2.4.23 Domingo de Pasión. ¿Por qué subió a Jerusalén? ¿Cómo podemos subir hoy con él?
Del blog de Xabier Pikaza.
Empieza la “semana santa” (3-9 abril) y para algunos el comienzo es un folklore, con borriquilla y palmas recorriendo la ciudad semi-desierta, llena de curiosos y turistas, con algunos devotos.
Éste es momento bueno para preguntarse ¿Por qué subió Jesús a Jerusalén? Por varias razones que quiero presentar y discutir con los dos mejores especialistas sobre el tema (A. Schweitzer y J. P. Meier). Entre ellas destaca a mi juicio la “pasión”, no la de aquellos que quieren torturarle y matarle, sino la de Jesús que quiere proclamar e iniciar en (=desde) Jerusalén, de un modo “apasionado”, el nuevo reino de libertad y plenitud de amor (justicia) entre los hombres.
| X Pikaza Ibarrondo
No es un folklore de palmas y borriquillas. Nos va en ello la vida
Es momento de que nosotros (los cristianos) presentemos ya la alternativa apasionada, emocionada, de la libertad y comunión de amor entre los hombres. Es tiempo de ponerse en marcha hacia la nueva ciudad/humanidad (Jerusalén), que es el mundo entero. Es necesario que despierte y camine ya la iglesia.
La postal que sigue (y seguirá mañana) no es quizá fácil de leer. Es algo técnica. En ella discuto con los dos historiadores más importantes del último siglo (A. Schweitzer y J. P. Meier).
Quien tenga interés por el tema de fondo puede seguir leyendo. Para una lectura más devocional de la entrada de Jesús en Jerusalén, tal como la describe este domingo la liturgia de la misa (Mt 26), el lector interesado puede acudir a mis comentarios de los evangelios de Marcos y Mateo. Aquí presento una visión especializada de los motivos que Jesús tuvo para subir a Jerusalén.
Muchos afirmaban que había compartido la esperanza apocalíptica de Juan Bautista, aguardando el juicio de Dios y la creación de un orden cósmico distinto: Este mundo cesará y vendrá uno nuevo, donde los justos vivirán como ángeles del Altísimo (cf. Dan 7). Interpretando el mesianismo de David, en la línea de Daniel y Henoc, apoyándose en Mc 12, 35-37 y Rom 1, 3-4, Schweitzer afirmaba que se tomó a sí mismo como hijo de David (mesías), y que Dios le destinaba para instaurar el Reino, mientras J. P. Meier matiza esas apreciaciones
A. Schweitzer (1875-1965): Dios necesita un sacrificio expiatorio.
Jesús tuvo la certeza de que se acercaba el fin de este mundo descubrió que debía actuar (anunciar y preparar) como Mesías la llegada del Hijo del Hombre, que bajaría del cielo y libraría a los oprimidos, en la misma Galilea, sin que él tuviera que subir a Jerusalén. Esta esperanza era normal, también otros profetas y pretendientes (cuya historia ha narrado F. Josefo) pensaban que Dios les enviaba para disponer o preparar el desenlace de la historia. Pero Jesús dio un paso más, pensando que él no era un simple Mesías (encargado de anunciar y preparar la llegada del Hijo del Hombre celeste), sino que Dios le haría Hijo del Hombre gloriosa, raptándole primero al cielo y mandándole después con gloria sobre el mundo.
– Primer fracaso. Pero Dios no le raptó de Galilea al cielo, sino que le mostró que debía actuar como hijo de hombre sufriente y despreciado sobre el mundo, y así empezó Jesús a comportarse. Sabía que estaba destinado para ser Hijo de Hombre, pero sólo él lo sabía… De esa forma tuvo que actuar de un modo escondido, hasta que Dios le hiciera Hijo de Hombre en la misma Galilea. Pero Dios no vino a su tiempo, ni él (Jesús) fue investido como Hijo de Hombre, de manera que tuvo que reajustar su proyecto.
