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AMOR CELOSO
Tú pides,
pides siempre,
pides mucho,
Señor.
Lo pides todo.
Te gusta ir entrando, como un fuego,
vida adentro de aquellos que te aman
y abrasarles las horas, los derechos, el juicio.
Tú haces los eunucos y los locos del Reino.
Abusas del amor
de los que son capaces
de abusar de tu Amor.
Teresa de Jesús, que lo sabía
de andar trochas y noches del Carmelo,
te lo advirtió. Inútilmente, claro.
Sigues siendo el Total,
la zarza ardiendo
sobre el Horeb de todos los llamados.
Delante de tu Gloria, Amor celoso,
no hay más gesto posible que descalzar el alma.
Tú eres. Tú nos haces.
Calcinándonos,
el Viento de tus llamas nos liberta.
Tú nos amas primero, en todo caso.
*
Pedro Casaldáliga. Todavía estas palabras, 1994
***
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos
–“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”
Ellos contestaron:
-“Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.”
Él les preguntó:
–“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
–“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”
Jesús le respondió:
–“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.”
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
*
Mateo 16,13-20
***
Lo esencial de la gran contienda entre el Oriente cristiano y el Occidente cristiano, desde el inicio hasta hoy, se reduce a lo siguiente: la Iglesia de Dios tiene que desempeñar una tarea concreta entre los hombres; ¿para realizar ese encargo es necesario aunar todas las fuerzas eclesiales cristianas bajo la insignia y el poder de una autoridad eclesiástica central? Dicho con otras palabras: ¿la iglesia, como Reina de Dios presente, debe tener en la tierra representantes y ser una, estar unida, puesto que un reino dividido contra si mismo no subsistirá, mientras que la Iglesia, según la promesa evangélica, subsistirá hasta el final y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella?
La Iglesia romana se pronunció resolutivamente con una respuesta afirmativa; se fijó esencialmente en el cometido práctico del cristianismo en el mundo, en el sentido de la Iglesia como reino eficiente o ciudad de Dios (Civitas Dei), y desde el inicio personalizó el principio de la autoridad central que de modo visible y práctico le confiere unidad a la actividad terrenal de la Iglesia. Por eso, la cuestión abstracta del significado de la autoridad central en la Iglesia se reduce a la cuestión histórica y viva del sentido de la Iglesia romana. Ella, sus ideas y sus acciones constituyen el verdadero objeto de la gran contienda. El principio de la autoridad eclesiástica, del poder Espiritual representado sobre todo por la Iglesia romana, tiene una triple cara y suscita una triple cuestión. Primera, en el ámbito de la Iglesia, nos preguntamos cuál debe ser la relación del poder eclesiástica central con los representantes de las Iglesias locales nacionales; segunda, surge el tema de la relación de la Iglesia con el Estado, de la autoridad Espiritual con la laica; y tercera, la relación entre el poder Espiritual y la libertad Espiritual del individuo, la cuestión de la libertad de conciencia.
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V. S. Soloviev, El problema del ecumenismo, Milan I973, 63ss).
Comentarios desactivados en “Nuestra imagen de Jesús”, 21 Tiempo ordinario – A (Mateo 16,13-20)
La pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?», sigue pidiendo todavía una respuesta a los creyentes de nuestro tiempo. No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto no solo por el carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra psicología personal y el medio social al que pertenecemos, y marcados por la formación religiosa que hemos recibido.
Y, sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno tiene importancia decisiva para nuestra vida, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir la fe. Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe. De ahí la importancia de evitar posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a él.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree». En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque, naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que, probablemente, nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizá no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo trivial y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para ellos. Marcel Légaut escribía esta frase dura, pero quizá muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».
Comentarios desactivados en “Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos”. Domingo 27 de agosto de 2023. 21º domingo de tiempo ordinario
Isaías 22,19-23: Colgaré de su hombro la llave del palacio de David
Salmo responsorial: 137: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. Romanos 11,33-36: Él es el origen, guía y meta del universo
Mateo 16,13-20: Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos
El texto de Isaías se refiere, con mucha probabilidad, a la época inmediatamente anterior a la primera deportación. Recordemos que como represalia a un intento de rebelión, el imperio babilónico exilió, en el año 597 a.e.c, a los miembros más prestantes de la sociedad y los trasladó a varias ciudades y campos de Mesopotamia. Esto significó un duro golpe para las pretensiones de la familia monárquica que se consideraba inamovible del trono.
La profecía de Natán que, en realidad, era una exhortación para que el rey se mantuviera fiel a la voluntad del Señor, se había convertido ya en la época salomónica en un recurso ideológico para legitimar el monopolio del poder. Al inicio del siglo VI la situación de Judá cambió completamente, con la entrada en escena del imperio babilónico, que pretendió crear un imperio mediante el sometimiento de todos los pequeños reinos y el control de las tribus dispersas por toda el llamado «Creciente Fértil». Jerusalén era sólo una fortaleza más a conquistar.
La profecía de David se dirige contra las pretensiones de la clase dirigente que se consideraba la propietaria perpetua del trono. El caso más patético era el de los primeros ministros, que remplazaban al rey en su ausencia. Estos personajes, casi siempre provenientes de la alta aristocracia, cobraban singular importancia cuando podían gobernar el país y darse todos los honores regularmente reservados al rey.
