18.12.22: José, Hijo de David (depredador sexual, guerrero sangriento).
Del blog de Xabier Pikaza:
David fue rubio, de hermoso parecer y bello aspecto (1 Sam 16, 12), matador de gigantes y seductor de mujeres). José, su “hijo” fue justo, compañero y amigo de María, padre fiel de Jesús.
Toda la Biblia, camino de humanización (salvación), se condensa en la historia que lleva de David a Jesús, Hijo de José), según Mt 1, 18-25, el evangelio judío de Jesús.
David (gran mito judío universal), fue en esencia un guerrero guapo, depredador de mujeres, pastor de ganado, matador de Goliat; fue guerrillero/terrorista al servicio del mejor postor (filisteo o israelita), rey/conquistador de Jerusalén. El Salmo 44/45 le dedica el más bello y doloroso (=falso) de todos los poemas de la Biblia: Canto de bodas del guerrero divino de Sion con la hija/mujer de Tiro, la presa sexual más rica y más codiciada.
David no habla con mujeres, no dialoga con ellas, las domina, desea sexualmente y posee, poniéndolas al servicio de sus intereses de poder… Amar, lo que se dice amar, David sólo puede amar a un compañero de conquistas, guerrero con guerreros. Estamos muy cerca de una visión “griega” de la homosexualidad, donde los guerreros pueden amarse entre sí, pero a las mujeres no las aman, sino que las desean como presas sexuales o “peones” al servicio de su política.
Mt 1. 18-25 presenta a José, Hijo de David, como hombre fiel y pobre, a quien el ángel de Dios le pide que reciba en su casa y que ame (acoja, acompañe) a María, mujer embarazada de Dios, que corre el riesgo de ser lapidada por los “claros” (oscros) varones. Sin un José “convertido” y sin una María que le acoge en amor y le eleva en humanidad no podría haber nacido Jesús, no habría futuro.
Texto:
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.” Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer (M 1, 18-25).
Tema
- Los judíos postbíblicos, que han debido pasar del David de sus leyendas a la Biblia de sus realidades rabínicas, han tenido y tienen mucha dificultad en aceptar el auténtico camino que lleva de David a José, y siguen llorando ante las piedras-ruinas del muro/templo de David, profanado por Herodes y destruido por los romanos el 70 d.C.
- Los primeros cristianos “alegorizaron” la historia que va David a José, porque tuvieron miedo de ella. Así espiritualizaron casi todo (es decir, lo confundieron “santamente”), y lo hicieron de manera falsa pero conservaron (recrearon) el machismo de David (guerrero sangriento, depredador), sin saber qué hacer con José. Ha seguido así vivo el “mejor” David de la nueva humanidad del re-nacimiento, con sus genitales al aire de Florencia, bella y falsa imagen del machismo moderno.
- Los cristianos actuales,año 2023. Quizá por vez primera, volviendo al verdadero José (con María) y a la verdadera comprensión de la Biblia (superando el mito del David macho, guerrero vencedor y mujeriego, podemos situarnos ante el Adviento de Dios, es decir, de la verdadera humanidad. El “mito” machista hecho de guerra y violaciones (Gen 1, 1-6) de los duros “ángeles custodios” y de David puede transformarse en historia de José, el justo, compañero y amigo de María, humanizados ambos en libertad, en amor mutuo, en acogida…
- Son muchos los están (=estamos) queriendo escribir con nuestra vida y nuestra comunidad (seamos judíos o cristianos) una historia como ésta, pasando de la exclusión a la acogida mutua, del varón-macho-David y la mujer-sumisa y violada, al varón liberado de su violencia y a la mujer, también liberada (José y María) mutuamente acogidos y elevado, varones y mujeres, para que llegue por fin el “hombre/mujer nuevo (Navidad).
Esta es una historia compleja, son muchas/muchos, las mujeres y varones que quieren escribirla con su pensamiento y con su vida… Desde algún tiempo he querido aportar mi pequeña reflexión, recuperando de forma algo distinta la figura y la historia de María y José, en obras como la Historia de Jesús y en la postal sobre José publicada en RD y en FB, el pasado…
Esta una historia que seguiré narrando, Dios mediante en Días sucesivos. Hoy empiezo contando la historia David Guerrero y Depredador para llegar después al “justo” José, esposo de María, que tuvo que reescribir con su vida, acogiendo en amor fiel a su mujer, y sufriendo siendo vencido y desterrado, fugitivo con ella, por Jesús, según el evangelio.
DAVID GUERRERO (Texto tomado de entradas de Gran Diccionario).
Un compendio. Nacimiento de la monarquía judía
El camino de Israel a la monarquía no se explica en la Biblia de manera mítica, como en otros pueblos del entorno (el rey es meta del drama creador) sino de forma histórica, vinculada al riesgo de los filisteos, que formaban una aristocracia militar que había conquistado las plazas costeras del sur de Palestina (Ekron, Gaza, Askalon, Gat, Asdod; cf. 1 Sam 6, 17), estableciendo allí su dictadura económico-social expansionista. Su poder estaba ligado a la táctica guerrera, dirigida por cinco seranim o tiranos de su pentápolis, que controlaban el comercio y, por su mayor tecnología, ligada al monopolio del hierro, ejercían un severo control sobre el armamento.
