Mt 25, 31-45.
Mt 25 31: Pues cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con él y dirá los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre. Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Este pasaje ofrece el compendio más significativo de la “moral” bíblica y de la revelación judeo‒cristiana, y lo desarrolla en forma de parábola y parénesis, no de dogma argumentativo. Es un pasaje que brota de la experiencia mesiánica de Jesús, a la luz del Antiguo Testamento, tal como ha sido vivido y formulado de un modo por el libro de Job y por otro por el evangelio de Mateo, conforme a la lectura de E. Hillesum:
‒ Este pasaje se funda en una experiencia teológico‒mesiánica, centrada en el hecho de que el Dios de Jesús se revela al fin como juez/salvador de todos, pues se ha identificado hecho con los hambrientos y los pobres, los exilados y enfermos, desnudos y encarcelados… l
Nosotros solemos preguntar: ¿Por qué “abandona” Dios a los que sufren, a millones y millones, condenados al hambre o a la cámara de gas por la maldad de otros “hermanos”?
Pero Dios nos pregunta: ¿Por qué me abandonais a mí...al abandonar a mis hermanos más pequeños…?
Entre las propuestas de respuesta que se han dado a esa pregunta destaca la judía E. Hillesum (1913-1943), condenada a muerte, en un campo de concentración:
Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: Que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos.
Ella sintió y dijo que Dios se ha encarnado y sufre en la entraña de de unos hombres y mujeres empeñados en matarle, y sufre de un modo especial en loscondenados al sufrimiento y a la muertesdescubriendo su más alta vocación, que es consolar al Dios doliente, desde una infame cárcel de muerte. Éste ha sido y sigue siendo un signo supremo de la misericordia, y sólo una mujer, como Hillesum, ha podido descubrirlo, para que también otros podamos compartir su ejemplo.
Te consolaré para que me consueles… Quiero hacerte feliz para que tú desde tu dolor que es amor supremo nos hagas felices a todos…
Esta es la tarea mayor que nos ha “pedido” Dios, al decirnos que la acompañemos en la obra de su creación: que le ayudemos y consolemos consolando a sus hermanos más pequeños en los que él mismo sufre (como puse de relieve en Comentario al Cántico Espiritual Juan de la Cruz B, 39(Editorial San Pablo, Madrid 2018).
Ciertamente, Dios nos consuela, sufriendo con nosotros, por nosotros, para acogernos en su amor resucitado. Pero nosotros debemos también consolarle, caminando a su lado en amor, muriendo incluso por él y con él, como Jesús (como E. Hillesum).
Muchas veces tenemos miedo, y queremos desertar de esta misión de consolar a Dios, pero Jesús nos invita a seguir, tomando su cruz (la nuestra, la de aquellos que sufren), para acompañar y “animar” de esa manera al mismo Dios, como dijo de forma admirable san Pablo, afirmando que él quería “completar” en su carne los sufrimientos de Cristo, que son los de Dios (Col 1, 24).
El Dios de Jesús nos saca externamente de este mundo, no nos quita el dolor, pero nos ofrece la certeza de que está con nosotros, con su misericordia, queriendo que le acompañemos, acompañando a los que sufren, como decía D. Bonhöffer, otro testigo y mártir del Holocausto nazi, hermano cristiano de E. Hillesum, la judía).
Hacer feliz a Dios, esa nuestra mayor felicidad… Eso significa que la “salvación” (felicidad) de Dios se identifica de un modo misterioso con el pan‒agua, la casa‒vestido y la palabra ofrecida a los necesitados.
En un sentido, el Dios de este pasaje final de la historia (Mt 25, 31-46) está al servicio de los hombres, a los que quiere acoger y liberar en su amor… pero en otro somos los los que tenemos que “liberar” a Dios, que consolar a Dios, visitarle…ofreciendo felicidad a sus hermanos más pequeños, los necesitados.
Este pasaje (Mt 25, 31-46), leído y vivido como hace E. Hillersum, condenada a muerte en un campo de concentraciòn, nos lleva hasta el interior del misterio de Dios... que no sólo quiere que seamos misericordiosos, haciéndonos felices…,sino que nos pide que le ayudemos, que le acompañemos, que le hagamos feliz… En un sentido muy hondo Dios mismo necesita de nuestro consuelo y compañía.
