Comentarios desactivados en Navidad ¿Qué va a cambiar?
¡Una vez más: NAVIDAD!
¿Qué va a cambiar?
Nada, excepto tú.
Hazte luz y verás la Luz …
Todo está ahí.
No busques en otra parte el significado de este acontecimiento-advenimiento.
La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.
El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.
Por tí, para crear con Dios y a su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.
*
Maurice Zundel
***
El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.
Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.
Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.
Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.
Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.
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W. Pannenberg, Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).
Comentarios desactivados en “Una noche diferente “. Natividad del Señor – A (Lucas 2,1-14)
La Navidad encierra un secreto que, desgraciadamente, escapa a muchos de los que en esas fechas celebran «algo» sin saber exactamente qué. No pueden sospechar que la Navidad ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los seres humanos han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta frustración? ¿Por qué la muerte, si hemos nacido para la vida? Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios, pues, de alguna manera, cuando buscamos el sentido último de nuestro ser estamos apuntando hacia él. Pero Dios guardaba un silencio impenetrable.
En la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. No nos ha hablado para decirnos palabras hermosas sobre el sufrimiento. Dios no ofrece palabras. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, más que darnos explicaciones, Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. No responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. No estamos sumergidos en pura tiniebla. Él está con nosotros. Hay una luz. «Ya no somos solitarios, sino solidarios» (Leonardo Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Esto lo cambia todo. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. Es posible vivir con esperanza. Dios comparte nuestra vida, y con él podemos caminar hacia la salvación. Por eso la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos las palabras del poeta Angelus Silesius: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».
Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
*
Salmo responsorial: 97
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
*
Hebreos 1,1-6
Dios nos ha hablado por el Hijo
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”, o: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.”
*
Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”” Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
Hoy llega a nosotros la noticia del nacimiento de Cristo a través de su Iglesia. Cómo María, como nos cuenta el evangelio, al irse los pastorcitos que vinieron invitados por los ángeles a adorar al Niño Jesús, María se quedó reflexionando todo esto en su corazón. Para una comunidad cristiana la Navidad no tiene sentido si no es a base de una profunda reflexión, por eso para muchos cristianos la Navidad no es más que una fiesta que se espera y que luego pasa efímera, como la pólvora que se quema, y no deja más que basura en las calles. Para el cristiano es algo más que un cohetillo, es la gran noticia que debe reflexionarse y comprometer al hombre con este episodio en que Dios se hace hombre, no en una forma transitoria, sino para siempre, y el hombre debe también reflexionar ante el Señor.
Ese Cristo en Belén lo podemos representar hoy en esta homilía con este título: Cristo manifestación de Dios, Cristo manifestación del hombre y en tercer lugar, la Iglesia manifestación de Cristo.
PROLONGAR LA ENCARNACIÓN
Por eso la Iglesia, que prolonga la encarnación, o sea el Dios hecho hombre, no puede prescindir de la historia. Desde aquel momento Dios ha asumido la humanidad y ha dejado ese encargo de seguir asumiendo hacia Dios a todos los hombres, a la Iglesia, la cual, por tanto, peregrina en la historia, va recogiendo, no puede dejar de vivir las circunstancias en las cuales ella va prolongando esa encarnación. Por eso hermanos, estas noticias en las cuales yo reflejo lo más sobresaliente de la semana, no es con el afán de hacer aquí un noticiero. Lo hace mucho mejor cualquier instrumento de comunicación social, sino que es simplemente decirles a todos mis queridos hermanos, que vivimos en esta semana, en esta hora, que esta Navidad de 1977, siendo la eterna Navidad de Cristo, se ha vivido aquí en El Salvador en estas circunstancias de las cuales no podemos prescindir.
NAVIDADES TRISTES
Así es como tienen un sentido profundo, en medio de tarjetas y telegramas de Navidad, me hayan llegado cartas que son lamentos profundos, por ejemplo de aquellas madres y esposas que “en esta celebración de Navidad que con júbilo espera todo el pueblo cristiano, nosotras expresemos no una Navidad sino el profundo dolor de un calvario al albergar en nuestro corazón esa separación insuperable de nuestros hijos y esposos”. En otra carta parecida dice: “Estamos angustiadas y tristes por el llanto de nuestros hijitos que a cada momento que se despiertan en la noche están llamando a sus padres y de ellos no nos dan ninguna razón en los cuerpos de seguridad”. Y cartas de expresión así dolorosa, pues, son muchas las que llegan. Por nuestra parte hemos tratado de hacer todo lo que está a nuestro alcance recurriendo a recursos jurídicos y estamos dispuestos siempre, pues, a ayudar el dolor de la humanidad. Leer más…
Comentarios desactivados en “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.” Domingo 25 de diciembre de 2022. Natividad del Señor
Leído en Koinonia:
Misa del día
Isaías 52,7-10: Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. Salmo responsorial: 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Hebreos 1,1-6: Dios nos ha hablado por el Hijo. Juan 1,1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
Hoy celebramos la fiesta del nacimiento de Jesús de Nazaret, pero en realidad en esta fiesta hay muchos componentes, de muy diverso género, y no sería bueno tratarlos todos como dimensiones teológicas racionalmente interpretables. Hay también elementos culturales, sociales, históricos, afectivos… Esta mezcla hace desaconsejable echar mano sólo de la lupa teológica racional. Quizá es ésta una fiesta en la que hay que dejar a un lado esa perspectiva racional, y hacernos niños, y celebrar con la ingenuidad del niño/a que todos/as llevamos dentro.
Pero digamos en todo caso una palabra sobre cada lectura.
