Hermano sacerdote
Maite Parga
Monforte de Lemos
ECLESALIA, 23/06/23.- Hace unas semanas que leí el artículo de Eclesalia “Mi hermano se ordenó sacerdote” en el que Mónica Isabel Quintero abordaba el tema del clericalismo. Me llevó a reflexionar y recordar cómo en mi infancia, en plena dictadura, con el nacional-catolicismo, que tanto daño hizo, yo corría a besar las manos de los sacerdotes y los crucifijos que pendían de los hábitos de las religiosas.
Mi familia si era normalita. No era la única niña que lo hacía. En aquella época lo que decía un sacerdote, un cura, no se discutía, fuese lo que fuese, El cura estaba “divinizado” y algunos se aprovechaban de ello para mantener a la gente sometida e ignorante; otros lo usaban para hacer bien, pero ese no es el problema.
Por suerte me encontré siempre con sacerdotes que me enseñaron y ayudaron a crecer como cristiana y como mujer, pero otros encontraron a otros que “los castraron” mental y psicológicamente.
No toco el tema de la pederastia, que no tiene disculpa, porque es mayor en la vida laical y civil, y tampoco tiene disculpa.
Soy católica, buena católica, mala cristiana, lo mejor sería que fuese al revés.
Sé que Dios, por medio de los curas, de los sacerdotes, nos da y nos hace grandes dones. Nos hace patente, vivo, escondido y resucitado a Jesús, Dios y hombre en el pan y en el vino.
Nos da su abrazo de perdón, nos confirma que nos ha perdonado en el Sacramento de la penitencia, nos prepara para el viaje hacia la resurrección, en la unción, y así en cada sacramento o signo. Esto hace únicos a los sacerdotes, pero no los diviniza.
Coincidiendo con la lectura del artículo mencionado, leía en Hechos 14, la curación de un paralítico de nacimiento por parte de Pablo y Bernabé en la ciudad de Listra y cómo los habían tomado por dioses y habían pretendido hacerles un sacrificio; ellos se lo impidieron, recordando a los listrenses que era Dios quien había hecho andar al inválido, que ellos eran meros hombres como ellos.
Nuestros sacerdotes deberían también tener el valor de recordarlo a los que los quieran “divinizar”, poner en el podiúm; recordar que no son ellos, sino Jesús, por medio de su Espíritu, quien actúa en ellos, quien los usa como pobres instrumentos, y cuando se les olvide, los laicos deberíamos recordárselo.
Porque sí, debemos cuidar, orar, acompañar, y agradecer a nuestros sacerdotes, pero no viéndolos como superiores, como cristianos de primera, sino como compañeros hacia la casa del Padre-Madre Dios. Debemos recordar y recordarles que son instrumentos de Dios para dársenos, que es Dios quien actúa en ellos haciéndose el servidor de todos
Está bien, admirar a Van Goh, a Picasso, a Murillo, a Cervantes, a Lope, pero pretender que se tenga la misma admiración, por sus pinceles y sus plumas, es sencillamente ridículo.
Hermano sacerdote, Dios te eligió por pura gracia, para servirse de ti, para llegar a sus hijos, tus hermanos. Tú no eres más que el laico, ni el laico más que tú. El único que era más que todos y cada uno, el judío Jesús de Nazaret, se puso de rodillas a lavar nuestros pies y murió en la cruz por cada una y cada uno.
Si somos cristianos no seamos clericales. Hermano sacerdote, somos iguales, ambos instrumentos de Dios.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).
Comentarios recientes