Galileo de nuevo: La Revolución Sexual
“La revolución sexual es la revolución científica en curso y está transformando nuestra comprensión de las realidades humanas básicas”
“Los paralelismos entre el Renacimiento y la actualidad son llamativos. Pero son más que paralelismos. Hoy vivimos el mismo fenómeno que entonces: la ciencia en movimiento”
“En el último siglo hemos aprendido más sobre el sexo que en toda la historia de la humanidad”
“Ahora sabemos que los genitales se han formado en el vientre materno en la semana 12, pero el cerebro solo queda “cableado” al final del segundo trimestre y en el tercero”
“Está claro que la orientación sexual –heterosexual, homosexual, bisexual y asexual- y la identidad de género son variaciones naturales”
“El sexo desempeña un papel central cuando las personas disfrutan unas de otras, cuando tejen sueños y hacen promesas, cuando piensan en vivir juntos, cuando contribuyen a una noble sociedad humana”
| Daniel A. Helminiak*
¡Solo un historiador profesional podría apreciar cómo trastornó a la cristiandad del Renacimiento la Revolución Científica! Sin embargo, la Revolución Sexual actual y nuestras propias “guerras culturales” nos hacen experimentar un impacto similar de cambio social masivo.
En Estados Unidos, la postura liberal de la administración Biden sobre las cuestiones LGBTQ ha desatado de nuevo una implacable reacción conservadora. Las asambleas legislativas de 30 Estados han aprobado un centenar de proyectos de ley para limitar los derechos de los transexuales, a pesar de que la mayoría de los estadounidenses se opone a tales leyes. Los conflictos sobre homosexuales y transexuales están perturbando las reuniones de los consejos escolares y el uso de los baños por todo el país.
Incluso en Canadá, que se destaca por su protección de los derechos LGBTQ, se dan casos de homofobia, a menudo relacionados con creencias religiosas. Polonia y Hungría, que se oponen a la diversidad sexual y suprimen los actos del Orgullo Gay, desafían a la Unión Europea. La polémica prospera hasta en la Iglesia Católica. El Vaticano ha prohibido la bendición de parejas del mismo sexo, por lo que media docena de diócesis de Estados Unidos han vetado prácticamente la participación de estudiantes LGBT en programas católicos, incluidas las escuelas.
IPor otra parte, teólogos alemanes, sacerdotes austriacos, teólogos estadounidenses e incluso el cardenal Jean-Claude Hollerich, presidente de la Comisión de la Conferencia Episcopal de la Unión Europea, cuestionan esa enseñanza. En medio de una pandemia mortal y un calentamiento global catastrófico, el sexo sigue siendo noticia.
Los paralelismos entre el Renacimiento y la actualidad son llamativos. Pero son más que paralelismos. Hoy vivimos el mismo fenómeno que entonces: la ciencia en movimiento. Conocer algunos detalles de esa historia puede ser tranquilizador y fortalecedor.
La conmoción social de la Revolución Científica
La mayoría de nosotros conoce, al menos en cierta medida, el caso Galileo: su arresto domiciliario impuesto por el Vaticano por insistir de forma absoluta, y característicamente obstinada, en que el sol, y no la tierra, era el centro del universo. Había aceptado la hipótesis de Copérnico. Pocos lo hicieron en aquella época. Tuvo que pasar más de siglo y medio para que los científicos se sintieran cómodos con esta idea. Más tarde, después de 359 años, el Papa Juan Pablo II se disculpó por la “incomprensión mutua” entre la Iglesia y Galileo.
Se esgrimieron contraargumentos de peso contra Galileo: “Va contra el sentido común: la Tierra es estable”. “¿Por qué no sentimos el viento si la Tierra gira?”. La Biblia ofrecía un argumento explícito en Eclesiastés 1:5: “El sol sale, y el sol se pone, y se apresura al lugar por donde sale“. Josué 10:13-14 ofrece otro argumento, diciendo que el sol permaneció quieto en el cielo durante casi un día entero e implicando que el sol, no la tierra, se mueve. El Salmo 96:10 dice: “El mundo está firmemente establecido; nunca se moverá”. Primera de Crónicas 16:30, Job 9:6-7, Salmos 93:1 y 104:5, e Isaías 38:8 hacen la misma afirmación. Al igual que los argumentos actuales sobre la diversidad sexual, la Revolución Científica supuso un desafío tanto al sentido común como a la Biblia.