La lectura de Isaías es un canto de alabanza de la próxima liberación de Jerusalén. Dos imágenes enmarcan la lectura, por una parte la de los mensajeros que sobre los montes de Judá traen la noticia de la próxima liberación, y gritan: ¡Yahvé reina! La segunda imagen es la de los centinelas que prorrumpen en júbilo porque ven el retorno de Yahvé a Sión y exclaman alborozados cómo el Señor ha consolado a su pueblo y ha rescatado a Jerusalén. Y es que en el contexto en que se escribe el libro de Isaías, la mayoría del pueblo de Israel se encuentra exiliado en Babilonia, son esclavos de los asirios. Sin embargo, ven como muy positivo que Darío asuma el poder, y ponen sus esperanzas en que el será el «rescatador», que les permitirá retornar a su tierra. Esta realidad es inminente, por lo que el escritor canta ya la alegría del retorno a la tierra. Para nosotros hoy, esos pies del mensajero anuncian el nacimiento del Señor, y nosotros, como los centinelas, proclamamos alegres la presencia del Salvador que se hace vida en medio de nosotros.
El salmo responsorial corresponde a un himno de alabanza dirigido a Yahvé porque ha obrado maravillas y porque ha revelado la justicia a las naciones acordándose de la lealtad de Dios a Israel. El salmista invita a toda la creación (mar, ríos y montes) a aclamar a Yahvé que llega a juzgar el mundo con justicia y los pueblos con equidad. Esa felicidad la compartimos nosotros con el salmista cuando recibimos a Jesús que llega, que nace. Él es Dios mismo que se convierte en Buena Noticia, anuncio de salvación para todos los pueblos, que asume nuestra condición humana y por ello estamos alegres y cantamos llenos de júbilo y esperanza.
La carta a los hebreos refuerza aún más la alegría de esta celebración de la Natividad del Señor Jesús. Expresa que «muchas veces y de múltiples maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas, pero en estos últimos tiempos nos habló por medio de su Hijo a quien instituyó heredero de todo». Hermanos, estamos en los últimos tiempos pues la revelación a llegado a su plenitud en Jesucristo. Él es imagen de Dios invisible, quien le ve a él ve al Padre; pues al asumir la condición humana y al nacer en un establo, como un hombre pobre; Dios se ha manifestado como solidario con todos los hombres de la tierra y por medio de Jesús ha mostrado el camino de la salvación.
La liturgia de hoy, la de la misa del día, como la más solemne –porque otra es la de la media noche–, proclama el prólogo del evangelio de Juan. Un texto bien solemne, y muy especial. Haríamos mal en leerlo como cualquier otro de los relatos evangélicos de la Navidad, en torno al nacimiento de Jesús, como los evangelios de la infancia. El texto de Juan pudo ser escrito treinta años más tarde, el último de entre los textos evangélicos hoy canónicos, en torno al año 100 d.C. Entenderlo como un relato «descriptivo» que nos trasmite información sobre «cómo sucedieron las cosas», información transmitida a Juan evangelista como por revelación directa, sería un error. Hoy la ciencia bíblica enfoca este texto con otra luz, conoce mejor su naturaleza y sabe que se trata de otra cosa.
En todo caso, es un texto clave, uno de los pocos textos de los que se puede decir que han sido sencillamente decisivos para la configuración concreta del desarrollo del cristianismo. Muchos opinan que fue Pablo el creador del cristianismo, más que los evangelios sinópticos por ejemplo. Otra opinión también común es la de que quien fundó el cristianismo fue en realidad Juan, al fundamentarlo con esta visión fantástica genial que nos entrega este texto, que catapultó la reflexión sobre Jesús a su máxima dimensión.
Más allá de lo que de este texto hubiera de ser retenido o no, la dimensión de encarnación que daría al cristianismo lo ha marcado, realmente. Encarnación, y su complemento, la divinización, son como una columna vertebral del cristianismo, y una de las marcas registradas de su espiritualidad y su compromiso histórico.
En la dimensión concreta de la historicidad, ya sabemos: no tenemos ninguna noticia histórica de la fecha del nacimiento de Jesús. El 25 de diciembre fue tomado de la fiesta romana del nacimiento del Sol, pues a partir de ese día –hoy sabemos que no exactamente– comienza a aumentar el tiempo de insolación (en el hemisferio norte, obviamente, y locontrario en el sur); el Sol en estos días superaba su período anterior invernal, de muerte y disminución. Si a Jesús se le llamaba «el Sol de Justicia», qué mejor fecha para datar su nacimiento que el día del re-nacimiento del Sol astronómico, que en el mundo romano era considerado divino. Leer más…
Comentarios desactivados en Navidad 2022. La gloria de Dios es la Paz entre los hombres
Del blog de Xabier Pikaza:
Este es el canto (villancico) principal de Navidad, la teología. experiencia y tarea principal honda de la Biblia.
No hay primero Gloria de Dios y después, además, Paz entre los hombres, como si fueran cosas distintas (separables), sino que según el canto de los ángeles de Navidad (Lc 2,14), la gloria de Dios se identifica con la paz entre los hombres, de manera que la Gloria divina (Kabod, Doxa) se identifica con la Paz (Shalom, Eirênê) entre los hombres.
Esto lo sabían de algún modo los judíos anteriores, pero sólo lo ha mostrado el Judío Jesucristo, que es encarnación de la gloria/paz de Dios(como he mostrado en Dios “se hizo carne, teología de la Biblia”).
Esto es algo que a veces se ha olvidado, como ha mostrado una mala traducción o interpretación de Lc 2,14, que tiende a separar gloria de Dios y paz humano, hablando además de la paz como efecto del puro esfuerzo humano (expresión de su buena voluntad), y no como revelación de la “buena voluntad de Dios”, esto es, de su amor, hecho Vida en la vida de los hombres y mujeres de la tierra.
| X.Pikaza
Introducción, un tema clave. La gloria de Dios es la paz entre los hombres.
Tenemos que empezar traduciendo bien el texto que dice Gloria a Dios en las alturas “y” paz en la tierra a los hombres que ama el Señor (=de la buena voluntad del Señor). La gloria de Dios y la paz entre (en) los hombres no son dos cosas, de manera que una se pueda sumar a la otra, sino que son lo mismo:
La gloria de Dios es la paz entre los hombres, pues el “y/kai” que une los dos “esticos” o elementos del verso es un “y/kai” epexegético”, que no separa y suma ambas expresiones, sino que las identifica, como sabe cualquier alumno de poesía hebrea de los salmos o textos semejantes.
