· Introducción.
· 2. Algunas Mujeres en la vida de Jesús y en la Iglesia primitiva.
· 2.1. Mujeres en el Evangelio a) María, madre de Jesús – b) Mujeres en la vida de Jesús. b.1. Ana, la profetisa. b.2. La viuda de Naim. b.3. La mujer que lloraba y a quien Jesús le perdonó los pecados. b.4. María Magdalena, Juana de Cuza, Susana y otras mujeres que “acompañaban” a Jesús. b.5. La “mujer que tenía hemorragias”. b.6. Marta, la primera mujer que reconoció a Jesús como el Mesías. María, la discípula a los pies de Jesús. b.7. María Magdalena y la otra María, como las primeras personas (mujeres) que vieron a Jesús luego de resucitado. b.8. La hija de Jairo (Talita o Tabita).
· 2.2. Mujeres en los “Hechos de los Apóstoles” . a) “María, que se reunía para orar, y que recibió el Espíritu Santo en Pentecostés”. (Hechos 1,14). b) El caso de Tabita de Joppe: “Rica en buenas obras y limosnas” (Hechos 9,36) c) Lidia, la comerciante en púrpura y primera convertida de Filipos (Hch, 16.14) d) María, la madre de Marcos, en cuya casa se congregaba la comunidad (Hech 12,12). e) Las mujeres de Antioquía de Pisidia y de Tesalónica (Hechos, 13,50 y 17,4) -f) Juno o Junia: (la mujer a la que intentaron cambiar el nombre y el género) g) El caso de Febe, Diacona de Cencreas.
· 3. Conclusión.
1. Introducción.
Hace un tiempo propuse hacer un post sobre mi madre, fallecida hace veinticinco años.[1] Busqué amorosamente unas fotos, las organicé y las escaneé, para subirlas posteriormente. Luego, me propuse escribir unas líneas sobre su vida. Así fue que me encontré sorpresivamente con que tenía muy poco que decir acerca de ella.
Respecto de mi padre, he escrito dos largos posts en un blog, abarcando más de treinta páginas. [2] En relación con mi madre, sólo alcancé a escribir dos o tres párrafos en Facebook.
¿Acaso mi madre hizo menos de su vida que mi padre? ¿Valía menos mi madre que mi padre? Y yendo más allá, y pensando ya no mi madre sino las mujeres en general, ¿vale menos lo que ellas hacen que lo que ellos hacen? ¿Por qué la historia y la memoria los recuerda a ellos y no a ellas?
No es una cuestión de egos. Es una cuestión de qué valoramos como sociedad y como humanidad, y qué riquezas rescatamos de nuestra historia (mirando el pasado) y en nuestro presente.
En este Estudio sobre Conversaciones sobre Teologías Feministas habría para trabajar varios ejes:
–Las mujeres en el contexto histórico y eclesial de los siglos XX y XXI.
–Las mujeres y ministerios en las primeras comunidades.
–La mujer y Cristología.
–Las mujeres en el Concilio Vaticano II
–y finalmente, los Desafíos eclesiológicos y pastorales para una Iglesia sinodal.
Todos estos temas son apasionantes, necesarios, indispensables.
Por otra parte, no creemos posible hablar de un tema sin hacer referencia tangencial a otro. Por ejemplo, ¿cómo podríamos hacer referencia a “las mujeres y los ministerios en las primeras comunidades”, sin que, a su vez, se tuviera que exponer un nuevo enfoque sobre la Mujer y la Iglesia en la necesidad de rescatar esas memorias?
Ante la necesidad de elegir uno de los ejes antes mencionados, nos propondremos rescatar la memoria de las mujeres y sus ministerios en la Iglesia, recuperando así la memoria de aquéllas, invisibilizadas de la Iglesia en el pasado, y cuyo recuerdo podría servir de objetivo para la vida valiosa de muchas personas, con cualquier género u orientación sexual.
1. Algunas Mujeres en la vida de Jesús y en la Iglesia primitiva.
· 1. Mujeres en el Evangelio
¿Es posible rescatar la memoria de mujeres protagonistas en el Evangelio?
“La interpretación bíblica antifeminista practicada durante mucho tiempo y todavía vigente en parte, asume los datos bíblicos referidos a la mujer, que interpreta en la línea de la interpretación patrística y escolástica, llegando a afirmar la inferioridad, la subordinación, la sumisión o cuando menos la complementariedad de la mujer respecto del hombre. … (En cambio,) la teología feminista, con la ayuda de la más perspicaz exégesis bíblica, distingue en general entre el valor teológico de un texto y el modo de su enunciación, que está históricamente condicionado. En concreto, Letty Russell distingue entre la tradición como “parádosis”, como acción dinámica y liberadora de Dios en la historia, y el vínculo de las tradiciones históricas, como “escrito” históricamente condicionado… considerada como “parádosis”, la Tradición no es un bloque de contenidos que deban ser cuidadosamente conservados por la jerarquía autorizada, sino una acción de Dios que debe ser transmitida a los demás.” [3]
Por lo tanto, vemos que sí es posible realizar una interpretación no sexista del Evangelio, y realizar una búsqueda puntual de las mujeres que actuaron, tratando de escuchar en la distancia y en el tiempo cuál fue su voz y su deseo.