Más tarde, Johannes Kepler demostró que los planetas se mueven en órbitas elípticas, no circulares. ¡Otra afrenta! La supuesta perfección del círculo siempre se había atribuido a las órbitas celestes. Más tarde, Isaac Newton asestó otro golpe a la concepción tradicional. Demostró que las leyes de la naturaleza -la caída de los cuerpos, la gravedad- se aplican tanto en el cielo como en la Tierra. Pero se suponía que los cielos eran únicos, hechos del mítico quinto elemento, el éter, por lo que eran perfectos e inmutables, mientras que nuestro mundo estaba hecho de tierra, aire, fuego y agua, siempre cambiantes e inconsistentes.
El desafío religioso de la revolución científica
La ciencia moderna abolió la diferencia que durante tanto tiempo se había creído entre el cielo y la tierra: están hechos de la misma materia y se aplican las mismas leyes físicas. La ciencia moderna dio la vuelta a la antigua visión del mundo: el sol está en el centro y la tierra gira a su alrededor.
En todos los sentidos, los cielos ya no eran lo que eran. Pero los cielos eran el reino de Dios -literalmente-, en el sentir común. Esa antigua visión del mundo era aceptada tanto por la teología como por la astronomía, por lo que la religión se encuentra inextricablemente enredada en esta historia. Durante los dos siglos siguientes, los teólogos se esforzaron por adaptarse a este cambio. Desafiaba una comprensión milenaria de la creación de Dios. Hubo que asimilar otra visión del mundo.
Lo mismo puede decirse del posterior descubrimiento de la teoría de los gérmenes, que explicaba las enfermedades como un fenómeno natural y no como un castigo de Dios. El rayo, que se creía el arma de castigo de Dios, también se vio bajo una nueva luz. Lo mismo ocurrió con las malas cosechas, la peste o la muerte súbita.
Hacer las paces con la ciencia natural
Ahora tenemos una explicación aceptable de este cambio cultural masivo y perturbador del mundo antiguo y medieval al moderno. Nos damos cuenta de que a través de la ciencia moderna estamos llegando a comprender el universo, poco a poco y con mayor precisión. Por tanto, los creyentes siguen alabando cómodamente al Creador, centrados en la lección principal de justicia y amor de la Biblia, sin distraerse con la Tierra plana de la Biblia, los meros siete días de la creación, la edad del mundo calculada en 6.000 años o las especies inmutables formadas de una vez por todas. La controversia continúa, por supuesto. Las emociones fuertes sesgan estos debates.
Algunos siguen rechazando la teoría de la evolución y también insisten en normas selectas de la antigua sociedad bíblica. La propia ciencia sigue siendo objeto de ataques. Pero la mayoría de la gente ahora simplemente reconoce una diferencia histórica en las culturas. Sin tener que adherirse a la especulación antigua, la “ciencia” de entonces, la mayoría acepta la comprensión científica moderna, y los creyentes se mantienen firmes en su fe en la creación. A pesar de la enorme conmoción cultural, la sociedad occidental ha digerido la revolución de las ciencias naturales.
El reto de las ciencias humanas
Pero no ocurre lo mismo con las ciencias sociales o humanas. Están demasiado cerca de nosotros: tratan de nosotros mismos. Así que, una vez más, vivimos una lucha apasionada por dar cabida a nuevas ideas. La sexualidad es el ejemplo más flagrante.
De hecho, en el último siglo hemos aprendido más sobre el sexo que en toda la historia de la humanidad. Algunos, por ejemplo, han dicho que Sigmund Freud estaba preocupado por el sexo, ¡pero nada de eso! En su época, a finales del siglo XIX, el sexo se estaba solo entonces convirtiendo en un tema de investigación.
