Comentarios desactivados en Vuelve a enseñarnos a evangelizar… Id y anunciad lo que estáis viendo y oyendo
A BARTOLOMÉ DE LAS CASAS
Los Pobres te han jugado la partida
de una Iglesia mayor, de un Dios más cierto:
contra el bautismo sobre el indio muerto
el bautismo primero de la vida.
Encomendero de la Buena Nueva,
la Corte y Salamanca has emplazado.
Y ese tu corazón apasionado
quinientos años de testigo lleva.
Quinientos años van a ser, vidente,
y hoy más que nunca ruge el Continente
como un volcán de heridas y de brasas.
¡Vuelve a enseñarnos a evangelizar,
libre de carabelas todo el mar,
santo padre de América, las Casas!
*
Pedro Casaldáliga Todavía estas Palabras, 1994
***
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
– “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Jesús les respondió:
– “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
– “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”
*
Mateo 11,2-11
***
La compasión es fruto de la soledad. Tenemos que admitir lo difícil que es ser compasivo, ya que requiere una actitud de disponibilidad para estar con otros allí donde son débiles, vulnerables, solitarios, rotos. No es nuestra actitud espontánea ante el sufrimiento.
Procuramos, ante todo, evitar el sufrimiento huyendo de él o tratando de encontrar una cura inmediata para el mismo. Lo cual significa ante todo hacer algo que demuestre que nuestra presencia es significativa. Olvidamos así nuestro mayor don: la capacidad de solidarizarnos con aquellos que sufren.
Esta solidaridad compasiva crece en la soledad. En la soledad nos damos cuenta de que nada humano nos es ajeno, de que las raíces de todo conflicto, guerra, injusticia, crueldad, odio, celos y envidia están fuertemente anclados en nuestro corazón. En la soledad, un corazón de piedra puede convertirse en un corazón de carne; un corazón rebelde, en un corazón contrito, y un corazón cerrado puede abrirse a todo aquel que sufre, en un gesto de solidaridad.
*
H. J. M. Nouwen, El camino del corazón,
Madrid 1986, 30-31
Comentarios desactivados en “Amor a la Vida”. 3 Adviento – A (Mateo 11, 2-11)
Frente a las diferentes tendencias destructivas que se pueden detectar en la sociedad contemporánea (necrofilia), Erich Fromm ha hecho una llamada vigorosa a desarrollar todo lo que sea amor a la vida (biofilia), si no queremos caer en lo que el célebre científico llama «síndrome de decadencia».
Sin duda, hemos de estar muy atentos a las diversas formas de agresividad, violencia y destrucción que se generan en la sociedad moderna. Más de un sociólogo habla de auténtica «cultura de la violencia». Pero hay otras formas más sutiles y, por ello mismo, más eficaces de destruir el crecimiento y la vida de las personas.
La mecanización del trabajo, la masificación del estilo de vida, la burocratización de la sociedad, la cosificación de las relaciones, son otros tantos factores que están llevando a muchas personas a sentirse no seres vivos, sino piezas de un engranaje social.
Millones de individuos viven hoy en Occidente unas vidas cómodas, pero monótonas, donde la falta de sentido y de proyecto puede ahogar todo crecimiento verdaderamente humano.
Entonces, algunas personas terminan por perder el contacto con todo lo que es vivo. Su vida se llena de cosas. Solo parecen vibrar adquiriendo nuevos artículos. Funcionan según el programa que les dicta la sociedad.
Otras buscan toda clase de estímulos. Necesitan trabajar, producir, agitarse o divertirse. Han de experimentar siempre nuevas emociones. Algo excitante que les permita sentirse todavía vivas.
Si algo caracteriza la personalidad de Jesús es su amor apasionado a la vida, su biofilia. Los relatos evangélicos lo presentan luchando contra todo lo que bloquea la vida, la mutila o empequeñece. Siempre atento a lo que puede hacer crecer a las personas. Siempre sembrando vida, salud, sentido.
Él mismo nos traza su tarea con expresiones tomadas de Isaías: «Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí».
Dichosos en verdad los que descubren que ser creyente no es odiar la vida, sino amarla, no es bloquear o mutilar nuestro ser, sino abrirlo a sus mejores posibilidades. Muchas personas abandonan hoy la fe en Jesucristo antes de haber experimentado la verdad de estas palabras suyas: «Yo he venido para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10,10).
