Las creencias y los frutos.
Jn 6, 51-58
«Si no coméis de mi carne y bebéis de mi sangre no tendréis vida en vosotros»
En la fiesta del Corpus Christi se celebra la presencia real de Jesús en las especies sacramentales del pan y del vino, y esto se manifiesta sacando la custodia a la calle e invitando a los fieles a adorarla. Desde nuestra óptica ilustrada, este tipo de devoción nos parece trasnochado y nuestro primer impulso suele ser criticarlo o descalificarlo, pero quizá convenga plantearnos una breve reflexión antes de hacerlo.
Son de admirar esas personas capaces de encerrar un pensamiento complejo en una frase sencilla, y un buen ejemplo lo encontramos en Ignacio de Loyola. Y es que San Ignacio fue capaz de condensar la esencia evangélica en una simple exhortación: «En todo amar y servir». Amar, porque mi Padre, Abbá, me quiere y yo respondo a su amor amando a sus hijos. Servir, porque es el paradigma que empapa todo el evangelio: «Yo soy el maestro y el Señor, y os he lavado los pies…»
Es cristiano quien responde a la Palabra, es decir, el que ama y sirve a los demás: «En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os améis los unos a los otros» … Y ya está… y no hay más… y, desde esta perspectiva, todas esas elucubraciones doctas que tanto nos entusiasman no pasan de ser —en el mejor de los casos— una simple nota a pie de página que no afecta a nuestras vidas. Incluso el propio concepto de “ecumenismo” pierde una buena parte de su sentido.
El modo concreto en que yo crea resulta irrelevante, porque lo importante son los frutos. Para cada uno, sus creencias serán verdaderas cuando den buenos frutos, y no lo serán cuando no los den. Es indiferente que yo crea que la misa es un “Santo Sacrificio” que recrea la inmolación que aceptó el hijo de Dios para redimirnos de los pecados… o que la considere Eucaristía, acción de gracias, heredera de las “Cenas del Señor”. Si mi creencia —sea la una o la otra— me lleva a perdonar, a compadecer y a servir, mi creencia, sin lugar a dudas, será para mí verdadera. Si no, será falsa.
Y lo mismo ocurre si creo que las palabras del oficiante en la consagración producen la transustanciación del pan y del vino… o si considero la consagración como un recuerdo entrañable de las palabras de Jesús justo antes de morir. O si creo que al comulgar me estoy comiendo a Jesús… o si pienso que estoy comulgando con él; con sus criterios, con su proyecto y su misión… Y tantas cosas más.
Es muy característico de nuestra religiosidad quedarnos contentos y satisfechos con “saber”; creer que somos algo por estar bien informados; pero si nos quedamos solo en eso, lo único que estamos haciendo es «cansar la tierra»; como la higuera. En la parábola del buen samaritano, el sacerdote que pasa de largo sin socorrer al herido tenía un profundo conocimiento de la ley, pero se quedaba en el conocimiento. El samaritano, un hereje inculto y despreciado, es puesto de ejemplo por Jesús porque lleva la Ley en el corazón, aunque no la conozca, o la conozca mal.
Termino. Creo que la fe de César Arnulfo Romero o de la madre Teresa era una fe verdadera con independencia de lo que pensasen de la transustanciación. En cambio, tengo serias dudas de que mi fe lo sea, a pesar de que no creo en ella.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Fuente Fe Adulta
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