Atráeme en pos de ti, Señor.
Qué pocos son, oh Señor, los que quieren ir detrás de ti; sin embargo, cuántos son los que quieren llegar a ti. Todos desean reinar contigo, pero no sufrir contigo. El que procede guiado por el Espíritu Santo no permanece constantemente en el mismo estado ni progresa siempre con la misma facilidad. Me parece que, si prestáis atención, vuestra experiencia interior confirmará cuanto voy a decir.
Si te sientes presa de la angustia o del disgusto, no debes perder la confianza a pesar de ello; más bien, debes buscar la mano de Aquel que es tu ayuda. Implórale hasta el momento en que, atraído por la gracia, vuelvas a encontrar la rapidez y la alegría de tu carrera. Entonces podrás decir: “Corro por la vía de tus mandamientos, porque me has ensanchado el corazón” (Sal 118,32). Así pues, cuando esté presente la gracia, alégrate de ello, pero no como si estuvieras completamente seguro, como si no debieras perderla nunca. De lo contrario, sólo con que Dios aleje un poco su mano y te retire su don perderás el ánimo y caerás en una tristeza excesiva, más de la que puedes soportar.
Así, en el día en que te sientes fuerte, no te acomodes en un estado de seguridad, sino grita a Dios con el Profeta: “Cuando declinen mis fuerzas, no me abandones” (Sal 70,9). En el momento de la prueba, consuélate y repítete a ti mismo para recobrar el ánimo: “Atráeme en pos de ti, Seńor; correremos al aroma de tus perfumes” (Cant 1,3). Así no disminuirá en ti la esperanza en el momento de la desventura, ni la prudencia en el día de la alegría. Bendecirás al Seńor en todo tiempo y así encontrarás la paz en el centro de un mundo vacilante, una paz inquebrantable, por así decirlo; empezarás a renovarte y a reformarte a imagen y semejanza de un Dios cuya serenidad dura por toda la eternidad.
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Bernardo de Claraval,
Sermones sobre el Cantar de los cantares, XXI.
Bernardo de Claraval
obra de Rowan Lewgalon
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