No se encontraba un herrero en todo el país de Israel, pues los filisteos se decían: ¡que los hebreos no fabriquen armas ni espadas! Por eso, los israelitas tenían que bajar adonde los filisteos para afilar sus arados, sus azadones y sus hachas, pagando… Aconteció, pues, que el día de la batalla no había en Israel lanza ni espada (1 Sam 13, 10-21).
Esta era la situación hacia el 1050 a. de C. Antes, las tribus de la zona montañosa habían sido capaces de enfrentarse con las ciudades cananeas, cuyos carros no podían maniobrar en las quebradas y/o llanuras pantanosas, donde se imponía la guerrilla. Pero ahora los filisteos controlan el hierro y disponen de armamento superior ligero e individual (cf. 1 Sam 17, 5 ss) que les enfrenta con ventaja sobre los israelitas, que responden buscando un jefe carismático: Saúl. En sentido estricto, Saúl no es aún rey (no unifica la administración ni tiene corte) sino general en jefe de unas tribus que convoca contra los nómadas de oriente, en Galaad (cf. 1 Sam 11), y contra Filistea (1 Sam 13-14). Antes los soldados volvían a sus casas al acabar la guerra, ahora no:
La guerra contra los filisteos fue muy viva… y en cuanto Saúl veía cualquier hombre fuerte o valiente lo atraía hacia sí… Y Saúl se escogió tres mil hombres de Israel: dos mil estaban con él en Mikmas…, y mil, con Jonatán (su hijo) en Gibea de Benjamín. En cuanto al resto del pueblo, los mandó a su casa (1 Sam 14,52 ; 13,2).
Ha nacido un ejército profesional, pues la defensa exige una milicia constante, en cuarteles o campamentos, cerca de los puestos de peligro, dispuesta al pronto combate. Surge de esa forma una primera división de clases: los soldados se separan del resto de la población, de la que viven y a la que defienden. Lógicamente, hacen falta impuestos para su manutención y utillaje, pues el hierro es caro.
Saúl fracasó, muriendo en Gelboe, en manos de los filisteos, hacia el 1000 a. de C.29. En su lugar surgió David, que había empezado como soldado y jefe particular (condottiero de guerreros profesionales), culminando para su provecho una brillante carrera político-militar que le hizo rey. La misma Biblia, que idealiza su figura, conserva claro el recuerdo de sus orígenes guerreros. Era, ante todo, estratega y soldado, ya en tiempos de Saúl:
Se le juntaron todos los hombres en situación apurada, cuantos tenían un acreedor y todos los individuos amargados; David hízose su caudillo, resultando sus acompañantes como unos 400 hombres (1 Sam 22, 2).
Su ejército puede compararse a los modernos cuerpos de mercenarios guerrrilleros, con soldados que no tienen más oficio que la guerra: de ella viven, para ella se preparan. El mismo David había sido mercenario al servicio filisteo (1 Sam 27), sabiendo granjearse con regalos a los representantes de Judá (1 Sam 30) que le ungieron rey tras la caída de Saúl (2 Sam 2, 2-4). Su mandato fue eficaz y las restantes tribus de Israel también lo hicieron:
Vinieron, pues, todo los ancianos de Israel donde el rey, hasta Hebrón, y el rey David pactó con ellos alianza en Hebrón, delante de Yahvé, y ungieron a David como rey sobre Israel (2 Sam 5, 3).
David dirige la guerra de las tribus contra Filistea, unificando fuerzas y logrando liberar al pueblo; pero, al mismo tiempo, debe respetar la estructura y vida interna de las tribus que le prometen asistencia30. Él supo cumplir pacto y deseos personales:
– Sigue siendo un condottiero, rodeado por antiguos compañeros de guerrilla (cf. 1 Sam 22, 2) que forman su guardia militar, centrada en los treinta héroes, oficiales mayores de su tropa (cf. 2 Sam 23)31.
– Al enriquecerse como rey, David contrata soldados mercenarios de Creta y Filistea (cereteos y peleteos: cf. 2 Sam 8, 18; 18, 20) que pone a su servicio, no al servicio de las tribus o la guerra santa.
– Por pacto con las tribus, él es jefe de la milicia popular de Israel, que debía reclutarse cuando fuera necesaria la defensa del pueblo, puesta ya bajo el mando de sus profesionales (cf. Cron 27).
Con sus soldados particulares y sus mercenarios (sin la participación de las tribus), David conquistó un importante enclave cananeo-jebusita, incrustado como cuña entre Judá y el norte: se dirigió con sus hombres hacia Jerusalén…, tomó la fortaleza y habitó en ella, llamándola Ciudad de David (cf. 2 Sam 5, 6-9). La nueva capital no será parte de las tribus sino propiedad del rey, lugar donde residen sus mercenarios, convirtiéndose después en punto de confluencia del nuevo Israel (Judá) supra-tribal, unificado. De esta forma, el pueblo de las libertades tiende a centrarse en torno a una ciudad que es capital política, centro de culto religioso (con el traslado del Arca; cf. 2 Sam 6) y cuartel militar de un ejército mixto que logró vencer a los filisteos y conquistar las ciudades y reinos del entorno (2 Sam 5,10-21)32.
