Trinidad: Historia humana de Dios, trayectoria divina del hombre
Del blog de Xabier Pikaza:
La confesión trinitaria ofrece la mejor hermenéutica (interpretación) cristiana de Dios, conforme a la Escritura y tradición de la Iglesia.
Dios mismo es principio, camino y meta de la humanidad, no sólo en perspectiva arqueológica (pasado) sino en clave de adoración (gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo) y de redención y plenitud del hombre, pues la Trinidad es el Dios encarnado en Jesucristo
EL SER DE DIOS ES HACERSE CAMINO EN LA HISTORIA
Conforme a una visión tradicional, popularizada y sistematizada por Hegel, el ser de Dios consiste en revelarse. En esa perspectiva han de entenderse las grandes religiones de la historia: son formas de captar y explicitar la revelación de lo divino. Por eso, en un sentido extenso, puede hablarse de una Trinidad revelatoria que consta de tres rasgos o momentos que se pueden condensar de esta manera:
- Hay un Revelante (Revelador), es decir, un ser primigenio o fundante que se manifiesta a sí mismo, en gesto de generosidad o donación. En el principio no está el puro vacío, ni el enigma insoluble, ni la confusión general; en el principio hallamos siempre a Aquél (aquello) que se abre y manifiesta.
- Hay un Mediador o mediación, es decir, unos signos de presencia o manifestación de 1o divino. Toda nuestra forma de experiencia es “simbólica” en eI sentido radical del término: el Revelante (a quien nunca vemos por sí mismo) se vuelve “palabra” para nosotros.
- Hay una Realidad sagrada que viene a explicitarse como expresión o resultado de la presencia divina. A través de su “palabra” o mediación, el Revelante original (o Dios) se vuelve presente en medio de nosotros, que somos la expresión y presencia del Espíritu divino.
Estos tres elementos de la Trinidad o tríada revelatoria pertenecen a la misma estructura de la realidad interpretada como proceso de comunicación: somos personas o existimos porque hay alguien que “nos habla” desde el mismo fondo de la realidad, en llamada o palabra que nos constituye como humanos. De esa forma lo ha entendido la Escritura judeocristiana, en proceso de impresionante fidelidad cultural y religiosa.
Son muchos los caminos de experiencia que encontramos en la Biblia. Ella es una especie de gran enciclopedia o biblioteca donde se recogen múltiples aspectos de la vida: hay sendas o veredas que parecen ya perdidas para siempre o superadas; hay aspectos culturales que no tienen ya para nosotros ningún tipo de importancia.
Pero en el fondo de esa multiplicidad hallamos una especie de camino central o unificante que nos capacita para orientarnos en el cúmulo de textos; es como la clave hermenéutica o la guía de lectura de la Biblia; Dios se va expresando o revelando entre los hombres a través de unos acontecimientos y personas que se encuentran mutuamente vinculados.
El Dios bíblico no viene a revelarse en un sistema de verdades claras y distintas, al modo cartesiano; por eso, la Biblia no se puede tomar como si fuera un libro filosófico. Tampoco se revela Dios en la unidad y variedad de fenómenos del cosmos, en línea que estaría dirigida hacia las ciencias naturales que han desarrollado después los eruditos y sabios de occidente. El Dios bíblico “acontece” (se manifiesta y habla) a través de unas personas que aparecen así como sus mensajeros o profetas. Los grandes profetas de Israel, entendidos de una forma extensa (Abraham y Moisés, Oseas e Isaías, Jeremías y Ezequiel) vienen a entenderse así en una clave teomórfica: su misma vida es “imagen” o manifestación de Dios, a 1o largo de un camino que se encuentra abierto hacia el futuro.
Pues, bien, dentro del AT, ningún profeta puede presentarse como “lugar de revelación total” de Dios; de esa forma se mantiene abierta la transcendencia, Dios es siempre un “más” y el hombre no refleja nunca del todo su misterio. Por eso, Jesús de Nazaret representa un “novum” con respecto a lo anterior. Dios se ha revelado totalmente en Jesús, de tal forma que su verdad interior (su inmanencia) se identifica con eso que podemos llamar “el fenómeno” Jesús (la economía divina).
Jesús es la novedad de Dios, pero se encuentra en la misma línea del AT: habló Dios en otro tiempo “en los profetas”, aunque nunca había revelado del todo su misterio; ahora lo ha hecho, nos ha hablado del todo; por eso decimos que Jesús mismo es su Hijo (cf Jn 1 y Hb 1). Estamos en la línea de eso que pudiéramos llamar revelación descendente.
En el principio era y sigue siendo la manifestación de un Dios que dice su palabra o se desvela por medio de los hombres. Imagen y presencia de Dios era Adán en el principio (Gn 1). Imagen y manifestación parcial de Dios fueron los profetas que forman eso que pudiéramos llamar la columna vertebral o gran vereda de la historia israelita. Pues, bien, en la culminación de ese camino, como profeta total de Dios, hallamos a Jesús.
Por eso, allí donde la línea israelita llega hasta su meta tenemos que hablar de Trinidad (=Dios se expresa en su Hijo, haciendo que su Espíritu o su vida se desvele ya del todo sobre el mundo, es decir, como mundo: Comunidad de comunicación, el ser humano). Antes que misterio teológico (esencia interna de un Dios que existe en sí mismo en comunión de tres personas) la Trinidad viene a entenderse de esa forma como hermenéutica cristiana consecuente del conjunto de la Biblia.
Los judíos siguen con la línea abierta hacia un futuro no alcanzado (ni alcanzable): Dios no se ha revelado ni se puede revelar nunca del todo; en el fondo los hombres nunca pueden encontrarle, para dialogar con El en comunión definitiva (es decir, en una vida abierta en Dios en forma de resurrección).
