Convivir en plenitud.
Mt 5, 38-48
«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian»
La antigua Ley es ley, es decir, un conjunto de preceptos dados por el Señor a Moisés para ayudar al hombre a salir del pecado y de todas las calamidades asociadas al pecado. La Ley garantiza —hasta cierto punto— el orden social y propicia la convivencia, pero no sana la maldad del corazón.
Lo de Jesús no es ley, es evangelio; buena Noticia. El evangelio pone al ser humano ante el amor del Padre y le invita a responder con el mismo amor hacia los demás, y este modo de entender las relaciones humanas nos muestra a los cristianos el camino para transitar por la vida.
El propósito último del texto de hoy —y el de tantos otros de Jesús— es invitarnos a caminar hacia la plenitud individual y colectiva; individual, porque esta forma de vivir nos humaniza y nos proporciona felicidad; y también colectiva, porque propugna una convivencia basada en la paz, la benevolencia y la ayuda mutua, y éste es el bien más preciado al que un colectivo humano puede aspirar. Toda sociedad, sean cuales sean sus creencias, se esfuerza en lograr la mejor convivencia entre sus miembros, pero hay dos formas distintas de hacerlo: una, al estilo del mundo, reprimiendo el mal, y otra, al estilo de Jesús, sembrando el bien.
La propuesta del mundo es la ley. Quien se salta la ley es perseguido y en su caso juzgado y condenado. Y esto está muy bien, y es necesario, pero refleja una sociedad todavía muy inmadura a la que le falta aún mucho trecho por recorrer. Además, la experiencia nos dice que la ley no es suficiente; que por ese camino nunca vamos a lograr una convivencia medianamente aceptable; que la convivencia solo se alcanza cambiando los corazones, es decir, sembrando en ellos unos valores que la propicien de forma natural.
La propuesta de Jesús es el Reino. Y el Reino, en palabras de Ruiz de Galarreta, se puede definir como «una sociedad de Hijos que solo amándose como hermanos podrá realizarse». El Reino se siembra. No crece por la fuerza del dinero o la presión del poder, sino por la fuerza interior de la Palabra. En el Reino todo es al revés: desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder. Para el mundo, el primero es el que más tiene; para el Reino, el primero es el que más sirve. Para el mundo, el más importante es el más dotado; para el Reino, el más importante es el más necesitado.
Lo más convincente de la propuesta de Jesús es que no nos exige huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Pertenecer al Reino no consiste esencialmente en renunciar a nada, sino en dirigirlo todo a crear humanidad. Ninguna dimensión humana está fuera de esa categoría esencial: medios para construir el Reino; para crear humanidad.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fe Adulta
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