David conservó la estructura de las tribus, pero empleándola para fines no tribales. Ciertamente, conquistó la tierra cananea, en gesto que se interpreta como cumplimiento de las viejas promesas patriarcales (Gén 15)33. Pero, al mismo tiempo, creó una serie de problemas que serán casi insolubles para el yahvismo posterior: el centralismo administrativo, con la división de clases y un ejército profesional como signo de poder contrario a la antigua experiencia religiosa israelita. Además, la conquista indiscriminada de las ciudades cananeas será una amenaza para la pureza del yahvismo, como han visto los profetas.
Estos problemas y contradicciones se agudizan con Salomón, hijo de David (rey entre el 960 y 920 a. de C.) en cuyo nombramiento no intervienen ya los representantes de las tribus sino una intriga palaciega, apoyada por los cereteos y peleteos, mercenarios de su padre (cf. 1 Rey 1, 38) que seguirán siendo decisivos en el nuevo reinado. Por otra parte, la vieja organización tribal desaparece, y en su lugar se introduce una administración “racionalizada” con criterios territoriales y militares (cf. 1 Rey 4). Antiguos israelitas y nuevos cananeos conquistados se convierten así en súbditos de un mismo rey, obligados a pagar tributos para las construcciones y empresas monárquicas, censados para un servicio militar profesionalizado. Lógicamente, se vuelven necesarias las bases militares, las ciudades para los carros y la caballería (1 Rey 9, 19). De esa forma, el ejército se convierte en institución unificada, al servicio del imperio34.
Una figura
1 y 2 Sam han querido presentar su historia en un relato lleno de luces y sombras, especialmente en lo que toca a sus tragedias familiares, con las divisiones y luchas de sus hijos. Pues bien, en medio de esas divisiones
El relato fundamental en este plano es su victoria sobre Goliat. Conforme a un texto más antiguo (2 Sam 21, 19), Goliat era un gigante a quien mató Elkana, uno de los hombres de David. Pues bien, partiendo de esa tradición, nuestro relato ha construido una historia militar simbólica que condensa no sólo la victoria de David sobre los enemigos de Israel (con la conquista final de toda la tierra cananea) sino el sentido de conjunto de Israel y de su lucha contra los pueblos enemigos. Todo el poder del mundoestá simbolizado en Goliat, el filisteo fuerte, el gran guerrero. David representa la novedad israelita:
Los filisteos estaban sobre la montaña, de un lado, y los israelitas sobre la montaña, del otro lado, y entre ellos mediaba el valle. Y entonces salió de las huestes filisteas el retador, llamado Goliat, natural de Gat; su altura era de seis codos y un palmo. Un yelmo de bronce cubría su cabeza y iba vestido con una coraza de escamas, siendo el peso de la coraza de cinco mil siclos de bronce. Cubrían sus piernas grebas de bronce y llevaba una jabalina de bronce sobre sus espaldas. El hasta de su lanza era como un enjullo de tejedores y la cabeza de su lanza pesaba seiscientos siclos de hierro. Le precedía su escudero. El se plantó y gritó a los escuadrones de Israel…: ¡Yo desafío hoy a los batallones de Israel; escoged un hombre y combatiremos uno contra el otro! Cuando Saúl y todos los israelitas oyeron estas palabras del filisteo quedaron atónitos y experimentaron un temor grande (1 Sam 17, 1-11)48.
Goliat es el símbolo del Guerrero Fuerte, profesional de la violencia, armado con todas las armas del mundo. Es claro que nadie le puede vencer en un plano militar: él simboliza la técnica hecha fuente de guerra, es la bravura humana convertida en principio de victoria sobre el mundo. Todos los israelitas fuertes responden con el miedo, a pesar de la promesa que promete los premios más grandes a quien quiera (a quien pueda) vencer a este guerrero:
A quien le mate le enriquecerá el rey con cuantiosas riquezas, le dará su hija en matrimonio eximirá de tributos a la casa de su padre (1 Sam 17, 25).
Sobre la mujer (hija del rey) como premio de victoria del guerrero tratará el capítulo siguiente (al hablar de Jue 1, 12-15). Aquí sólo evocamos la lucha entre Goliat, gigante luchador del mundo, y David, creyente israelita. Este es aún joven, no tiene edad para la guerra; por eso guarda las ovejas de su padre mientras luchan sus hermanos mayores y más fuertes, en contra de los filisteos. Viene David como muchacho, llevando la comida a los hermanos cobardes, para enfrentarse él sólo al filisteo. Mientras todos se abajan por el miedo (pues miran la batalla en perspectiva de lógica del mundo), David se eleva en gesto de fe: ¿Quién es ese incircunciso filisteo para escarnecer a los escuadrones de Israel? (17, 26).
Esta no es batalla entre guerreros iguales sino lucha entre el enemigo de Dios (Goliat) y el creyente de Israel (David). Como es normal, David empieza a prepararse para el gran combate al modo militar (con yelmo y coraza); pero luego abandona esos signos y medios militares para empuñar sus utensilios de pastor: agarró el cayado, tomó cinco guijarros del torrente y los puso en su zurrón y luego, con la honda en la mano, se dirigió hacia el filisteo (17, 40). Se prepara y realiza de esta forma una batalla que será paradigmática: la lucha central de la historia bíblica. Los soldados israelitas se han identificado siempre con este David, ágil y libre, creyente y astuto, que lucha contra el inmenso filisteo a quien nuestro relato presenta como orgulloso y torpe. Así se enfrentan uno y otro en la batalla:
– Cuando el filisteo miró y vio a David le menospreció: era un muchacho, rubio y de lindo aspecto. Y el filisteo maldijo a David por sus dioses y dijo después a David: ¡Ven a mí, que yo entregaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!