Parece que el mayordomo del palacio real de Jerusalén, llamado Sobna, se excedió en sus pretensiones y no se contentó con ostentar la ‘banda’ del rey sino que convirtió las llaves del palacio en símbolo de su creciente poder. Todas estas manifestaciones de arrogancia ponían en evidencia cuán arruinadas estaban las instituciones monárquicas y el grado extremo de decadencia en el que había caído la corte. Isaías pronuncia un oráculo de condenación contra este ministro presuntuoso, denunciando todas las arbitrariedades que había cometido y anunciándole cuál sería el final de todas sus hazañas. El que se había construido una tumba elegante moriría en un campo desolado en tierras extranjeras. La llave que el primer ministro ostentaba, terminaría en manos de otra persona más capaz. Los caminos del Señor no son los del individuo engreído y alienado. Todo lo que un sistema social construye sobre la explotación, el abuso del derecho y la falsedad, termina irremediablemente condenado a la insignificancia.
Pablo, haciendo eco de los himnos a la sabiduría, recuerda la distancia enorme que hay entre las absurdas pretensiones individualistas y megalómanas, y el sabio designio de Dios que dispone únicamente lo que es provechoso para el ser humano.
Esa contraposición entre las desmedidas pretensiones de ciertos individuos y grupos sedientos de poder y los insondables caminos del Señor, se hace patente en el episodio del evangelio. A la mitad del camino de Jerusalén, o sea, en la exacta mitad del proceso de formación de los discípulos, Jesús los interroga sobre aquello que han podido captar en el tiempo en que los ha acompañado y orientado.
Las respuestas nos sorprenden. De una parte el gentío que sigue a Jesús lo identifica correctamente como uno de los profetas. De otra, el grupo en la voz de Pedro lo reconoce correctamente como Mesías e Hijo de Dios. Pero, subsiste un problema de fondo: tanto la multitud como los discípulos quieren imponerle a Jesús un estilo de ser profeta y una manera de ser Mesías. Discípulos y muchedumbre piden lo que es contrario a la voluntad de Dios e inconsecuente con la enseñanza de Jesús. Parecería que el enorme esfuerzo de Jesús no hubiese surtido el efecto esperado, y que los discípulos, en lugar de cambiar de mentalidad, hubieran afianzado sus antiguas y erráticas ideas. Sin embargo, el evangelio nos quiere mostrar que los discípulos aún deben pasar por la experiencia de la cruz para comprender el verdadero alcance de las palabras y obras de Jesús.
Jesús sí es el Mesías, pero no el Mesías triunfalista y prepotente del nacionalismo exacerbado, sino una persona al servicio de las más hondas y profundas Causas humanas. Jesús sí es el profeta; pero no el profeta que anuncia la supremacía de la propia religión o de la ideología de su grupo, sino el profeta del amor, la justicia y la paz.
Las tres lecturas nos muestran cuán impredecibles y certeras son las sendas de Dios y cuán caducos y esquemáticos son nuestros trillados caminos. El evangelio nos invita a aprender de Jesús cuál es el camino auténtico que nos conduce al Padre, porque «no todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos». Leer más…
Comentarios desactivados en 27.8. 23 ¿Quién dicen que soy? Y tú ¿qué dices que soy? Eres compañero y amigo del alma (cf. Mt 16, 13-16)
Del blog de Xabier Pikaza:
Ésta es la pregunta clave: ¿Y tú ¿quién dices que soy?. En diversos lugares he querido responder a ella. Aquí lo hago de manera nueva, conforme a mi próximo libro: “Compañeros y amigos de Jesús” (Sal Terrae, Santander 2023, en prensa).
Jesús es Cristo (humanidad plena), viniendo del pasado (Hijo de Hombre). Es compañero (cum-panis), compartiendo nuestro pan. Es amigo,se vincula en amor y vida con nosotros.
Ilustran esta postal portadas de libros dedicados al tema.
| J.Pikaza
Mateo 16,13-20
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.” Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
1. Tu eres el Cristo
Jesús era un nombre usual, el nombre de Josué, primer conquistador israelita de la tierra de Palestina pero la tradición cristiana ha resaltado pronto su sentido mesiánico diciendo/descubriendo que significa “Dios salva” (Mt 1, 21) y añadiendo que era el Cristo, es decir, el ungido de Dios o Mesías (cf. Mc 8, 29 par).
Esa tradición ha vinculado ese título (Cristo) con el nombre propio de Jesús, de forma que ambos vienen a hacerse inseparables, como indica ya san Pablo, que dice normalmente Jesucristo.
A partir de aquí los seguidores de Jesús le han dado diversos títulos, que expresan su importancia para los creyentes, pero sin olvidar que Jesús, su nombre propio, puede entenderse ya como un programa de su vida y así puede compararse a la de Josué/Jesús, que introdujo a los hebreos en la tierra prometida, más que con Abraham o Moisés.