Los cristianos, en cambio, afirman que la línea de la revelación de Dios ya ha culminado: lo que era anuncio y anhelo en los profetas se ha convertido en presencia y gracia ya definitiva; siendo divino (Padre transcendente) Dios se manifiesta del todo por Jesús. Allí donde la revelación es plena tenemos que hablar de Trinidad: el Padre (Revelante), por medio de Jesús (Mediador) se hace presente como vida (Revelación plena) entre los hombres, en la experiencia escatológica o definitiva del Espíritu.
TRINIDAD, PLENITUD Y TAREA DEL HOMBRE
Repetimos de algún modo el esquema anterior, introduciendo una variante significativa: nos fijamos en el hombre, interpretado ya como proceso o despliegue de vida, una vida personal que se transmite y despliega por nacimiento y resurrección. No hay en la Biblia una visión del hombre como esencia ya forjada e inmutable para siempre (en plano de eternidad espiritual), pues la visión y realidad del hombre se va desplegando, haciéndose realidad en la historia (que es presencia de Dios).
El hombre es imagen de Dios (Gen 1) y por eso ha de entenderse en forma de proceso o camino de realización. Por eso, la revelación de Dios (abierta en línea trinitaria) se identifica de algún modo con la misma realización del hombre (también interpretada en línea trinitaria). En esta línea se sitúa eso que a veces se ha llamado mesianismo ascendente, es decir, la visión del hombre como búsqueda de Dios. El hombre no es todavía: se va haciendo, se busca a sí mismo y consigue realizarse solamente cuando y donde alcanza lo divino (llega a encontrarse plenamente con Dios). Esto es lo que hallamos al principio de la Biblia (Gen 2-3); allí se dicen dos cosas que parecen contradictorias y que, sin embargo, se encuentran bien relacionadas:
- El hombre no puede hacerse Dios por fuerza, es decir, como resultado de una obra “suya”. El hombre no se puede “fabricar” a sí mismo como divino, pues todo lo que él fabrica como cosas‒objetos de consumo son ídolos (realidades que le terminan engañando y dominando). El hombre no puede comer del árbol del conocimiento del bien/mal que se halla reservado a lo divino. Sólo allí donde reconoce su límite (se sabe fundado en lo divino) el hombre puede realizarse como humano, es decir, abrirse a lo divino
- Al hombre se le ofrece el árbol de la vida, pero sólo puede conseguirla allí donde renuncia a dominarla (y dominarlo todo) por la fuerza, fabricándose a sí mismo, fabricando cosas, en la línea de eso que Jesús llama Mammón. El camino de Dios (reflejo en ese árbol de la Vida) se convierte de esa forma en experiencia de gratuidad, de creación gratuita de su misma vida, en comunión. Situados al principio del gran texto de Gen 2, estos dos árboles ofrecen eso que podemos llamar la parábola y fundamento hermenéutico de la interpretación de la Biblia y del ser de Dios como gratuidad, pobreza y universalidad (como seguiré indicando en este trabajo).
- Ésta es la historia de Adám, como ser humano encerrado en sí mismo, tal como la ha interpretado San Pablo en Rom 1‒5, partiendo de Gen 2‒3. En la línea del dominio de lo bueno/malo (del hombre como forjador violento de sí mismo) se encuentra la violencia impositiva, la destrucción del ser humano, que no se descubre y despliega a sí mismo como gracia y don o regalo de sí mismo, sino como imposición y deseo de dominio (es decir, de Mammón: Mt 6, 24). Desde la perspectiva bíblica, el hombre es Gratuidad, como Dios Padre trinitario: El ser no es dominio de sí, sino regalo de vida.
A 1o largo de su historia larga, rica y creadora de la Biblia, siempre que los hombres (Israel) han querido fundar su existencia en sí mismos, en clave de lucha y violencia han fracasado. La vida de los hombres es gracia, es el don supremo, el don de los dones, como signo y presencia de Dios, que es ante todo “gracia”, el Padre, esto es, aquel que se da y entrega a sí mismo.
En esta perspectiva ha de entenderse la experiencia de Jesús a quien el NT ha descubierto y presentado como “el hombre”, es decir, como el verdadero ser humano. Jesús es Cristo, es decir, es Mesías porque expresa y realiza el verdadero sentido de lo humano, es decir, de Adam. Así debe entenderse el título Hijo del Hombre de la tradición de los sinópticos, lo mismo que las reflexiones de Rom 5 donde San Pable le presenta como auténtico Adam, el hombre verdadero.
Cristo es Adán, hombre primero, porque descubierto y realizado para sí y para todo el conjunto de lo humano la verdad de aquello que estaba ya anunciado en Gen 2-3. No ha comido del árbol de 1o bueno/malo, es decir, no ha querido hacerse dueño de las cosas con su esfuerzo dominador, en la línea del “juicio” (cf. Mt 7,1), no ha querido dominar sobre los otros por la fuerza, como destaca el himno de Flp 2, 6‒12, no se ha impuesto por la fuerza, para ser así mesías sobre los demás, no ha comido del árbol de la vida”, sino que ha recibido y desplegado el amor de Dios de un modo gratuito, dando su vida por los demás y recibiendo así, por la resurrección el don de vida/gracia de Dios Padre.
Cristo el verdadero Adam, eh hombre verdadero, siendo así el Hijo de Dios, es decir, la gracia encarnada de su amor, tal como se hallaba de algún modo anunciado, previsto e iniciado a lo largo del AT. En todos los caminos anteriores que definen el AT (desde Abraham hasta Daniel, desde David hasta Isaías y todos los profetas) la humanidad se estaba buscando a sí misma. Estrictamente hablando no existía todavía ser humano sino sólo un proyecto, un camino vacilante de humanidad. Sólo en Cristo llega a realizarse eI hombre verdadero como gratuidad
En Cristo ha llegado la plenitud del hombre, se ha realizado el proyecto de la historia. Cristo es el amor de Dios hecho “gracia”, gratuidad de vida, en la humanidad, en la historia, como plenitud de Israel y principio de nueva y verdadera humanidad. Ahora podemos afirmar que ha culminado y se ha cumplido aquello que querían indicar los textos primigenios de Gen 1-3: Cristo es el hombre divino.
