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La Ley del Corazón.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Señor enséñame la ley,
la ley del corazón,
la que respeta al otro.
Una ley de amor que despierta
y no una ley que vigila.
Concédememe el ver el sufrimiento de mi hermano
sin negarme a mirarlo.
Concédeme el escuchar la llamada de mi hermano
sin negarme a responder.
Concédeme el tomar la mano de mi hermano
sin negarme a apretarla.
Señor enséñame tu ley.
Tu ley del corazón.
Tu ley de amor.

Perdón Señor por las faltas a tu ley.
Y sobre todo por la ley aplicada al pie de la letra.
Perdón por todas las leyes
que han puesto al hombre de rodillas,
las que lo han humillado,
las que le arrancaron a su padre, a su madre,
a su mujer y a sus niños.

Perdón por todas estas leyes inicuas,
por estas caricaturas de la ley
que todavía hoy dictan la ley.
Las que permiten castigar injustamente
a causa del color de la piel,
a causa de la extrañeza del nombre.
A causa de su orientación sexual.

Perdón por todas estas leyes infames
que todavía hoy
por toda la tierra,
en todas las naciones,
civilizadas o no,
crucifican al hombre.

Concédeme, Señor,
el vivir alrededor de mí
una ley que en tu nombre
libere al hombre,
una ley que ponga en pie al hombre.

*
Según Robert Riber

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”

*

Mateo 5,38-48

***

Deberíamos realizar un progresivo desarme intelectual, moral y religioso. No justificar lo injustificable. Creer en lo fuerza del amor Sacar de la eucaristía la certeza de curar nuestras heridas profundas. Quisiera detenerme en esta última idea; la fuerza terapéutica de la eucaristía como memoria. Cada vez que hacemos memoria de la muerte y resurrección de Cristo, el mismo Señor nos introduce, por el Espíritu, en la plenitud de su existencia pascual, donde se ha transformado por siempre en don ofrecido y alabanza perenne, incluido su humanidad. La memoria es un gran regalo del Creador y Redentor; nos permite recordar con gratitud el pasado, rememorar las grandes obras realizadas por Dios en favor nuestro, reanimar con atención y discernimiento el momento presente, insertarnos con vigor, esperanza y responsabilidad en lo historia de la salvación.

Durante la misa, cuando el sacerdote extiende las manos sobre el pan y sobre el vino, invoca al Espíritu Santo no sólo para que estos elementos se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino también para que nosotros, unidos con Cristo, nos transformemos en ofrenda agradable, capaces de comprometernos en la historia de la salvación por el reino de amor y de paz. En la eucaristía, el Espíritu actúa en nosotros para que nuestra memoria se cure de cualquier tipo de rencor resentimiento y se colme de recuerdos agradecidos. Uno de los frutos más preciosos es el vivir el presente can la máxima solicitud y caminar hacia el futuro con viva esperanza y fiel empeño como constructores de paz. En una memoria agradecida, moldeada por la espiritualidad eucarística, no cabe el rencor el odio, la venganza, la violencia. Conscientes de nuestra total dependencia de la gracia, pedimos “vivir en constante oración y súplica, guiados por el Espíritu”(Et 6,l8). Así crece en nosotros la “conformidad con la voluntad de Dios”, aceptamos las cosas como desafío y kairés, como don e invitación para corresponder desde la Fe a nuestro empeño de ser testigos de la paz. La memoria agradecida de lo que Cristo ha hecho por nosotros se convierte en un medio formidable para transformar nuestras eucaristías en una ocasión donde nos revestimos con las armas de la paz, verdad y justicia.

*

Bernard Häring – V. Salvolcli,
Nón violenza. Per osare la pace,
Padua 1992, 26ss.

***

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , ,

“Cordialidad”. 19 de febrero de 2023. 7 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 38-48.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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14_7-TO-A_1655813No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras conmovedoras.

Pero se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.

Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.

Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.

Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación, ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.

Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones. Sin embargo, la cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.

La cordialidad ayuda a liberarnos de sentimientos de indiferencia y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.

Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no solo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que revelan su estilo de ser: «Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?».

José Antonio Pagola

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“Amad a vuestros enemigos” . Domingo 19 de febrero de 2023. 7º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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15-ordinario7 (C) cerezoLeído en Koinonía:

Lv 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Salmo responsorial 102:  El Señor es compasivo y misericordioso
1Cor 3,16-23: Todo les pertenece, ustedes de Cristo, y Cristo de Dios
Mt 5,38-48: Amen a sus enemigos

Todos estamos llamados por Dios a ser santos, a ser perfectos, como el mismo Padre lo es; y el camino para llegar a la plena santidad es el amor: amor a Dios y a los hermanos, amor a los que sufren, amor a sí mismo, a la familia, amor a la naturaleza, al cosmos-caos entero.

Las tres lecturas de hoy podría considerarse que están centradas en el tema de la «santidad por el amor».