El ejemplo teológico más conocido y famoso es el adagio de Ireneo de Lyon, cuando dice gloria dei / vivens homo, la gloria de Dios es el hombre viviente, traduciendo así el sentido y alcance de la encarnación de Dios (en contra de una gnosis que termina separando a Dios del hombre). Pues bien, en esa línea, el canto de los ángeles de Lc 2, 14 puede traducirse gloria dei / pax in/inter hominibus,es decir, la gloria de Dios en el cielo es la paz en la tierra enre los hombres, no porque los hombres sean Dios y construyan por sí mismos la paz, sino porque en ellos se expresa y encarna, por Cristo la buena voluntad, la eudokía de los hombres.
Ésta es la expresión más honda de la Navidad, la teología de la encarnación, que Jn 1, 14 ha expresado de una forma, diciendo (y el Verbo se hizo Carne) y que Lc 2, 14 expresa de otra, pero que en el fondo es idéntica: La gloria (doxa) de Dios se encarna en la paz (eirênê) entre los hombres.
No se podía haber dicho de un modo mejor, ni en un momento más oportuno, por boca del canto de los ángeles que son los mensajeros de la verdad de Dios, tal como se revela en la encarnación de Dios que es gloria en la paz entre los hombres (que son depositarios de la buena voluntad de Dios.
Éste es el himno supremo de la Navidad, el himno/canto emocionado de los ángeles que identifica la gloria de Dios con la paz entre los hombres. Una palabra como esa está latente en todo el AT, pero sólo se revela y despliega, se canta y acoge plenamente ahora. Hay muchos que no se han enterado todavía, incluso dentro de los órdenes más altos de la iglesia, pensando que hay un tipo de “piedad/religión” que se expresa como gloria de Dios (en forma litúrgica o pietista), fuera del camino de paz entre los hombres. En contra deeso, según este canto de Navidad, la gloria de Dios (religión, piedad) se identifica con la paz/amor entre los hombres. No hay religión, no hay culto, no hay misa, no hay santidad… a no ser que se exprese en forma de paz entre los hombres
El Dios de Navidad no es obligación, imposición, ni miedo; no es amenaza ni castigo… sino gloria divina y principio de paz para cada familia, para todos los hombres y pueblos, que son familia de Dios sobre la tierra. La gloria/culto de Dios consiste en que los hombres se amen, es decir, reciban y desplieguen en su vida la paz de la vida de Dios. Este es el lenguaje, éste es el canto y el “dogma” glorioso de la Navidad.
Será bueno crear un momento de silencio, para que cada uno y todos podamos escuchar, la palabra del canto de paz que nos llega a todos, desde la noche de Belén, con los ángeles del cielo y los pastores de la tierra, acompañándonos unos a otros, acogiéndonos en amor, de manera que no quede nadie expulsado, condenado y rechazado sobre el mundo.
No dijeron más los ángeles en la noche de Belén, ni más se necesitaba; pero tampoco dijeron menos. Sólo acogiendo, viviendo y comunicando la paz del Cristo de Belén podemos celebrar la Navidad. Todo lo demás son consecuencias…A no ser que acojamos y expresemos nuestra vida como paz no podremos celebrar la Navidad Cristiana, por muchos cultos religiosos que podamos organizar. Con esto ha terminado mi “pregón de Navidad 2022. Los que piensen que esto es suficiente, o no tengan más tiempo o más ganas de leer/meditar que queden aquí. Si alguno tiene más tiempo o ganas siga leuendo Para unos y para otros. Shalam aleikum,Eirêê hymin, Paz a vosotros, “feliz navidad Gabon, Egun barri: Noche Buena noche, feliz día nuevo… y así en todas las lenguas
PRINCIPIO BÍBLICO
Esta una de las palabras y experiencias centrales del judaísmo y del conjunto de la Biblia, en Navidad y siempre. El hombre se halla en guerra, dominado por diversos tipos de violencia, en un proceso que puede llevar a la destrucción total de la vida humana, es decir, a la muerte que anuncia Gen 2, 27 (para el día en que los hombres quieran hacerse dueños del bien y del mal), a la muerte que propone el gran texto del pacto: hoy pongo ante ti bien y mal, vida y muerte (cf. Dt 30, 15). Pues bien, en ese contexto, la experiencia de Israel, su religión, viene a mostrarse como una llamada y camino de paz, que se dirige hacia la vida.
La religión no es una experiencia puramente interior (de pura quietud del alma), sino que, siendo luz del alma, puede y debe ser principio y camino de paz del hombre entero, para todos los hombres, reconciliación entre los pueblos, como ha puesto de relieve el mensaje fundamental de los profetas, desde Is 9, 6 (¡Príncipe de la paz!) hasta Is 66, 12 (¡yo extiendo sobre ella la paz como un río…!). Esa paz se expresa y despliega en diversos niveles.
Es una paz histórica, vinculada a la presencia del Dios soberano que “truena y cabalga” sobre las nubes de la tormenta, conforme a la palabra solemne deSal 29: desde el alto cielo, sentado sobre el trono, al final del huracán, Dios extiende su mano y bendice a su pueblo con la paz (cf. Sal 29, 11). Ésta es la paz del reino mesiánico, cuya venida se espera y se canta en el templo:
«Oh Dios, da tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud. Los montes producirán paz para el pueblo; y las colinas, justicia. Juzgará a los pobres del pueblo; salvará a los hijos del necesitado y quebrantará al opresor. Durará con el sol y la luna, generación tras generación… En sus días florecerá el justo; habrá abundancia de paz, hasta que no haya más luna» (Sal 77, 1-7; cf. 86, 8-10). Ésta es la paz de una vida que puede extenderse gozosa, abundante, por toda la tierra, desde el centro de Jerusalén.