Comentarios desactivados en “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Domingo 11 de diciembre de 2022. 3º de Adviento
Leído en Koinonia:
Isaías 35,1-6a.10: Dios viene en persona y os salvará. Salmo responsorial: 145: Ven, Señor, a salvarnos. Santiago 5,7-10: Manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
La primera y la segunda lectura de hoy, del profeta Isaías y del apóstol Santiago, coinciden en el mensaje: merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, él mismo viene en persona, y trae el desquite… Hay que tener paciencia, porque es inminente su llegada, ya está a la puerta…
No dudamos de que esta forma de plantear la esperanza, de vivirla y de transmitirla, ha sido útil y muy eficaz para muchas generaciones anteriores a nosotros, pero tampoco dudamos de que hoy día, ese planteamiento pudiera no servir ya.
– Este motivo aducido clásicamente para fundamentar la esperanza de que Alguien viene, alguien va a irrumpir apocalípticamente en nuestra vida, incluso con inminencia, y de que nuestra esperanza consista en «esperar» (de espera, no de esperanza) su llegada… no resulta hoy ya plausible.
– Ese esquema conceptual según el cual Dios ha anunciado que vuelve, en una segunda venida que sellará el final del mundo, y que nosotros estamos por tanto en un tiempo intermedio, incierto y amenazado por la espada colgante (de Damocles) de esa sorpresa divina que llegará como la visita del ladrón… ha sido una imagen poderosa, que ha cautivado la atención de muchas generaciones, pero que hoy empieza ya a no funcionar.
– Esa idea de que debemos esperar que en el futuro Dios va a castigar a los malos… y así «poner las cosas en su sitio» y vengar las maldades de los que nos han hecho daño… probablemente fue muy efectiva en otro tiempo, como lo ha sido en pedagogía todo lo referente a los premios y castigos, las buenas y las malas notas, pero hoy ya muy pocas mentes lúcidas pueden aceptar que la pedagogía humana infantil pueda ser aplicada al misterio existencial del ser humano.
Aquellas generaciones tenían una comprensión del mundo míticamente religiosa, inserta en las coordenadas de la descripción del mundo que las mismas religiones habían elaborado: un mundo que consistía esencialmente en un «plan de Dios» para poner una prueba al ser humano y llevarlo a otra vida, mejor o peor según mereciera premio o castigo. Dentro de ese «pequeño mundo», dentro de esa cosmovisión religiosista que ocupó por milenios el imaginario de nuestros mayores, funcionaba el hablar de una segunda venida, de la prueba que Dios nos pone, de la amenaza que supone la posible sorpresa del Dios que viene e irrumpe en el mundo para finalizarlo e inaugurar otro eón, el de los premios y castigos. Este imaginario religioso (tradicional, antiquísimo, milenario…) está agotándose, desapareciendo con las generaciones mayores, desvaneciéndose y perdiendo vivacidad y plausibilidad en las generaciones medias, y siendo rechazada en las generaciones jóvenes, en las que no logra ya implantarse. La transmisión de ese tipo de fe se está interrumpiendo.
En el nuevo imaginario o cosmovisión que muchos estamos adquiriendo, fundamentado en la nueva imagen que la cosmología y el conjunto actual de las ciencias nos ofrecen, ya no cabe concebir la realidad tan «antropocéntricamente» como para pensar que todo consiste y todo se reduce a «un plan que Dios ha hecho para probar al ser humano». Al ser humano actual no le resulta ya plausible una espiritualidad que le dice que él es el centro del cosmos, y que este cosmos «ha sido creado simplemente para servir de escenario al drama humano de su salvación ultraterrena»… Y no le resulta plausible tampoco que el misterio tan respetable del más allá sea asociado con y puesto al servicio de la amenaza de castigos o la promesa de premios…
¿Es posible ser cristiano sin aceptar estas imágenes que hoy sentimos como no incorporables a nuestra cosmovisión? Sí, lo es, al costo de purificar nuestra esperanza -y, más ampliamente, nuestra cosmovisión religiosa global- de aquellas imágenes propias de un tiempo que ya no es el nuestro.
En realidad, lo que importa es el contenido profundo, la experiencia espiritual, la dimensión de esperanza (en este caso), no el soporte de categorías, esquemas mentales, cosmovisiones apocalípticas o esquemas de concepción del tiempo de los que echaron mano nuestros antepasados. El cristianismo, a lo largo de su historia, ya ha abandonado muchas imágenes que en su tiempo fueron comunes, que luego se oscurecieron, y que finalmente nos resultaron inaceptables (de algunas de las cuales hoy incluso nos avergonzamos). Durante muchos siglos, el predominio del pensamiento estático, el supuesto de la ahistoricidad, y el desconocimiento del carácter evolutivo de todo, nos ha querido hacer pensar que no podemos cambiar nada, que debemos creer a la letra lo que expresaron nuestros mayores, sin remontarnos a revivir su misma experiencia profunda pero con libertad y creatividad, y que nada puede ser innovado. Pero la misma historia está ahí para mostrar lo contrario a quien sepa y quiera verlo. Y también está ahí el presente: son muchos ya, de hecho, los cristianos/as que «creen de otra manera».