Segundo fracaso. Conforme a una lógica normal, tras su primer fracaso, Jesús debería haber abandonado su proyecto; pero él insistió, pensando que, más que una predicación de palabra, Dios le exigía subir a Jerusalén y dar la vida como expiación y redención por los pecados del pueblo. Y así subió a Jerusalén , sin armas ni defensa propia, anunciando ante el templo la llegada del juicio de Dios, hasta que le mataron por ello, mientras él esperaba que muy pronto, tras haber muerto, Dios le haría vivir de nuevo, constituyéndole Hijo de hombre y enviándole con gloria para inaugurar su reino. Pero no resucitó, ni volvió, y sus discípulos le esperaron en vano, hasta hoy (año 2023), formando una iglesia distinta de la que Jesús había proclamado [1].
Jesús no volvió como A. Schweitzer quería (en la línea de Dan 7, 14, sino que vino de un modo radical, más hondo, como vengo diciendo en este libro. No volvió, porque estaba ya presente, por el testimonio de su vida y por su muerte. No tuvo que crear externa y prodigiosamente una iglesia, porque la iglesia estaba ya fundada, conforme a lo que he venido diciendo. Desde ese fondo quiero retomar el tema de la iglesia. Pero el tema se sigue discutiendo. Desde una perspectiva parecida a la de Schweitzer se ha podido decir que Jesús prometió una cosa, pero luego vino otra.
Así han interpretado el cristianismo algunos críticos (creyentes, agnósticos o ateos), conforme a un famoso dicho de A. Loisy: Jesús anunció el Reino de Dios (un Hijo de hombre glorioso), pero en su lugar vino la iglesia [2]. Pues bien, en contra de eso, quiero y debo declarar que la muerte de Jesús no desembocó en el surgimiento de una religión distinta y falsa, nacida de su fracaso y construida con elementos dispersos de Daniel y otros apocalípticos, sino que la iglesia del Reino había comenzado a existir en la vida de Jesús, y fue ratificada (se expandió) de un modo coherente tras su muerte, tal como seguiré indicando en este libro.
Dios no necesitaba sacrificios, ni Jesús quiso morir como oblación expiatoria para volverse Hijo de Hombre. Por eso, él no subió a Jerusalén para que llegara un reino de imposición, con el Hijo del Hombre y/o los Santos del Altísimo (Dan 7) o con resucitados astrales (Dan 12), sino para culminar y ratificar su camino de no violencia activa, de amor gratuito y reino. La muerte de Jesús (condenado por sacerdotes de templo y ejecutado por soldados imperiales) fue un elemento (acontecimiento) difícil de compaginar con algunas interpretaciones del Reino, defendidas incuso por sus discípulos, como acabo de indicar al referirme a Pedro.
Pero, como he mostrado, Jesús mismo había proclamado su disposición a dar la vida por el Reino y por eso subió a Jerusalén para inaugurar su proyecto de Reino de Dios. No murió por fracaso, sino por fidelidad a su mensaje de reino, no se entregó por expiación, para reparar los pecados de los hombres, sino por fidelidad a la llamada de Dios y a su amor por los hombres, como han sabido los primeros cristianos. Tras la muerte o, mejor dicho, por la muerte de Jesús no vino algo distinto y ajeno a su vida (la irrupción de los Santos del Altísimo, la resurrección astral de los muertos), sino que culminó y quedó confirmado su proyecto y camino, como presencia del Reino en forma de nueva humanidad, esto es, de Iglesia.
Jesús estaba convencido de que el Reino debía llegar desde Jerusalén, donde subió para proclamarlo, pero no en la línea de A. Schweitzer, cuya hipótesis resulta insostenible. Jesús confió en la acción de Dios y quiso instaurar su Reino, no para después, sino en su propio camino, primero en Galilea, después en (por) Jerusalén. Creyó que su vida y su muerte formaba parte de la llegada del reino de Dios, pero no que Dios fuera a raptarle (para hacerle Hijo del Hombre). En esa línea, él no puso una fecha para la llegada del Reino (Mt 10, 23, se sitúa en un contexto temporal y eclesial distinto). No subió a Jerusalén por haber fracasado, pero claro que su ascenso está relacionado con su misión anterior en Galilea [3].
