“El sentido de la vida”, por Gabriel Mª Otalora.
| Gabriel Mª Otalora
Los seres humanos buscamos algún significado a nuestra existencia que la ciencia no puede responder: ¿De dónde vengo?, ¿por qué y para qué existo? ¿Me ha creado alguien? ¿Quién ha dispuesto las leyes físicas que rigen nuestra existencia y el Universo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Hay otra vida después?
Podemos imaginar que el ser humano es un proyecto sin sentido. Pero igualmente puede ser visto como un proyecto divino creado por amor para vivir con mayor plenitud. Cuando vivimos de espaldas a nuestra realidad espiritual perdemos el sentido de la existencia y enfermamos; no hay más que ver el boom de patologías mentales de los últimos años. Muchas veces, los suicidios tienen que ver con esto, con la pérdida de la lógica del sentido de la vida que, no lo olvidemos, es una parte esencial de la inteligencia espiritual.
Existen motivaciones externas al individuo, como ganar dinero o reconocimiento social. Y motivaciones internas centradas en ayudar a gente necesitada que no esperan recompensas más allá de la propia autorrealización y el crecimiento personal.
Lo importante es comprender que todos tenemos la capacidad de sentirnos motivados en lo pequeño y en lo grande. Ante cualquier circunstancia, aunque sea de sufrimiento extremo, podemos aferrarnos a una razón para vivir. Fruto de esas reflexiones y de su experiencia como superviviente de varios campos de concentración, Viktor Frankl se especializó en el sentido de la vida al considerarlo la fuerza de motivación principal del ser humano. El sentido vital entendido como la visión positiva de la existencia y de uno mismo, lo que entendemos por la autorrealización personal. Lo que Dostoievsky y Frankl experimentaron es que un prisionero, cuando perdía la fe en su futuro se entregaba, estaba abocado a morir.
La gran ayuda para sobrevivir es la conciencia de que la vida propia tiene un sentido aun en las peores condiciones (familia, planes varios, fe…).Cuando esto no se logra, surge una frustración asociada a la desesperanza y a la duda sobre la propia vida; un vacío ante la ausencia de metas vitales. En esto Frankl y Nietszche coincidían cuando este último señaló que la persona que tiene un por qué para vivir, puede soportar cualquier cómo.
Vivir humanamente no significa algo vago, es algo muy real y concreto que configura el destino de cada persona, distinto y único en cada caso; no uno genérico para cualquier ser humano. El equilibrio psíquico no reside en la ausencia de tensiones, sino en la tensión entre lo que somos y lo que queremos ser, nos dice Frankl. Esto es fundamental. Si no asumimos este conflicto con responsabilidad, caemos en el vacío existencial. El sufrimiento se hace tolerable cuando adquiere un sentido concreto por la fe o por la solidaridad (cuidar a un enfermo, ser un buen médico, ayudar a un vecino, etc.). Y el sentido no lo inventamos, sino que lo descubrimos cada uno interiormente.
No busquemos vivir sin tensiones, sino más bien esforzarnos por alcanzar las metas, nuestros sueños. En este sentido, el dolor es un potenciador de la vida y deja de ser sufrimiento cuando encontramos un sentido. Incluso transformarlo en amor, como señalaba Hans Küng. De ahí la importancia de leer biografías por la perspectiva que atesoran.
Ludwig Wittgenstein, uno de los pensadores existencialistas del siglo XX, señalaba que si la ciencia resolviera todos los problemas científicos, los grandes problemas de la humanidad seguirán siendo problemas sin resolver; y ahí siguen, como el hecho de la muerte y la finalidad y el sentido de la vida, para qué existimos. Pero la ciencia es compatible con una visión espiritual y religiosa del mundo, y el diálogo entre ellas es complementario.
En medio de la aparente penumbra, es posible dar un vuelco a la percepción de existencia y a su comprensión desde la capacidad que todos tenemos de ‘despertar’ al sentido de la existencia. Una enfermedad grave puede producir trasformaciones de gran calado, incluso la aceptación de la muerte o visión más cabal de la importancia del amor al prójimo y un menor interés por los logros materiales; una creciente fe en la dimensión espiritual de la vida. Y naturalmente que puede producir una mejor disposición para buscar el sentido de la vida después de la muerte.
En realidad, no importa lo que esperamos de la vida, decía Frankl, sino lo que la vida espera de nosotros y de nuestra contribución a mejorar lo que nos rodea. Y de paso, mejorar nosotros en todos los sentidos.
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