Sentidos de la Semana Santa
Carmiña Navia Velasco
Santiago de Cali (Colombia).
ECLESALIA, 03/04/23.- Cada año regresan ineludiblemente las parecidas fechas, las idénticas conmemoraciones… como lo decía hace poco en un poema sobre la cuaresma, pareciera que algunas celebraciones pierden su contenido. ¿De qué hablamos en el siglo XXI, cuando hablamos de la Semana Santa o del triduo pascual? Nos movemos en un horizonte cultural en el que algunas fiestas más que otras se vacían de connotaciones. Es el tiempo de la extrema secularización y estos días que vienen son simplemente unos días de playa o de descanso, de corte en el trabajo. Conmemorar la última semana de la vida de Jesús de Nazaret y sus dolores… ¿qué sentido puede tener en un mundo que ha decidido vivir de espaldas al dolor, situándose sólo en la órbita de los placeres momentáneos y fugaces, continuos? Y sin embargo yo creo que vivir hoy, unos días cara a cara con el dolor, tiene toda la significación posible.
Los cristianos conmemoramos cada “semana santa” las consecuencias difíciles y violentas que tuvo la vida de Jesús, un hombre que pasó haciendo el bien, sirviendo a los demás y clamando por un mundo de relaciones más humanas. Conmemoramos su injusto juicio, su inaudita condena, sus torturas, su asesinato en manos del poder religioso y político… pero también su soledad, su dolorosa despedida a los suyos y suyas, las traiciones que padeció… sus desgarramientos y angustias internas que lo llevaron a gritar estruendosamente en su último instante: Padre, ¿por qué me has abandonado?
Sobre esa variedad de sus dolores, dice Rafael Argullol en un texto original y bello: «Sin embargo lo peor vendrá luego, alejado ya de los torturadores nocturnos, cuando el pueblo se pronuncie contra ti. Es una lección definitiva en el curso de tu aprendizaje. Hace sólo cuatro días ese mismo pueblo te vitoreó durante tu entrada en Jerusalén, montado en el ridículo pollino. Te ofreció palmas de victoria. Ahora reclama tu muerte y prefiere que se libere a un criminal, Barrabas, antes de dejarte escapar. El populacho sumiso y adulador en la calma, es en la tormenta la ola desatada de las más terribles pasiones». (Rafael Argullol – “Pasión del Dios que quiso ser hombre”).
En esta conmemoración vivimos -por propia decisión, los seguidores de Jesús- unos días de cara al dolor. Porque nuestra sociedad quiere vivir de espaldas a él, pero no quiere en ningún caso dejar de producirlo, como podemos ver todos los días. Tomo al azar tres noticias de esta semana:
Hace tres días, en Estados Unidos, una mujer de 28 años entró al colegio religioso en el que había estudiado y disparó a matar: asesinó a tres niños y a tres trabajadores del colegio.
Hace dos días en una prisión de migrantes en México un incendio mató a 39 personas porque los guardias de la prisión no abrieron las puertas de la misma, ni ayudaron a quienes estaban allí para salvarse.
Hace unos días en Colombia el ELN asesinó a mansalva a 9 soldados, jóvenes que prestaban servicio militar y que estaban en horas de descanso…
Podríamos seguir con una lista inmensa. ¿Qué pasaría si nos detenemos en la guerra de Ucrania y sus crueldades? ¿En las arbitrariedades y abusos de los Ortega en Nicaragua? ¿En la suma de indiferencias de un sistema neoliberal al que no le preocupan las abismales desigualdades sino que las produce?… Nuestro mundo ignora los dolores, pero los produce y los infringe cada día con indiferencia rampante.
Conmemorar la Pasión no tiene el menor de los sentidos si no despierta en nosotras y nosotros la solidaridad con el que sufre. Y no solo ello, si tomamos en serio las palabras de despedida de Jesús en su cena final, el amor tiene que llevarnos a una lucha y resistencia constantes contra todas las causas del sufrimiento de las personas inocentes, contra todas las causas de las arbitrariedades, injusticias, violencias, atropellos, crueldades…
Entonces, sí. La celebración de la semana santa tiene nueva vigencia cada año: dar la frente al dolor, sensibilizarnos ante él, comprometernos en tareas de erradicarlo de las vidas humanas. Dar a luz una Pascua inédita: un mundo de relaciones más humanas regidas por el amor y la acogida. Comprometer nuestra vida en el empeño de construir y generar esas relaciones nuevas con sabor a Evangelio.
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