1. a) María la madre de Jesús:
María la madre de Jesús. María, de la cual se la recuerda, no por lo que haya hecho o pensado verdaderamente sino por sus atributos de Virgen y Madre. Quien escribió el Evangelio de San Lucas dijo: “María guardaba esas cosas cuidadosamente en su corazón”.[4]
Nos preguntamos por qué no escribió el autor que denominamos Lucas, acaso qué cosas personales guardaba María, de verdad en su corazón; o bien por qué no le dio voz a María para que las exprese.
María sí era la madre de Jesús. Pero aquello de Virgen, al menos técnicamente, incluye un error de traducción, dado que quien escribió el Evangelio de Mateo tomó como modelo un texto de Isaías donde, en hebreo, se utilizaba el término “Almáh” que quiere decir Joven núbil (y no el término “Betulá” que significa virgen en el sentido actual del término) y lo pasó al griego, con el término Parthenos (que abarca ambos significados), para que luego se volviera a traducir al latín por Virgo o Virgos y quedará entonces la idea de que María era necesariamente Virgen (“himen intacto”).
Este error de traducción es incluso reconocido en un documento de la Santa Sede (“Audiencia General de Juan Pablo II” de 1996): “Esta profecía, en el texto hebreo, no anuncia explícitamente el nacimiento virginal del Emmanuel. En efecto, el vocablo usado (almah) significa simplemente una mujer joven, no necesariamente una virgen. Además, es sabido que la tradición judaica no proponía el ideal de la virginidad perpetua, ni había expresado nunca la idea de una maternidad virginal. Por el contrario, en la traducción griega, el vocablo hebreo se tradujo con el término párthenos, virgen.” [5] que a renglón seguido lo considera un “hecho (un error de traducción) inspirado por el Espíritu Santo,” “misteriosamente”.
A partir de allí, durante dos mil años, uno de los principales recuerdos de la mamá de Jesús consiste en su consideración de que es Virgen y tiene el himen intacto. Es más, con el correr del tiempo se fue ajustando el concepto, y ya se consideró Virgen antes, en el momento y después del parto.
A su vez, se coloca a María como el modelo de todas las mujeres. María, Virgen y Madre.
Con ello, se la posiciona a María como inalcanzable, inmarcesible. Está tan arriba que ninguna mujer podría llegar a semejante distancia hierática, y por ende quedamos todas nosotras acá abajo, en el fango de no ser necesariamente vírgenes, y menos aún si somos madres o si aspiramos a una vida sexual normal y fructífera. En este sentido, el sexo ha quedado totalmente a un lado como posibilidad de crecimiento, creación y realización. Es más, guerras enteras se han dado, matanzas, quemas de personas, por la discusión por el himen de una extraordinaria mujer que seguramente no tenía la intención de que esto ocurriera.
Cuando pienso en María, prefiero cantarle a una mujer como yo, de carne y hueso, que vive y sufre, que tiene una pareja, una familia, una casa, y por ende lleva adelante todas las inextricables, no virginales y a veces confusas vicisitudes propias de una mujer común de antes y de ahora. Yo guardo las cosas en mi corazón, pero también las digo.
1. b) Mujeres en la vida de Jesús:
Es indispensable rescatar los nombres de innumerables mujeres que se mencionan como al pasar en los Evangelios. Pero aún antes de los nombres en sí mismos, nos interesa un detalle: los verbos utilizados, las imágenes descriptas, en relación con mujeres. Por ejemplo: “Y … estaba a los pies del Maestro”. Conforme lo hemos estudiado en el curso, “estar a los pies del maestro” significaba en realidad ser un discípulo, de la misma manera que los demás discípulos. Sólo que a los otros sí se los menciona y empodera, y a las mujeres no. También se utilizan las figuras “acompañaban” a Jesús y “lo atendían con sus bienes” (Lucas, 8,1).
A continuación, mencionaremos sólo algunas de las mujeres que “acompañaron” a Jesús, de la misma manera que sus “discípulos” lo acompañaron y sí merecieron el carácter de discípulo, la mención de sus nombres, su calificación de Santos y Padres, etc. Ellas, sólo fueron mujeres “acompañantes”. Ahora las rescatamos.
b.1. Ana, la profetisa:
“Había también una mujer de edad muy avanzada, llamada Ana, hija de Fanuel, de la
tribu de Aser. Tenía ochenta y cuatro años. Después de siete años de casada, había perdido muy joven a su marido y, siendo viuda, no se apartaba del Templo, sirviendo día y noche al Señor con ayunos y oraciones. Ella también tenía don de profecía. Llegando en ese mismo momento, comenzó a alabar a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.”