Siendo hombre pleno es revelación total de Dios, como ha destacado con su finura habitual K. Rahner: Allí donde el hombre es por frn del todo humano, allí donde vive en plenitud su realidad finita viene a presentarse como “hijo de Dios sobre la tierra, es decir, en forma humana, como historia. Ésta es la paradoja fundante del cristianismo, como hermenéutica trinitaria de la Escritura israelita: sólo quien se hace totalmente humano en su vida concreta (Jesús) puede presentarse y se presenta como la expresión total de Dios (su Hijo).
Jesús es hombre verdadero porque renuncia a juzgar en el sentido que a ese término le ha dado Gen 2-3 (cf. Mt 7, 1‒3): no come del árbol de lo bueno/malo, vive la existencia como pura gracia, expresando así el radical de Dios hacia los otros, en actitud de confianza abierta al Padre que es amor, y a los hombres a quienes ama en la comunión del Espíritu Santo. De esa forma puede recibir y ha recibido como herencia el árbol de la vida, interpretado ya como resurrección de entre los muertos.
En esta línea, la Trinidad puede entenderse como expresión definitiva de la antropología bíblica. El hombre sólo alcanza su humanidad en Jesucristo, es decir, en clave de diálogo doble y culminado, con Dios y con los hombres. Cristo es hombre (ser humano realizado) en su misma individualidad de “Hijo” de Dios: es aquél que recibe la vida como gracia y en actitud de pura gracia se relaciona con el Padre (su Dios). Al mismo tiempo es hombre en su misma calidad de Cristo de los hombres, como signo y lugar de diálogo para todos los humanos; así realiza su vida como principio de reino, en gesto de apertura hacia los necesitados, en promesa de gracia universal. Cristo es, según eso, la gracia encarnada del amor de Dios, abierto a la comunión universal de la nueva humanidad.
Sólo hay hombre pleno en clave trinitaria, allí donde Jesús se abre, al mismo tiempo, hacia Dios y hacia los hombres, expresando de esa forma el sentido del Espíritu, es decir, la verdad y hondura de la creación definitiva. El judaísmo no puede creer en la Trinidad porque no cree en la realización plena del hombre (en este mundo) y porque sigue esperando al hombre de Dios. Los cristianos, en cambio, al confesar a Jesús como Hijo de Dios y Hombre definitivo, han conseguido un principio hermenéutico nuevo para entender toda la Biblia: ella da testimonio de la venida del Hijo de Dios, ella expresa la verdad plena del hombre. Por eso dicen que toda la Biblia (y no sólo el NT) habla del Padre, del Hijo y del Espíritu, ofreciendo el sentido (camino y culmen) de la historia de los hombres.
INTERPRETACIÓN GNÓSTICA: DE LA BIBLIA AL MITO
De esa forma interpreto la Trinidad como hermenéutica (exégesis) de interpretación de la Biblia: la revelación de Dios que es realización del hombre culmina en Jesús, donde encontramos ya el Nuevo y Verdadero Testamento de Dios, de tal manera que los escritos de Israel han de entenderse como Antiguo Testamento. Pues, bien, hay investigadores (sobre todo judíos y musulmanes) que piensan que la Trinidad no ha sido avance sino un “retroceso hermenéutico”: los cristianos habrían retornado a unos modelos superados ya en la historia de las religiones’
Los pueblos del cercano Oriente (Siria y Palestina) interpretaban de forma teológica el proceso de 1a fertilidad: el Padre-Dios, simbolizado en la altura de los cielos, fecunda con los rayos del sol o con la lluvia a la Diosa-Madre de la tierra, haciendo así que surja cada año el Hijo-Dios que se refleja de manera especial en la cosecha de vida, en el proceso biológico de la vegetación.
Este viejo modelo debería haber quedado ya superado por la historia israelita que pretende ver a Dios de una manera puramente espiritual y transcendente. Pues, bien, los cristianos, abandonando las “reservas” judías habrían vuelto a interpretar su experiencia de Jesús en forma mítica. EI Dios Padre cristiano corresponde al viejo Dios del cielo, al padre divino de la tríada mítica siro-palestina. El Hijo Jesucristo corresponde at hijo divino de la cosecha anual, es el sentido y fuerza de la vida que renace sobre el mundo. Finalmente, la Madre Tierra divina debería haber quedado reflejada en un tipo de figura materna y femenina, receptora de vida y engendradora. Ese ha sido el lugar que estructuralmente ha ocupado en multitud de esquemas la virgen-Madre María.
Sin embargo, 1á doctrina oficial de la Iglesia no se ha atrevido a confesar esta identidad del tercer miembro de su Trinidad (el Espíritu Santo) con la madre divina del mito y ha puesto en su lugar una figura de tipo impersonal, una fuerza divina llamada Espíritu. Sea como fuere, en esta perspectiva, la Trinidad (aunque no plenamente clausurada, por la falta de la madre) debería interpretarse como hermenéutica mitológica de la Biblia. Allí donde en las posturas anteriores poníamos revelación de Dios y culminación del hombre en el Hijo Jesucristo debemos emplear símbolos de mito.
Esto es lo que ha venido a destacar la gnosis cristiana de una forma consecuente. Los gnósticos de los siglos II y III d.C. han sido los primeros teólogos trinitarios en eI sentido estricto de ese término. Ellos han resaltado de forma “sistemática” el ritmo ternario (o cuaternario) de Dios, convirtiendo el mito (Padre-Madre-Hijo) en lenguaje de reflexión simbólica fundante.
El judaísmo en sí resultaba más impermeable al mito por el mismo carácter transcendente de su Dios y por la separación que establecía entre Dios y el mundo. Los cristianos han introducido una especie de dualidad (“ternariedad”) en Dios; por otra parte, ellos han unido a Dios y el hombre en Cristo. Esto ha desatado la imaginación creadora de los gnósticos, empeñados en explorar los abismos de profundidad de Dios (y el hombre).
