El amor a Dios y al padre no se pueden comparar porque son de naturaleza distinta.
DOMINGO 13 (A)
Mt 10,37-42
La manera de hablar semita, por contrastes excluyentes, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las frases literalmente. Lo que es bueno para el cuerpo, es bueno también para el espíritu. La lucha maniquea que nos han inculcado no tiene nada que ver con la experiencia de Jesús. El evangelio de hoy propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El problema del amor al padre y a Jesús no se puede comprar porque son realidades de distinta naturaleza ni se pueden comparar ni se puede decir que uno es “más” que otro. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre. Jesús nunca pudo decir esas palabras con el significado que tienen para nosotros hoy. Solo un falso Dios puede plantear sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.
Ese Dios es un ídolo, y todos los ídolos llevan al hombre a la esclavitud, no a la libertad de ser él mismo. Hay que tener mucho cuidado al hablar del amor a Dios o a Jesús. En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios amando a los demás, como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo. Recordad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve ser y me disteis de beber…
El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que, desplegar a tope esos impulsos instintivos no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.
El evangelio no quiere decir que el amor a los hijos o a los padres sea malo y que debemos olvidarlo para amar a Jesús o a Dios. Pero nos advierte de que ese amor puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad mayor para el ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama, pero tampoco es bueno para el que es amado, de esa manera. El verdadero amor solo puede surgir de nuestra categoría humana, es decir, de lo más hondo del ser.
Lo instintivo va contra la persona cuando el hombre utiliza su mente para potenciar su ser biológico a costa de lo humano. El hombre puede poner como objetivo de su existencia el despliegue exclusivo de su animalidad, cercenando así sus posibilidades humanas. Esto es degradarse en su ser especifico humano. Cuando estamos en esa dinámica y metemos a los demás en ella, estamos “amando” mal, y ese amor se convierte en veneno. Esto es lo que quiere evitar el evangelio. Nada que no sea humano puede ser evangélico. No amar a los hijos o a los padres no sería humano.
Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el amor a Dios está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de lo que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir a psiquiatra. ¡Nos han metido en la esquizofrenia, haciéndonos creer que, lo que Dios pedía era odiar a nuestros padres!
El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. En griego hay tres palabras para decir vida: “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, de la capacidad de relaciones interpersonales. No se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás. Esto no sería perder sino ganar. Quien pretenda reservar para sí mismo su ego malogrará su existencia, porque pasará por ella sin desplegar su verdadera humanidad.
El que dé a beber un vaso de agua fresca… El ofrecer un vaso de agua a un desconocido puede ser la manifestación de una profunda humanidad. El dar, sin esperar nada a cambio, es el fundamento de una relación verdaderamente humana. En nuestra sociedad de consumo nos estamos alejando cada vez más de esta postura. No hay absolutamente nada que no tenga un precio, todo se compra y se vende. Nuestra sociedad está montada sobre el ‘toma y da acá’, que dejaría de funcionar si la sacáramos de esa dinámica y nos decidiésemos a vivir el evangelio.
La misma institución religiosa está montada como un gran negocio económico, en contra de lo que dice el evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Hoy todos estamos de acuerdo con Lutero, en su protesta contra toda compraventa de bienes espirituales (bulas, indulgencias etc.). Pero seguimos cobrando un precio por decir una misa de difuntos. Es verdad que debemos insistir en la colaboración de todos para la buena marcha de la comunidad, pero no podemos convertir las celebraciones litúrgicas en instrumentos de recaudación de impuestos con apariencia de caridad.
El objetivo instintivo de todo ser vivo, es mantenerse en el ser. Casi cuatro mil millones de años de evolución han sido posibles gracias a esta norma absoluta. Pero la misma evolución ha permitido al ser humano ir más allá de los instintos y alcanzar conscientemente una meta más alta que no está en contradicción con la biología. Todo lo que le acerca a ese objetivo último le puede causar más felicidad que satisfacer sus instintos. La raíz última de todo acto bueno está en la misma biología, no es contrario a ella. Nada más falso que una lucha entre lo biológico y lo espiritual.
La trampa que quiere evitarnos el evangelio es quedarnos en el placer inmediato que nos proporciona nuestra biología y perder de vista el bien total del ser humano. Ahí está la causa de tanto desajuste en la conducta humana. Debemos tomar conciencia de que lo que es malo para nuestro verdadero ser, no puede ser bueno bajo ningún aspecto del ser humano. Todo egoísmo personal o amplificado que busca el bien material del individuo o la familia, nos lleva a la deshumanización.
Fray Marcos
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