Es una paz para el mundo entero. Arco iris, paloma tras el diluvio
Muchos decían que el mismo mundo se encuentra pervertido, que llega un diluvio que va a matar a todos, una guerra universal… Pero el “Dios de la guerra” y de la maldición del diluvio ha sido superado por el Dios de la paz de Jesucristo. Así lo empieza dicie3ndo la misma Biblia, cuando Dios se “arrepiente” de haber querido juzgar y destruir el mundo, y dice, de verdad y para siempre:
«No volveré jamás a maldecir la tierra por causa del hombre… Tampoco volveré a destruir todo ser viviente… Mientras exista la tierra, no cesarán la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche» (Gen 8, 21-22). «Ésta será la señal del pacto que establezco entre yo y vosotros…: Yo pongo mi arco en las nubes como señal del pacto que hago entre yo y la tierra. Y sucederá que cuando yo haga aparecer nubes sobre la tierra, entonces el arco se dejará ver en las nubes…» (Gen 9, 12-14).
Éste es el pacto de la paz del arco iris, expresada en la estabilidad básica del mundo la paz cuando parece que estalla la tormenta La paz de la liturgia del templo, con los sacrificios pacíficos o de la paz (shelamim), que se expresaba en la comida compartida, el cordero de paz de la pascua… Ésta es sore todo la paz de la gran bendición de los sacerdotes y fieles del templo, que decían: , la carne de las que vinculaban a los oferentes entre sí y con Dios y servían para ratificar las alianza de paz:
«El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor resplandezca sobre ti y tenga misericordia de ti.
El Señor levante hacia ti su rostro y te conceda la paz» (Num 6, 24-26).
Ésta es una paz mesiánica, para todos los hombres, desde Jerusalén.
Es la paz del mensajero de Dios (evangelista) que llega a su ciudad, para anunciar la concordia. Es la paz de los que vienen a Sión, para aprender el oficio de la concordia, destruyendo sus armas, haciendo de las espadas arados y de las lanzas podaderas, conforme a la visión y esperanza final de Is 2, 2-4. En el fondo, el mesianismo israelita se identifica con la paz, entendida como plenitud y justicia, como reconciliación y alabanza. Por eso se dice ante el Mesías, portador de paz:
«Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! He aquí, tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un borriquillo, hijo de asna. Destruiré los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, y él hablará de paz a las naciones. Su dominio será de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra». Éste es el rey de la paz mesiánica que Jerusalén ha esperado, como sabía Jesús de Nazaret, cuando subió de esa manera a la ciudad, aunque (evidentemente) no todos los judíos hayan aceptado su signo ni todos los cristianos lo hayan seguido (Zac 9, 9-10; cf. Mt 21, 4-7).
LA PAZ DE DOS GRANDES “CREYENTES” JUDÌOS
E. Lévinas(1906-1995).
La paz exige que rompamos el estado de lucha de todos contra todos. Al comienzo de su libro Totalidad e infinito, Lévinas decía que la historia ha sido en su conjunto una lucha sobre Todo, de todos contra todos, pueblos, partidos políticos, estados y naciones… mientras sufre y mueren los pobres y hambrientos, a los “huérfanos, viudas y extranjeros”, incapaces de defenderse según ley, en la batalla de la vida. Eso significa que la guerra, que muchos (de Heráclito a Heidegger) han cantado como condición del hombre y temple de virtudes, constituye una (la) perversión suprema:
«El estado de guerra suspende la moral; despoja a las instituciones y obligaciones eternas de su eternidad y, por lo tanto, anula, en lo provisorio, los imperativos incondicionales. Proyecta su sombra por anticipado sobre los actos de los hombres. La guerra no se sitúa solamente como la más grande entre las pruebas que vive la moral. La convierte en irrisoria. El arte de prever y ganar por todos los medios la guerra –la política– se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón».
La guerra nos sitúa así en aquel momento en que la lucha desorganizada de todos contra todos se convierte en organización violenta de algunos para imponerse a los demás y derrotarles, conforme a la “razón” del sacrificio y de la esclavitud. Ella es una expresión y consecuencia de la violencia ontológica, que identifica el ser con el poder y la razón con el pensamiento triunfante.
Tenemos que superar la guerra no por la gloria de las naciones, de los rojos o los verdad, no por el triunfo de estados o de imperios… sino por el bien de los pobres, de los enfermos y excluidos de la tierra, a los que quiso ayudar y acompañar Jesús, el judío unoversal, cuyo nacimiento hoy celebramos.
H. Arendt(1906-1975).
Ésta es quizá la mayor antropóloga judía del siglo XX. Conoció y estudió todas las guerras, todas las matanzas de nuestro pasado inmediato, desde Alemania y Rusia, desde USA hasta Israel . Hoy la quiero recordar como judía, “amiga” intensa de Jesús. Éstos son, según ella, los principios judíos y cristianos de la paz.
(1) El primer principio es el Perdón. Ella ha sabido que sin perdón no es posible la paz. .Sólo el perdón rompe la “lógica” de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y libera al hombre del automatismo de la violencia, permitiendo que su vida trascienda el nivel de una ley de lucha, donde nada se crea ni destruye, sino que sólo se destruye, en una guerra sin fin. Sólo el perdón nos sitúa en un nivel de gracia creadora y supera el pasado y abre un comienzo allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder
(2) Promesa, compromiso de paz. La paz sólo es posible allí donde los hombres se “prometen” paz, en un ámbito de alianza. La paz es un pacto al servicio de la vida, un compromiso a favor de la concordia entre todos, al servicio de la paz. Que no se fabriquen más armas, ni para Rusia ni para USA, ni para Ucrania ni chinas… Dejar las armas, producir comida para todos, y hablar, hablar en amor, abrazare y llorar abrazados, aprendiendo los camino de la paz, que propuso hace más de tres milenios Isaías 2, 2-4 (de las espadas forjarán arados, comerán juntos el lobo y el cordero).