Así pasamos (?) de la imagen mítica a la hermenéutica gnóstica de la Biblia, entendida en clave trinitaria. No podemos entrar aquí en matices, distinguiendo modelos, precisando escuelas. No hay una sino múltiples formas de gnosis cristiana. Parece común en todas ellas una especie de interpretación trinitaria de la Biblia en la que pueden encontrarse (en general) estos momentos o matices:
1) El carácter procesual de Dios, entendido casi siempre en forma de parejas sexuales que se expanden en plan de generación. El Dios-Abismo (Padre) viene acompañado de su pareja (la Gran Madre). Por eso es divino el encuentro intersexual (dualidad) y divina la vida que nace de ese encuentro (ternariedad). La forma del proceso es en el fondo ternaria; pero los elementos del conjunto o Pléroma divino pueden ser (y son frecuentemente) más: cuatro, ocho…
2) El Mundo forma parte del mismo proceso de Dios, aunque debe interpretarse casi siempre en forma de caída: en un momento determinado la “trinidad buena” (el pléroma divino positivo y perfecto) se rompe, suscitando de esa forma un mundo malo, una especie de divinidad invertida y maléfica. En esta línea, gran parte de la gnosis (desde Marción, siglo II d.C.) ha interpretado el AT como revelación del Dios perverso. Dos son las “trinidades” que actúan en la Biblia: primero, la mala (AT); luego, la buena (NT).
3) La salvación se entiende como paso de una trinidad a la otra, es decir, como paso del AT al NT. Todos nosotros nos hallamos de alguna forma en AT (sometidos al Dios del mundo, trinidad perversa); pero podemos pasar, en camino abierto por Jesús, por iluminación interior, al NT de la Trinidad originaria, volviendo así al Pléroma primero de Dios, más allá de la escisión o caída que ha introducido el tiempo (la creación mala) de este mundo.
Lo que era mito (expresión del sentido divino del gran proceso cósmico) ha venido a convertirse por la gnosis en especulación supracósmica: más allá de este mundo, donde el mismo proceso de la vida está dominado por la muerte, podemos alcanzar (por contemplación interior) la verdad eterna de un proceso divino, fundante de vida. De esta forma, la hermenéutica trinitaria se convierte en campo de batalla entre los dos testamentos: debemos superar la “madre mala” (trinidad mala del mito, en clave de AT) para pasar a la “madre buena” (Trinidad buena del Pléroma divino originario, revelado por Jesús).
HERMENÉUTICA ECLESIAL
La Iglesia en su conjunto no ha podido aceptar la hermenéutica gnóstica de la Biblia por razones que resultan claras. Para ella no hay un Dios malo frente (contra) el bueno; no hay proceso sexual intradivino; ni eI conjunto de figuras o momentos que forman el Pléroma divino se puede ampliar de manera casi indefinida (en cuatro, seis u ocho personas). En el camino de la interpretación dogmática de la Trinidad debemos destacar en forma condensada varios rasgos que definen y enmarcan eso que llamamos confesión trinitaria de la Iglesia.
1) La Trinidad no surge de una especulación sobre la naturaleza unitaria y múltiple de Dios. Ella es, más bien, la expresión de una experiencia mesiánica, tal como arriba hemos indicado: Dios se expresa plenamente, el hombre ha llegado a ser humano.
2) El Hijo de Dios es el mismo Jesús de Nazaret; por eso, la confesión trinitaria resulta inseparable de la experiencia cristológica. Si prescindimos de Jesús ya no podemos hablar de Trinidad. La relación escatológica (definitiva) entre el Jesús Mesías y Dios Padre es el centro y sentido de la Trinidad.
3) El Espíritu Santo rompe los moldes triádicos naturales que se emplean tanto en el mito como en la gnosis. No es la madre frente al padre; no es la mujer frente al varón. El Espíritu es precisamente eso: “pneuma”, aliento de vida, culminación del proceso revelador de Dios y plenitud del ser humano.
De esta manera se ha roto de una vez y para siempre el esquema “normal” de la trinidad familiar (padre, madre, hijo), en camino que ha dado y sigue dando mucho que Pensar a los dogmáticos. No es que haya un esquema de pensamiento ya formado y luego, como por añadidura, se introduzca el modelo trinitario. La realidad es más compleja, de tal forma que puede y debe hablarse de una interacción, en un camino en doble dirección:
- Por un lado, es evidente que los esquemas previos influyen en la formulación trinitaria de la Iglesia; en ese sentido debemos referirnos sobre todo a los modelos ternarios del platonismo cuando habla de Dios-Materia-Idea o, sobre todo, de Dios-Sophia-Logos y de Uno-Nous-Alma.
- bPor otro lado, la novedad cristiana ha roto los moldes filosóficos griegos, que eran los dominantes en el siglo I‒III d.C., obligando a forjar un tipo de pensamiento nuevo, específicamente cristiano.
El proceso de elaboración de categorías trinitarias ha sido largo (ha durado más de cuatro siglos), en actitud que quiere ser fiel a los principios de la Biblia, centrada en los temas de Dios, de Cristo y del Espíritu. No se ha tratado de un juego de especulación; tampoco ha sido una especie de aventura intelectual separada de la experiencia cristiana. Ha sido 1o contrario: al expresar en forma dogmática su experiencia de Dios, la Iglesia ha querido ser fiel al mensaje de la Biblia.
Hemos hablado de una hermenéutica dogmática y tenemos que precisar la terminología. No se trata de una más, sino de la interpretación “canónica” de la Iglesia, como modelo y referencia pata todas las demás interpretaciones. Todo lo que después (o al lado de eso) se ha dicho sobre “sentidos” de la Biblia; todo 1o que se ha discutido sobre formas de lectura acaba siendo de algún modo secundario: La clave de interpretación de la Biblia y del Cristianismo es ya la Trinidad, entendida en forma fundante, no como teológica en sentido conceptual, en la línea del gran saludo de despedida de Pablo: La Gracia del Señor Jesucristo, y el Amor de Dios y la Comunióndel Espíritu Santo sea con todos vosotros (2 Cor 13, 13).
