Ovejas descarriadas: una imagen que nos ayuda a mirar el mundo actual y a descubrir nuestra misión.
Mateo 9, 36-10,8
Poco a poco fue aumentando el grupo de personas que acompañábamos a Jesús. Incluso hombres y mujeres, considerados pecadores públicos, venían muchos días y se sentaban cerca para escucharle.
– ¿A qué vienen?, se preguntaban algunas personas. ¿Por qué han caminado durante horas o días, si Jesús no es médico, ni es rico, ni tiene nada que ofrecerles?
Pronto descubrieron la respuesta. Jesús, miró con calma a la multitud, deteniéndose en cada una de las personas enfermas, tullidas o con harapos, que eran la mayoría. Era una mirada que les devolvía la dignidad.
Después, comenzó a hablar. Recuerdo que dijo algo así: Sois como ovejas que no tienen pastor. Estáis abandonadas a vuestra suerte y extenuadas. Camináis de un sitio a otro, buscando trabajo, seguridad, y reconocimiento, pero el pueblo os señala con el dedo, os culpabiliza y os empuja lejos, para no veros ni oíros. Yo soy el buen pastor. Os envío a las ovejas descarriadas de Israel.
No nos explicó quiénes eran esas ovejas a las que nos enviaba. Se oyó un murmullo de gente que, por aquí y por allá, fue nombrando en voz alta a quienes consideraban descarriados: ¡Los que no cumplen la Ley! ¡Los extranjeros! ¡Pecadores! ¡Prostitutas! ¡Samaritanos!…
Yo pensé que se equivocaban. Que las ovejas descarriadas son las autoridades romanas, que vienen durante un tiempo a gobernar Israel, gozan de todos los privilegios, se enriquecen y se vuelven a Roma, sin preocuparse por la situación en la que queda el pueblo judío. Algo semejante ocurre con las legiones que traen.
Pensé que también está descarriada la casta de sacerdotes que se ha apoderado del Templo y somete al pueblo con el temor a Yahvé y el cumplimiento estricto e inhumano de la Torá. Por eso, los sacerdotes se enfrentan a Jesús, una y otra vez, cuando les habla del Abbá, y les recuerda que tiene entrañas de misericordia.
Los cobradores de impuestos también son ovejas descarriadas. La riqueza que obtienen sin trabajar apenas, clama al cielo. No oyen el grito de los que se empobrecen, porque tienen el oído atento al sonido de las monedas que van llenando su bolsa.
También los saduceos están descarriados, porque se venden al mejor postor. Siempre se ponen al lado de quienes detentan el poder, para sacar algún beneficio.
Jesús continuó diciendo: En mi nombre, podéis expulsar los espíritus inmundos que se apoderan de la mente y del cuerpo. En mi nombre, podéis curar toda enfermedad y toda dolencia.
¿Jesús nos enviaba a una misión imposible? ¿Qué podíamos hacer con tantas ovejas descarriadas? ¿Por qué nos enviaba a sanarlas, si esa gente tenía dinero para acudir al médico?
Pero, esa tarde comprendí que las ovejas descarriadas están enfermas de avaricia, viven alejadas del pueblo, y muchos demonios han anidado en su corazón; por ejemplo, el ansia de poder, y la soberbia.
Estábamos acostumbrados a ver cómo, al amanecer, los dueños de los campos enviaban a sus obreros a trabajar en sus tierras: sembraban, quitaban malas hierbas o cosechaban. Jesús nos invitó a trabajar en sus campos, a ser obreros y obreras que cuidaran su mies.
Y nos pidió que trabajáramos gratis.
De nuevo, hubo un murmullo. Se oyó una voz que dijo:
– Nadie trabaja gratis, ¿por qué íbamos a hacerlo nosotros?
Y Jesús respondió:
– Porque todo lo habéis recibido gratis.
Fui mirado a la multitud, observando con atención los rostros y los cuerpos de las personas que le escuchaban. Era evidente que el Maestro se compadecía de esos hombres y mujeres. Me di cuenta, con claridad, que Jesús me enviaba a trabajar gratuitamente, con compasión y misericordia. Que nos enviaba a cada persona que estábamos escuchándole, sentados en torno suyo: hombres y mujeres, mayores y jóvenes, discípul@s y apóstoles.
Solo deseo que el eco de sus palabras atraviese el tiempo y llegue a todas las personas de buena voluntad, hasta los confines del mundo.
María, discípula amada.
Marifé Ramos
Fuente Fe Adulta
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