Los dos momentos del mensaje y obra de Jesús (Galilea y Jerusalén), que A. Schweitzer había escindido, son inseparables y la forma en que él entiende la entrega o “sacrificio” de Jesús (como satisfacción, reparación o expiación), con tintes luteranos, van en contra de la intención más honda de Jesús, que no subió a Jerusalén para que le mataran en sacrificio expiatorio , sino , para ratificar su programa de Reino y esperar la respuesta de los hombres (y de Dios), en una línea de vida [4].
- J. P. Meier (1942-2022). Un camino histórico.
Jesús descubrió que no se puede hablar de un Mesías que triunfa externamente, como los poderosos, en un mundo como éste, lleno de sufrimiento. Por eso, no subió a Jerusalén para que le mataran como a los corderos del templo para satisfacer a Dios por los pecados de los hombres, pus Dios no necesita expiación, según el evangelio, pues él mismo es quien ama y perdona a los hombres. Al contrario, Jesús va a Jerusalén para expresar su amor (el amor de Dios) compartiendo desde abajo la suerte de los hombres, en especial de los enfermos y pobres, aplastados y asesinados por los poderes violentos, tanto religiosos como sociales. En ese contexto, para situar el tema quiero empezar citando unas palabras de J. P. Meier, que condensan los elementos principales de la apuesta de Jesús, como precisaré después matizando la visión histórico-teológica de S. Vidal, evocada al comienzo de este libro.
El Hijo de David no sólo tomó posesión simbólica de su ciudad capital, sino que expresó simbólicamente su control sobre el templo, cuyo prototipo había sido construido por Salomón, el Hijo de David. Durante el tiempo en que un Hijo de David reinó en Jerusalén, él había controlado efectivamente el templo, y ahora, un Hijo de David estaba reafirmando su derecho, ante la presencia de la aristocracia sacerdotal y en nombre del reino venidero, que significaría el final del sistema presente de adoración del templo.
El gesto profético-pero-regio de purificación del templo se vincula así perfectamente con el gesto regio-pero-profético de la entrada triunfal. Ambos eran conscientemente gestos de provocación dramática, al aire libre. Por medio de estos dos gestos, Jesús estaba buscando una confrontación final con las autoridades de Jerusalén.
Tomados en unidad, estos gestos fueron históricamente la causa próxima del arresto de Jesús. El profeta escatológico de Galilea… decidió subir y presentarse en Jerusalén como Hijo de David… Estos gestos hicieron que aquellas fiestas de pascua se convirtieran para Jesús en las últimas… Tras haber destacado en su predicación el tema del Reino de Dios, Jesús decidió poner ante la luz pública aquello que implicaba el despliegue de su proyecto real, davídico, precisamente en el contexto cambiante de la pascua en Jerusalén [5].
Jesús elevó su propuesta ante las autoridades, y de un modo especial ante Dios, esperando su respuesta. (a) Dios podía responderle revelando (implantando) ya el Reino en un sentido externo, con el cambio que ello implica en el pueblo y en las autoridades de Jerusalén. (b) O podía responder de otra manera, y en ese caso él (Jesús) sería ajusticiado por su pretensión, pues no tenía (ni quería tener) ejército capaz de defenderle ante Pilato.
Según las promesas finales de Zacarías, Jesús podía esperar la llegada del Dios, que asentaría sus pies sobre el Monte de los Olivos, dividiéndolo en dos, para venir y entrar con todos sus consagrados (ángeles, elegidos; cf. Zac 14, 4-5). Pero, externamente, quien llegó fue Judas con los que venían a prenderle (Mc 14, 43-52). Su muerte puede y debe entenderse en esa línea como un tipo de apuesta mesiánica, añadiendo que él mismo (Jesús) provocó el desenlace, forzando la situación ante los sacerdotes y ante Pilato.