2. El hijo de…
Entre los hebreos un hombre se definía por su padre (en hebreo ben, en arameo bar, en árabe ibn) y así Jesús aparece pronto como “hijo” de una serie de personajes que definen hasta hoy su identidad:
‒ Jesús era Hijo de Abraham. Todos los judíos se consideraban hijos de Abraham, patriarca original de los semitas occidentales, también se consideran hijos de Abraham (por línea de Agar e Ismael) los árabes… San Pablo le presenta así como Hijo de Abraham, heredero de las promesas en Gal 3‒4 y en Rom 4, lo mismo que Mt 1, 1.
‒ Hijo de David (Mc 10, 48; cf. 12, 37), heredero de las promesas mesiánicas, rey vencedor sobre los enemigos del pueblo… Pronto esa visión de Jesús como hijo de David toma matices distintos: Es sabio como Salomón, es misericordioso… ‒ Jesús era Hijo de María (Mc 6, 3), denominación sorprendente de tipo metronímico, que le vincula con la madre más que con el padre… Esa es la visión que está en el fondo de la historia de los magos en Mt 2, lo mismo que en los evangelios de la infancia (Lc 1‒2, Mt 1‒2).Esa visión ha marcado toda la tradición cristiana.
‒ Hijo de José, hijo del carpintero… Así le llama el evangelio de Mateo 13, 55, y más el de Juan desde el principio (cf. Jn 1, 45). Ésta es una tradición y nombre que ha sido luego menos desarrollada por la Iglesia.
‒ Hijo de hombre, título que aparece en diversos contextos de poder (Mc 2, 10.28), de entrega de la vida (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33) y de venida escatológica (cf. Mc 13, 26; 14, 62). Jesús es Hijo de hombre porque ha nacido de otros, integrándose en una experiencia y proceso de generación. Pero, al mismo tiempo, es Hijo de Dios: proviene de la humanidad, naciendo de Dios, conforme al testimonio unánime de los evangelios. Esta solidaridad receptiva le define, desde el principio de la iglesia como Aquel que depende de otros naciendo de Dios, como aquel que ofrece a los otros la vida del amor de Dios.
‒ Hijo de Dios, como pone de relieve Marcos en el comienzo de su evangelio (Mc 1, 1). hijo de Dios. Este título tiene una larga prehistoria, no sólo en el paganismo ambiental (donde cualquier taumaturgo o místico puede llamarse Hijo de Dios), sino en el judaísmo, donde el pueblo israelita y su rey reciben de un modo especial este nombre de hijos de Dios. Por su especial vinculación con Dios, en plano de conocimiento profundo y obediencia (cumplimiento de la voluntad divina), Jesús se llamó a sí mismo Hijo de Dios.
No es Hijo de Dios quien puede y manda, imponiéndose sobre los demás, sino quien puede y ama, obedeciendo en gesto de entrega de la vida. Siguiendo en esa línea, la comunidad cristiana le ha concebido después como el Hijo de Dios por antonomasia (el Hijo), no sólo en su vida temporal (en vocación/bautismo o nacimiento), sino en la misma intimidad de lo divino (cf. Mt 11, 25-30 par, y en todo el evangelio de Juan).
3. Exorcista, libera del “Diablo” interno y externo
‒ Exorcista, vencedor. Los evangelios le presenta como aquel que ha luchado contra el Diablo (Mc 1, 12-13), expulsando a los demonios, como indica la controversia de Mc 3, 21-30. En esa línea aparece como el gran Vencedor, el más Fuerte (Christus Victor), que libera a los hombres de la opresión (posesión) de lo diabólico.
‒ Sanador, terapeuta… Éste es quizá (con el de exorcista) el nombre más importante que le atribuye la tradición sinóptica… La verdadera libertad es la “salud”: Que los hombres, en especial los enfermos y excluidos vivan… Una tradición muy temprana, propia de los adversarios, le llamará muy pronto mago, hechicero…, hombre de fondo diabólico que cura en un sentido para oprimir mejor. Así le presentan los adversarios dentro del mismo judaísmo como en el mundo pagano, como ha puesto de relieve el filósofo Celso en el siglo II d.C. Cristo es el gran engañador.
‒ Maestro, rabino, rabbi… (cf. Mc 4, 18; 5, 35; 9, 17.38; 10, 17.20.35; 12, 14.19.32, etc.), título que se utiliza en varios niveles, desde dentro y desde fuera de la Iglesia, presentándole como alguien que tiene autoridad para enseñar y formar discípulos. Éste es el título más utilizado por la tradición cristiana primitiva… Jesús es el gran Maestro, el que enseña (el didáskalos…). No se impone como rey, sino que dirige e ilumina a los hombres por la verdad… En esa línea, en el juicio de Pilato, según el evangelio de Juan, él es rey porque “enseña”, porque dice la verdad.
‒ Profeta y siervo de Dios. Es Profeta (Mc 6, 15; 8, 28), no se limita a enseñar como maestro, sino que proclama la palabra, en gesto de anuncio y denuncia, en una línea que puede compararse a la de Juan Bautista. Pues bien, Jesús se ha pensado y presentado a sí mismo como Profeta escatológico en quien viene a culminar la esperanza israelita. Así le han visto e invocado también tras la pascua los judeo-cristianos. Pero, al mismo tiempo, ellos le han llamado Siervo (Servidor) de Dios, porque ha realizado la tarea de Dios sobre el mundo, en la perspectiva del Siervo de Yahvé del Segundo Isaías. Muchos israelitas veneraban (e incluso esperaban) la figura de un misterioso Siervo de Dios que debía enseñarles la lección fundamental de la historia: aceptar y transformar el sufrimiento. Aprender a sufrir y sufrir por los demás: ésta es la máxima experiencia salvadora. De un modo consecuente, siendo profeta escatológico, Jesús aparece también como el Siervo sufriente de Dios. No ha realizado su tarea triunfando, imponiendo su vida sobre los demás, sino muriendo por ellos, en actitud expiatoria (cf. Hch 4, 30; Mt 12, 15-21).