(3) Nacer de nuevo…Nacimiento de paz. La promesa de la paz sólo es posible allí donde los hombres no se encuentran atados al pasado (que ha sido pasado de violencia), sino que pueden y quieren nacer de una forma distinta. «Sin la articulación de la natalidad estaríamos condenados a girar para siempre en el repetido ciclo del llegar a ser, sin la facultad para deshacer lo que hemos hechos y controlar parcialmente los procesos que hemos desencadenado» (La condición humana, Paidós, Barcelona 1993,265). Sobre esa base, puedo evocar algunos momentos o rasgos esenciales de la paz según el judaísmo.
Éstos siguen siendo según H. Arendt los elementos fundantes de la paz judía, tal como desembocan en el cristianismo, entendido como un judaísmo consecuente, en la línea de Jesús.
(1) La paz sólo puede venir del Infinito (es decir, de un Dios de gracia). No es un producto del Todo, no se identifica con el orden del Sistema, porque en ese caso seguiría vinculada a las leyes del talión, donde cada parte se somete al Todo. Pero Dios no es un Todo a cuyo servicio han de ponerse los hombres y mujeres, como si fueran subordinados suyos, sino el Infinito. De manera consecuente, la paz nunca se impone, porque ella es esencialmente gracia, un regalo de trascendencia, es decir, creación. Por eso, siempre que queremos imponerla o la manipulamos, deja de ser paz infinita, para convertirse en un momento particular del orden del sistema.
(2) En este mundo de violencia, la paz es un regalo de las víctimas, de los crucificados, de aquellos que mueren como Jesús siendo portadores de paz. La paz no puede fundarse en el poder que algunos utilizan para imponerse, según los intereses del sistema, la paz no es resultado de las armas (de la victoria militar) sino regado y don de los perdedores, de las víctima.. Una paz que se consigue con armas no es paz, sino dictadura de los triunfadores; un orden que se logra sometiendo y acallando con violencia a los posibles disidentes no es signo de Dios, sino imposición del sistema. La paz no se impone ni negocia, sino que brota allí donde hoy hombres y mujeres que perdonan, gratuitamente; por eso decimos que ella sólo puede ser un regalo de las víctimas. Leer más…
No sé cuándo comenzó la tradición de celebrar tres misas el día de Navidad; imagino que debe de ser muy antigua. Se comienza con la famosa misa del Gallo, por la noche, sigue la misa del alba y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). Indicaré algo que pueda ayudar en la del Gallo (la de la noche) y en la del día (con el evangelio más difícil).
Misa de la noche
Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)
En una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial (no consigo recordar su título), la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar el villancico “Noche de Dios”. Ese es el ambiente adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en las tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos: el fin del opresor, el fin de la guerra y el nacimiento de un niño. Es esto último lo que atrae la mayor atención. El niño será un heredero de David, adornado con los nombres y cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz.
El evangelio de Mateo citará esta profecía, pero aplicará a Jesús solo el comienzo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Jesús no termina con el opresor romano, no se acaban las guerras, y no reinstaura el trono de David. Pero su palabra y su acción irradian luz y alegría en toda Galilea.
Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).
El autor une la primera venida de Jesús (“ha aparecido la gracia de Dios”) con la segunda y definitiva (“la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro, Jesucristo”). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estos dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.
El anuncio más desconcertante a las personas más inesperadas (Lucas 2,1-14)
Lucas, evangelista de los pobres y la pobreza, lo subraya desde el primer momento. Gabriel ha anunciado a María que concebirá un hijo prodigioso, que heredará el trono de David y reinará en la casa de Jacob para siempre. A la hora de la verdad, el niño no dispone ni siquiera de una cuna, solo de un pesebre. Porque la familia no encuentra sitio en el piso de arriba, donde se alojan las personas, y debe permanecer en el de abajo, donde están los animales.
En la misma línea, el anuncio del nacimiento, a pesar de toda la parafernalia del ejército del cielo cantando, se dirige a “unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño”. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. Y pasar la noche a aire libre vigilando el rebaño no es la ocupación más agradable. A estas personas se dirige el mensaje: “Os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.
Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Y qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado. Después de encontrar a María, a José y al niño acostado en el pesebre volverán dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído (evangelio de la Misa de la aurora).
Los pastores son un ejemplo perfecto para el cristiano. La Navidad no nos habla de un gran rey, deslumbrante de riqueza y esplendor. El ángel lo presenta “envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y en este ser tan débil y poco aparente debemos depositar la confianza de que nos salvará. Y por él debemos alabar y dar gloria a Dios.
Misa del día
Presupuesto para entender el Prólogo
Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano: Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría.
La historia de la Sabiduría de Dios
1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).
El Señor me estableció al principio de sus tareas,
al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo remotísimo fui formada,
antes de comenzar la tierra.
Antes de los océanos fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no estaban encajados los montes,
antes de las montañas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra y la hierba
ni los primeros terrones del orbe.
2ª etapa: la Sabiduría y la creación
Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo;
cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano;
cuando sujetaba las nubes en la altura
y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar,
y las aguas no traspasaban su mandato;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia;
jugaba con la bola de la tierra
disfrutaba con los hombres.
Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).
Por todas partes busqué descanso
y una heredad donde habitar.
Entonces el creador del universo me ordenó,
el creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar,
en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).
Os llamé, y rehusasteis;
extendí mi mano, y no hicisteis caso;
rechazasteis mis consejos,
no aceptasteis mi reprensión.
En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.
La historia de la Palabra
El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la Palabra.
Primera etapa: la Palabra junto a Dios
Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios.
Segunda etapa: la Palabra y la creación
Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo. Todo fue creado por la Palabra de Dios; el sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar, el mármol, la madera, el cristal… Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla.
Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora.
Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo. El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.
Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza
¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.»
Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros.
La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.
Del optimismo ingenuo al realismo mágico
La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa: se convierten en hijos de Dios, contemplan su gloria, y de su plenitud reciben gracia tras gracia.
Motivos de sobra para estar alegres y desearos a todos FELIZ NAVIDAD.
