Juan Bautista: Entre la entomofagia y la danza.
Qué ajeno estaba Juan Bautista cuando vivía en el desierto de Judea y bautizaba junto al Jordán después, de que con su dieta de langostas y miel silvestre (¿saltamontes aromatizados a la jalea real?), se estaba adelantando a la creciente moda de entomofagia (comer insectos), eso que ha sido por mucho tiempo algo “típico de otras culturas” y que algunos miraban con curiosidad y otros con cierto asco.
Pero no es la sobriedad alimenticia de Juan lo que hace atrayente su figura sino sus brincos de alegría en el vientre de su madre, dato de su etapa fetal que dice tanto de su personalidad como el de su actividad de bautizador.
Hay una frase del Maestro Eckart con la que presiento hubiera estado muy de acuerdo Juan de haberla conocido: “Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor y ese amor da origen a las personas de la Trinidad de las cuales una es el Espíritu Santo”. Asociamos con total naturalidad al comportamiento eclesial lo serio, lo grave, lo solemne y lo circunspecto y se nos llena la boca (bueno, a quien se le llene) con los términos “sacrosanto”, “sagrado”, “digno” y “venerable” como si se diera por descontado que todo eso le es más agradable a Dios que la alegría, la jovialidad, la frescura, la risa y el humor. Y sin embargo, de alguien tan respetable en la tradición cristiana como Juan, lo primero que sabemos es que hacía algo tan gozoso, libre y espontáneo como bailar en el poco espacio que tenía disponible en aquel momento.
¿No podríamos deducir que era “Precursor” de Jesús también en esto? ¿No estaba abriendo el espacio para que irrumpiera por los caminos de Galilea la ráfaga de su libertad, su alegría de vivir en la presencia de su Padre, su capacidad de demostrar ternura, de hacerse amigos, de disfrutar comiendo y bebiendo en compañía?
Su llegada divide en dos la historia de la humanidad y, dentro de ella, la de Israel. Juan Bautista pertenece a la primera etapa, simbolizada en el tiempo anterior a la entrada en la tierra prometida. Ahora, la presencia de Jesús y el anuncio de su Reino se han convertido en la verdadera tierra prometida y todo aquel que lo acoja, es más grande que el Bautista porque se le ha concedido (se nos ha concedido…) vivir ya el tiempo del cumplimiento de las promesas.
La vida de Juan solo tuvo un sentido: ir delante de él preparándole el camino. ¿No somos también nosotros un pequeño “Juan Bautista”, encargado de allanar caminos para que otros puedan conocer a Jesús?
Dolores Aleixandre
Fuente Fe Adulta
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