El evangelio de Mateo nos presenta la llamada «prueba mesiánica». Juan el Bautista desde la cárcel manda emisarios para preguntarle a Jesús si es él el esperado o si deben esperar a otro. Jesús no responde con algunas pruebas teologicas, ni con citas bíblicas apologéticas, o con algunos dogmas o doctrinas, sino que se remite y remite a los consultantes a los puros hechos, que pueden ser «vistos y oídos»: «los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia el Evangelio, la Buena Noticia». Estos «hechos», estas buenas noticias, son la prueba de identidad del Mesías. Y serán, tienen que ser, la prueba de identidad de quienes sigan al Mesías, al Xristós, o sea, los «cristianos». Sólo si nuestra vida produce esos mismos hechos, sólo si somos «buena noticia para los pobres», sólo entonces estaremos siendo seguidores de aquel Mesías, del Xristós, o sea, «cristianos». Leer más…
Comentarios desactivados en 11.12.22. Lámpara 1ª. Juan Bautista,el mayor de los nacidos de mujer, predicador de conversión
Del blog de Xabier Pikaza:
Entre las lámparas o velas de adviento (Juan, Isaías, José, María) la primera es Juan Bautista, a quien Jesús define como el mayor de los nacidos de mujer. De su función y figura, como maestro de Jesús, traté 4.12.22. Hoy quiero presentarle como predicador de penitencia, punto de partida del camino de la iglesia.
Según Juan, el hombre no tiene más salida que la conversión total o la muerte. Jesús,en cambio,cree y anuncia que el hombre forma parte del reino de Dios, de forma que está salvado por anticipado. Pero, para llegar a Jesus y acoger su camino de gracia es bueno (necesario) pasar por el fuego del Bautista (el texto que sigue esta tomado básicamente de Historia de Jesús).
| X Pikaza
Juan no es evangelio (no forma parte del Reino), pero sigue siendo necesario como principio y puerta del Reino. Para llegar al todo que es Jesús hay que pasar por la nada (negación) de Juan Bautista, como seguiré indicando en los próximos días, exponiendo el sentido de las otras lámparas de adviento (Isaías, José y María), para entenderlas al fin (14.12.22) con el evangelio de Juan de la Cruz.
Humanamente hablando, como hijos de mujer y pecadores, conforme a la amenaza de Juan, estamos condenados a la muerte… Nosotros mismos nos condenamos y matamos. No hace falta demasiado argumento para convencernos de ello.
Pero, desde ese mundo de pecado/violencia y muerte, Jesús nos ha llamado a la vida, esto a la gratuidad y al perdón mutuo.
Desde ese fondo quiero seguir presentando hoy tercer domingo de Adviento el “aviso” de Juan: Si no acogemos la gracia que es Dios podemos destruirnos.
Mateo 11:
No hay entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”
No parece que este pasaje sea de Jesús, porque la visión de fondo de la mujer proviene de una tradición posterior, quizá del Q…, y porque, a juicio de Jesús, los más grandes son los niños y pequeños, no los profetas de penitencia como Juan
El texto bíblico más significativo sobre el hombre como “nacido de mujer” es ek de Job 14,1-4:
1 El hombre, nacido de mujer, corto de días y largo de dolores, 2 como flor brota y es cortado, como sombra huye y no permanece. 3 ¿Y contra uno así abres tus ojos y lo arrastras ante tu tribunal? 4 ¿Podrá un hombre puro provenir de lo impuro? ¡Ni uno podrá!
En contra del Cantar de los Cantares, la mujer en Job es impura. Por eso, cuando se dice que el hombre es hijo de mujer tiende a insistirse en su fragilidad: Brota como flor y es cortado, huye como sombra y no queda (cf. 14, 1‒3).
Job no alude así al primer Adán, creado por Dios como en Gen 2, sino el hombre posterior, nacido de mujer, interpretada como frágil tierra impura, vinculada a la serpiente portadora de sabiduría antidivina, de forma que quien nace de ella (de la sangre menstrual y puerperal) está condenado a ser impuro: ¿Podrá lo puro (tahôr) provenir de lo impuro ¡Ni uno podrá! (cf. 14, 4).
