Cómo anunciábamos, a comienzos del pasado mes de diciembre, el autor de este libro recientemente publicado por la Editorial San Pablo, nos ofrece una sorpresa, la posibilidad de ir, poco a poco publicando en esta página una serie de reseñas del libro que abran el apetito y las ganas de adentrarse en él…
«Dijo Dios: “Hágase”, y vio Dios cuanto había hecho. Todo estaba muy bien».
Génesis 1,3.
Parto de la razonable idea de que todo lo que existe en la Naturaleza, creado por Dios, este lo ama y lo bendice, incluida la sexualidad de la persona.
Dios nos creó sexuados. La sexualidad y el placer que conlleva es, sin lugar a dudas, el gran regalo de Dios hecho al hombre y a la mujer, creados por Él.
Desgraciadamente, dentro de la Iglesia y la tradición cristiana, dicha sexualidad se ha visto como un problema (un muy serio problema), en vez de como un regalo de Dios.
¿Cómo Dios ha podido darnos a las personas homosexuales el don de serlo y a continuación, negarnos su práctica? Esto es lo que predica la Iglesia.
La relación heterosexual, la sustentó en dos poderosas razones: que hombre y mujer pudieran expresarse su amor de modo total, emocional y físicamente y que a través de ese acto de amor se canalizase el modo de reproducirse.
¿Cuáles pudieran ser las razones de Dios para contemplar en su plan la creación de hombres y mujeres homosexuales? Hombres y mujeres con posibilidad de amar y ser amados, pero no de procrear con sus iguales.
Razón nº. 1:
Por extraño que pueda parecer, Dios glorifica a quienes no procrean, no tienen hijos.
En Isaías 56,4-5 se lee que a los que no puedan, u opten por no tener hijos, como María y José, pero sí amar y construir su vida junto al ser amado, «Dios les dará algo mejor que tener hijos o hijas», según la expresión del profeta. Ese «algo mejor» que tener descendencia va a ser nada menos que la gloria, siempre claro, que cumplan su voluntad.
En realidad, la «no procreación» queda definitivamente glorificada en María y José, y en el propio Jesucristo. Todos ellos incumplieron con el mandato divino de «creced y multiplicaos».
Razón nº. 2:
Jesús nace en el seno de una pareja no procreativa, que es la elección (obligada) de todo hombre o mujer que se une en pareja con un igual. Además, la mujer (María) tiene un hijo (el propio Jesús) de «otro padre» (el Espíritu Santo), o sea, tenemos una madre soltera, un padre que elige ser eunuco funcional y adopta a Jesús.
Madre soltera, padre eunuco funcional, hijo también eunuco funcional y matrimonio que queda sin descendencia. Este es el tipo de familia que Dios designa y escoge para la encarnación de Jesús. Realmente una familia muy singular y nada que ver con el patrón católico oficial, en dónde Jesús asume el destino de millones de hijos de matrimonios irregulares, de mujeres violadas y de hijos de parejas homosexuales.
En definitiva, si para Dios constituirse en familia es más que suficiente amar y hacer la voluntad de Dios, sin incluir la procreación, nos encontramos con que la familia formada por dos homosexuales va a ser del entero agrado de Dios.
Razón nº. 3:
La justificación del acto sexual por la sola procreación proviene de la filosofía estoica, no de la Biblia ni, ni de las palabras de Jesús. Es San Agustín quien recoge esta idea de tendencia pagana y la asume,
oscureciendo así la verdadera moral cristiana.
En el Génesis Dios manifiesta claramente que «no es bueno que el hombre esté solo». Esta afirmación la hace totalmente desligada del «creced y multiplicaos». O sea, dota a la persona de dos necesidades: la necesidad de intimidad-compañía y la necesidad de procrear. La imposibilidad de una no anula la posibilidad de la otra. A los heterosexuales, que no pueden procrear, no se les priva del acto unitivo-sexual. Igual consideración reclamamos para nosotros los homosexuales que, por razones obvias, tampoco podemos hacerlo.