– En Galilea había actuado como profeta del Reino. Todo nos permite suponer que fue reticente ante su posible tradición davídica, de manera que empezó como discípulo de Juan Bautista (profeta de penitencia) ante el Jordán, para presentarse y actuar después bajo impulso de una experiencia peculiar (cf. Mc 1, 9-11), como profeta del Reino de Dios, al modo de Elías (hacedor de milagros, maestro de moral, creador de parábolas etc.). Ésta fue la etapa central de su vida y mensaje.
– Para ratificar su obra subió a Jerusalén como aspirante mesiánico, para cumplir las profecías, para inaugurar el reino de Dios. Posiblemente le impulsaron algunos discípulos (como parece suponer la confesión de Pedro: Mc 8, 27, 30). El caso es que, en un momento dado, él mismo asumió esa tarea (destino) mesiánico, entrando en Jerusalén como Hijo de David y “purificando” el templo. Respondió así al deseo de sus discípulos, aunque de un modo distinto, enfrentándose no sólo con la autoridad romana sino con los sacerdotes, siendo condenado a muerte.
De esa forma se arriesgó, poniendo a las autoridades ante la necesidad de tomar una decisión. No instauró el Reino por armas, rodeado de rebeldes militares, sino que proclamó su alternativa mesiánica, entre discípulos dispuestos a intervenir de un modo militar, pues algunos parecían ir armados (cf. Mc 14, 47). Pero los sacerdotes le tendieron una trampa y él se dejó apresar en ella, sin violencia, poniendo su defensa en manos de Dios. Caifás (Sumo sacerdote) y Pilato (Gobernador romano) no se equivocaron al condenarle. Sabían que no era peligroso en un plano militar (a pesar de los deseos y espadas de algunos discípulos), pero tenían razón cuando pensaron que podía suscitar disturbios en un pueblo que esperaba la intervención de Dios para resolver sus problemas. Pilato le condenó como rey de los judíos, pretendiente mesiánico fracasado (cf. Mc 15, 26 par) [6].
Había ofrecido el Reino a los pobres y mendigos de Galilea, a los rechazados y asesinados. Para ellos había vivido, con ellos se identificaba ahora, subiendo sin defensa a la ciudad de las promesas (Jerusalén) como Mesías, no para tomar el poder (en la línea de David), sino para ratificar allí su Palabra, asumiendo el riesgo del fracaso mesiánico. Subió con dl fin de para culminar su obra e implantar el Reino proclamado (iniciado) en Galilea, entre los pobres y expulsados, cojos y ciegos, ratificando lo que había hecho, no para iniciar una misión distinta, pero Pilato, le condenó a muerte. Entró con un grupo de galileos (aunque podía tener simpatizantes en Jerusalén), y en un primer momento pudo parecer que triunfaría. Pero, las autoridades no aceptaron su mensaje, y sus galileos le abandonaron al fin, de manera que Pilato le mandó crucificar sólo a él, fuera de las murallas.
– Subió como aspirante mesiánico.No para morir, sino para promover el Reino, no como víctima expiatoria, sino como testigo de Dios, en nombre de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Así vino, con un grupo de galileos, esperando la manifestación de Dios, aunque sabiendo el riesgo que implicaba su decisión, como recuerda la palabra de Tomás: Subamos y muramos con él (cf. Jn 11, 16). Dios hablaría en Jerusalén.
– Vino de un modo público, como pionero y representante de aquellos que esperan el Reino, y entró a la vista de todos, montado en un asno, por el Monte de los Olivos (Mc 11, 1-11 par; cf. Jn 18, 20), como rey que toma posesión del reino. Sin duda, él conocía los enfrentamientos de los sacerdotes con otros grupos judíos (como los esenios de Qumrán), y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear Poncio Pilato, que también estaba en Jerusalén con un destacamento de soldados, para mantener el orden por pascua. A pesar de ello, entró en Jerusalén [7].
– Proclamó su palabra ante los sacerdotes, no para pactar con ellos, sino para anunciar el fin de su poder. El pacto podía ser signo de Dios, y el mismo Dios había pactado con su pueblo, como sabe la tradición deuteronomista. Pero no todo pacto era bueno, y Jesús no quiso aliarse con los sacerdotes, pues no admitía su poder (ni los sacerdotes el suyo), sino que quiso implantar el Reino de Dios por encima del templo, como alianza y don, desde los pobres (cf. Mc 14, 24 par) [8].