Ésa es la “felicidad de Dios”… la que nosotros le damos, haciendo felices a los hombres y mujeres necesitados, que son su presencia.
Estuve preso, estoy preso, nos dice Jesús, nos dice Dios… ¿Queréis venir a visitarme….?
Estuve hambriento, estoy hambriento… ¿Queréis darme de comer?
El mismo Dios hambriento, desnudo, preso…que nos pide un poco de felicidad…. Este es el tema clave de la tabla final de bienaventuranzas/bendiciones del Hijo del Hombre, esto es del mismo Dios, que
– Bienaventurados los hambrientos, porque serán alimentados; los sedientos, porque beberán hasta saciarse; los exilado porque serán acogidos: los desnudos, porque recibirán vestido; los enfermos y los encarcelados, porque serán visitados…
– Bienaventurado Dios… si nosotros le damos felicidad, haciendo felices a sus hermanos más pequeños, haciéndole feliz a él… Se decía y se dice que hacemos feliz a Dios al visitarle en su signo sagrado de la eucaristía, al amarle de todo corazón. Pero en un sentido aún más hondo hacemos feliz a Dios haciendo felices a los pobres, encarcelados, exilados… Como sabe una tradición rabínica judía, como supo Jesucristo, como dice Mt 25, 31-46
Todo esto lo digo, una vez más citando a E. Hillesum (1914-1943), judía holandesa, condenada a muerte, en un campo de concentración nazi. Ella encarna la “tragedia” de Job… sabiendo que Dios mismo es quien sufre, interpretando su dolor, el de Job, el de Dios, desde el evangelio de Mateo, que ella ha leído y releido, encarnado y aplicado, con pasìón de amor desde su raíz israelita. Así lo siente, así se siente. No interroga a Dios, ni le acusa, sino que le consuela, diciendo: “Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones
“Te ayudaré para que no me abandones”.
Así dice esta judía enamorada del Dios de Jesús, desde un campo de exterminio nazi, descubriendo su vocación de acompañar y de ayudar con su misericordia al mismo Dios de la misericordia. Ella ha sentido que el Dios de Job se ha encarnado y sufre en lo indecible en un campo de concentración donde hay hombres y mujeres empeñados en matarle (a ella, y a millones de judíos, por el simple hecho de ser distintos). De esa manera, en ese lugar, sabiendo que van a matarle (que quieren matar al Dios que sufre en todosy por todos), ella descubrsu más alta vocación, que es consolar
De esta manera dice y hace, ayudando y consolando en el campo de concentración a los condenados a muerte, ella que también está condenada, simplemente por ser judía fiel:
Te ayudaré Dios mío, te consolaré mi Dios… Quiero consolar a mis hermanos, tus hermanos, quiero consolarte a tí, que estás llorando y sufiendo por todos, crucificado de nuevo, muriendo en la cruz de Jesús y en la de todos los crucificados,hombres y mujeres… Quiero estar contigo, para así resucitar contigo…. porque tú eres la resurrección. Con todos y en todos sufres, a todos resucitas…
Muchas veces tenemos miedo, y queremos desertar de esta misión de consolar a Dios, pero Jesús nos invita a realizarla, tomando su cruz (la nuestra, la de aquellos que sufren), para acompañar y “animar” de esa manera al mismo Dios, como dijo de forma admirable san Pablo, afirmando que quería “completar” en su carne los sufrimientos de Cristo, que son los de Dios (Col 1, 24).
Conclusión:
En este contexto quier poner la famosa imagen de Christa, signo de todas las mujeres que sufren en y con la cruz de Jesús, mujeres hombres, todos los crucificados…
En este mismo contexto quiero citar la oración de D. Bonhöffer, teólogo cristiano aleman, condenadocomo E. Hillesum a la muerte en otro campo de concentración nazi:
Siendo infinitamente grande, no te encuentras infinitamente lejos, sino cerca de nosotros. Y cuando estamos derrotados, tú no quieres asentarnos en tu fuerza, sino en la debilidad de tu Hijo Jesucristo. Por eso… ya seamos justos o injustos, enfermos o fuertes en la vida, nos arrojamos completamente en tus brazos… ¿Cómo hundirnos en el fracaso cuando superamos con tu Hijo la prueba del desierto? ¿Cómo orgullecemos en el triunfo si llevamos con el Salvador la cruz de nuestras culpas? (D. Bonhöffer,Resistencia y sumisión 2018).
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