Comentarios desactivados en 25 de diciembre. Natividad del Señor. Ciclo A
“La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a toda persona. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijas de Dios, si creen en su nombre.”
Este evangelio es como abrir la ventana una mañana soleada y dejar que la habitación se llene de luz y de frescura. Ese instante en el que el día está por estrenar “todo nuevito”.
Así empieza el cuarto evangelio: lleno de verdadera luz y de novedad. Como una brisa fresca que se lleva el aire viciado. Y así puede ser también este tiempo de Navidad que acabamos de estrenar. Puede ser una brisa fresca que renueve el aire de nuestros corazones.
Aquí está la Luz, la Palabra, Dios mismo con el deseo renovado de entrar en nuestra historia, en nuestra vida cotidiana.
Nos conoce, él ha tejido cada centímetro de nuestro ser… y nos quiere, por eso vuelve. Pero nos respeta y por eso espera a que le recibamos, no entra por la fuerza sino que llama y espera.
Esta puede ser una Navidad más, llena de turrones, regalos y villancicos o puede ser una Navidad nueva llena de LUZ. Y así los turrones y todo lo demás será todavía mejor y más bonito.
Que esta Navidad podamos contarnos entre quienes reciben la luz y así, bien iluminadas nos reconozcamos como lo que somos Hijas e Hijos de Dios.
Porque si hoy vuelve a ser Navidad es porque creemos que Dios se encarna en cada una de nosotras.
Oración
Que tu Palabra, hecha de Verdad y de Luz germine y crezca en esta Navidad en nuestra humanidad. Amén
Comentarios desactivados en Dios se hizo hombre en Jesús y se hace hombre en todos los seres humanos.
Navidad
Jn 1,1-18
Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos hablan del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Solo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”, como decía Agustín. Pero está ahí, y solo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él y hacer que los demás también lo vean.
La encarnación solo tiene realidad dentro de ti, como solo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externos. Solamente dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero dónde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz… Si no descubro lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos, ni en los demás, ni en Jesús. Esto debe hacernos pensar.
Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “caí Theos en o Logos” y en latín: “et Deis erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse por “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase, “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés. Se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra, manifestada en un hombre. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado y en ese error hemos vivido toda nuestra vida.
Seguimos creyendo y diciendo que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios; ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, ni en los ritos, sino en el hombre… Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no me afecta a mí. Hallarme has en ti, hallarte has en mí.
«Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Lo que vieron los ojos fue un muchacho y una muchacha entrando apresuradamente en Belén. Iban agobiados porque ella estaba encinta, anochecía y se acercaba su hora. Recorrían las posadas pidiendo alojamiento, pero, abarrotadas, no tenían sitio para ellos. María apretaba los dientes para sofocar el dolor y la zozobra porque veía que el tiempo se le agotaba y no tenían a dónde ir. José suplicaba impotente y desgarrado, consciente del sufrimiento de su esposa. Al fin, un posadero les ofreció la cuadra para que María pudiese dar a luz con alguna intimidad.
Ya era noche cerrada. Los candiles de aceite situados en una de las paredes apenas lograban disimular las tinieblas en que se hallaba sumido el establo. José encontró un rincón un poco menos sucio que el resto, lo limpió con cuidado, cubrió el suelo con las mantas de viaje que llevaban consigo y acomodó a María.
Tras el parto, se acurrucaron en aquel rincón sonriendo al niño que acababa de nacer; felices con su hijo en el regazo y envueltos en una gran paz que contrastaba con el trance angustioso que acababan de vivir. Algún pastor de los alrededores oyó el llanto del niño en aquel lugar insólito y se acercó. Vio a María y José sonrientes en su rincón, pero ateridos de frío y extenuados de cansancio. Fue presuroso en busca de sus compañeros y volvieron con mantas y el poco alimento que llevaban en sus zurrones. Hicieron fuego y todos pudieron participar de la paz infinita de aquel momento.
Pasó lentamente la noche y llegó el alba. Parecía que todo seguía igual, pero todo había cambiado, porque lo que realmente había sucedido era que el mundo, que caminaba en tinieblas, se había visto envuelto en una gran claridad. Como dijo el Ángel a los pastores: «En la ciudad de David, ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor».
Que Jesús hubiese nacido así es una magnífica señal. Si hubiera nacido en el Templo de Jerusalén, hijo de reyes y rodeado de gente importante, todos podríamos decir: “más de lo mismo” … Pero nace desapercibido para todos los poderes y anunciado a los marginales; y ésa es la mejor señal de que todo ha cambiado. Es la señal de que por fin Dios está con los que le necesitan, que Dios está para salvar, no para oprimir, que ningún poder opresor tiene nada que ver con Dios; que Dios no está con los poderosos para asegurar su poder, sino con las víctimas de su poder para liberarlos.
Como decía Ruiz de Galarreta: «El signo de la Navidad es la luz en la noche, vista solo por los más sencillos. La noche sigue siendo noche, sigue habiendo dolor, vejez y desgracia, nos siguen apeteciendo mil cosas que destrozan nuestra vida… Vivimos en la noche, pero en la noche hay luz para ver mejor y poder caminar por la vida sin tropiezo».
«Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre»… Para ver a Dios, mirad a ese niño.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
La Palabra se hace carne y habita entre nosotros (Jn 1,1-18)
A partir del año 70 d.C., la situación de los cristianos que vivían en Palestina cambió enormemente. La comunidad a la que se dirige Juan no solo está sufriendo hostilidad por parte de los fariseos que acabaron expulsándolos de las sinagogas, y rechazo social en los ambientes judíos, sino también una división interna debido a cierto espiritualismo que negaba la plena humanidad de Jesucristo. En ese contexto surge el cuarto evangelio alrededor del misterioso “discípulo amado”. Aquellos cristianos aprenden a ver la encarnación y la muerte de Jesús como signo y camino del amor divino hacia la humanidad. El Jesús terreno se identifica plenamente con el Hijo amado del Padre.