La primera lectura, un fragmento del «código de santidad» del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad mediada por la responsabilidad con el prójimo; es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás es como ciertamente somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.

Pablo, en la primera carta a los Corintios, considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu. Con ello está diciendo que cada persona es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo del cual habla Pablo es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada ha sido escuchada y ha surtido efecto. La intención, entonces, de Pablo es advertir a sus oyentes de los peligros que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros se encarnan en aquellos que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje de Pablo es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo en donde habita Dios son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera Pablo supera la reducción de la presencia viva de Dios a una construcción, a unas paredes o a un “lugar” específico de culto. Son las personas el lugar verdadero donde debemos dar culto a Dios; son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que, siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.

El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado en esta sección del evangelio de Mateo: el amor. Este amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo (Lv 19,18) que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo, o los de mi etnia, o a mis compatriotas, o a los que me aman, sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor, o incluso parecerían merecer mi desamor. Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley antigua del Talión («ojo por ojo, diente por diente», que ya era una manera primitiva de limitar el mal de la venganza), sino en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.

Como seres simbióticos que somos, que no podemos vivir nuestra vida aisladamente, sino que incluso para llegar a ser necesitamos de la convivencia, la compañía, el diálogo… la dimensión moral nos es de inevitable abordaje. No podemos convivir sin alimentar y suavizar continuamente los límites de nuestras relaciones. No hay sociedad humana sin moral, sin derecho, sin ley, sin normas de convivencia. Por su parte, la dimensión religiosa no podría no incluir esa dimensión esencial.

En el Primer Testamento vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es un primer estadio de la moral.

El Evangelio da un salto hacia adelante. Parecería no estar preocupado tanto por los límites cuanto por el «pozo sin fondo» que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien. Con el Evangelio en la mano, no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, simplemente omitiendo el mal, porque podríamos estar pecando «por omisión del bien». Y, como dice santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta de algún modo inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más radicalidad. Es típica del Evangelio la propuesta del amor a los enemigos, el amor humanamente más inasequible y racionalmente más difícilmente justificable.

No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que en la historia de las religiones el cristianismo se ha hecho famoso como la religión que más ha organizado la práctica del amor, y por el hecho de que su presencia va acompañada siempre con las «obras de caridad» (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, leprosarios, atención a los pobres, a los excluidos…) que le son características. ¿Pero bastará el amor?

¿Y la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística… dónde quedan?

Obviamente, no estamos ante una alternativa amor-caridad/espiritualidad-mística, y los grandes santos de la caridad han sido también grandes místicos. No se trata de una alternativa (o una cosa o la otra), sino de una conjunción necesaria: las dos cosas. Porque las dos se interpenetran perfectamente. De hecho, el santo también es un «contemplativus in caritate», vive la contemplación en el ejercicio de la caridad. La Espiritualidad de la liberación acuñó la famosa fórmula: «contemplativus in liberatione»… como un perfecto ensamblaje entre acción y contemplación, práctica moral y mística.

En realidad, cuando se vive la mística, la moral brota espontáneamente. Sin duda, el cristianiso está desafiado a cambiar su modo de acceder a lo moral, que no ha de ser ya tanto un acceso directo, «moralizante», insistiendo en los preceptos y sus amenazas o castigos, cuanto en un acceso indirecto, por la vía de la mística, de la experiencia mística, que no deja de ser la experiencia misma del amor.

El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario se aproxima, abrió un panorama hasta entonces inusitado, el de la «universal llamada a la santidad», una santidad que anteriormente muchos cristianos consideraban reservada a los considerados entonces «profesionales» de la santidad (los monjes, los religiosos, el clero…pero no el común de los fieles. Leer más…

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Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos (Dom 19.2.23)

Domingo, 19 de febrero de 2023
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4F44E59E-A8EA-4684-8968-B150C6389E65Del blog de Xabier Pikaza:

Éste evangelio (Mt 5, 38-48) es el  la carta magna de la iglesia. Empecemos leyendo  Quizá el simple texto sea suficiente.

Sigan  pensando conmigo aquellos que tengan más preguntas:  ¿Perdona Dios a sus enemigos? ¿Tendrá que cerrar por eso el  infierno? ¿Seguirá siendo nuestro Dios si sólo le necesitamos para librarnos de la condena?

Y en otro plano, para cumplir este evangelio: ¿Deberán los soldados licenciarse, los jueces cerrar los juzgados,los ricos compartir sus riquezas  y todos perdonarnos, abriendo un espacio de amor para amigos y enemigos? ¡Parece imposible! Y, sin embargo,  eso es la iglesia. Todo lo demás es secundario Me dirás que es imposible. Te responderé con Mateo y Tertuliano: Es imposible, pero con la ayuda de Dios hay que hacerlo.

Aquí nos trae Jesús, aquí nos deja, con este evangelio:  Quien ama al  enemigo, ése es de Dios como Jesús. Quien no ama no es  iglesia por muy de iglesia que se crea.