– David replicó al filisteo: ¡Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; más yo voy a tí en el nombre de Yahvé de los ejércitos, Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has escarnecido. Hoy te entregará Yahvé en mi mano y te mataré y cortaré tu cabeza de sobre ti… y todos estos aquí congregados sabrán que Yahvé no salva con espada ni lanza, pues a Yahvé pertenece la guerra y os entregará en nuestras manos (17, 43-47).
Esta es, por tanto, una lucha religiosa. Combate la fuerza del mundo contra la fe en el Dios Yahvé. La guerra será teofanía. Más que un hombre concreto, con las debilidades propias de la vida (como los jueces que antes hemos visto), David aparece así como representante de Dios. Su lucha contra Goliat se vuelve paradigma, ejemplo de todas las batallas de los israelitas, principio de esperanza de victoria para el futuro de la historia:
Y sucedió que cuando fue el filisteo y se puso en marcha, dirigiéndose al encuentro de David, se apresuró David a correr hacia la línea de batalla, al encuentro del filisteo. Luego David alargó la mano al zurrón, tomó de él una piedra, volteó la honda e hirió al filisteo en la frente, clavándole la pieda en su frente y haciéndole caer de bruces en la tierra. Así venció David con la honda y la piedra al filisteo: le hirió y mato sin que hubiera espada en su mano. Luego, David se echó a correr y se acercó al filisteo y, agarrándole la espada, la sacó de la vaina, le remató y le cortó con ella la cabeza. Los filisteos, cuando vieron que su campeón había muerto, emprendieron la huída (17, 48-51).
Esta es la guerra de las guerras, la batalla de todas las batallas de la Biblia. Quedan en penumbra las restantes historias militares, las estratagemas de David guerrillero, la estrategia de David general y gran rey, creador del ejército israelita. El David guerrero que emerge en el centro de la historia bíblica, para ser siempre recordado, es este muchacho creyente que vence a Goliat, el gigante, con el cayado y honda de pastor. En el fondo de esta historia hallamos un ejemplo de batalla humana: la habilidad del aparentemente débil pero libre y creyente que se enfrenta con el torpe y gran guerrero. Pero más al fondo todavía descubrimos la certeza sagrada israelita: el David guerrero está en la línea de Josué; con la ayuda de Dios ha triunfado y no por méritos o fuerzas militares de la tierra.
LAS MUJERES DE DAVID, UN DEPREDADOR SEXUAL (La familia en la Biblia)
(Síntesis tomada de La Familia en la Biblia (Verbo Divino…. Descripción completa del tema en La mujer en la Biblia (Clie, texto que aquí no me atrevo a presentar por su dureza… por la forma en que David “roba” a casi todas las mujeres de sus amigos… para así aparecen como el más “macho” de todos).
David fue un personaje carismático y duro, ambiguo, cuya tradición se recoge en una “novela ejemplar” que expone su trama de familia, llena de intrigas matrimoniales. David aparece en la “devoción” posterior como héroe y modelo mesiánico para israelitas y cristianos, pero, según la Biblia, su historia fue un duro conflicto de mujeres e hijos, compuesta con recuerdos antiguos y nuevas interpretaciones que recogen el testimonio (literario y real) de las tensiones y luchas de familia que aparecen a lo largo del Antiguo Testamento y que se expresan de un modo en un rey querido y poderoso. La historia/leyenda de David recoge como en un espejo los valores y riegos, los grandísimos “pecados” de una dinastía de poder israelita. Tenemos que dar gracias a la Biblia por haber presentado así su figura, con realismo, sin falsos pudores.
01.- Mical, hija de Saúl.
Su figura emerge entre las tensas relaciones que David mantuvo con el rey Saúl, durante los años de soldado y general a su servicio. En ese contexto, la Biblia dice algo que resulta extraordinario en aquel tiempo: «Y Mical, hija de Saúl, amaba (‘hb) a David, y se lo comunicaron a Saúl y le pareció bien, porque calculó: se la daré como cebo, para que caiga en manos de los filisteos» (1 Sam 18, 20-21; cf. 18, 29). La Biblia no habla del amor de las mujeres por los hombres, pues no lo considera digno de recordarse; sólo lo hace, refiriéndose a Mical, y en el caso de la Sunamita del Cantar de los Cantares.
El rey Saúl utiliza ese amor, para tenderle una trampa a David, pidiéndole como dote cien prepucios de filisteos (cf. 1 Sam 18, 25-27), una “fortuna” simbólica, que nos ayuda a entender el valor de una hija de rey: cien enemigos muertos (con el riesgo que ello implicaba para David). Sea como fuere, en el fondo de ese dato legendario viene a revelarse el amor de Mical por un hombre “difícil”, amor paralelo al de su hermano Jonatán por el mismo David, que muchos interpretan en línea homosexual (cf. 1 Sam 18, 20 y 19, 1).