EXPERIENCIA TEOLÓGICA
Ésta es la experiencia fundamental, empezando por Jesús que es Gracia (Jaris), y pasando por él al Amor que es Dios y a la Comunión que es el Espíritu Santo. De esa manea, Iglesia ha empeñado su palabra y ha trazado para siempre un camino de “hermenéutica cristiana” de la Biblia al afirmar que ella tiene tres protagonistas personales: el Padre, el Hijo y el Espíritu, como ha fijado Mt 29,16‒20 en la formula solemne del Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hay dos Testamento (AT y NT) y tres Personas (Padre, Hijo y Espíritu). Quizá pudiéramos sentir el deseo de unificar ambas líneas añadiendo para ello (con J. de Fiore) el último o Tercer Testamento que es de la Iglesia. Así tendríamos un esquema que parece coherente: el protagonista del AT es Dios; el del NT es el Hijo Jesucristo; el Espíritu Santo sería protagonista del tiempo de la Iglesia. En esta línea se ha movido de algún modo el mismo Hegel, ofreciéndonos una visión trinitaria de la historia: a cada uno de los momentos de Dios corresponde una persona trinitaria:
- La visión transcendente de Dios (Padre) coincide con el momento israelita, siendo tema y centro del AT. A ese nivel, lo divino se expresa como distancia y sublimidad, abriendo para el hombre un campo de ley (en plano de deber). De todas formas, en contra de Hegel, 2 Cor 13, 13 interpreta al Padre del AT como Amor.
- La encarnación de Dios (Hijo) se identifica con la vida de Jesús, tal como ha sido recogida y testimoniada en el NT, tal como Pablo la condensa en la palabra clave de su experiencia y teología: La la gracia del Señor Jesucristo. Por medio de la Pascua se rompe la distancia que había entre Dios y el hombre; surge así la humanidad auténtica que es Cristo.
- La comunidad de Dios (Espíritu Santo) se presenta como reconciliación donde se vencen y superan las antiguas diferencias: Dios y el hombre se unifican al fin y se unifican también los hombres separados, formando así la comunión definitiva de lo humano y lo divino. El Espíritu Santo es el tiempo abierto de la Iglesia: es la verdad del “testamento final” que nosotros mismos somos (¿realizamos?) haciéndonos plenamente humanos. De esa forma, nuestra vida culminada aparece como plenitud de los dos Testamentos anteriores (AT y NT), siendo, al mismo tiempo, el despliegue final o meta humano/divina de toda realidad.
Ese esquema histórico donde se vinculan AT, NT e Iglesia con las tres personas de la Trinidad tiene su valor y debe al menos conservarse como lugar de referencia para una hermenéutica completa del misterio cristiano: sólo sabemos entender la Biblia si la Comunión del Espíritu nos abre al conocimiento pleno de Jesús que es Gracia y de Dios que es Amor, en el espacio de la vida de la Iglesia (cf Jn 14-17); sólo en el amor del Espíritu captamos el sentido más profundo del Padre y del Hijo. La historia humana repite de algún modo el camino trinitario.
Pero, dicho eso, debemos volver a la sobriedad dogmática de los primeros Concilios y Padres de la Iglesia que han fijado para siempre eso que pudiéramos llamar “filosofía trinitaria”. Éstos son sus elementos principales:
‒ Hay un solo Dios que es Padre y que actúa tanto en el AT como en el NT y en la Iglesia. Frente a la dualidad divina de la gnosis que disocia AT v NT, la Iglesia cristiana los vincula, mirándolos como expresión del único Dios.
‒ Ese Dios es Padre de Jesús y Origen del Espíritu. Los tres, Padre, Hijo y Espíritu forman un sólo Dios, constituyendo una única naturaleza (esencia) divina. De modos distintos, los tres actúan en el AI, en el NT y en el tiempo de la Iglesia. También el NT es tiempo del Padre que engendra a Jesús dentro de la historia y le resucita de los muertos. Padre, Hijo y Espíritu Santo actúan, finalmente, en el tiempo de la Iglesia.
‒ Las tres “personas” (perdónese el nombre) de esta tríada constituyen un misterio de salvación inseparable que se manifiesta a través de la historia bíblico‒eclesial (plano diacrónico que va del Padre por eI Hijo al Espíritu); pero, al mismo tiempo, ellas constituyen también un misterio de “amor comunitario” (en perspectiva de encuentro sincrónico, es decir, definitivo, realizado para siempre).
6) INTERPRETACIÓN ANTROPOLÓGICA. HUMANIDAD VERDADERA
Es importante la terminología filosófica de esencia (unidad) y de personas (trinidad) al tratar de Dios y de la Biblia, como acabamos de indicar en el apartado precedente. Pero más importante nos parece todavía el estudio de unas categorías evangélicas que nos capaciten para entender la Trinidad (y el conjunto de la Biblia) desde el mismo centro de la revelación cristiana. Ya hemos esbozado el tema al indicar que en la formulación de la fe cristiana influye de algún modo la filosofía precedente. Pero ése es un influjo “exterior”; lo que de verdad se expresa y despliega en la formulación trinitaria de la Iglesia es la experiencia del evangelio (del conjunto de la Biblia).