 Carta magna de la Iglesia  

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”

No hay quizá palabras más hirientes ni más duras (no resistáis al mal, amad a vuestros enemigos), de manera que en general las invertimos: ¡resistid al mal, oponeos a vuestros enemigos! Así pedimos a Dios cada día, haciendo la señal de la Santa Cruz: de nuestros enemigos líbranos Señor!

  En   esa línea, Joachim Jeremías, en su Sermón de la Montaña (Palabras de Jesús,  Madrid 1968), decía que estas palabras no pueden cumplirse, pero que  están bien colocadas , para recordar que somos pecadores (y pedir perdón aDios)…, a no ser que las entendamos como “ética del ínterin” (A. Schweitzer), para decirlas solo en el trance final, cuando todo acaba, y no hay ya más tareas que cumplir en este mundo.

F. Nietzsche decía también que estas palabras no pueden cumplirse, que sólo las cumplió un Jesús, pero que le crucificaron por ello. La Iglesia posterior (sigue diciendo Nietzsche) no sólo no ha cumplido esas palabras, sino que las subvertido, haciendo lo contrario a lo que ellas dicen, proclamando de hecho el odio (o, quizá dicho, el resentimiento), contra los enemigos, por no atreverse a luchar abiertamente contra ellos.

E8EFD9BC-F605-4BA6-B287-96C9F85A7677Éste es un tema que se ha discutido en la iglesia desde dos perspectivas. (a) En la línea de, un clásico del judaísmo moderno(J. Klausner,  Jesús de Nazaret,Barcelona 1974)  afirmaba que unos mandamientos como éstos (no juzgar, amar al enemigo) son antinaturales, están bien como utopía, pero no pueden cumplirse en la vida pública, pues la  justicia social exige que nos opongamos a los malos/males incluso con violencia, conforme a los principios de la guerra justa).

(b) En una lìnea distinta, otros  defienden el valor de estas palabras, pero preguntando:¿Pueden compaginarse con la historia de violencia de una Iglesia que ha empleado su  poder militar y judicial (con inquisiciones ad hoc) no sólo para “resistir al mal” (en contra de Jesús), sino para imponer la pretendida verdad del evangelio con violencia sobre el mundo?  Dejo esas preguntas en el fondo para comentar directamente el texto  en la línea de mi (Comentario de Mateo, VD, Estella 2017).

6E37D53B-01B9-424A-A796-F4292AE438DBSobre la ley antigua (ojo por ojo y diente por diente, 5, 38) se eleva una nueva revelación (profundización e inversión de esa ley), que se expresa en un principio general (no resistáis al mal/malo: 5, 39a), con tres aplicaciones socio-políticas (5, 39b-41: poner la otra mejilla, añadir la capa al que exige la túnica, acompañar dos millas en vez de una) y otra económica (5, 42: dale al que pide y presta al necesitado).

La ley regula el orden social, utilizando la violencia “legítima”.Más que ordinatio rationis (ordenamiento de razón) es ordinatio potentiae, regulación del poder. Ciertamente, consigue un orden, pero lo hace por la fuerza. Así actúa con poder, por un talión (ojo por ojo) que impone su control, pero teniendo que oponerse al mal de un modo violento, impidiendo que pueda propagarse de manera incontrolada.

La Ley no cree en la bondad, ni en que el hombre pueda superar la violencia a través de una gracia superior, sino que utiliza para ello otro tipo de violencia, para castigar de esa manera a los trasgresores. En contra de eso, la nueva revelación apodíctica de Jesús, cuando dice no os opongáis al mal (malo, ponêrô), supera ese principio de violencia desde un plano superior de gracia.

La primera obligación de la Ley era oponerse al malo (injusto), a fin de que los justos pudieran vivir tranquilos, elevando así una especie de cerca o valla en contra de los transgresores, para que los legales vivieran protegidos dentro de ella. Pues bien, Jesús ha querido derribar esa valla, abriendo un espacio de vida más allá de las leyes político-judiciales violentas, renunciando así al talión, es decir, al principio de resistencia violenta frente al ante el malo, sin la cual no puede darse justicia legal sobre la tierra.

En esa línea, superar unilateralmente la violencia significaría dejar que la sociedad humana se destruya, pues sin talión no hay justicia legal el mundo. Pero la iglesia o comunidad de Jesús se sitúa por encima de la ley (talión), creando un vacío social que sólo puede superarse por testimonio y camino de gracia. En ese nivel superior se sitúa la iglesia.

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‒ El talión es unívoco y claro, como  la ley: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea, en equilibrio de juicio moralista. Puede admitir un tipo de utopía, pero mientras tanto defiende lo que existe. No quiere cambiar el mundo, sino mantener el orden de lo que hay, pues sólo Dios podrá cambiarlo, cuando él quiera. No transforma a las personas, sino que regula su conducta, manteniendo de esa forma lo que existe.