Por otra parte, el texto de Lucas (2,1-14) que leemos en la Nochebuena nos narra el mismo misterio con palabras diferentes. Ambos relatos tratan de decir a Dios a través de Jesús.
El prólogo de Juan comienza: “Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1-18). Son las dos caras del misterio de Jesús: su existencia desde siempre junto a Dios, su igualdad con Él (una unión íntima de relación) (Jn 10,30) pero no se confunde con Dios. Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios a la humanidad. Misterio que no abarcamos del todo.
Destacan dos afirmaciones que nos lleva a revisar la forma de vivir la fe, hoy: “La Palabra se hizo carne”, comienza su andadura en el tiempo. Sin embargo, se nos contó como acontecimiento del pasado en el cual no tomo parte, y no nos damos cuenta que está sucediendo constantemente. Y: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”. Cuando toda persona, tras un período de opacidad, reconoce en sí misma lo divino de su naturaleza esencial, acontece su verdadero nacimiento, el cual no viene por vía de generación humana, sino “de la gracia y la verdad que viene de Cristo Jesús”.
La Palabra de Dios se encarna en la vida íntima de Jesús para que pueda ser entendida por todos. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios, cuánto nos quiere, a través de imágenes y palabras que nada tienen que ver con leyes, doctrinas o dogmas elevados, sino fruto de la enseñanza de sus padres, María y José, y del movimiento profético de Israel que él asume hasta sus últimas consecuencias: anuncio y denuncia de todo aquello que provoca vida o muerte.
Es una Palabra que implica hacerla “carne de nuestra carne”. Juan proclama, “de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia”. Nace en mí, debo alimentarla y asumir su propuesta de salvación: ser cauce de amor, de justicia, de paz y de perdón. Solo la actitud que cada uno/a adopte en su vida, de lo que quiera hacer con ella, arriesgándonos incluso al fracaso, nos da la medida entre vivir amando siendo bendición para otros o vivir odiando siendo maldición.
“Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir”. Presencia que va más allá del tiempo y del espacio, que lo llena todo. ¿Sabemos traducir y hacer comprensible esta expresión a nuestros jóvenes, en nuestras comunidades cristianas? ¿A qué experiencia mística, de diálogo interior, remite?
La Palabra quees Vida y Luz, penetra y sostiene todas las cosas, lo que somos, pues todo depende del Amor Supremo. La Palabra es el “Yo soy” que se esconde en la intimidad de cada ser, cuando descubrimos la luz del “sí mismo”, o el “ser en Dios”. Es la luz verdadera que con su venida al mundo, ilumina a todo ser humano.
“Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron”. Ocurre cuando nos dispersamos, cuando ponemos nuestra identidad en el “ego”, en nuestras ambiciones, soberbia, miedos, mentiras, desvaríos… ¿Quién puede sentirse hoy atraído y cautivado por este acontecimiento íntimo, vital, silencioso, humilde, necesario? ¿O nos enredamos en el despilfarro, el consumismo, ruidos, gentío…? Decíamos al comienzo, que el pueblo judío no fue capaz de ver en Jesús la vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. ¿Damos, hoy, los cristianos testimonio de su luz, de su vida?
¿Qué decir de la Iglesia, Pueblo de Dios, incapaz de concretar procesos de cambio estructural, inclusión, equidad y conversión realmente evangélicos?
“A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos/as de Dios. Estos son… los que nacen de Dios. Creer en sentido bíblico, es decir, aquellos que confían y viven lo que significa Jesús, no una serie de verdades inmutables, sino la aceptación de su persona, que es Buena Noticia.
“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Hoy, planta su tienda en esta humanidad itinerante y peregrina. Culminación de todo lo anterior. Isaías canta al Señor por la restauración de Jerusalén: “los confines de la tierra contemplan la victoria de nuestro Dios”. Y Lucas escribe: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor” (2,14). Nosotros cantamos por la restauración de nuestro mundo y experimentarnos “Ser en Dios”, al abrirnos el camino para vivirlo como hijos/as suyos/as.
Dice Joan Chittister[1], que “la falta de fe en la presencia de un Dios invisible en un momento difícil tiene sentido. No tener confianza en la fuerza que se me ha dado es mucho más grave que dudar de lo que creo, pero no puedo ver. Negar las capacidades que se me han otorgado: el pensamiento, la reflexión, la sabiduría, el discernimiento, la compasión…, es prácticamente un pecado contra la creación. Priva a la comunidad humana de los dones que se me han dado para el bien de ésta y convertirlos en verdaderos”. De nada sirven si no los ponemos al servicio de nuestros hermanos/as.
¡Todos los días nace Abbá-Dios!
¡Shalom!
Mª Luisa Paret García
[1]Cf. Joan Chittister, OSB, Hermanas Benedictinas de Erie, Pensilvania, USA “El momento es ahora”, en el que recurre a la sabiduría de los/as profetas de todos los tiempos, Sal Terrae, 2021.
Comentarios desactivados en Vivir en la Luz de la comprensión
Fiesta de Navidad
25 diciembre 2022
Jn 1, 1-18
Fuera de la comprensión, todo es oscuridad y, en consecuencia, confusión y sufrimiento. Por el contrario, la comprensión es luz, claridad y liberación. Por lo que no resulta exagerado afirmar que todo se ventila en ella, y que solo ella aporta plenitud de vida.
Pero “comprender” no se reduce a “entender”. No es, por tanto, una actividad exclusivamente mental. La mente se mueve en el mundo de los objetos –“objeto” es todo aquello que puede ser observado- y trata de entenderlos por medio del análisis y la reflexión. Es una tarea imprescindible. Sin embargo, si nos reducimos a ella, quedamos encerrados en la peor ignorancia.
Comprender equivale a “ver”. Y así lo recoge la raíz sánscrita “vid”, de donde viene el verbo latino “video” = “yo veo”. “Vid” significa, a la vez, “conocer” y “ver”. Esta es la comprensión de la que hablamos. Y no llegamos a ella a través de la mente, sino más bien al contrario, en el silencio de la mente, en una atención desnuda que transciende el plano de las formas u objetos.