Es ella, la Biblia, las nos ofrece las categorías más profundas para interpretar el misterio trinitario. La misma revelación “da qué pensar”; la misma Biblia nos ofrece en su lugar central (en su evangelio) aquellos rasgos o momentos que nos capacitan para entender la Trinidad. Tracemos un esquema, partiendo de 2 Cor 13, 13:
1) La Gracia del Señor Jesucristo. En el centro de la Biblia, allí donde ella viene a culminar como evangelio, tanto en el mensaje de Jesús como en la fe de Pablo, hallamos la experiencia de la gracia como expresión original de lo divino. Buscamos a Dios, y descubrimos (recibimos) la Gracia de Jesús, que se expresa y encarna en su vida y en su muerte, como Señor y Cristo de la gratuidad, que no ha venido a imponerse sobre el mundo por medio de la fuerza, que no ha dominado sobre los hombres a través de un tipo de “victoria” política (mesianismo davídico), ni de victoria teológico (Dios no se ha impuesto con su fuerza superior sobre los hombres). Cristo es la gracia encarnada de Dios, ésta es la primera experiencia cristiana, el principio de la Trinidad.
2) El Amor de Dios. La Gracia (jaris) de Jesús es la revelación y presencia del Amor de Dios, definido así como agape (1 Jn 1, 8). Jesús puede ser “jaris” (gratuidad mesiánica) porque Dios es Amor, es Padre/Amor, como proclama Pablo en el saludo de todas sus cartas. Esa “definición” de Dios como amor resulta inseparable del gesto evangélico más hondo de pobreza o pequeñez de Jesús, Hijo, que es Dios recibiéndolo todo, en gesto de acogida o receptividad eterna, siendo acogida y regalo de amor, siendo gratuidad plena en el mundo. Este amor de Dios es la riqueza suprema, siendo la plena pobreza, que es no tener nada por sí mismo, teniendo todo como recibido. Pobreza significa compartir lo que se tiene con los otros, en gesto de apertura creadora. Esta pobreza es nota personal del Hijo Jesucristo y es mensaje central de la Escritura, centrada en el misterio de la Cruz.
3) Comunión universal. El amor del Padre (que se da totalmente) y la gracia/pobreza del Hijo (que todo lo acoge del Padre, entregando su vida por los hombres) culminan y se expresan en forma de comunión universal. Es importante la terminología filosófica de esencia (unidad) y de personas (trinidad) al tratar de Dios y de la Biblia, como acabamos de indicar en el apartado precedente. Pero más importante nos parece todavía el estudio de unas categorías evangélicas (gracia, amor, comunión) que nos capaciten para entender la Trinidad (y el conjunto de la Biblia) desde el mismo centro de la revelación cristiana.
Ya hemos esbozado el tema al indicar que en la formulación de la fe cristiana influye de algún modo la filosofía precedente, pero influye también y de una forma fuerte la experiencia de evangelio (del conjunto de la Biblia); ella nos ofrece las categorías más profundas para interpretar el misterio trinitario. La misma revelación “da qué pensar”; la misma Biblia ños ofrece en su lugar central (en su evangelio) aquellos rasgos o momentos que nos capacitan para entender la Trinidad. Tracemos un esquema:
l) Gratuidad. En el centro de la Biblia, allí donde ella viene a culminar como evangelio, tanto en el mensaje de Jesús como en la fe de Pablo, hallamos la experiencia de la gracia como expresión original de Dios, que se revela como Jaris/Gracia en Jesucristo. Jesús es la jaris, la gracia mesiánica de Dios, el amor de Dios Padre encarnado como gracia en la historia de los hombres. Entendida así, la Gracia de Jesús es el tama medular de la Escritura, el tema central del cristianismo. El Dios que se revela es gracia y gracia para el hombre es el mensaje de la Biblia.
2) Amor del Padre, pobreza suma. Esa gracia del Cristo‒Mesías es la expresión y presencia del Amor del Padre, que, siendo la riqueza suprema, lo da todo, se entrega totalmente, en gesto de amor, es decir, de pobreza creadora, vaciándose de sí mismo, para que los hombres podamos ser, vivir en él. Amor es darlo todo, darse gratuitamente, hasta quedar sin nada, poniéndose y poniéndolo todo en manos de Cristo, que es la Gracia de Dios. Pobreza significa aquí no tener nada para sí mismo, teniendo todo al darlo. Eso es el amor, el Agape de Dios: Dar y compartir lo que él es y tiene, al dárselo a Cristo, su Hijo, y en cristo a los hombres.
3) Comunión universal, el Espíritu Santo. La amor del Padre (que se da totalmente) y la gracia del Hijo (que todo lo acoge del Padre) culminan y se expresan en forma de comunión universal, es decir, abierta, dialogante, a todos los hombres, judíos y gentiles. Éste es el “reino de Dios”, la comunión del Espíritu Santo. Éste el tercero de los argumentos primordiales de la Biblia, el tercer argumento y culminación del misterio de la vida de Dios en los hombres. Podemos ver el tema en perspectiva trinitaria, reasumiendo aquello que la vieja tradición teológica llamaba las “nociones”, es decir, las notas identificadoras de cada una de las personas.
‒ El Padre se identifica como “origen amoroso” de todo, como principio de donación dirigido hacia su Hijo, en gesto de entrega personal eterna.
‒ El Hijo Jesucristo viene a presentarse (tanto en nivel de eternidad fundante como en el plano temporal) como plena gratuidad: nada tiene por sí mismo, todo lo recibe, dándolo luego generosamente. Eso es lo que indican los antiguos al decir que es “engendrado”: Él es la gracia, todo lo ha recibido, todo lo da. Es gracia, sólo tiene y es lo que recibe del padre y lo que da a los hombres, en amor gratuito.
‒ ElEspíritu Santo es finalmente la comunión o kononia universal_ es la unión del Padre con el Hijo, el diálogo completo donde ambos se vinculan para siempre; así aparece también dentro del tiempo de la historia (y especialmente en la Iglesia) como principio de encuentro entre personas.
CONCLUSIÓN. HUMANIDAD, CUERPO TRINITARIO
Estos tres momentos personales del despliegue trinitario constituyen eso que podemos llamar clave hermenéutica final y más completa de toda la Escritura. A lo largo de la Patrística y después en toda la Edad Media se han ido trazando cuatro (a veces dos o tres) sentidos principales de la Biblia. Así se hablaba y se puede seguir hablando de w sentido literal, centrado en lo que se llama la letra de la historia.