Jesús abre para sus seguidores (para su iglesia) un camino de gratuidad, por encima de  la Ley, para superarla, pues ha llegado el tiempo mesiánico del Reino, como ordenamiento de gracia (ordo gratiae). Jesús sabe que hombres que amenazan a otros con su violencia, pero no les responde con otra violencia, no les expulsa ni mata (como mala raíz que debe arrancarse de la tierra; cf. Mt 13, 28-29), sino que se eleva de plano, para transformarles con su testimonio de gracia.

 Toda regula el orden social por la fuerza, utilizando para ello una “violencia legal”, conforme al talión (ojo por ojo) que se impone por la fuerza, oponiendo una violencia legal sobre la ilegal, para hacer así posible la vida, en un mundo amenazado de muerte. En esa línea, la iglesia de Jesús sería un “ordo violentiae” o, mejor dicho, un “ordo potestatis”, un ordenamiento de poder jerárquico, donde unos superiores (representantes de la ley) imponen su orden (orden) sobre los otros [1].

Pues bien, en contra (o, mejor dicho, por encima) de esa ley, al decir no resistáis al Mal, esto es, al Malo, Jesús, desborda los supuestos de una ley (israelita o no), cuya primera obligación es mantener el orden y oponerse al mal (al malo, injusto), con la fuerza, para que los justos puedan mantenerse, viviendo protegidos por la valla de la justicia. En un primer nivel, el talión de la justicia parece necesario: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea al servicio de la ley (es decir, del orden de la fuerza, en la línea del mejor derecho “romano”, que muchos definen sin más como “derecho natural”, suponiendo que es anterior a la “justicia de la gracia”, tal como Jesús la ha formado y plasmado en su iglesia.

Gran parte de la iglesia posterior, desde el siglo IV en adelante, ha postulado y colocado en su base el “orden jurídico romano” que se identifica se identifica en el fondo con la de talión (ojo por ojo, diente por diente) Jesús ha querido superar en el Sermón de la Montaña. Pues bien, en contra de Jesús afirma que el mal no puede superarse con otro mal equivalente (pero justo), pues manteniéndonos en esa línea de equivalencia entre delito y castigo,  plano de acción y reacción, seguimos manteniéndonos en un plano de violencia,  dominados por el Malo, como supone el Padre-nuestro (Mt 6,13 ) al pedirnos que superemos ese plano de equilibro de violencia.

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“De la venganza al amor”. Domingo 7 Tiempo Ordinario. Ciclo A.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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que-es-perdonar-L-CpfDiRDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias (asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.

Generosidad frente a venganza

Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. 

            El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad del patriarca Lamec, que anuncia a sus mujeres: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (si me hieres, te mato) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse.

            En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde:

Que un dios o un mortal venga sobre ellos…

− ¿Cómo juez o como vengador?

− Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”.

− Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego?

− ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal?

            Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recu­rre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús.

            De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega.

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Amor al enemigo

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

            El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»).

            Es ciertos que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero esta interpretación es demasiado benévola.

            El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en todas partes del mundo, especialmente en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.

            Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman?

            No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».

Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18)

El Señor habló a Moisés:

Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”.

            La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad.

El Salmo 102

            El tema de la bondad de Dios es fundamental en este Salmo, del que la liturgia recoge algunos versos. El Dios que nos perdona, compasivo y misericordioso, es el mejor ejemplo y estímulo para amar y perdonar al prójimo.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. 

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. 

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. 

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles. 

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Domingo VII del Tiempo Ordinario. 19 febrero, 2023

Domingo, 19 de febrero de 2023
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Amad a vuestro enemigos,

haced el bien a los que os aborrecen

y rezad por los que os persiguen y calumnia”.

(Mt 5, 38-48)

¡Casi nada! Si hasta nos cuesta ceder el asiento en el autobús o dejar pasar a alguien con prisa en la cola del mercado. Y es que, además de que nos cuesta esto de hacer el bien tan gratuitamente, además de eso, no está bien visto. Si vas por la vida devolviendo bien por mal acabas pareciendo un idiota integral.

Dan ganas de decirle a Jesús: “-Mira, con ese programa no se va a apuntar nadie. Mejor será que pongas los pies en el suelo y bajes el nivel”.

Y estoy segura de que a lo largo de la historia más de una persona lo habrá pensado así e incluso habrá tratado de convencer a Jesús. Seguro que sus primeros discípulos algo le dirían. Pero no hizo caso. Y no solo propuso este programa, sino que vivió de acuerdo con él. Se dejó matar por él.

Y a lo largo de la historia otras muchas personas han hecho lo mismo. Hasta aquí la cosa está bien. Porque Jesús era Dios, y todos los demás santos.

Pero no queda ahí la cosa. Hoy, en más de un país, alguien como tú y como yo, un cristiano sencillo cree esas palabras y las está viviendo.

Ahora mismo hay personas cristianas, en países en guerra de mayoría islámica, que atienden en sus hospitales a musulmanes heridos.