‒ Compasivo, misericordioso, hombre para los demás. Así le presentan sobre todo los evangelios de Mateo y Lucas (Manso y humilde de corazón, cargó con nuestros dolores…). Así le presenta la iglesia retomando un texto de Oseas, cf. Mt 9, 10‒13; 11, 1‒6. Según eso, la presencia de Dios en el mundo es la misericordia… Puso la misericordia por encima de un tipo de culto sacral judío o de justicia romana y por eso le mataron.
‒ Fuerte, el más. Así aparece en la tradición del bautismo y de los exorcismo así vence a los poderes del mal, conforme a palabra que hallamos en el fondo de Mc 1, 7 y 3, 27. Esa fuerza de Jesús se interpreta como amor capaz de liberar a los posesos, como presencia suprema de Dios en el camino de entrega por los demás, conforme al primer himno cristológico de Flp 2, 6‒11
‒ Pastor, pescador… En la línea anterior, desde la perspectiva de su acción, la iglesia le presentará muy pronto como buen pastor, que guía a las ovejas (Jn 10)y también como pescador paradójico, con discípulos pescadores (Mc 1, 16-20). No pesca para matar a los peces, sino para salvar a los hombres…
4. Nombres de muerte que da vida
Jesús, el Entregado, traicionado… (cf. Mc 9, 31 y 10, 33). Ésta es una de las tradiciones más importantes de los evangelios… Jesús no ha sido sólo crucificado (ajusticiado) por los hombres de la justicia de este mundo, sino que ha sido traicionado y entregado por aquellos en quienes había confiado…
Jesús, juzgado y condenado. Así le presenta no sólo la tradición sinóptica, sino el mismo Pablo en Gálatas. El hombre judío era el que estaba bajo la ley, el romano era el que estaba bajo la justicia… Pues bien, la mejor ley del mundo, la mejor justicia le han condenado. Así aparece Jesús como la piedra rechazada por los arquitectos de la historia (Mt 21, 42 par), conforme a una acerada tradición israelita (Sal 118, 22‒23). Así es Jesús, el hombre excluido, descartado para el templo del poder y sacralidad del mundo.
Se dio a sí mismo… (Me amó y se entregó por mí: Gal 2, 20). Ésta es la experiencia que está al fondo de toda la tradición sinóptica y paulina… El camino de muerte (sacrificio) de Jesús no fue un camino de ira vengadora de Dios, ni de sacrificio expiatorio… sino de amor solidario y cercano. Jesús viene a presentarse así como el que ha amado a los demás muy en concreto, aceptando así un camino de muerte.
Torturado, Crucificado, hombre de dolores… (Mc 16, 6, en la línea de Is 53, 3). Así le llama el joven de la pascua, añadiendo que Dios le ha resucitado. Al principio, la crucifixión era un escándalo, algo contrario a la fe, tanto en línea israelita como griega. Pero después, una vez que se ha visto a Jesús como hombre verdadero, Hijo de Dios, se puede afirmar también el valor salvador de la crucifixión, viendo en ella el testimonio más grande del amor de Dios: sólo así puede ser Mesías de Dios aquel que ofrecesu vida por todos, porque Dios es vida que se ofrece y se comparte.
Nazoreo-nazareno (Mc 14, 67; 16, 3). Así le presenta el título de la cruz… Jesús nazoreo, rey de los judíos (Jn 19, 19), que indica su procedencia y condición: su procedencia geográfica (de Nazaret de Galilea) o su origen mesiánico (forma parte del nezer o estirpe mesiánica de Jesé-David, como parece indicar Mt 2, 23 y Jn 19, 19). Es la raíz, es la semilla de la nueva humanidad
5. Nombres de pascua y vida
‒ Resucitado. Éste es el nombre y título puede verse en el en el fondo de toda la tradición sinóptica, desde Mc 16, 6, y de 8, 31; 9, 31; 1, 34; 14, 28. Es el título de la tradición de San Pablo, la primera conocida y desarrollada por el mensaje de la iglesia. Resucitado no es el que sale de la historia de los hombres, para habitar en un mundo distinto de cielo supracósmico, sino aquel que es semilla de nueva humanidad.
El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico indisoluble. En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una misión. En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás. De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión recibida, no la santidad del receptor. El pasaje de este domingo se divide en tres partes: 1) lo que piensa la gente a propósito de Jesús; 2) lo que afirma Pedro; 3) las promesas de Jesús a Pedro.
01.- Lo que piensa la gente a propósito de Jesús
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
― ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
― Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
¿Cómo es posible que la gente ofrezca respuestas tan extrañas? La culpa es en gran parte de Jesús por usar una expresión que se presta a equívoco: bar enosh puede entenderse de formas muy distintas, y podríamos traducirlo con minúscula o con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc.
Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba a Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente ambiguo.
02.- Lo que afirma Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Él les preguntó:
― Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
― Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Estamos tan acostumbrados a escuchar la respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.
03.- Las promesas de Jesús a Pedro
Jesús le respondió:
― ¡Dichoso tú, Simón hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Esta tercera parte, exclusiva de Mateo (falta en los evangelios de Marcos y Lucas), comienza con una bendición, que subraya la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. El discípulo no es un hereje ni un loco, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Viene a la memoria lo dicho en 11,25-30: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Padre se lo quiere revelar».
Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica tres promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2) le dará las llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida en la tierra será refrendado en el cielo.
Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT, la “roca” es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían haber inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las palabras «y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).
La segunda afirmación («te daré las llaves del Reino de Dios») se entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín, tema de la primera lectura de hoy: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá». Se concede al personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar, sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es la misma.
El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.
¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Desea indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O tiene una finalidad más práctica? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad necesita un responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.
Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era «el Papa», ni gozaba de la «infalibilidad pontificia», las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. «Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Es Pedro el que ha recibido la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.
Apéndice 1. El papel de Pedro en la iglesia primitiva
Un detalle común a las más diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él» (Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Por no alargarme, basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».
Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo anterior ayuda a responder una pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del evangelista? Así piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se presta a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro, como he intentado demostrar en mi libro Satán contra los evangelistas. Para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos, aunque mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje de ficción.
La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús.
Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que leeremos el próximo domingo.
Nos encontramos al final de la segunda parte del Evangelio de Mateo. En torno a Jesús aumenta el rechazo y la incomprensión. Entonces, Jesús pregunta a sus discípulos: “-¿Quién dice la gente es el Hijo del Hombre?” Y los discípulos lo reconocen como el Mesías y el Hijo del Dios vivo.
Las dificultades, los fracasos y las crisis nos ayudan a plantearnos la vida y las opciones de una manera seria y decidida. En realidad, nos llevan a esas dos preguntas fundamentales: ¿quién soy?, ¿qué hago aquí? Dos preguntas que no acabamos de cerrar nunca, que crecen y evolucionan con nosotras. Pueden pasar temporadas como dormidas pero despiertan de vez en cuando cuestionando nuestra identidad y nuestra misión.
Jesús, que fue plenamente humano, también se cuestionó, en más de una ocasión, su identidad y su misión. Se preguntaba quién era y qué hacía y por eso le preguntaba a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Las personas que tenemos cerca nos ayudan a vernos a nosotras mismas con más claridad. Nos devuelven la imagen que proyectamos, nos hacen de espejo. Nos encaran con nuestra verdad y con las mentiras que usamos de armadura protectora. Por eso necesitamos otros puntos de vista para crecer. En ocasiones son las otras personas las que nos descubren partes de nosotras mismas que no alcanzamos a ver con claridad.
Así, con lo que nos dicen y lo que conocemos de nosotras mismas vamos creciendo en el camino de la vida, en el camino del seguimiento de Jesús.
Oración
Danos, Trinidad Santa, la audacia de confrontarnos y cuestionar lo que somos y lo que hacemos para poder continuar nuestro camino desde la autenticidad. Amén.
Comentarios desactivados en Descubrirás quién es Jesús solo si vives lo que hay de divino en ti.
DOMINGO 21 (A)
Mt 16,13-20
Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quién es Jesús y el poder de las llaves. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejan, no lo que entendieron mientras vivieron con él sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. También es lógico que se preocuparan por la estructura de la nueva comunidad: El texto expresa vivencias pascuales de la primera comunidad. Esto no le quita importancia, sino que se la da.
Se quiere diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos para poder manifestar una fórmula de la fe primitiva. Mejor sería decir que la diferencia estaría entre lo que la gente y los discípulos pensaron de Jesús mientras vivía y lo que pensaron de él después de la experiencia pascual. Mientras vivieron con él le mostraron una gran admiración y estima, pero no se dieron cuenta de toda la novedad que aportaba. A los discípulos les costó Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, al mesianismo de Jesús. Solo después de la experiencia pascual consiguieron dar ese paso.
De Jesús, como ser humano concreto, sí podemos hablar adecuadamente, porque cae dentro de las posibilidades de nuestros conceptos. De lo divino que hay en Jesús, nada podemos decir con propiedad, porque escapa a nuestra capacidad intelectual. Pero lo divino se manifestó en su humanidad y aunque no podemos definirlo, podemos intuirlo. Si nos empeñamos en pensar lo divino y lo humano como diferentes, imposibilitamos una respuesta coherente. Si Jesús fue Dios es porque es hombre, y si es hombre cabal es porque es divino. No hay incompatibilidad entre ambas realidades. Todo lo contrario, Dios está en lo humano y el hombre solo puede llegar a su plenitud en lo divino, que ya es.
La respuesta que pone Mt en boca de Pedro parece certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas de los evangelios. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual. Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido en que lo entendían los judíos; como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de Él.
No podemos definir con dogmas a Jesús, pero tampoco podemos dejar de hacernos la pregunta. Lo que es Jesús, nunca lo descubriremos del todo. ¿Quién es este hombre? Todo intento de responder con fórmulas racionales no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir quién es Jesús para mí. Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús, debemos hacer nuestras, no las respuestas que dieron sino las preguntas que se hicieron.
