Teología evangélica.
Jn 3, 16-18
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»
A todo aquel que conoce el estilo de Jesús, sus parábolas que nos hablan del Padre, su apelativo de Abbá… la lectura del dogma de la santísima Trinidad le desconcierta y quizá le lleve a preguntarse: ¿Quién se ha atrevido cambiar el estilo de Jesús? ¿Quién ha tenido la osadía de poner en lo más alto de la fe una formulación metafísica basada en filosofías aristotélicas que ni nos interpela ni nos ayuda a vivir? ¿Cuándo vamos a asumir que nuestra mente no puede vislumbrar siquiera la esencia de Dios, ni nuestra propia esencia, ni puede darnos a conocer mínimamente nuestro destino?…
Pero todo tiene su explicación. Las comunidades joaneas habían puesto en circulación dos dioses, el Padre y el Hijo, y era necesario aclarar las cosas para no desconcertar a los creyentes con raíces monoteístas. Pero en lugar de zanjar la cuestión apelando a la incapacidad de nuestra mente para acceder a la naturaleza de Dios, o recurrir al evangelio en busca de respuestas, lo obispos reunidos en Nicea decidieron tomar el camino de la formulación dogmática que cortase de raíz la controversia. Y con todo respeto a la multitud de personas que consideran este dogma un pilar básico de su fe, creemos que ése no era el camino (aunque dios nos libre de juzgar la decisión de aquellos obispos en aquellos tiempos y aquellas circunstancias).
Si queremos conocer a Dios, el punto de partida es siempre Jesús, porque el quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Jesús es la “Palabra” que nos señala el camino. Y cuando le oímos hablar de Dios, nos quedamos asombrados porque no menciona ninguna de las cualidades maravillosas que siempre le habíamos atribuido, sino que nos habla de Abbá; el “Padre” que sale cada atardecer a esperar a su hijo perdido.
Y cuando le vemos dedicar su vida a enseñar y curar sin descanso, o rodeado de multitudes que le siguen fascinadas, o escuchamos sus criterios poderosos de vida, o le vemos capaz de llegar hasta las últimas consecuencias por fidelidad a su misión… creemos que en él sopla un viento irresistible, el “Viento de Dios”; el Espíritu de Dios que actúa en cada uno de nosotros y que en él soplaba como un huracán.
Y así, mirando a Jesús, vemos que Dios es el Padre con quien podemos contar, la Palabra que nos guía por la vida y el Viento que nos ayuda a caminar; Padre, Palabra y Viento. Dios se comunica con nosotros, actúa en nosotros y es nuestro Padre. Y esto significa que Dios no es un arcano misterioso, sino un sembrador que esparce la semilla de la Palabra continuamente y nos alienta en nuestro caminar por la vida.
Y esto es magnífico, porque si lo despojamos de su formulación metafísica y lo vemos a la luz del evangelio, ese dogma incomprensible que creíamos que no nos interesaba nada, se convierte en algo importante para nosotros, porque encierra un conocimiento de Dios que señala nuestro destino, orienta nuestra vida, nos permite caminar por ella sin tropiezo y es fuente de seguridad y estímulo.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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