En 1875, – y no antes de 1915 en el caso humano – , se reconoció la concepción como la unión del óvulo femenino y un espermatozoide masculino, mientras que la creencia común durante milenios consideraba el espermatozoide como la fuente de la nueva vida y el útero y la menstruación como algún tipo de soporte para su crecimiento. Durante milenios, la gente ni siquiera sabía cómo se producía la concepción. La invención de “la píldora” en 1960 dio a las mujeres el control sobre la concepción y avanzó en la liberación de la mujer, mientras que durante milenios -incluso hoy en día en muchos lugares- las mujeres, una supuesta raza inferior, estaban bajo el control de los hombres y eran propiedad suya y sus criadas.
Aunque las uniones entre personas del mismo sexo e incluso el matrimonio son ahora legales en una treintena de países, las religiones siguen condenando estas relaciones -la mal entendida “abominación” de Levítico 18:22 y la malinterpretada historia de Sodoma y Gomorra en Génesis 18 y 19- y la homosexualidad está reprimida y aún se castiga con la muerte en algunas sociedades. Mientras que los transexuales son celebrados en nuestros medios de comunicación populares, la enseñanza religiosa sigue insistiendo en un relato bíblico restrictivo: “Varón y hembra los creó [Dios]” (Génesis 1:27).
La lucha es encarnizada. En los últimos años se ha centrado en los transexuales. Un estudio de Statistics Canada de 2018 reveló que las personas LGBTQ tienen casi tres veces más probabilidades que los heterosexuales de sufrir agresiones sexuales o físicas. Las denuncias de crímenes de odio transfóbico se han cuadruplicado en los últimos seis años en el Reino Unido. En 2019, en todo el mundo, se denunciaron 331 asesinatos de personas trans; en 2020, 350, y en 2021, 375.
Las diferencias sobre sexualidad son un tema importante en las guerras culturales actuales. La deslegalización del aborto por el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha estimulado una renovada oposición al matrimonio entre homosexuales e incluso a la anticoncepción, que antes solo preocupaba a los católicos. Al igual que en los tiempos de Copérnico y Galileo, poderosas fuerzas sociales se resisten a cualquier cambio en creencias consideradas sacrosantas durante milenios.
Las pruebas científicas
Sin embargo, detrás del cambio de las costumbres sexuales se esconde una ciencia sólida. Ahora sabemos que los genitales se han formado en el vientre materno para la semana 12, pero el cerebro solo queda “cableado” al final del segundo trimestre y en el tercero. Por tanto, las discrepancias biológicas entre el cuerpo y la mente no solo son posibles, sino que también son reales en distintos grados y en distintos casos.
Repetidos estudios con animales han demostrado que una inyección de una hormona sexual en un punto crítico del desarrollo fetal cambiará el comportamiento sexual adulto de los machos a femenino, y viceversa. Efectos hormonales similares se aplican a los seres humanos. Cuando se exponen a estímulos sexuales, los cerebros escaneados de las mujeres lesbianas se “iluminan” en las mismas zonas que los de los hombres heterosexuales, y viceversa en el caso de los hombres homosexuales.
Está claro que la orientación sexual –heterosexual, homosexual, bisexual y asexual- y la identidad de género son variaciones naturales. Por no hablar de la intersexualidad totalmente biológica, por la que los bebés nacen con órganos sexuales tanto femeninos como masculinos. Estas variaciones dependen de diferencias cromosómicas, hormonales y ambientales en el útero. Dicho religiosamente, forman parte de la creación de Dios.
Esta conclusión científica es tan sólida como la que subyace en los inicios de la Revolución Científica, e incluso más. De hecho, la Revolución Sexual es la Revolución Científica en curso. La alteración social no es sorprendente. Esta alteración de costumbres largamente veneradas está sacudiendo los cimientos de la civilización.
La comprensión sexual vuelta del revés
La creencia tradicional ha considerado la procreación como la finalidad esencial o incluso única de la sexualidad humana. En la actualidad, esta noción se cuestiona ampliamente. Sin duda sería cierto en el caso de la mayoría de las demás especies, pero los humanos somos más que organismos biológicos. Aquí es donde entra en juego la psicología moderna. El ser humano es una persona. La expresión y el fortalecimiento de los lazos afectivos es un aspecto importante del intercambio sexual.