Hay un sentido alegórico que quiere buscar la relación entre el AI y el NT descubriendo así los principios de revelación universal de la Escritura. Hay después un sentido moral o tropológico de tipo más existencial: traduce la palabra de la Biblia en forma de llamada dirigida a cada uno, como voz que le enriquece y lleva al cambio. Hay, finalmente, un sentido anagógico: la Biblia es palabra que nos lleva desde este mundo al reino de Dios, abriendo así un camino de escatología en el mismo centro de la historia de los hombres. Aceptamos el valor de esa antigua división, pero pensamos que resulta más valiosa y bíblica, más trinitaria y actual, una forma nueva de hermenéutica teológico de la Biblia. Estos son sus tres momentos centrales y sus temas:
- La Biblia es libro de gratuidad y su tema central es la historia de la gracia encarnada en Jesús, que es la jaris de Dios, Dios mismo ofrecido a los hombres al hacerlos herederos (propietarios, pero en sentido gratuito) de su propia vida, es decir, de su amor originario. La historia de la gracia comienza en eI AT y culmina en la Pascua de Jesús, tal como ha visto con toda precisión san Pablo.
- La Biblia es el libro del amor que se da, del Dios que se va manifestando y dándose a sí mismo como amor, en pobreza suma y total, sin quedarse con nada. Por eso está centrada en el camino de los pobres que son signo de Dios sobre la tierra. Es libro que está escrito desde el mismo reverso de la historia; sus protagonistas son los expulsados: esclavos de Egipto, los vencidos de Babel, de Persia y Macedonia. Como representante de todos esos derrotados y expulsados de la tierra hallamos a Jesús que es argumento central del conjunto de la Biblia, el amor que es Dios hecho historia en la vida de los hombres.
- c) La Biblia es libro de la comunión universal. Empieza hablando de Adam, el hombre del principio, y en el hombre del final acaba, incluyendo en su camino a todos los humanos, tanto en clave diacrónica como sincrónica. Siendo libro de la gracia de Dios y de los pobres de Israel (y de la Iglesia), ella es libro de toda la humanidad; por eso puede presentarse como palabra de diálogo para todos los humanos. Estos tres sentidos y argumentos de la Biblia tienen un principio o raíz teológica: tratan de Dios que es Padre (gracia), del Hijo Jesucristo (pobreza) y del Espíritu Santo (universalidad).
En esta perspectiva hemos querido interpretar el encuentro divino, trinitario: Dios es unidad de esencia siendo encuentro de personas. Es, al mismo tiempo, unidad y encuentro porque el amor del Padre se expresa y encarna en la Gracia/pobreza o receptividad del Hijo, que se abre de un modo creador, universal, por el Espíritu Santo. Sólo allí donde el Padre y el Hijo se vinculan, allí donde el don corresponde a la acogida, de tal forma que la gracia y pobreza se unifiquen, puede haber comunión universal, puede haber y hay Espíritu Santo (comunión universal de Vida). Desde este fondo he querido entender la Antropología Bíblica (Sígueme, Salamanca 1993 y2005). El hombre (ser humano) es a la vez gracia y acogida: es don (entrega de sí) y receptividad o pobreza. Sólo por esa razón puede existir y existe comunión o encuentro de personas.
Llegando de esa forma hasta el final podemos decir (en clave antropológica y trinitaria) que amor, gracia y comunión se identifican o, mejor dicho, se implican mutuamente, como supone el texto citado de 2 Cor 13, 13.
a) La persona es Amor y sólo surge si da gratuitamente todo Ío que es y tiene, sin reservarse nada. De esa forma la riqueza se convierte en máxima pobreza: se tiene lo que se da, se pierde lo que se conserva avaramente.
b) La persona es Gracia, es decir, receptividad: todo lo que puede tener es don que se lo han dado; todo lo que tiene es suyo porque lo da, lo regala, de forma que así resucita. Por eso, ser persona significa aprender a recibir, escuchando a los demás y siendo desde ellos, ser persona es ser gracia, donación total de vida por, para los otros.
Amor y Gracia se vinculan en el gesto compartido de la comunión. No tiene más quien más tiene, sino quien más regala (más se entrega), ni tiene menos quien menos recibe, sino que todo lo comparte. Nada se reserva el donante, nada le falta al receptor. Uno y otro lo tienen todo (se tienen a sí mismos) al darse mutuamente, en gesto de generosidad compartida.
De esta forma se identifican las categorías de la teología trinitaria (notas personales de Dios) y los principios de la antropología cristiana, conforme a la Escritura. Por otra parte, estos principios de antropología tienen importancia y se aplican tanto en plano individual como social. Así lo han indicado desde antiguo los Padres de la Iglesia al señalar que la comunidad cristiana es signo trinitario.
Desde aquí debe entenderse el sentido social de la Trinidad. Se ha dicho con frecuencia que una sociedad sólo subsiste allí donde se funda en leyes firmes, garantizadas (o impuestas) desde fuera. Pues bien, en contra de eso, conforme al modelo trinitario que aquí desarrollamos, queremos recordar que la Iglesia de Jesús (siendo lugar de interpretación privilegiada de la Biblia) tiene otros principios:
‒ La iglesia nace de la Gracia. No proviene de la fuerza de los vencedores, ni se funda en la imposición de los grandes. Ella surge y se mantiene sobre el mundo como signo de la gracia mesiánica de Jesús, que no ha impuesto sobre el mundo el mesianismo político‒militar‒nacional de David, sino el mesianismo de la gracia, del don/regalo de la vida.