Sí, también ahora, en nuestros días hay una lista interminable de mártires cristianos que mueren. Muchas veces torturados, sin renunciar a su fe. Perdonando a sus verdugos, amando.

El amor por los enemigos no es cosa de idiotas, es de personas valientes y generosas. Hay personas (las ha habido siempre) que saben que el odio solo genera odio. Que saben que solo el amor rompe la espiral de violencia. Solo el perdón nos devuelve la dignidad y nos hace crecer como personas.

Cada gesto de odio, de rechazo, de violencia o de rencor, nos deshumaniza. Hace más inhóspito el mundo. Y menos posible la convivencia. Pero de la misma manera. Cada gesto de perdón, de paz, de generosidad o de entrega contribuye de manera eficaz a crecer en humanidad.

Oración

Gracias, Trinidad Santa, por el testimonio valiente de nuestras hermanas cristianas perseguidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Se ha dicho a los antiguos.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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DOMINGO 7 (A)

Mt 5,38-48

El domingo pasado hacíamos un análisis general sobre las propuestas del evangelio. Hoy vamos a analizar cada una de las cinco advertencias sobre temas muy concretos.

También decíamos que todo cristiano debía estar haciendo siempre un análisis serio de la segunda parte y estar dispuesto a ir más allá. De ahí el «pero “yo” os digo…». Al decir “yo” no me estoy arrogando ninguna superioridad; tú puedes decir lo mismo.

Habéis oído que se dijo: no matarás. Jesús dice: todo el que esté peleado contra su hermano será procesado. No cabe duda de que es una visión mucho más profunda que la anterior, pero debemos ir mucho más allá de esa propuesta.

Pero “yo” os digo: no se trata solamente de no hacer ningún daño al otro, ni siquiera ignorarle y no hacerle caso. Debo estar dispuesto a hacerle todo el bien que pueda. Quedarme sólo en lo negativo no expresa bien la intención y el deseo de Jesús.

Se dijo: no cometerás adulterio. Jesús dijo: el que mira a una Mujer deseándola en su corazón, ya ha cometido adulterio. No olvidemos que el precepto de no cometerás adulterio del AT, no tiene nada que ver con la sexualidad o con el amor, sino con la propiedad privada. El texto dice: no desees la mujer de tu prójimo ni su buey ni su casa ni nada que sea de él. La propuesta de Jesús está hecha desde esa perspectiva.

Pero “yo” os digo: la relación de pareja debe estar fundada en un amor recíproco. Debemos superar la idea de que el marido es propietario de la mujer y que debemos respetar esa propiedad. En este tema nos queda mucho por andar. No podemos esperar que Jesús haya dicho la última palaba porque estaban en otra perspectiva.

Habéis oído que se dijo: no juréis en falso. Jesús dijo: no juréis en absoluto; a vosotros os basta decir sí o no, lo que pasa de ahí viene del maligno. Poner a Dios como testigo, o cualquier otra cosa sagrada para no pronunciar el nombre de Dios es un abuso de todo lo sagrado. Por eso “yo” os digo: Conformaos con la verdad. La confianza mutua se debe apoyar en la autenticidad. Si necesita apoyo externo, demuestra su debilidad.

Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente”. Jesús dijo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’ ya era una norma de justicia muy avanzada, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Jesús dio un gran paso hacia la verdadera justicia que nace del amor. Tenemos asumido que la meta es la justicia, “ojo por ojo”. La racionalidad al servicio del ego y la justicia romana nos impiden comprender el mensaje cristiano.

Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Incluso se considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario.

Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas las fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia.

Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se está haciendo un daño a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud.

Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor, para comprender este amor, está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto, no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano.

Hay que aclarar que la frase “aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra en la Escritura. Pero si tenemos en cuenta que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El resto era siempre el “enemigo” que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.

Pero “yo” os digo: En realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que, por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.

Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que, todo lo que hemos llamado amor no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia, ni filosofía ni moral, ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar.

Enemigo es el que agrede, no el que sufre la agresión. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta igual. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos.

Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. También muestra la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual sin distinción alguna. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante.

Fray Marcos

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Convivir en plenitud.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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Mt 5, 38-48

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian»

La antigua Ley es ley, es decir, un conjunto de preceptos dados por el Señor a Moisés para ayudar al hombre a salir del pecado y de todas las calamidades asociadas al pecado. La Ley garantiza —hasta cierto punto— el orden social y propicia la convivencia, pero no sana la maldad del corazón.

Lo de Jesús no es ley, es evangelio; buena Noticia. El evangelio pone al ser humano ante el amor del Padre y le invita a responder con el mismo amor hacia los demás, y este modo de entender las relaciones humanas nos muestra a los cristianos el camino para transitar por la vida.