En ese contexto, ella aparece inmersa en una trama de tensas relaciones con su padre Saúl, que se siente traicionado por sus familiares. Ciertamente, no es una pasiva, sino mujer de gran decisión, en contra de su mismo padre rey, a favor de su marido, a quien salva la vida, como se la salva, en otro contexto Jonatán (cf. 1 Sam 19, 1-10).
Desde aquí se pueden entender mejor los “celos” de Saúl, que provienen no sólo de su posible “neurosis”, sino de saberse amenazado por David (a quien por otra parte parece amar de alguna forma, pues busca su servicio) y traicionado por sus hijos (y quizá por su misma esposa Ajinoam, que le traiciona también con David). Para Saúl resulta especialmente dura la actitud de Mical, que deja escapar a David, en vez de entregarlo en sus manos (1 Sam 19, 11-17).
Situada entre su marido y su padre, Mical opta por su marido, con astucia y decisión, metiendo en su misma cama unos ídolos para engañar a sus perseguidores. Pues bien, a pesar de ello, David le traiciona a ella y se marcha, exigiendo su divorcio (¡es hija de rey!), y diciéndole que “si no la deja escapar” (si no le deja en libertad) le matará (cf. 1 Sam 19,17). Ésta es una de las historias más tristes de amor frustrado de la Biblia, la historia de una mujer fiel (Mical), utilizada por su marido, y quizá al final resentida en contra de él; la historia de un hombre (David)que se aprovecha de su mujer, hija del rey, para utilizarla.
02.- Abigail de Carmel.
Conocemos su historia mejor que la de Ajinoan (de la que hablaré después), y en este caso resulta evidente que, al menos de forma indirecta, David se la “robó” a su marido, Nabal de Carmel, hombre rico, del clan de los calebitas, cuyos rebaños pastaban al sur de Judá, en una zona controlada por los guerrilleros de David (que no era aún rey). Como suele suceder, David le mandó emisarios para pedirle un “tributo”, a modo de compensación por la seguridad que “militar” que le ofrecía. Nabal se negó, apelando a su propia independencia y, quizá, a los vínculos que mantenía con el rey Saúl.
“Lógicamente”, David convocó a sus hombres (unos cuatrocientos) y dejando a otros en la retaguardia avanzó contra Nabal y sus posesiones, para darle un castigo ejemplar. Al enterarse de ello, Abigail, a quien el texto presenta como sensata y guapa (una esposa ideal), sin decir nada a su marido (a quien el texto presenta como áspero y sin educación, preocupado por esquilar sus ovejas más que por agradar a su mujer, cf. 1 Sam 25, 3), tomó una serie de regalos y salió al encuentro de David, logrando que no matara a su marido (cf. 1 Sam 25, 23-34).
Ella actúa, según eso, con astucia “profética”, acusando, por un lado, a su marido, al que define como necio, y halagando por otro a David, a quien dice en nombre de Dios, que llegará a reinar sobre Israel. El discurso de Abigail es un modelo de diplomacia. Ella actúa no sólo como mujer amenazada, sino, sobre todo, como sabia y profetisa, trazando ante David un modelo de conducta que puede conducirle a convertirse en rey sobre Israel. No se dice que Abigail amara a David, pero es claro que elle influye en su conducta, ofreciéndole su colaboración y su persona, llegando de algún modo a pedir su mano (cf. 1 Sam 25, 33).
Al enterarse de lo sucedido, y del gesto de su esposa, Nabal desfallece hasta perder la conciencia, y poco después muere, y así ella se puede casar con David. Fiel a su forma de narrar, la Biblia Judía no juzga los hechos, pero los presenta de manera que podemos comprender que Dios mismo dirige la historia de David para que consiga el trono. No es mucho más lo que sabemos de ella, sino que acompañó a su nuevo esposo durante los años en que se mantuvo como guerrillero, entre los filisteos y los israelitas (cf. 1 Sam 37, 2), hasta el momento en que tomó el control de Judá, siendo coronado rey en Hebrón (2 Sam 2, 2-4), donde aparece como segunda esposa de David (después de Ajinoam; cf. 2 Sam 3, 3).
03.- Ajinoam (la yezaelita).
Ella aparece como primera de las mujeres de David después que él se estableció como rey en Hebrón (cf. 2 Sam 3, 2-5). Fue madre de Amón (el que deshonró a Tamar), y todo nos lleva a suponer que había sido mujer de Saúl, con quien había tenido cinco hijos, citados en 1 Sam 14, 49-50, tres varones (Jonatán, Isvi y Malquisúa) y dos mujeres (Merab y Mical). Era, según eso, la madre de Mical, de manera que, si eso es cierto (como parece), David se casó con la madre después de haber estado casado con la hija.
En ese contexto parece entenderse la acusación de Natán, cuando le dice, en nombre de Dios (con ocasión de su adulterio con Betsabé): «Yo te di la casa de tu señor (Saúl) y puse en tu seno las mujeres de tu señor» (2 Sam 12, 8). Ciertamente, esa palabra puede referirse a las mujeres del harén de Saúl, que David habría heredado según la costumbre antigua (para mantener así los tratados internacionales que ellas garantizaban). Pero es muy posible que Natán esté hablando precisamente de Ajinoam, mujer de Saúl, que David había tomado como suya, en contra de la ley bíblica que prohíbe que un hombre se case con la madre y con la hija (Lev 19, 9).Además, la Biblia no dice que Saúl tuviera un harén, sino sólo que tenía una concubina que se llamaba Rispa, pretendida por Abner (que buscaba así un poder de control sobre reino; cf. 2 Sam 3, 7-8); pues bien, David nunca intentó casarse con Rispa, que veló los cuerpos de los descendientes de Saúl asesinados por orden del mismo David (cf. 2, Sam 21, 8-11).