b.2. La viuda de Naim:
“Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naím y con él iban sus discípulos y un pueblo numeroso. Pues bien, cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un hijo único cuya madre era viuda. Una buena parte de la población seguía el funeral. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» Después se acercó hasta tocar la camilla. Los que la llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, te lo mando: levántate.» Y el muerto se sentó y se puso a hablar. Y Jesús se lo devolvió a su madre.” (Lucas, 7,12).
b.3. La mujer que lloraba y a quien Jesús le perdonó los pecados:
“Un fariseo había invitado a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se acostó en el sofá según la costumbre. En ese pueblo había una mujer conocida como pecadora. Esta, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, compró un vaso de perfume y, entrando, se puso de pie detrás de Jesús. Allí se puso a llorar junto a sus pies, los secó con sus cabellos, se los cubrió de besos y se los ungió con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es y qué clase de mujer es la que lo toca: una pecadora.» Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Simón contestó: «Di, Maestro.» «Un prestamista tenía dos deudores, uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?» Contestó Simón: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: «Juzgaste bien.» Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré a tu casa no me ofreciste agua para los pies; mientras que ella los mojó con sus lágrimas, y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste al llegar; pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies con sus besos. No me echaste aceite en la cabeza; ella, en cambio, derramó perfume en mis pies. Por esto te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que demostró. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.» Después dijo a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados.» (Lucas, 7,36)
b.4. María Magdalena, Juana de Cuza, Susana y otras mujeres que “acompañaban” a Jesús.
“Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas, predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres a las que había sanado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos” (Lucas, 8,1)
b.5. La “mujer que tenía hemorragias”:
Esta sufriente mujer que no es recordada por su nombre sino por el horrible término “hemorroísa”, es la protagonista de lo siguiente:
“Cuando regresó Jesús, lo recibió una gran multitud, porque todos estaban esperándolo…Mientras Jesús caminaba a casa de Jairo, la gente lo apretaba casi hasta ahogarlo. En ese momento, una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás. Había gastado en manos de los médicos todo lo que tenía y nadie la había podido mejorar. Tocó el fleco de la capa de Jesús y en el mismo instante se detuvo el derrame de sangre. Jesús preguntó: «¿Quién me ha tocado?» Como todos decían: «Yo no», Pedro expresó: «Maestro, es la multitud la que te aprieta y te oprime.» Jesús replicó: «Alguien me tocó; yo sentí que una fuerza salía de mí.» Al verse descubierta, la mujer se presentó muy temerosa y, echándose a sus pies, contó delante de todos por qué razón ella lo había tocado y cómo había quedado instantáneamente sana. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz.» …” (Lucas, 8,49)
“Muchas personas pasan por la misma experiencia de la mujer que sufría hemorragias. Se han agotado, su fuerza vital se ha consumido, han gastado todo su patrimonio sólo para ganarse la simpatía y el reconocimiento, el amor y la estima. Sin embargo, su condición se vuelve cada vez peor. Todo este dispendio de dinero no les ha permitido encontrar una amistad verdadera. No se puede comprar nuestro propio valor con dinero. […] Puesto que [Jesús] desprendía confianza, amor y simpatía, esta mujer consiguió encontrar el coraje necesario para decir toda la verdad. No podemos arrancar la verdad adoptando metodologías de diálogo, sino sólo si hemos creado una atmósfera de amor y confianza. […] «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal» Aquí se ha instaurado una relación verdadera. Jesús le desea la paz a la mujer y le da la esperanza de estar curada de su enfermedad. La mujer, tras haber experimentado su valor a través del encuentro, ya no puede sangrar. Al entrar en contacto con este hombre que la acepta sin reservas, se detiene su flujo de sangre, ya no tiene necesidad de continuar consumiéndose para ser aceptada y amada.” [6]
b.6. Marta, la primera mujer que reconoció a Jesús como el Mesías. María, la discípula a los pies de Jesús.
En un momento dado, mandaron a llamar a Jesús, avisándole que su amigo Lázaro estaba muy enfermo. Jesús se puso en marcha, pero igual llegó tarde. Lázaro había fallecido. Ahí estaban sus dos hermanas, Marta y María. En cuanto Marta ve a su Maestro, expresa en voz alta el pensamiento que por días ha estado atormentando a las dos hermanas: “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto”. Con todo, no ha perdido su fe y esperanza, pues añade: “Y, sin embargo, actualmente sé que cuantas cosas pidas a Dios, Dios te las dará”. Al instante, Jesús le dice algo que fortalece su fe: “Tu hermano se levantará” (Juan 11:21-23).
Ella contesta: “Yo sé que se levantará en la resurrección en el último día” (Juan 11:24). Entonces le dice Jesús a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.” (Juan 11,1).
Esta declaración es exactamente igual a la que hizo Pedro, cuando le dijo lo mismo, con las mismas palabras a Jesús. Y, sin embargo, conforme los Evangelios, se ha dispuesto todo para que valga más la declaración de Pedro (que le valió ser la “Piedra donde edificaré mi Iglesia”) que la de Marta. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Biblia, Jesús, Mujeres
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