El propósito último del texto de hoy —y el de tantos otros de Jesús— es invitarnos a caminar hacia la plenitud individual y colectiva; individual, porque esta forma de vivir nos humaniza y nos proporciona felicidad; y también colectiva, porque propugna una convivencia basada en la paz, la benevolencia y la ayuda mutua, y éste es el bien más preciado al que un colectivo humano puede aspirar. Toda sociedad, sean cuales sean sus creencias, se esfuerza en lograr la mejor convivencia entre sus miembros, pero hay dos formas distintas de hacerlo: una, al estilo del mundo, reprimiendo el mal, y otra, al estilo de Jesús, sembrando el bien.

La propuesta del mundo es la ley. Quien se salta la ley es perseguido y en su caso juzgado y condenado. Y esto está muy bien, y es necesario, pero refleja una sociedad todavía muy inmadura a la que le falta aún mucho trecho por recorrer. Además, la experiencia nos dice que la ley no es suficiente; que por ese camino nunca vamos a lograr una convivencia medianamente aceptable; que la convivencia solo se alcanza cambiando los corazones, es decir, sembrando en ellos unos valores que la propicien de forma natural.

La propuesta de Jesús es el Reino. Y el Reino, en palabras de Ruiz de Galarreta, se puede definir como «una sociedad de Hijos que solo amándose como hermanos podrá realizarse». El Reino se siembra. No crece por la fuerza del dinero o la presión del poder, sino por la fuerza interior de la Palabra. En el Reino todo es al revés: desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder. Para el mundo, el primero es el que más tiene; para el Reino, el primero es el que más sirve. Para el mundo, el más importante es el más dotado; para el Reino, el más importante es el más necesitado.

Lo más convincente de la propuesta de Jesús es que no nos exige huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Pertenecer al Reino no consiste esencialmente en renunciar a nada, sino en dirigirlo todo a crear humanidad. Ninguna dimensión humana está fuera de esa categoría esencial: medios para construir el Reino; para crear humanidad.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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La ley del Talión nos impide tener entrañas de misericordia.

Domingo, 19 de febrero de 2023
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love_enemyMateo 5, 38-48

Soy María, discípula de Jesús de Nazaret desde hace unos meses. Me gusta escucharle, agazapada entre la multitud. Así puedo oír los comentarios de mis vecinos y percibo en sus rostros y en sus manos el eco que producen las palabras del Maestro. De este modo, voy aprendiendo a distinguir “el paño viejo del paño nuevo”, porque hasta hace poco tiempo, yo también pensaba como ellos.

Jesús se ha sentado sobre una roca, desde la que ve bien a la multitud que le rodea. Lleva un rato con los ojos cerrados. ¿Estará orando? ¿Esperará a que cese el clamor de la gente y los comentarios de todo tipo?

Hay una gran expectación, porque la última vez que predicó en esta zona la gente se alteró con sus palabras. Algunos dijeron que estaba loco y merecía ser apedreado, incluso le llamaron blasfemo. Pero un grupo de mujeres le pedimos ser sus discípulas y desde entonces le acompañamos día y noche.

Jesús hace un gesto de bendición y comienza a predicar:

– Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

Con voz potente, ha subrayado cada una de las palabras. Mi vecino Caifás, el fariseo, exclama al oírle:

– Así se habla, Jesús ¡Has empezado bien! Es importante que recordemos, punto por punto, el código de la Alianza que nos dio Moisés [1] y las palabras del Deuteronomio: “No tendrás compasión: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie[2].

– Estoy de acuerdo, Caifás -añade Nicodemo-. No debemos olvidar que “El que maltrate a su prójimo será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo y diente por diente, es decir, recibirá lo mismo que le ha hecho al prójimo” [3]

Pero Jesús, tras un breve silencio, continúa:

– Pero yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra.

– ¡Tú no tienes nada que decir! – se oye gritar entre la multitud- Tenemos la ley del Talión para castigar con una pena que sea idéntica a la culpa.

Los murmullos suben de tono y se convierten en griterío, incluso algunas personas amenazan a Jesús.

Entonces recuerdo que mi abuela me explicaba cuando era niña que la frase “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”, era muy importante en el judaísmo. Era como un refrán que recogía la sabiduría de antaño y significaba que no cerráramos las entrañas a nadie, que diéramos siempre una segunda oportunidad. Mi abuela decía: si te cierran una puerta, abre otra; pero no cierres tus entrañas. Y me repetía que no me quedara en el sentido literal de esta frase, porque entonces alimentaba al agresor.

– A quien te pida, dale, y no rehúyas al que te pida prestado – seguía diciendo Jesús- Y la gente empezó a hacer comentarios a gritos.

– ¿No estarás insinuando que tenemos que dar algo a los extranjeros que ocupan nuestro país?

– ¿Dar a los pobres o a los pecadores? ¡Estás loco, Nazareno! No han recibido la bendición del Altísimo. No se comportan como deben.

– Prestamos con el interés que nos permite la ley. No es problema nuestro si la gente puede devolver el dinero del préstamo, o no.

– Desde niños nos han enseñado a amar a los nuestros ¿qué derecho tienes a provocarnos, diciendo que amemos a los enemigos?