Resulta sin duda extraño que David se hubiera “apoderado” de Ajinoam, mujer de Saúl, mientras éste seguía siendo rey de Israel, sin que ese hecho dejara huellas más profundas en la Biblia. Pero no es imposible, dadas las tensas relaciones que hubo entre David y la familia de Saúl. Por otra parte, la historia de las disputas entre Saúl y David (1 Sam 18-24) contiene lagunas difíciles de explicar, y entre ellas podría situarse el hecho de que David, quizá tras haber despedido a Mical y haber triunfado como guerrillero, imponiéndose sobre Saúl, antes o después de su muerte, tomara como esposa a su mujer Ajinoam, por el prestigio que ello implicaba (y por el derecho que le daba a reinar), estableciéndola como la primera de sus mujeres en Hebrón.
04.- Betsabé, la mujer de Urías
Esta mujer, a quien la Biblia cristiana presenta como “abuela” de Jesús de Nazaret (cf. con Tamar, Rajab y Rut, cf. Mt 1, 6), aparece después que David ha conquistado Jerusalén y ha creado su harén, con las consecuencias sociales y políticas que ello implica. Antes, en Hebrón, se dice que había tenido seis hijos, con seis esposas (cada una de ellas con su nombre, cf. 2 Sam 3, 1-5). Después, instalado Jerusalén, como rey sobre todo Israel, se añade que «tomó otras concubinas y esposas, que le dieron más hijos e hijas», de los que se citan once por su nombre, entre ellos Salomón, en cuarto lugar, pero sin citar ya el nombre de las mujeres, como si ellas en sí no interesaran (2 Sam 5, 13-16). Pues bien, entre ellas, la Biblia sólo ha destacado, en otros lugares, a Betsabé, por sus circunstancias especiales y, sobre todo, porque es madre de Salomón.
Betsabé estaba casada con Urías, oficial hitita del ejército de David, y era de origen probablemente cananeo (hitita) como su marido. Es una mujer importante, hija de Eliam (¡uno de los “treinta” de David, como Urías!, cf. 2 Sam 23, 35) y nieta de Ajitófel, a quien 1 Cron 27, 33-34 presenta como principal consejero del rey. Por su marido y su padre/abuelo, debía ser muy conocida. En la primera parte del relato de su “incidente” con David ella aparece de un modo pasivo. El texto no dice lo que piensa, ni quiere (si está contenta con Urías, si tiene hijos…), sino sólo que se está bañando, y que David la mira desde la terraza de su palacio, a la hora de la tarde, tras la siesta, tras la siesta y que la llama.
El texto no cuenta su reacción, pero parece insinuar que ella aprovecha las circunstancias de su nueva historia (su adulterio, el asesinato de su marido) para ascender en la corte del nuevo rey israelita, su nuevo marido. Según 2 Sam 11, 2-6), ella estaba bañándose, para purificarse tras la menstruación, para indicar así que el hijo que espera, tras acostarse con David, no puede ser de Urías, que estaba luchando al servicio del rey, en el cerco de Rabat Amón.
En principio, nada permite suponer que ella se baña (¡quizá dentro de su casa, no en un patio externo, aunque siempre en un lugar visible!) con el fin de que el rey la mire y desee. Pero es claro que ella “no toma precauciones”. Por su parte, rey debe conocerla, por lo dicho ya de su marido y sus parientes, que forman parte de la guardia real. Sea como fuere, él la llama, y ella acude, sin ofrecer resistencia (en contra de lo que hará Tamar en 2 Rey 13, 12-13). En esa línea, pasado un tiempo, cuando manda decir a David que está encinta, ella parece actuar como cómplice, pidiéndole que asuma la paternidad del niño o, al menos, que resuelva el problema, pues su marido deberá matarla, si descubre el adulterio (teniendo que matar quizá también al rey).
Es evidente que, en este momento, Betsabé ha tomado ya la iniciativa, pidiéndole a David que acepte al niño (y que se case con ella). Al principio, David no la escucha, sino que desea borrar la memoria de lo acontecido, y por eso manda llamar a Urías, con la excusa de informarse de la guerra y pedirle que descanse por un tiempo en su casa y que se acueste con su mujer (para que él aparezca así como padre del niño que ella espera). Pero (en contra de Betsabé), Urías desobedece al rey por dos veces, negándose a subir a su casa, y duerme en el patio de guardia del palacio, con los “siervos de su señor” (que parecen ser compañeros suyos, pues él también forma parte de la guardia personal de David).
Mientras eso sucede y su marido no “sube” a visitarla, Betsabé calla. No se sabe si su silencio proviene del miedo (¡no puede revelar un secreto del rey!) o de su deseo de tener un hijo del rey. Todo nos permite sospechar que ella quiere, en realidad, que muera su marido, para no aparecer como adúltera. Pero, según el texto, no es ella la que actúa y resuelve la trama, sino David, que, al no cumplirse su propuesta (que Urías se acueste con Betsabé), cambia de estrategia y pide a Joab (general de su ejército) que coloque a Urías en un puesto de alto riesgo, para que así muera, como efectivamente sucede (1 Rey 11, 14-25).
