La ley del Talión nos impide tener entrañas de misericordia.
Mateo 5, 38-48
Soy María, discípula de Jesús de Nazaret desde hace unos meses. Me gusta escucharle, agazapada entre la multitud. Así puedo oír los comentarios de mis vecinos y percibo en sus rostros y en sus manos el eco que producen las palabras del Maestro. De este modo, voy aprendiendo a distinguir “el paño viejo del paño nuevo”, porque hasta hace poco tiempo, yo también pensaba como ellos.
Jesús se ha sentado sobre una roca, desde la que ve bien a la multitud que le rodea. Lleva un rato con los ojos cerrados. ¿Estará orando? ¿Esperará a que cese el clamor de la gente y los comentarios de todo tipo?
Hay una gran expectación, porque la última vez que predicó en esta zona la gente se alteró con sus palabras. Algunos dijeron que estaba loco y merecía ser apedreado, incluso le llamaron blasfemo. Pero un grupo de mujeres le pedimos ser sus discípulas y desde entonces le acompañamos día y noche.
Jesús hace un gesto de bendición y comienza a predicar:
– Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Con voz potente, ha subrayado cada una de las palabras. Mi vecino Caifás, el fariseo, exclama al oírle:
– Así se habla, Jesús ¡Has empezado bien! Es importante que recordemos, punto por punto, el código de la Alianza que nos dio Moisés [1] y las palabras del Deuteronomio: “No tendrás compasión: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”[2].
– Estoy de acuerdo, Caifás -añade Nicodemo-. No debemos olvidar que “El que maltrate a su prójimo será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo y diente por diente, es decir, recibirá lo mismo que le ha hecho al prójimo” [3]
Pero Jesús, tras un breve silencio, continúa:
– Pero yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra.
– ¡Tú no tienes nada que decir! – se oye gritar entre la multitud- Tenemos la ley del Talión para castigar con una pena que sea idéntica a la culpa.
Los murmullos suben de tono y se convierten en griterío, incluso algunas personas amenazan a Jesús.
Entonces recuerdo que mi abuela me explicaba cuando era niña que la frase “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”, era muy importante en el judaísmo. Era como un refrán que recogía la sabiduría de antaño y significaba que no cerráramos las entrañas a nadie, que diéramos siempre una segunda oportunidad. Mi abuela decía: si te cierran una puerta, abre otra; pero no cierres tus entrañas. Y me repetía que no me quedara en el sentido literal de esta frase, porque entonces alimentaba al agresor.
– A quien te pida, dale, y no rehúyas al que te pida prestado – seguía diciendo Jesús- Y la gente empezó a hacer comentarios a gritos.
– ¿No estarás insinuando que tenemos que dar algo a los extranjeros que ocupan nuestro país?
– ¿Dar a los pobres o a los pecadores? ¡Estás loco, Nazareno! No han recibido la bendición del Altísimo. No se comportan como deben.
– Prestamos con el interés que nos permite la ley. No es problema nuestro si la gente puede devolver el dinero del préstamo, o no.
– Desde niños nos han enseñado a amar a los nuestros ¿qué derecho tienes a provocarnos, diciendo que amemos a los enemigos?
En medio de ese griterío, Jesús alzó más aún la voz para decir: de este modo seréis hijos de vuestro Padre celestial. Y repitió de nuevo: para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Se notaba que a Jesús le cambiaba la expresión de su rostro al hablar de su Padre, de su Abba. Como si tuviera en sus entrañas unas palabras de fuego, que no podía contener.
Una mujer encorvada, exclamó desde lo lejos:
– “Ni quiera soy hija de Abraham ¿cómo voy a poder ser hija de nuestro Padre celestial?” Y rompió a llorar con desconsuelo.
Mucha gente se levantó para irse; rechinaban los dientes y rasgaban una esquina de su túnica para mostrar la rabia contenida y el desacuerdo total. Caifás, con su esposa y sus cinco hijos se alejaron; él iba diciendo entre dientes:
– ¡Nosotros somos hijos de Abraham, cumplimos la ley y no necesitamos más! Se ha vuelto loco. No volveremos a escucharle. Avisaré al Sanedrín.
Sólo nos quedamos un pequeño grupo alrededor de Jesús; había enfermos, mujeres, algunos niños y extranjeros que se habían acercado con curiosidad al oír el revuelo.
María Magdalena le dijo a Jesús que ella no podía amar a sus enemigos, porque eran muchos y le habían hecho mucho daño, pero deseaba vivamente ser hija del Padre. Y Jesús nos habló de que ser hijos e hijas del Abbá es un don que hemos recibido gratuitamente. No es el cumplimiento meticuloso de la ley lo que nos hace hijos e hijas. Y nos repitió, una y otra vez, que pidiéramos cada día, con confianza, que el Abba nos amplíe las entrañas de misericordia para que un día -ojalá- nos cupieran hasta los enemigos.
Nos fue hablando de la misericordia entrañable hasta que se puso el sol, entonces hicimos un gran círculo y oramos juntos, para que el Abba nos liberara de la ley del Talión, y pudiéramos acoger las semillas del Reino que Jesús nos ofrecía.
María, discípula amada.
[1] Éxodo 21, 23-25.
[2] Deuteronomio 19, 21.
[3] Levítico 24, 19-20.
Fuente Fe Adulta
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