En medio de ese griterío, Jesús alzó más aún la voz para decir: de este modo seréis hijos de vuestro Padre celestial. Y repitió de nuevo: para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Se notaba que a Jesús le cambiaba la expresión de su rostro al hablar de su Padre, de su Abba. Como si tuviera en sus entrañas unas palabras de fuego, que no podía contener.

Una mujer encorvada, exclamó desde lo lejos:

– “Ni quiera soy hija de Abraham ¿cómo voy a poder ser hija de nuestro Padre celestial?” Y rompió a llorar con desconsuelo.

Mucha gente se levantó para irse; rechinaban los dientes y rasgaban una esquina de su túnica para mostrar la rabia contenida y el desacuerdo total.  Caifás, con su esposa y sus cinco hijos se alejaron; él iba diciendo entre dientes:

– ¡Nosotros somos hijos de Abraham, cumplimos la ley y no necesitamos más! Se ha vuelto loco. No volveremos a escucharle. Avisaré al Sanedrín.

Sólo nos quedamos un pequeño grupo alrededor de Jesús; había enfermos, mujeres, algunos niños y extranjeros que se habían acercado con curiosidad al oír el revuelo.

María Magdalena le dijo a Jesús que ella no podía amar a sus enemigos, porque eran muchos y le habían hecho mucho daño, pero deseaba vivamente ser hija del Padre. Y Jesús nos habló de que ser hijos e hijas del Abbá es un don que hemos recibido gratuitamente. No es el cumplimiento meticuloso de la ley lo que nos hace hijos e hijas. Y nos repitió, una y otra vez, que pidiéramos cada día, con confianza, que el Abba nos amplíe las entrañas de misericordia para que un día -ojalá- nos cupieran hasta los enemigos.

Nos fue hablando de la misericordia entrañable hasta que se puso el sol, entonces hicimos un gran círculo y oramos juntos, para que el Abba nos liberara de la ley del Talión, y pudiéramos acoger las semillas del Reino que Jesús nos ofrecía.

María, discípula amada.

[1] Éxodo 21, 23-25.

[2] Deuteronomio 19, 21.

[3] Levítico 24, 19-20.

 Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Amar a los enemigos y ser perfectos

Domingo, 19 de febrero de 2023
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18352696-C77C-4284-8484-E73BBB0563FD Domingo VII del Tiempo Ordinario 

19 febrero 2023

Mt 5, 38-48

La radicalidad de la que hablábamos la semana anterior parece llegar al extremo en la doble fórmula que da título a este comentario: amar a los enemigos y ser perfectos. ¿Realmente es algo que se puede pedir a los seres humanos?

El amor a los enemigos únicamente es posible desde la comprensión experiencial de lo que somos. Gracias a ella, podemos reconocer que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede. Por lo que el mal o daño que se hace es siempre fruto y consecuencia de la ignorancia (entendida, no como falta de inteligencia, sino como no saber lo que realmente somos). Más aún, la comprensión nos muestra que, hablando con propiedad y desde el nivel profundo, no hay nadie que haga nada. De manera similar a como los personajes del sueño creen ser actores, pero el único hacedor real es la mente del soñador, aquí también creemos ser sujetos de los actos, pero el único sujeto real, que merece ese nombre es la consciencia (la vida o la totalidad).

La comprensión, por tanto, hace posible el amor al enemigo, porque incluso nos impide verlo como “enemigo”. Sigue siendo, también él, no-otro de mí. Sin embargo, esto no quita que nuestra sensibilidad reaccione al daño recibido, sobre todo en circunstancias que lo agravan o lo hacen particularmente doloroso. Es legítimo, por tanto, el sentimiento de enfado, rabia e incluso ira. Lo que hará la comprensión será evitar que nos apropiemos de tales sentimientos, alimentándolos y eternizándolos. Habremos de acogerlos, entender su porqué… y soltarlos.

En cuanto a la “perfección” de que habla el texto, me parece importante destacar dos cuestiones: por una parte, en el plano profundo -y mirando desde ahí-, todo es perfecto: “y vio Dios que todo era muy bueno”, como dice el libro del Génesis; por otra, en el plano de las formas -en concreto, de nuestra personalidad- la “perfección” es imposible, ya que todo lo humano es imperfecto. En este caso, perfección significa completitud, es decir, la capacidad de aceptar nuestra realidad completa, con sus luces y sus sombras. La persona capaz de aceptarse a sí misma con toda su verdad es la persona “lograda”, unificada, armoniosa, humilde, comprensiva y compasiva…

¿Sé apreciar los “dos niveles” de lo real?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal 

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El que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar. Marin Luther King

Domingo, 19 de febrero de 2023
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5C316217-9E6F-43B6-B132-949FD153F6DEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Conclusiones desde las bienaventuranzas.

    Acogemos las derivaciones que Jesús extrae de las bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Hoy San Mateo nos presenta el núcleo central de la moral de Jesús: el amor incluso a los enemigos: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian“.