El resto de la historia es previsible. Betsabé cumple el luto por su marido (¿un mes?) y, pasado ese tiempo, acepta la invitación de David, que parece no amarla (¡quizá quiere al niño que va a nacer!), pero que, desde un punto de vista político, aprovecha la oportunidad de casarse con una mujer de la aristocracia autóctona de Jerusalén, a pesar de que su gesto puede suscitar la enemistad de los familiares de Urías y de la misma Betsabé, como su abuelo Ajitófel, que “traicionó” a David quizá por ello (2 Sam 16-17). Las mujeres anteriores del rey (en Hebrón) pertenecían a la nobleza judeo/israelita. Betsabé, en cambio, es jerosolimitana y, al parecer, forma parte de la nobleza de la ciudad (¡su casa está junto al palacio del rey!) y así, cuando llegue el momento de la sucesión de David, actuará como portavoz del partido de los que quieren imponer la autoridad (tipo vida social y religiosa) de la nueva capital sobre el conjunto de las tribus de Israel (de los que optan por Salomón, su hijo).
Betsabé actúa así como figura central en la “disputa” de familia entre los pretendientes al trono. Sin esperar la aprobación de David, que parece incapaz de gobernar porque es muy anciano, Adonías, el mayor de sus hijos vivos, con la ayuda de los miembros más destacados del “partido judío”, toma la iniciativa y se hace proclamar rey ante los funcionarios reales y ante sus hermanos (otros hijos de David), aunque sin contar con el partido jerosolimitano de Salomón (encabezado por el sacerdote Sadoc y el profeta Natán). Pues bien, en ese momento, impulsada por Natán (autor de una profecía “mesiánica”: 2 Sam 7, 1-17), interviene Betsabé y, a través de un hábil golpe de palacio, logra que David se decida a favor de Salomón.
La Biblia Judía en su conjunto ha terminado optando por la realeza y sacralidad de Jerusalén (es decir, por Betsabé y Salomón), y por eso aprueba la opción del David anciano que, según el texto, había jurado a Betsabé que Salomón sería su sucesor. No se trata de un juramento privado, pues Natán y su partido lo toman como argumento a favor de su “manejo sucesorio”, logrando que David opte por Salomón, a quien coronan como rey, con la ayuda de su guardia personal (¡mercenarios no israelitas: cereteos y peleteos!), imponiéndose sobre Adonías (1 Rey 1, 38-53), con Betsabé como figura clave. En contra de lo que pudiera decirse en el principio (2 Sam 11-12), donde aparecía como mujer pasiva, en este último momento ella actúa de forma muy activa.
David y Betsabé, una relación de intereses
Parece que David no ha querido a Betsabé, y que sólo ha buscado con ella una aventura (quizá para humillar a Urías, su marido, a quien luego desea “utilizar” como padre del niño). Por su parte, a lo largo de la trama, Betsabé parece obrar como instigadora oculta, aunque el texto no lo diga, sino que echa la culpa a David (cf. 2 Sam 12, 1-15), añadiendo que “Dios hirió” y mató al niño, nacido del adulterio, a pesar de que él oró y ayunó por su salud (de lo que piensa y hace Betsabé no se habla, como si no importara). Pues bien, muerto el niño, David consoló a Betsabé (ahora se supone ya que la ama), y se acostó con ella, que concibió y dio a luz a Salomón.
Sólo en este momento se insinúa que David empezó a querer a Betsabé, y se añade, de forma sorprendente, que «Yahvé amó» al niño Salomón (12 Sam 12, 24) y que “envió a Natán”, que antes había condenado a David por su adulterio (2 Sam 12, 1-12), para poner al nuevo hijo un nombre misterioso: Yedidyah, amado de Yahvé, “por lo que había dicho Yahvé”. Esa palabra (que define a Salomón como “amado de Dios”) puede aludir a 2 Sam 12, 8 (donde Natán había prometido la bendición de Dios para la familia de David), pero más probablemente a 2 Sam 7, 10-15, donde el Dios de Natán promete a David un hijo que le sucederá y será hijo suyo (de Dios): ¡no apartaré de él mi amor! (2 Sam 7, 15). Sea como fuere, en ese momento, el texto afirma que Salomón, el hijo de la adúltera, es el amado de Dios, sucesor dinástico de un reino divino.
Otras mujeres de David. Jonatán su “amor” homosexual, el “fracaso” de Salomón
La historia de David está marcada también por otras figuras de hombres y mujeres que configuran su difícil “mapa de familia”. Es evidente que él no ha sido ejemplar. Quizá se le puede tomar como un adúltero obsesivo, amante de esposas de otros, hábil político, siempre insatisfecho en el amor. No se dice que haya amado a ninguna mujer (sólo que deseó a Betsabé y que luego la “consoló”), pero la Biblia pone en su boca un canto de amor por Jonatán, hijo de Saúl, hermano de Mical, muerto en la batalla. La Biblia no dice en ningún momento que David “ame” a ninguna de sus mujeres… pero dice y canta su amor (homosexual) por Jonatán, compañero de batallas…
David no habla con mujeres, no dialoga con ellas, las domina, desea sexualmente y posee, poniéndolas al servicio de sus intereses de poder… Amar, lo que se dice amar, David sólo puede amar a un compañero de conquistas, guerrero con guerreros. Estamos muy cerca de una visión “griega” de la homosexualidad, donde los guerreros pueden amarse entre sí, pero a las mujeres no las aman, sino que las desean como presas sexuales o “peones” al servicio de su política.
