“Aspiraciones”, por Dolores Aleixandre.
De su blog Un grano de mostaza:
Una mujer, centro de murmullos y comentarios
Escucho en las noticias que los chicos de Google han analizado a lo largo de un año cuál es la profesión más deseada por los habitantes de diferentes países, basándose en lo que escriben después de la frase: “Cómo ser…”. Parece ser que los españoles, por encima de todo, aspiramos a ser influencer. Es decir, que nos gusta que nos vean, nos copien y hablen de nosotros: así de claramente lo ha formulado, por ejemplo, la pareja del video de tik tok después de que él le arreara un bofetón a ella.
Dando vueltas a la importancia del “dar que hablar” me viene a la memoria una escena del evangelio de Marcos en la que una mujer se convierte en el centro de murmullos y comentarios y, precisamente por eso, la situación da un giro significativo. La influencer es en este caso la suegra de Pedro que estaba en la cama con fiebre; entra Jesús en la casa y desde el primer momento, la atención se centra en ella – “le hablan enseguida de ella”. Ni idea de si fue el yerno quejándose – “es una hipocondríaca pero no ha querido vacunarse, ya se ha metido en la cama…, a ver si puedes convencerla para que se levante a guisar, si no tendremos que pedir la comida a Glovo…” El resultado es que Jesús, influenciado por el comentario, toma cartas en el asunto y –según Marcos- “se acercó, la agarró de la mano y ella se levantó y se puso a servirles”.
Vamos a escuchar el relato de la propia influenzer para que nos cuente su propia versión actualizada:
“Además de la dichosa fiebre, la verdad es que estaba pasando una mala racha y, de haber tenido más fuerzas, me hubiera puesto a tararear lo de “Hoy no me puedo levantar” de Mecano. Se me había vuelto borrosa la frontera entre los síntomas de la gripe y la sensación sombría de que me estaba haciendo vieja: tenía fatal los huesos, empezaba a sentirme inútil, se me había quemado varias veces la comida, ya no acertaba a enhebrar la aguja y derramaba la sopa porque me temblaban las manos. Me estaba metiendo poco a poco en un bucle tóxico que me hacía imaginar murmuraciones siniestras a mi alrededor: “no hay que hacerle mucho caso, se está volviendo maniática”; “todo el día nos está dando la brasa con sus batallitas y sus achaques”; “mejor que se quede quieta y no haga más estropicios en la cocina”; “piensa que, como tiene una buena pensión, puede hacer lo que le dé la gana…”. Tengo que reconocer que en aquel momento, además de paracetamol, estaba necesitando Prozac.
Así andaban mis ánimos, por los suelos, cuando vi de pie delante de mi cama al nuevo amigo galileo de mi yerno. Me dijo su nombre y yo el mío, se sentó a la cabecera y empezó a preguntarme cómo me sentía, desde cuándo estaba fastidiada y qué remedios tomaba. Me contó que también a su madre le dolía la espalda y que le iba a pedir la receta de un ungüento que aliviaba la artrosis de las manos. Le dije que de joven yo había vivido cerca de su pueblo, en Séforis, y que allí había aprendido a hacer unas rosquillas riquísimas. Él también las había comido en Nazaret y quedamos en que se las haría algún día. Luego me preguntó si me sentía con fuerzas para levantarme, me sostuvo mientras lo intentaba y, mientras me iba incorporando despacio, él silbaba algo que dijo se cantaba en las fiestas de su pueblo. Luego me acompañó hasta la cocina y me dejó allí.
(Alandar , Febrero 2023)
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