Dar por completas y definitivas las respuestas de los primeros concilios nos ha llevado a la ruina. Lo que nos debe importar es descubrir la calidad humana de Jesús en la que queda reflejada su divinidad. Nuestra tarea será descubrir la manera de llegar nosotros a esa misma plenitud. Se trata de responder con la propia vida a la pregunta ¿quién es Jesús? Y tú, ¿quién dices que soy yo? Si creemos que lo importante es la respuesta teórica racional, como ya está dada, todos quedaremos en paz. Eso es lo que nos tiene bloqueados e impide que de verdad resolvamos el problema de lo que Jesús es.
Desde el punto de vista doctrinal, la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o limitamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil aceptar que sea plenamente hombre y a la vez divino. Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Solo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Solo si nos identificamos con Jesús, haciendo nuestra su vivencia de Dios comprenderemos lo que fue Jesús.
El conocimiento racional de Jesús no me va a servir para conocer lo que de verdad importa. Lo que es Jesús no se puede apreciar por los sentidos ni será consecuencia de ningún razonamiento discursivo. Lo que es Jesús ni se puede pensar ni se puede expresar con palabras porque es lo que hay de Dios en él y a Dios no se le puede pensar ni decir. Todo lo que podemos decir de lo trascendente será siempre símbolo y metáfora. Al conocimiento de Jesús solo se puede llegar descubriendo lo que hay de Dios en mí. Aquí está el motivo por el que fracasamos a la hora de hablar de Jesús.
Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos. En primer lugar, los textos paralelos de Mc y de Lc no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es éste un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la confesión de Hijo de Dios como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto exclusivo de Mt. Si tenemos en cuenta que Mt y Lc copian de Mc, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mt. Lo añadido está colocado ahí con una intención: Revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles.
Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian). El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él lo que después significó el papado. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mt, que leeremos dentro de dos domingos, que va dirigido a la comunidad: “Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Es curioso que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Los textos no se contradicen, se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener un portavoz. Pedro o su sucesor, cuando hablan expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la comunidad. No es la comunidad la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de ésta.
A Jesús nunca le pudo pasar por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su mensaje fue purificar la religión judía de todas las adherencias que la hacían incompatible con el verdadero Dios. Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino. Entonces se consideraron el verdadero Israel y rechazaron la religión tradicional.
¿Quién es ese hombre?… se preguntaban los galileos cuando asistían atónitos a los hechos asombrosos de Jesús, o cuando le veían dedicar su vida a enseñar y curar, o enfrentarse a los poderosos en defensa de los débiles, o en compañía de pecadores públicos, o salir airoso de sus constantes polémicas con doctores y letrados tan duchos en esas lides, o esquivar una a una las trampas que urdían para desacreditarle, o hablar de Dios con tal familiaridad que les desconcertaba, o cuando escuchaban fascinados sus enseñanzas… «Jamás hombre alguno habló como éste» …
¿Quién es ese hombre?… nos hemos preguntado también los cristianos de todos los tiempos, y unas veces hemos respondido desde la fe, otras desde la metafísica y otras (cada vez con más frecuencia) desde postulados culturales al uso. A lo largo de muchas generaciones, Jesús lo ha sido todo para los cristianos: ha sido su conexión con Dios, el que ha dado sentido a su vida, el que les ha proporcionado fortaleza para afrontar sus reveses, el que les ha librado del miedo a la muerte… Ha sido también su modelo de conducta y la meta a alcanzar en esta vida…
Pero esta actitud, antes normal, comienza a no serlo tanto. Mejor dicho, sigue siendo normal entre los sencillos, y comienza a ser excepción entre los sabios a los que Jesús dirigió aquella frase que tanto nos atañe y que tanto nos afanamos en ignorar: «Te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas…»
Es probable que este cambio de actitud sea el fruto de nuestro espíritu ilustrado, que condiciona, y no poco, nuestra forma de creer: que nos empuja con fuerza a poner en duda toda creencia heredada de nuestros padres. Es cada vez más frecuente cuestionar al Dios de Jesús —Abbá—, un Dios personal que nos ama, nos acompaña en nuestro caminar por la vida y nos espera al otro lado de la muerte. Comienza a ser habitual rechazar que Dios nos haya salido al encuentro y que ese punto de encuentro entre Dios y los hombres sea Jesús…
Como consecuencia de esta pérdida de fe en Jesús, vamos derivando hacia filosofías propias de otras culturas que conciben de manera distinta a Dios y al ser humano, y que plantean una forma distinta de relación con Él; unas filosofías sin duda respetables y enriquecedoras, pero que no son de Jesús; lo de Jesús es otra cosa.
Una característica destacada de la ilustración es su afán por romper con todo lo anterior, por rechazar lo antiguo por el hecho de ser antiguo. Y este espíritu es el que nos mueve a desacreditar el propio concepto de religión por considerar que aliena a la gente sencilla que carece de nuestro conocimiento de “la realidad”; el que nos lleva a buscar nuevos modelos de espiritualidad porque el nuestro ya no nos sirve… Jesús se vio como vino nuevo llamado a romper los odres viejos del ritualismo judaico, y nosotros corremos el riesgo de vernos también como vino nuevo llamado a romper los odres viejos de Jesús.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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Mt 16, 13-20
Leí el texto y lo dejé. Lo volví a tomar y lo subrayé. El silencio, compañero de camino en la lectura y la oración, se hizo presente. Agradecida, volví al texto: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Pregunta comprensible para aquellos hombres judíos que esperaban al Mesías.
