importante para la vida en común. La “comunión de vida” significa prestar más atención a la unión de las personas, a la fraternidad de las relaciones, a la ayuda y al apoyo mutuos, a la convergencia de intenciones y al compartir una misión. Esto corresponde al clima cultural y a la nueva conciencia de las personas que exigen reconocimiento, valorización y protagonismo”, en: “La parte más débil de la Vida Consagrada es la comunidad”. Entrevista a Pascual Chávez Ex rector mayor de los Salesianos, Somos CONFER, junio 2023 (n°38), p. 5.
[9] “No pensamos simplemente en trabajar juntos, sino en la profecía de la unidad en la diversidad. Esta brota de una visión de fe, nuestra comunión es expresión de la comunión trinitaria. Además, debe profundizarse siempre que el deseo de formar una verdadera familia entre los adultos necesita una nueva forma de concebir y realizar las relaciones personales: encontrar los cimientos sobre los que asentarse, los modos de renovarlas antes de que se desgasten definitivamente, para hacerlas satisfactorias para los individuos”, Ibid.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com)
Espiritualidad
Celosa, Comunidad, Importante
Comentarios recientes