‒ La Iglesia existe en el Amor de Dios. Ella surge de la palabra de llamada que Dios mismo dirige a los hombres por su Crito‒Gracia. Como signo y portavoz privilegiado de ese don y gracia de Dios tiene sentido la Iglesia sobre el mundo. Por eso, ella se encarna entre (en) los pobres. Sabemos que la gracia sólo es gracia allí donde se ofrece a los más pobres y pequeños, como hizo Jesús en su vida y mensaje, muriendo por ser y para ser precisamente mesías de los pobres, desde el amor de Dios. Como destinatarios de ese don de Dios, como dueños del reino, reunidos por Jesús y convocados por la voz de su esperanza, los pobres del mundo son los herederos (propietarios) de la Iglesia: no teniendo nada por sí mismos, ellos lo tienen todo, porque todo lo reciben como don de Dios en Cristo.
‒ Finalmente, la iglesia es Comunión Universal en el Espíritu, lugar de encuentro de gracia y pobreza, es decir, lugar de encuentro entre los hombres. En ella se vinculan don de Dios y pequeñez humana (que es divina en Cristo). Dentro de ella, los seres humanos se descubren, en sentido estricto, como ricos y pobres: dan y reciben (o reciben y dan) lo que tienen, en gesto de Propiedad compartida y Desprendimiento compartido. Todo es nuestro, nada es nuestro. En esta línea, partiendo del don que es al mismo tiempo gracia’ pobreza y universalismo, podemos hablar de una identificación de fondo entre Iglesia y Escritura: los tres sentidos o momentos de la Biblia constituyen el principio de vida de la Iglesia.
La comunidad cristiana asume el camino de experiencia de la Biblia y lo actualiza de manera consecuente, presentándose en eI mundo como una concreción de ese camino. Por eso decimos que la Biblia, siendo libro de gracia, de los pobres y de la comunión interhumana, es verdaderamente el libro de la iglesia. No es que la Iglesia quiera presentarse como “propietaria exclusiva, de la Biblia, en forma de egoísmo grupal que sería totalmente contrario a lo que aquí estamos diciendo. La Biblia se hace “verdad” en la vida de la Iglesia, allí donde se advierte que el camino de la gracia, pobreza y universalismo ha tenido sentido y puede recorrerse sobre mundo.
Siendo expresión de la verdad de la Biblia (como una encarnación de su “inerrancia”), la Iglesia es, al mismo tiempo’ una expresión o signo privilegiado de la Trinidad sobre la tierra. Se ha dicho a veces que la Iglesia es cuerpo de cristo y con toda la razón: en ella se hace cuerpo y vida el evangelio de Jesús sobre la tierra. Pero la Iglesia es a la-vez el templo del Espíritu Santo, es decir, lugar donde habita y se expresa sobre el mundo el Dios total en el mundo. Debemos añadir que ella es pueblo de Dios, conjunto de personas convocadas por la gracia de Dios Padre.
Viendo en unidad estos aspectos, debemos añadir que la Iglesia es una especie cuerpo-templo-pueblo trinitario; en ella se actualiza y expresa el misterio total de la gracia creadora, de la pobreza encarnada y de la comunión del Espíritu. En esta perspectiva se supera el riesgo de un puro historicismo diacrónico que de algún modo latente en los esquemas de Joaquín de Fiore o Hegel.
No se puede cerrar al Padre en el principio (AT), al Hijo en el centro (NT) y al Espíritu santo en el presente y futuro de la iglesia. Padre, Hijo y Espíritu se encuentran vinculados en el ahora de la comunidad pascual de la Iglesia interpretada como espacio de plenitud (encuentro) interhumano’.
Los cristianos confiesan que Dios se ha revelado del todo. Por eso han expresado su fe en forma de misterio trinitario: no se limitan a buscar a Dios; 1o tienen o, mejor dicho, son tenidos (habitados) por Dios en gesto de amor pleno. Así pueden hablar de una especie de “clausura” o plenitud bíblica, trinitaria, histórica y eclesiológica:
a) Clausura/apertura bíblica. El AT ha culminado y se ha “cerrado”, es decir, ha expresado (ha abierto) todo su misterio y su mensaje en el NT de Jesús (de su Pascua y de su Iglesia), como lo muestra de modo impresionante Ap 5, donde aparece Jesús como entregado que abre/revela y despliega el libro Dios que estaba sellado. Dios ha revelado ya todo su misterio.
b) Clausura/apertura trinitaria. Dios era promesa y camino de búsqueda para el AT. Por medio de Jesús se ha revelado, dándonos su Espíritu. Por eso podemos afirmar que le conocemos. No hay para la Iglesia cristiana una verdad “esotérica” o más alta, propia de algunos iniciados. Todo se encuentra ya expresado en el misterio trinitario.
c) Clausura/apertura histórica. Vendrán, quizá, tiempos nuevos, pero la verdad y plenitud de todo tiempo ya se ha realizado en la Pascua de Jesús; por eso, estrictamente hablando, el tiempo de la salvación ha culminado; tenemos ya la plenitud de aquello que esperamos. Estamos sin cesar en los últimos días.
d) Clausura/apertura eclesiológica. No tenemos ya necesidad de otras “sociedades” salvadoras. La comunidad eclesial es definitiva: es una y católica, vale para todos y por siempre, como espacio donde gracia y pobreza se encuentran en comunión universal de vida.
Pero con esto desbordamos de alguna forma nuestro tema. Queríamos fijar los elementos fundamentales de una hermenéutica trinitaria de la Biblia. Ya lo hemos hecho, estableciendo un camino de interpretación que debe recorrerse en ambas direcciones: la Trinidad nos permite comprender el sentido, temas y unidad de la Escritura; al mismo tiempo, la Escritura es testimonio fundante de la Trinidad. Ambas, Trinidad y Biblia, se encuentran en la Iglesia, pues ella tiene, al mismo tiempo, una identidad bíblica (brota de la Palabra de Dios, tal como se ha revelado en la historia de la salvación) y trinitaria (es lugar de presencia y plenitud de las personas divinas).
Iglesia Viva 167 (1993) 373-390
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