Pero das un paso más a modo de reto directo a los tuyos, a tus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Debió haber un impasse que rápidamente resolvió el impetuoso Simón Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Tenía cerca la profunda experiencia del mar revuelto sacudiendo la barca (Mt 14, 22-33).
¡Ay, Pedro, cómo te entiendo! La experiencia de conocer y tener cerca a Jesús parece que siempre te lleva a creer que ya has entendido, que ya no vas a sentir miedo, que ya es el tiempo de permanecer erguido, disponible… pero te quedaba mucho camino que recorrer. Como a todos.
Menos mal que veías a Pedro mucho más al fondo de lo que él se veía. Sabías quien era y de donde salía lo que te dijo. Pero también sabías lo que le faltaba por vivir. Le diste las llaves, las del Reino de los cielos. Confiaste: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.
Tu mensaje era de servicio en las labores del Reino, pero ha habido a lo largo de los tiempos, (desde los inicios, se ve en los Hechos), confusión y dolor en el uso de las llaves, usadas más que para el servicio, para el poder. Y esto va por todos, los de arriba y los del pueblo llano.
“A veces hemos hecho de las llaves el monopolio y la vestimenta de nuestro propio ser como creyentes, o como cristianos ‘comprometidos’, y las hemos utilizado como un instrumento de poder o como un afán de hacer que los demás hagan las cosas ‘como yo las veo’ y piensen las cosas ‘como yo las pienso’. ¡Eso no es el Evangelio!” (Sergio Delmar Junco) (1)
Volví al texto y me sobresaltó una pregunta que no estaba escrita:
– ¿Y tú que dices de mí?
– Te digo, como Pedro en otro momento, que “Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (2) y que confío en tu paciencia para seguir adelante.
Mari Paz López Santos
FEADULTA, Domingo, 27 agosto 2023
(1) “El sonido de la luz”, Sergio Delmar Junco, misionero del Espíritu Santo, pág. 240
La gran pregunta del ser humano -a la que han intentado responder todas las mitologías, religiones y filosofías- es la que se refiere a su identidad: “¿quién soy yo?”.
En realidad, desde una comprensión profunda, la pregunta se desdobla para dar razón de la paradoja que nos constituye: en el nivel psicológico indagamos sobre nuestra personalidad y nos preguntamos quién soy yo; en el plano profundo (espiritual) nos abrimos a nuestra identidad y nos preguntamos qué soy yo.
La respuesta de Pedro a Jesús –“Tú eres el Hijo de Dios”-, más allá del contexto teísta en que se produce, apunta a nuestra identidad, por lo que resulta válida para todo ser humano. Lo que es Jesús lo somos todos, aunque -como señala Javier Melloni- “nos da miedo reconocerlo”.
En nuestra personalidad somos todos y todas diferentes; la identidad, sin embargo, es una y compartida. Somos -toda realidad es- consciencia pura, expresándose o desplegándose en formas (y personas) particulares.
Nuestra identidad, por tanto, no es “personal” -ahí estaríamos hablando de nuestra personalidad-, sino en todo caso “transpersonal”, en el sentido de que trasciende la forma concreta en la que nos experimentamos. Y en eso consiste la sabiduría: en captar-comprender la consciencia que somos y vivirnos desde ella en la forma personal y concreta de cada cual.
Esta es la comprensión no-dual. Si el evangelio no se expresa en ella -a excepción de algunos textos de Juan y del apócrifo de Tomás-, no es porque en aquel tiempo no hubiera un lenguaje no-dual apropiado, sino porque la tradición bíblica es dualista.
La comprensión no-dual, así como los textos en que se expresa, pueden encontrarse al menos seiscientos años antes de que se redactaran los evangelios: en India (hinduismo), en China (taoísmo) y hasta en Grecia (Parménides). Que la tradición bíblica sea dualista no quita nada a la sabiduría que contiene, ya que la comprensión no-dual permite hacer una “relectura” en consonancia con la experiencia vital de la persona que lee esos textos.
Somos “hijos e hijas de Dios”: uno con el Fondo de todo lo que es –“el Padre y yo somos uno”, dirá el evangelio de Juan-, plenitud de consciencia, de presencia y de vida.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? y vosotros ¿Quién decís que soy yo?
En tiempos de Jesús algunos esperaban un mesías político-militar, que expulsara de Israel a los romanos. Otros esperaban un mesías sacerdotal que restaurase el esplendor del templo de Jerusalén. Otros intuían un Mesías parecido a un monje, que se retirara al desierto para llevar una vida contemplativa, tipo Qumrám. Los fariseos esperaban un Mesías que restaurase la ley y el sentimiento nacional.