- Cómo cayeron los valientes, en medio del combate,
- Jonatán, herido en tus alturas
- Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío.
- Ay, cómo te quería. Tu amor era para mi
- Más maravilloso el amor de mujeres (2 Sam 1, 25-27).
Sin duda, éste es un canto lírico, una elegía donde los detalles pueden y deben tomarse en lenguaje figurado. Pero nada impide que David, amante fracasado y marido de muchas mujeres, hubiera sentido por Jonatán, hermano de Mical, el único amor verdadero de su vida (cf. 1 Sam 20-23. Desde ese fondo, queremos recordar, sólo de un modo esquemático la historia de otras dos mujeres importantes de su familia:
‒ Tamar, hermana de Absalón. En la trama de la sucesión al trono de David (2 Sam 11− 1 Rey), que forma uno de los estratos más antiguos de la Biblia, de la que forma parte la “historia” de Betsabé, ocupa un lugar significativo el tema de Tamar (2 Sam 13), hija de David, que no es la nuera de Judá del mismo nombre. Tamar y Absalom eran hijos de David y de Maaca (princesa siria de Guesur, otra de las piezas políticas matrimoniales de David).
Pues bien, Amón, primogénito de David (hijo de Ajinoam, posible mujer de Saúl, de la que hemos hablado), violó con engaño a Tamar, su hermanastra, haciéndose el enfermo y pidiéndole unos “buñuelos” (frutos de amor), para repudiarla después. A fin de vengarse de la afrenta de su hermana, Absalón asesinó a su hermanastro Amón, iniciando una serie de disputas y guerras familiares, que le enfrentaron por el trono con su mismo padre y que desembocaron en su muerte (cf. 2 Rey 14-19).
‒ Abisag, la sunamita. David había tenido muchas mujeres y concubinas, pero al final no hubo ninguna que pudiera dirigir su casa en la intimidad, ni atenderle en los servicios domésticos, ni “calentarle” en la cama, pues todas tenían sus ocupaciones (con casas e hijos propios) y, sobre todo, porque eran ancianas. Además, posiblemente, sólo querían aprovecharse del rey envejecido, utilizándole para el triunfo de sus hijos. «Era ya viejo el rey David y entrado en años; le cubrían con vestidos pero no entraba en calor. Sus servidores le dijeron: Que se busque para mi señor el rey una joven virgen y le asista y sea su mayordomo; que duerma en tu seno y dé calor a mi señor el rey. Y se buscó una muchacha hermosa por todos los términos de Israel y encontraron a Abisag, la de Sunem, y la llevaron al rey. La joven era extraordinariamente bella; y era mayordomo del rey y su ministro, pero el rey no la conoció» (cf.1 Rey 1, 1-4).
Éste es el triste colofón de un rey anciano e impotente, a quien sus mujeres antiguas no cuidan, pero al que buscan y encuentran una joven que le pueda ofrecer los servicios más oficiales e íntimos, y “calentarle” en sentido físico (quitarle el frío) y humano (encender su deseo), pues un rey sólo está verdaderamente vivo mientras mantiene su potencia sexual y puede tener hijos que hereden su trono. Por otra parte, si el rey tiene un nuevo hijo heredero sus “siervos” serán regentes hasta que alcance la mayoría de edad. De esa manera, mientras Adonías y Salomón disputan el trono de su padre viejo (cf. 1 Rey 1, 5-53), ella se ocupa de cuidar y administrar la casa real, de forma que cuando Betsabé viene a pedir audiencia, ella tiene que hacerlo a través de Abisag, que está presente mientras hablan (1 Rey 1, 15). Pero no pudo mantener el poder, ni legarlo a sus hijos, pues el rey “no fue capaz de conocerla” (1 Rey 1, 4).
Esta Abisag, sunamita hermosa y sabia, llamada (¿condenada?) a ser el último ministro humano y político de un rey antes poderoso, aparece así como figura trágica (¡no ha logrado dar herencia al rey, calentarle de verdad!), viniendo a convertirse, a la muerte de David, en figura de harén, un personaje triste, como lo muestra el relato donde se dice que Adonías (pretendiente real) quiso tomarla como esposa, pidiendo a Betsabé que intercediera ante Salomón, que le mató después por ello (cf. 1 Rey 2, 13-24).
Así murió David, sin auténtica familia, abandonado, utilizado, mientras sus hijos se mataban entre sí y Salomón empezaba a dirigir el reino con modos más paganos (cananeos, jerosolimitanos) que israelitas, de puro poder, pero ya sin el aura de leyenda que pudo tener David. Así quedó Abisag sin un marido propio, en el nuevo harén de Salomón que quizá no volvió a acordarse de ella, pues tenía otras mujeres (y ella debía serle odiosa, como contrincante de su madre).
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