– Elevó su gesto frente a Roma, no luchando en plano militar, sino ofreciendo ante el gobernador y sus soldados un modelo y camino de humanidad (de Reino). Desde una perspectiva eclesiástica moderna, Jesús podría, y quizá debería, haber propuesto un pacto a Roma, enviando delegados a Pilato, para decirle que venía desarmado y no quería (ni podía) ocupar militarmente la ciudad, ni provocar desórdenes externos, sino sólo cambiar la identidad y misión del judaísmo. Roma podría quedar al margen, Jesús no ocuparía su lugar… Pero Jesús no propuso ese pacto, ni ningún otro, pues él no quería tratados de poder, sino alianza de vida en gratuidad. No estaba dispuesto a pedir permiso para recibir del gobernador un tipo de poder que pudiera darle Roma, pues tenía y ofrecía una alianza más alta [9].
Estaba convencido de que Dios le enviaba para instaurar el Reino, conforme a su mensaje en Galilea. No vino para dominar sobre los demás, asentando su trono en Jerusalén, sino para que todo cambiara, en línea de Reino. Probablemente, en caso de que le recibieron podría volver a Galilea, porque el Reino era de todos (no exclusivamente suyo) y él no necesitaba hacerse jerarca superior en Jerusalén Lo que importaba era que el Reino que había sembrado se expandiera, posiblemente a través de sus Doce, por Israel y luego por el mundo entero. Así vino a Jerusalén con su doble propuesta.
– Propuesta social: entró como pretendiente mesiánico, en la línea de David, no para triunfar, ni apoderarse del reino, sino para que reinaran los suyos, los pobres y excluidos (no sólo en clave de poder, sino de comunión gratuita de la vida). En Cesárea de Felipe les había preguntado quién pensaban que él era, y Pedro había respondió diciendo que era el Cristo (Mc 8, 29), pero Jesús le contestó pidiéndole silencio y añadiendo que su proyecto no era hacerse rey (tomar el poder), sino hacer reyes a los otros (dar la vida por ellos). En esa línea se mantuvo y en esa entro públicamente, como Mesías/Rey, en forma pacífica, sin armas, como representantes del Reino de los pobres.
Propuesta religiosa. Tras subir como Mesías, anunciando y promoviendo el Reino a los pobres, vino al templo, para declarar, con un gesto nítido y preciso, que, siendo reyes, hombres y mujeres, todos eran sacerdotes y así podían relacionarse con Dios y perdonarse unos a otros, como sacerdotes (cf. Mc 11, 11-30). Esperó respuesta de Dios, pero fue ajusticiado, sin que sus discípulos le acompañaran. Vino para culminar la tarea mesiánica, en obediencia creyente, esperando la intervención de Dios, pero fue ejecutado, sin que Dios pareciera responder [10]
Notas
[1] A. Schweitzer supone que, tras esa doble equivocación, en Galilea y en Jerusalén (¡Jesús no ha vuelto como Hijo del Hombre!) hay que abandonar su esperanza de iglesia, manteniendo sólo su proyecto ético, su decisión a favor de los pobres y oprimidos del mundo, pero sin fe en una iglesia.
[2] Cf. A. Loisy, L’Évangile et l’´Eglise, 1902. Esta frase ha sido y puede ser interpretada de diversas formas que aquí no precisamos, limitándonos simplemente a ofrecer nuestra visión del tema, que se condensa, según verá quien siga leyendo en dos afirmaciones básicas. (a) Jesús anunció y preparó la llegada del Reino de Dios, pero no en la forma en que A. Schweitzer lo indicaba. (b) La iglesia que vino tras la muerte pascual de Jesús no puede entenderse en oposición al Reino de Dios, sino como promesa y principio de presencia histórica de ese reino, como seguiré indicando.