Jesús provocó no pocas expectativas entre la gente de su tiempo. Sus contemporáneos sin duda que se preguntaron quién era aquel hombre tan libre y polémico con los fariseos, sacerdotes, saduceos, con la ley, con las instituciones, el Templo, etc…
A los coetáneos de Jesús no les resultó sencillo creer que aquel hombre, Jesús, que convivía con ellos, fuese expresión, palabra, sacramento de Dios, Mesías e Hijo de Dios.
¿Y vosotros quién creéis que soy yo?
02.- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Unos decían que Jesús era Juan Bautista, otros que Elías o algún profeta.
Hoy en día dicen que la verdad de Cristo la tiene tal papa o tal línea ideológica, tal movimiento religioso, determinados obispos, etc.
Sin embargo solamente Cristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
La respuesta de Pedro, así como la fe del primer grupo creyentes fue fruto de mucha reflexión, discusiones, oración y después de Pascua. Era ya una comunidad creyente en JesuCristo
El relato de la Transfiguración de Jesús [1], (Lc 9,28.-36) refleja bien este tránsito de Jesús (hombre) a Cristo (expresión-sacramento de Dios). Pedro, Santiago y Juan terminan por ver (fe) en Jesús al Hijo de Dios. Los discípulos llegan a creer en Cristo resucitado y así comienza la Iglesia.
03.- ¿Quién es Cristo para nosotros?
El cristianismo no es una ideología, ni una doctrina, ni una moral. El cristianismo es una relación personal y amable con Jesús.
Muchos cristianos somos o estamos en la Iglesia pero como quien va a la “farmacia de guardia”, (así lo decía el obispo Robinson).
Los cristianos no tenemos relación con JesuCristo, sino con su “agencia”, que es la Iglesia.
Ser cristiano es una experiencia profunda con el Señor. Luego se plasmará como Dios buenamente nos dé a entender. Pero somos cristianos, disfrutamos de ser cristianos porque tenemos una amable relación personal con Cristo, el hijo de Dios vivo.
Somos cristianos cuando confiamos en el Señor no cuando nos sometemos a determinadas personas y leyes.
¿Tenemos la buena experiencia de Cristo o nos limitamos a decir que estamos de acuerdo o en desacuerdo con tal papa u obispo?
04.- ¿Y quién se pregunta hoy por Cristo?
Nuestro problema hoy no es tanto la multiplicidad de interpretaciones acerca de la identidad de Jesús – Cristo.
Nuestro problema de fondo hoy es la irrelevancia –si no desaparición- de Cristo (de lo religioso) de la sociedad. Esto ocurre al menos en Occidente.
En otras latitudes geográficas y culturales como África, Latinoamérica, el Oriente lejano las cosas parece que –a este respecto-transcurren de otro modo.
Desde el siglo XVIII y más desde el XIX la cultura, la política, la vida social, el mundo del deporte se han secularizado. El régimen de cristiandad ha ido desdibujándose y desapareciendo. Los parlamentos, universidades, medios de comunicación, etc… “trabajan y viven perfectamente” sin la hipótesis de trabajo “Dios”.
Lo digo como pregunta, como problema: ¿Será cierto que a mayor desarrollo y progreso económico-social, tecnológico disminuye, si no desaparece, la religión, la fe, el cristianismo?
Las iglesias se van vaciando. En Italia va a Misa 1 de cada 5 italianos y entre nosotros las cifras serán parecidas. Bautismos, catequesis, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios y ya hasta los mismos funerales van descendiendo.
¿Cuál será el futuro de la fe, del cristianismo, de la Iglesia? Y ¿Cuál será el futuro del mismo ser humano, de la sociedad?
Dios lo sabe.
De todos modos la fe no volverá porque la Iglesia facilite las cosas y se convierta en unas rebajas religiosas de verano. Mucho menos llegaremos a la fe en una Iglesia férrea y hostil que imponga embistiendo una normativa litúrgica, moral y una dogmática fanática.
Llegaremos a la fe cuando “veamos” en Jesús a Cristo y en él la amabilidad de Dios.
05.- La pregunta por JesuCristo se nos vuelve a nosotros mismos.
Y el asunto está en que, detrás -o al mismo tiempo- de la pregunta por JesuCristo, está la pregunta por nosotros mismos. Lo que está en juego no es tanto la identidad de Jesús, sino la nuestra, la del ser humano.
En última instancia se trata de dejarse preguntar por Dios (Cristo) y desde Dios nos estamos contestando ¿quién soy yo? ¿quién es el ser humano? ¿Qué es el ser humano?
No es lo mismo configurar y construir la vida desde Cristo, que construir el ser humano y la sociedad desde determinadas ideologías.
Se puede configurar la vida del ser humano y de la sociedad desde la patria, desde el dinero (capitalismo – narcotráfico), desde una religión fanática… Y eso da de sí lo que estamos viendo.
También se puede estructurar la existencia desde el buen samaritano, desde las bienaventuranzas: justicia, paz…, desde la esperanza.
06.- Algunas preguntas para terminar.
¿Quién decís vosotros que es el Hijo del Hombre?
¿Quién y qué es el ser humano?
¿El prójimo es para mí sacramento de Cristo, y por tanto sacramento de Dios?
¿La única forma de construir la vida y la sociedad es según la carne y la sangre?
¿Cómo ser bienaventurado y dichosos en la vida?
[1] Celebrábamos esta fiesta el pasado día 6 de agosto.
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