Más aún, el sexo desempeña un papel central cuando las personas disfrutan unas de otras, cuando tejen sueños y hacen promesas, cuando piensan en vivir juntos, cuando contribuyen a una noble sociedad humana. Compartir sueños y promesas, concebir una vida en común digna de elogio son preocupaciones espirituales, la quintaesencia de lo humano, cuestiones de significado y valor, ideas e ideales, realidades trascendentes más allá del aquí y el ahora materiales. No son mera biología o emoción. Comparada con el sexo entre animales, la sexualidad humana es ante todo una cuestión de comunión interpersonal.
La naturaleza psicológica y espiritual del ser humano utiliza las funciones biológicas con fines más elevados. Así como comer y beber, además de para nutrirse, pueden servir a un propósito social entre los humanos -y en los rituales religiosos incluso transmitir la unión con Dios-, así también el intercambio sexual humano va más allá de lo meramente biológico. No es de extrañar que hablemos de tener relaciones sexuales con la expresión “hacer el amor“. No es de extrañar que el sexo siempre haya estado permitido para las parejas estériles o de edad avanzada.
Al igual que la ciencia natural dio la vuelta al universo, la ciencia humana actual da la vuelta a la sexualidad. Para los seres humanos la comunión interpersonal, una realidad espiritual, es lo esencial; tiene prioridad sobre la biología.
Entonces, el intercambio sexual parecería legítimo en todas sus variantes naturales. El criterio ético sería que, de forma adecuada a cada ocasión, el intercambio sexual respete y exprese la comunión interpersonal. Este criterio espiritual es más estricto que las directrices éticas tradicionales basadas en la biología del sexo procreador entre hombre y mujer. Realizar el acto sexual “correctamente” apenas sería una preocupación. Primordiales serían el cuidado, el amor, el disfrute y el vínculo humano.
Hacia un nuevo consenso
Cuando la ciencia natural determinó que la Tierra gira alrededor del Sol, trastocó siglos de creencias y prácticas humanas. Hoy en día, la investigación en ciencias humanas está trastocando siglos de creencias y prácticas humanas sobre la sexualidad. La revolución sexual es la revolución científica en curso. Está transformando nuestra comprensión de las realidades humanas básicas. Los seres humanos no son solo hombres o mujeres. La procreación no es el único fin legítimo del sexo. Las relaciones entre mujeres y entre hombres pueden incluir de forma natural una dimensión sexual. De hecho, muchas culturas de todo el mundo han aceptado tradicionalmente estas realidades.
Mientras la Revolución Sexual avanza, la agitación de la Revolución Científica sigue perturbando la sociedad y las religiones. Solo podemos esperar que, con honestidad y buena voluntad, todos lleguemos finalmente a respetar la ciencia… y a respetarnos unos a otros. Se puede decir que la ciencia revela la configuración compleja, variada y a menudo inesperada de la creación buena de Dios. Ojalá esta toma de conciencia se haga efectiva más rápidamente que en el caso de Galileo.
NOTA: Dedico este artículo a Nickie Valdez (1940-2020), fundadora y “madre espiritual” de Dignity/San Antonio, un grupo católico romano de apoyo a LGBTQ. Agradezco a John E. Haag y Marcus B. Fleischhacker sus útiles críticas. La documentación de este tema puede descargarse gratuitamente en https://doi.org/10.18848/2154-8633/CGP/v09i04/9-19.
*Daniel A. Helminiak is a Professor Emeritus of Psychology, University of West Georgia, USA. He holds PhD’s in both theology and psychology and has published widely in these fields as well as in spirituality and sexuality. He is best known for Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad, translated into seven languages, and most recently Brain, Consciousness, and God: A Lonerganian Integration.
Daniel A. Helminiak es Profesor Emérito de Psicología de la Universidad de West Georgia, Estados Unidos de América. Es Doctor en Teología y Doctor en Psicología, y ha publicado extensamente en estos campos así como en el ámbito de la espiritualidad y de la sexualidad. Es conocido especialmente por su obra Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad, con traducciones en siete idiomas. Ha publicado últimamente Brain, Consciousness, and God: A Lonerganian Integration.
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