Vivir en esta actitud de respeto y amor supone una gran calidad humana y cristiana. La ética de Cristo en resumen es únicamente esta: vivid en y desde el amor.

Decía K. Rahner que la Iglesia únicamente debiera proclamar el amor como pauta de comportamiento. Las normas concretas para la vida las extraería el cristiano fiel.

    Podríamos sintetizar el cristianismo desde el evangelio de hoy: Se os dijo: cumplid con la ley, pero to os digo: amad incluso a los enemigos…

Algunas consideraciones sobre el amor y el perdón:

02.- El amor es lo más importante de la vida.

Probablemente el amor es la cuestión más importante de la vida. El amor nos es necesario en todas las etapas y situaciones de la vida. Después, el amor revestirá diversas modalidades según las etapas de la vida, según las circunstancias, los problemas, etc.

Desde niños hasta la muerte necesitamos querer y ser queridos: en la adolescencia, en la juventud, en la madurez, en el matrimonio, en el celibato en todas las etapas de la vida es absolutamente necesario el amor.

Podemos vivir sin dinero, sin libertad, incluso sin justicia, pero no podemos vivir amablemente sin amor. El amor es lo que hace que vivamos equilibrada y serenamente.

Las crisis de afecto producen grandes desequilibrios en la persona humana. Y las crisis y heridas son más profundas cuanto más íntima es la relación que se rompe.

03.- Cristianismo y amor.

Ser cristiano es tener experiencia de amor. Quien no tiene la experiencia del amor de Dios y del amor humano es muy difícil que sea cristiano, porque ser cristiano es experimentar que Dios nos ama y que la vida vale la pena desde el amor. Puede que una persona sea un excelente religioso: cumplidor estricto de todo lo establecido como los fariseos y los sacerdotes del templo, o como el joven rico y el letrado que habían cumplido todos los mandatos desde la infancia. Pero eso no es ser cristiano. Cristianos son el hijo pródigo, Magdalena, la hemorroísa, Zaqueo, la oveja perdida, etc.: personas que han tenido experiencia del amor y del perdón.

No nos cansemos de sentirnos queridos por Dios.

04.- El perdón es un proceso psicológico-espiritual complejo.

    A veces el amor reviste forma de perdón. En ciertos momentos, amar es perdonar.

Pero todos somos conscientes por experiencia de que a veces no es sencillo perdonar; es difícil la reconciliación. Seguramente que en nuestra vida familiar hay problemas de este tipo, miremos igualmente a la situación social, bélica que estamos viviendo. Caín y Abel se repiten en la historia.

El perdón requiere tiempo, aunque el mero paso del tiempo por sí mismo no resuelve nada.

En el perdón entran en juego todas las facultades psíquicas, afectivas y espirituales, que tratan de ver la realidad sufriente en la que se está viviendo.

Una situación de rencor, de odio no es que sea solamente mala moralmente, sino que hace daño a todos, daño personal, daño social, daño incluso psico-físico. El odio no es solamente algo religiosamente malo, sino que crea situaciones y personas psíquicamente enfermas.

Perdonar hace bien, sana. El perdón es un proceso que comporta un cambio de actitud afectiva y racional. Lo que pasó no tiene vuelta atrás. Lo que pasó, pasó. Tal vez tenga alguna reparación, pero lo que pasó, queda incrustado en nuestra existencia y personalidad.

Ahora ya, se trata de sanar, -sanear- viejas emociones con actitudes positivas de empatía, si es posible de compasión y benevolencia.

A veces hemos oído o leído: “el pueblo no perdona”, “ni olvido ni perdono…”

El que perdona tampoco olvida, recuerda pero desde otras profundidades. El que perdona recuerda desde el corazón. Se puede recordar desde la venganza, desde el odio pero también se puede recordar desde el amor: perdón.

El perdón no arregla el pasado, pero alivia el presente y mejora el futuro.

05.- Poner razón en la pulsionalidad del odio.

A veces perdonar es poner un poco de razón en la pulsionalidad del odio. Los impulsos brotan casi inconscientemente. Pero somos animalesracionales. Sabemos que es difícil evitar la pulsión instintiva del odio. Ante viejas cuestiones familiares, políticas, eclesiásticas, etc. hace bien poner un poco de razón, inteligencia en la vida. Ser razonables y, cuando menos, aparcar tales cuestiones y al menos pasar al respeto mutuo.

Decía Martin L King que: el que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar.

06.- Padre, perdónanos

Tal vez nos haga bien poner nuestro pasado, nuestro recuerdo corrosivo, nuestros recorridos en la vida en manos del Señor, sin más. Dejar estar nuestra existencia en manos de Dios y de la vida.

A veces basta con mirar al crucificado y evocar en nuestro interior: Sus heridas nos han curado (1Ped 2,25). Eso sana nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

    Recordemos esperanzadamente desde la memoria de Cristo.

Padre, perdónales –perdónanos- porque no saben lo que hacen

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