Comprender significa saber de manera experiencial qué somos; permanecemos en la ignorancia mientras lo desconocemos, tomándonos por lo que no somos. Dicho brevemente: si el autoconocimiento es el principio de la sabiduría, la identificación con el yo es el principio de la ignorancia.
Ahora bien, la comprensión no se halla al alcance de la mente, porque esta nunca podrá conducirnos más allá de ella misma. La comprensión no se conquista; se recibe. Lo que cabe hacer es desarrollar aquellas actitudes y capacidades que puedan “disponernos” a recibirla.
¿Qué hacer? Podría resumirlo en cuatro palabras: atender, indagar, experimentar y silenciarse. En concreto, se trata de desarrollar la capacidad de atender; indagar a partir de la primera pregunta “¿Qué soy yo?”, abriéndome a descubrir qué soy más allá de lo que pienso ser; experimentar en nuestra vida cotidiana qué ocurre cuando vivo las circunstancias creyendo que soy un yo particular o cuando las vivo desde la “hipótesis” de que mi identidad profunda es la consciencia una, la vida misma, la totalidad; practicar y saborear el silencio de la mente, permaneciendo en quietud, más allá de las formas.
¿Me conformo con “entender” (pensar) o estoy abierto/a a “comprender”?
Comentarios desactivados en Una vez que Dios había pronunciado su palabra en su Hijo, ya no tenía más que decir. (S Juan de la Cruz)
Del blog de Tomás Muro La verdad es Libre:
Meditación en la Navidad
01.- En el principio.
San Juan piensa y redacta su evangelio teniendo como transfondo el Génesis y la creación de una nueva humanidad.
o Si al comienzo la tierra era un caos (Génesis) en el evangelio de Juan desde principio existía el orden, la palabra (Logos – razón, sentido): todo tiene un sentido por principio, todo está bien creado y en orden.
También nuestra vida al inicio es un mundo a realizar, a recorrer a llenar de orden y sentido.
La Palabra, JesuCristo, se encarna para crear una nueva humanidad, que no es un caos, sino que es vida, luz y sentido.
Si la vida no tuviese sentido, Dios no la habría creado.
Recordemos el espléndido y delicado texto del libro de la Sabiduría, que dice:
Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo hubieses odiado, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas y los seres si no hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú a todos perdonas, porque son tuyos, Señor que amas la vida. (Sabiduría 11,24-26).
La palabra era Vida. San Juan no emplea en su Evangelio la expresión Reino (de Dios o de los cielos), la sustituye por el término “vida”. Emplea 37 veces la expresión “vida”.
Toda la creación es un canto a la vida. La Palabra era creación, creatividad y vida.
¿Trato de crear vida en mi existencia
La Palabra era luz: La vida y la luz se hacen presentes de nuevo en la humanidad y es lo que celebramos en Navidad: Cristo es el nuevo Adán, está naciendo una nueva humanidad.
Vendrán oscuridades y tempestades, pero la luz está en medio de nosotros.
En el principio existía no un caos, confusión y oscuridad, sino la Palabra y la luz.
02.- Vivimos en la nada.
Mucho han cambiado las cosas para que llegáramos a finales del siglo XIX (Nietzsche) y hasta nuestros días, para afirmar y vivir en:
Al principio era el absurdo,
y el absurdo era Dios
y Dios era el absurdo. [1]
¿No se ha tornado absurda la vida del ser humano postmoderno? Nietzsche nos “aconsejaba” vivir en la nada, porque no hay nada, ni Dios, ni valores, ni criterios. ¿No es ese el estilo y “modus vivendi” del momento cultural que hoy estamos viviendo? ¿No hay un gran vacío en los planes de educación, en la Universidad, en los medios de comunicación, en la vida socio-política?
principio en la tradición creyente significa que el Universo, la existencia, nuestra vida está llena de sentido.
¿Mi vida transcurre por los “espacios siderales” de nada o vivo y transmito sentido y horizontes en mi vida?
03.- Logos: Palabra: verbo: Xto.
La Palabra de Dios no es un “vademecum” de verdades religiosas, sino que la Palabra de Dios es JesuCristo. Lo que Dios quería decir al ser humano es JesuCristo.
San Juan de la Cruz (1542-1591) lo dice espléndidamente: una vez que Dios había pronunciado su palabra en su Hijo, ya no tenía más que decir.
Pon los ojos sólo en Él, porque en Él lo tengo todo dicho y revelado. Él es toda mi Palabra y respuesta. [2]
04.- La Palabra era y es luz y vida.
JesuCristo es la luz y la vida de Dios: son vivencias de fe expresadas continuamente en san Juan.
En Jesús, ya entre nosotros, comienza una nueva manera de ser persona. Pilato no se equivocó cuando lo presentó al pueblo: “Aquí tenéis al hombre: Ecce homo, (Jn 19,5). JesuCristo es una semilla débil, pero llena de vida y ha caído en el surco de nuestra tierra, en nuestro barro para sembrar vida.
La Navidad es un momento para encontrarse con la debilidad, que es luz y vida. Y en la fragilidad de Jesús y de los débiles, Dios se hizo humanidad.
“Dios es como el sol”, no lo podemos mirar porque quema nuestras pupilas. Es una luz demasiado intensa. Necesitamos un filtro y un camino para “ver” a Dios. Tal camino es JesuCristo pobre y débil (sarx). En Él vemos reflejado a Dios.
La debilidad de Dios hecho ser humano transparenta a Dios. Los cristianos (si lo somos) vemos a Dios y estamos con Dios, cuando “tocamos” periferias, pateras, pobreza.
La palabra, la luz y la vida se hicieron presentes en JesuCristo.
[1] F Nietzsche, Así habló Zaratustra.
[2] San Juan de la Cruz: Subida al Monte Carmelo, II, 22,5.
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