La otra cuaresma
Cuando ayunar no es una opción
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliu de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 10/03/23.- Al llegar la Cuaresma, la Iglesia recuerda a sus fieles el deber de hacer penitencia, de manera más intensa, con el propósito de avanzar en el camino de la conversión y el obtener perdón de los pecados. Son, entre otros, el ayuno y la abstinencia dos instrumentos más que propicios para conseguirlo. Creo que no es necesario recordar el significado concreto que tienen estas dos prácticas; en todo caso, el diccionario de la Lengua lo explica de manera perfecta.
Es esta una práctica habitual que la Iglesia recomienda realizar a sus fieles durante el tiempo de Cuaresma. El objetivo concreto de hacerlo durante ese tiempo no es otro que llegar purificados a la celebración de la Pascua, la fiesta clave y fundamental de los cristianos. Se trata de cuarenta días, cronológicamente hablando, en recuerdo del tiempo que Jesús pasó en el desierto. Hago tal aclaración, porque, sobre todo, después de la última pandemia, eso de «cuaresma, cuarentena» no coincide con la realidad temporal de cuarenta.
Independientemente de cuántos puedan ser, numéricamente hablando, los que cumplen con esta práctica, lo que sí es cierto es que quienes deciden seguir la norma eclesiástica de privarse, durante la Cuaresma, de ciertas cantidades de alimentos en general y de abstenerse de comer otros, todos ellos deciden hacerlo libremente. Eso sí, a sabiendas de que, una vez acabada la celebración de la Pascua, podrán volver a las andadas, sin control en unos casos. Otros, en cambio, de manera más civilizada y habitual a como lo venían haciendo. Sin descartar que habrá unos terceros que acabarán convertidos de verdad; no lo vamos a negar. Lo que dicho en Román paladino significa que, en general, la mayoría acabará con muy poco o nulo propósito de enmienda de no volver a las andadas.
Si nos atenemos, dentro del mundo, a la sociedad rica, bien estante y opulenta, observamos que también se cumple con las exigencias de otra «cuaresma», asumidas libremente, claro, que tiene como finalidad conseguir otros objetivos. Estarían, en primer lugar, quienes, siguiendo las recomendaciones del facultativo de turno, optan por poner freno a ciertos excesos de comida y de bebida, si es que de verdad quieren conseguir recuperar la salud, demasiado deteriorada en algunos casos.
En segundo lugar, estaría la «cuaresma» de quienes se abstienen de cuánto haga falta y más, con tal de conseguir los cánones de belleza física impuestos por la moda social del momento. Para ello no escatiman ni las privaciones más dolorosas que les puedan llegar a imponer. A pesar, eso sí, de que, la mayoría de las veces, todo ello no les hace más felices, ni mucho menos. Más bien, en muchos casos, todo lo contrario. Pero es igual; han conseguido lo que pretendían: ser admirados y envidiados por una sarta de «borregos», muy débiles mentalmente, que acabarán pagando el pato. ¡Y de qué manera!
Hay que decir, en honor a la verdad, que estos últimos no solo desconocen la abstinencia, sino que practican de manera devoradora lo contrario de lo que ella significa. Consumen hasta la saciedad cuantos productos, materiales o no, les proponen quienes han conseguido introducirlos en el canon de belleza que a ellos les interesa. Productos que, según les dicen, no van a destruir su belleza exterior, a pesar de que interiormente les conviertan en auténticos adefesios y en verdaderas marionetas manipulables.
Por último hay unos terceros, de aquí, de allí, del otro lado y de más allá, este es precisamente uno de los efectos secundarios de la globalización, que ya llevan ayunando desde hace tiempo. ¡Y lo que les queda! Pero no porque así lo hayan decidido ellos, sino porque otros, que sí que sabemos quiénes son, aunque ellos no den la cara, se lo imponen sin más. Y mejor no meternos a indagar, porque podríamos correr la suerte de salir muchos o todos salpicados. Algunos, no sé cuántos, pertenecientes probablemente al sector de los que ayunamos y practicamos la abstinencia tal y como manda la Santa Madre Iglesia. Otros, a los sumisos al canon de belleza. Otros también a quienes piensan que ayunar es saludable; pero en la casa del vecino, no en la propia, claro.
Y si se me apura, algunos más, unos cuantos o muchos, a quienes piensan que «la vida es así, que han tenido mala suerte y, por tanto, qué lo vamos a hacer. Que, dado que la vida tiene estas cosas, les ha tocado a ellos: aguantar, que es lo que toca».
No estaría mal que, en estos momentos, todos, unos como creyentes en el mensaje de Jesús, otros como personas que conservan o conservamos aún un poco de buena voluntad, recordáramos las palabras del profeta Isaías (58, 6-12): «Más bien, el ayuno que yo quiero es que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos, ¡y que se rompa todo yugo! Ayunar es que compartas tu pan con quien tiene hambre, que recibas en tu casa a los pobres vagabundos, que cubras al que veas desnudo, ¡y que no le des la espalda a tu hermano!» .
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