La vida.
Juan 11, 1-45
«Yo soy la resurrección y la vida»
Tras el signo del Agua (la samaritana) y el signo de la Luz (el ciego de nacimiento), Juan nos ofrece hoy el tercero de sus tres grandes signos, la Vida (Lázaro), y quizá sea una buena ocasión para pararnos a reflexionar brevemente sobre ella.
Cuando un niño se asoma a la vida, todo le parece extraordinario y maravilloso. No deja de sorprenderse por cada cosa nueva que ve o cada nueva sensación que experimenta. Luego crece y pierde su capacidad de asombro. Se amolda a la rutina de la vida, y no vuelve a preguntarse de dónde procede todo lo que ve, toca, imagina o siente; ni qué pinta él en este mundo… o si está aquí para algo…
Probablemente le espera una vida acelerada, impulsada por la inercia imparable del sistema, inmersa en mil ocupaciones que no le dejarán un instante para plantearse lo que más le atañe. Es posible que acumule mucho conocimiento y sea siempre un ignorante, porque la verdadera sabiduría no consiste en saber muchas cosas, sino en saber vivir. En saber vivir con sentido. ¿Y cuál es el sentido de su vida?
En el fondo, instintivamente, es la búsqueda de la felicidad lo que impulsa la vida de los seres humanos, pero no es tan sencillo encontrarla. La muestra la encontramos en quien la busca en lo inmediato y sensual, y encuentra vacío y angustia porque no puede ignorar lo eterno que hay en él. O en el extremo opuesto, en quien la busca a través de un apasionado compromiso con el deber y las normas, y acaba hastiado del permanente sometimiento a códigos y criterios que otros le han marcado.
Kierkegaard situa la felicidad en el abandono en manos de Dios. Según la mentalidad del “mahayana”, todos los desgraciados lo son por haber buscado su propia felicidad, y los que son felices, por haber buscado la felicidad de los demás. Nosotros, los cristianos, contamos con los criterios que nos legó Jesús para encontrarle sentido a nuestra vida y alcanzar felicidad: “¡Qué felices seríais si no os pudiese la ambición, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir, si trabajaseis por la paz y la justicia, si atendieseis la necesidad ajena, si fueseis francos y veraces!” …
Tenemos el mejor guía para vivir con sentido y alcanzar nuestro Destino, pero nadie puede relevarnos de la responsabilidad de marcar el rumbo de nuestra vida. Puede parecer una obviedad, pero esta tarea requiere hacernos conscientes de que estamos vivos; de que la vida es una aventura misteriosa e irrepetible que se puede estropear. Tampoco podemos ignorar nuestra condición de personas humanas dotadas de una concepción natural del bien y del mal, en posesión de una conciencia que nos interpela, unos valores que nos dignifican, una inteligencia que nos permite ser conscientes de nosotros mismos y un ansia evidente de trascender a la muerte.
¿Dejarnos llevar por la rutina, o coger las riendas de nuestra vida?… ése es el reto. Si se acepta, hay que romper la inercia, aparcar las prisas, desprogramarse y bucear en nosotros en busca de unas respuestas que aparentemente, sólo aparentemente, no necesitamos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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