Razón nº. 4:
La esencia del amor de Dios es la gratuidad. Esa es la esencia del amor homosexual. La mayor renuncia con que se van a encontrar los amantes homosexuales, es que su relación no tendrá descendencia. Así es como se gesta un amor plenamente gratuito. El amor entre dos iguales es la más cercana analogía al amor de Dios. Un amor que no puede nada, que no espera nada.
He ahí la grandeza del mismo y, al mismo tiempo, también hay que reconocerlo, la dificultad del mismo. El amor entre dos iguales solo podrá encontrar su fuerza, su permanencia, su crecimiento, si toma como referencia permanente el propio amor de Dios. Si lo logra será tan duradero, tan verdadero, como es el de Dios y, por tanto, Dios será su mayor sostén, su permanente aliento y alimento.
Podemos concluir que el amor que surge entre dos iguales realmente es un don gratuito de Dios, que lo otorga a los elegidos libremente por Él. A este amor, naturalmente, también pueden acceder los que, siendo heterosexuales, bien son estériles, o bien renuncian a la procreación. En uno de los dos apartados se encuentra la pareja de María y José. Y esto no es así porque sí. En Dios siempre hay una intención que abre posibilidades al amor. Esa posibilidad es el proyecto de Amor (con mayúsculas) más grande jamás imaginado. Para Dios todo es posible, si está abierto a la realización amorosa. La familia «diseñada», para que Él pueda encarnarse, dista del ideal de «familia cristiana». El verdadero acto de amor de María y José es el consentimiento pleno de ambos,que significa la posibilidad que Dios se haga hombre. Acto de amor inimaginable en ninguna otra religión o corriente espiritual. Dios, a través del ángel pide permiso (literalmente) a una mujer para poder encarnarse en ella. Precisamente a una mujer, ciudadana de segundo orden. Ella plantea sus dudas y el ángel la deja con total libertad de elección. ¡Todo el Plan redentor de Dios pendiente de la aceptación de una mujer!, todo queda en suspenso hasta que María asiente, da el permiso y comienza el prodigio. Solo el amor hace prodigios. Da igual a través de quién se manifieste ese amor: entre un hombre y una mujer (José y María), que no tendrás descendencia, o entre un hombre y un hombre o entre una mujer y una mujer que también ejerzan su sexualidad igualmente como culmen de su amor, también sin descendencia. ¿Puede aún haber dudas de que Dios bendice toda unión basada en el amor y que cumpla su voluntad, aunque esa unión no sea procreativa?
Razón nº. 5:
Dios para crear, no actúa de modo sexual. El potencial creativo de Dios proviene del amor. Él mismo es Amor y por tanto, el Amor es el que crea.
Las palabras de Platón, sin ningún tipo de matiz religioso, resumen con precisión lo expuesto en estas líneas: «aunque el amor entre dos hombres no engendre hijos, genera ideas bellísimas, arte y hechos de valores eternos».
Sexualidad no es igual a genitalidad. La rebasa, la supera, al ser una fuerza integradora de la personalidad, que permite la apertura al otro o a la otra.
El amor es el sentimiento con que Dios ha caracterizado y distinguido a toda criatura humana, con reproducción o sin ella. Esta sí que es una muy buena razón para que Dios haya contemplado la creación de seres homosexuales y, en definitiva, a los ojos de la Iglesia poco tendría que importar si la relación amorosa es o no reproductiva, recordando de nuevo que el cristianismo no se reproduce por la biología, sino por la conversión y que la única identidad que debería importar a la Iglesia, antes que ninguna otra incluida la identidad sexual, debería ser la de hijos de Dios, la que nos iguala y nos hace hermanos
Biblia, Biblioteca, Espiritualidad, Historia LGTBI
Biblia, Homosexualidad, Miguel Sánchez Zambrano, “Homosexualidad. Las Razones de Dios”
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