[3] Jesús se fundaba en la tradición profética y mesiánica de Israel, de forma que buscó y preparó la llegada del Reino de Dios en Galilea y Jerusalén, para este mundo, no para fuera o después. Ese Reino implicaba perdón y familia nueva, pan compartido y solidaridad (amor a los enemigos), desde los más pobres. Para una interpretación de Mt 10, 23, texto clave que Schweitzer interpreta de forma sesgada, cf. mi Comentario deMateo y también el de U. Luz, Mateo II, Sígueme, Salamanca 2001, 148-165.
[4] En contra de lo que dice A. Schweitzer, Jesús no subió a Jerusalén, pensando que Dios quería (necesitaba) su muerte expiatoria, para convertirle en Hijo de Hombre redentor sobre la tierra. No subió para expiar ante Dios los pecados de los hombres, sino para llevar hasta el final las implicaciones de su mensaje y camino concreto de amor/reino en este mismo mundo. No vino para que le mataran en gesto de expiación ante Dios), sino para ser fiel a su proyecto de comunión de vida, al servicio de los pobres y excluidos; así vino con sus Doce y con otros seguidores, para culminar su obra. No vino a morir (para expiar ante Dios y para que Dios le hiciera Hijo del Hombre en poder), sino para culminar su camino del Reino, sabiendo que podían matarle, pero confiando en el Dios de la vida.
[5] Cf. J. P. Meier, Del profeta como Elías al mesías real davídico, en D. Donnelly (ed), Jesús, un coloquio en Tierra Santa, Verbo Divino, Estella 2004, 105
[6] En perspectiva de poder (Realpolitik), Caifás y Pilato tenían razón; el movimiento de Jesús podía resultar peligroso para el orden establecido por sacerdotes y soldados. Pero las preguntas que Jesús había planteado eran más altas. Un agnóstico dirá que no sabemos lo que pasó en el interior de Jesús, ni lo que estaba detrás de su proyecto; hay lo que hay, y a él le mataron. Un defensor del orden establecido añadiráque Jesús fue un profeta falso (aunque quizá sincero), pues el orden debe mantenerse para seguridad del pueblo, y según eso le mataron con razón. Un creyente podrá decir queDios cumplió (aunque de otra manera) lo que Jesús había profetizado, resucitándole de la muerte, para iniciar con (por) él la llegada de su Reino.
[7] En la línea de Jesús, pero de un modo más amenazante, vendrá al Monte de los Olivos un judío de origen egipcio, acompañado por muchos seguidores, a quienes prometió la caída de las murallas de Jerusalén y la conquista de la ciudad; pero fue derrotado por el procurador Félix, entre el 52-60 d. C. Cf. Bell II, 13 5 y Ant XX, 8, 6; E. Schürer, Historia II, 594-595.
[8] Lógicamente, los sacerdotes no podrían aceptar un pacto eventual con Jesús, pues eso implicaría la superación (y abandono) del culto del templo: En caso de aceptar a Jesús, ellos deberían abandonar su poder sacral, para vivir simplemente como hijos de Dios y hermanos de los pobres.
[9] Roma sólo pactaba con sacerdotes o jerarcas, en línea de poder, no con gentes como este nazoreo. De todas maneras, Jesús no quiso provocar directamente a Roma, de manera que su entrada en Jerusalén, aunque cargada de pretensiones mesiánicas (¡todos los peregrinos judíos de Pascua celebraban la liberación de Egipto y esperaban el Reino de David!), fue pacífica. No sabemos si Pilato entendió la propuesta de Jesús, rey sin corona ni tropa, impulsando un movimiento mesiánico abierto tendencialmente a todos los pueblos.Pero, de hecho, un gesto como el de Jesús resultaba inicialmente peligroso para Roma
[10] Así acabó la historia del Jesús de la carne. Todo parecía terminado, pero todo estaba abierto en línea de fe, pues Dios no avalaba a los jueces y/o asesinos, sino al crucificado (y a los crucificados con él). No era Dios quien le había matado, pues Dios no mata, sino que es Vida y da vida a los que mueren, y en especial a Jesús.
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