“Un tema conflictivo”, por Gabriel María Otalora
| Gabriel Mª Otalora
La Congregación para la Doctrina de la Fe, ya en la época de J. Ratzinger, valoraba la complejidad de la homosexualidad cuando la señalaba como “no conforme” con la enseñanza de la Iglesia católica. Y aceptaba, de entrada, que el hecho homosexual tiene múltiples dimensiones. Naturalmente que en aquella época la rigidez se imponía en la valoración de la práctica homosexual haciendo tabla rasa contra ella. Ahora es una realidad social que cuenta con posturas de rechazo, pero también con la consideración y el respeto hacia quienes se sienten de diferente manera.
Lo mismo nos ocurre dentro de la propia Iglesia, donde la realidad homosexual acoge interpretaciones y posicionamientos sociales de rechazo y aceptación. Personas competentes en lo teológico, en lo pastoral y en definitiva, en los fundamentos cristianos, no condenan ni excluyen a este colectivo, bastante significativo ya incluso en el laicado católico y entre el estamento clerical.
Al menos el Papa Francisco ha dejado claro que la homosexualidad no es un delito y que hay que terminar con la legislación injusta (sic) que penaliza las relaciones homosexuales en todo el mundo, o discrimina a la comunidad LGBTQ+. “Sí, (la Iglesia) tiene que trabajar para abrogar esas leyes. Lo que pasa es que algunos obispos tienen pendiente un proceso de conversión”… para alejarse de la homofobia, añado yo. El Papa tampoco se olvida de pedir a los padres y madres (2022) que no condenen a sus hijos si tienen una “orientación sexual diferente”.
Pero vayamos al meollo del asunto. Excluidos en tiempos de Jesús hubo muchos, mujeres y niños, extranjeros, recaudadores, enfermos varios, pecadores de todo signo, samaritanos… Y la actitud de Jesús fue siempre de acogida, e incluso de sanación aun en contra de las normas sacrosantas que lo impedían. ¿Por qué se comportó así? Por amor; sencillamente hizo lo que cualquiera hubiésemos hecho con un ser muy querido para nosotros, que es lo que somos todos y todas para Dios. Y a partir de aquí, viene lo esencial: no es posible rechazar a todo el colectivo homosexual, incluso a quienes se esfuerzan por amar ejemplarmente con verdadera entrega evangélica.
No sabemos por qué sienten atracción por los de su mismo sexo. Pero lo esencial es que pueden amar radicalmente, sentirse entregados al amor del otro o de la otra de manera ejemplar e incluso heroica, y hacerlo desde la única sensibilidad conocida por estas personas. Y muchos lo hacen. ¿Dónde está el delito, la desviación moral? Si aman de corazón a su pareja, ¿qué tenemos que condenar? ¿Qué concepto de pecado tenemos? No estoy justificando o desacreditando la homosexualidad; estoy defendiendo el amor limpio y puro, creado por Dios que dignifica a quienes lo practican, dando por hecho que hay personas en torno al colectivo LGBTQ+ tan maravillosas y egoístas como en el colectivo heterosexual.
¿Son mejores cristianos los heterosexuales, por serlo, que los homosexuales, aunque estén comprometidos por amor con su pareja del mismo sexo? No debemos estigmatizar a este colectivo prescindiendo de sus actitudes; que también para ellos vale la sentencia “Por sus hechos los conoceréis”. He tenido la ocasión de tratar habitualmente a varias personas homosexuales y no entiendo que se mantenga el estigma, incluso entre gentes piadosas. ¿Será otra forma encubierta de racismo, como la del color de la piel? Atentos a Jesús, el faro que nos ilumina el buen criterio
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