De la impureza del cuerpo de mujer y de sus funciones engendradoras trata extensamente la legislación judía (cf. Lev 11). Esa impureza no es pecado en sí, de tipo sexual en sentido espiritualista, ni tampoco moral, pero es fuerte impureza humana, que debe limpiarese, a través de ritos de separación y lavado (ablución) que permiten que ella (la mujer), a pesar de su condición inferior, pueda habitar con los varones. Esa impureza de la mujer ha sido ratificada por el orante de Sal 51, 7 (Miserere) que dice: “En pecados (hete’) me concibió mi madre” (in peccatis concepit me mater mea), y muchos han entendido esos “pecados de mujer” en un contextofragilidad, de riesgo y muerte.
Pues bien, entre los hombres impuros/pecadores (nacidos de mujer) se encuentra Juan Bautista, que así (lógicamente) aparece como predicador de penitencia, a diferencia de Jesús que es testigo de la gracia más alta de Dios, sin diferencia entre hombres y mujeres.
Mensaje de Juan
Conforme a la visión de Marcos, el mensaje de Juan aparece vinculado expresa y casi exclusivamente a Jesús. Juan no es más que un precursor, alguien que está ahí al servicio de Jesús. Sin embargo, el documento Q conserva un mensaje autónomo de Juan, que resulta muy significativo.
Mt 3 7 Pero cuando Juan vio que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía:“¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento; 9 y no penséis decir dentro de vosotros:‘A Abraham tenemos por padre.
‘Porque yo os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham. 10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. É bautizará con Espíritu Santo y fuego 12 Tiene el bieldo en su mano, y limpiará su era. Recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en el fuego que nunca se apagará.
Lc 3. 7 Juan, pues, decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: –¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Producid, pues, frutos digno de arrepentimientoy no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “A Abraham tenemos por padre.” Porque os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham.
9 También el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego17 Tiene el bieldo está en su mano para limpiar su era y juntar el trigo en su granero, pero quemará la paja en el fuego que nunca se apagará.
Temas
Hijos de ira, portadores de veneno. Juan aparece aquí como testigo y portador de la Ira Venidera, vinculada al juicio de Dios (Mt 3, 7; Lc 3, 7). Conforme a una extensa experiencia israelita, la humanidad se hallaba envuelta en pecado; por eso, muchos sacrificios expiatorios del templo tenían como fin el aplacar a Dios. Para Juan, eso es inútil: va a estallar la Ira de Dios, pues la humanidad (el pueblo de Israel) está envenenado, es portador de muerte, como hijos de víbora, portadores de veneno [1].
Frutos dignos de arrepentimiento. (Mt 3, 8; Lc 3, 8). De la imagen de la víbora, que no puede cambiar, pasamos a la imagen del árbol, que debe fruto. La tradición del Antiguo Testamento y del judaísmo ha comparado a Israel con un árbol o planta (higuera, viña, olivo…). El árbol de Israel debe dar frutos, a través del arrepentimiento.
Hijos de Abraham,las piedras… (Mt 3, 9; Lc 3, 8) Hay una confianza genealógica de Israel que se funda en la pura descendencia (hijos de Abraham). Juan, profeta escatológico tiene que ir en contra de esa confianza… La filiación de Abraham no es un seguro inmediato, sino que ella está vinculada a las buenas obras…
Trae en su mano el Hacha, para cortar los árboles que no produzcan fruto (Mt 3, 10; Lc 3, 9). No es Sembrador, sino recolector y Leñador, vigilante que mira y distingue, árbol tras árbol, para separar a los buenos de los malos. No es mensajero del amor de Dios, ni de su Paternidad, sino de su justicia destructora.
Bautizará a los suyos en Espíritu Santo… y fuego (3, 11 ), realizando así el juicio divino. Espíritu significa aquí viento: es huracán que sopla con fuerza aterradora, desgajando y destruyendo aquello que se encuentra poco cimentado sobre el mundo; es santo , en línea de separación, para destruir aquello que se opone a la pureza de Dios. Les bautizará con Fuego (3, 11). Al Viento de Dios sigue su Incendio. Ambos unidos, huracán y fuego, expresan la fuerza judicial y destructora (escatológica) de Dios y se vinculan mutuamente, como indica la tradición del AT (falta el terremoto de 1 Rey 19, 11-13).
Tiene en su mano el Bieldo y limpiará su era… (3, 12; Lc 17). Así culminan las imágenes anteriores: el Espíritu/Viento sirve para separar la paja del trigo, el Fuego para quemarla. El Venidero, antes Leñador (tenía en su mano el hacha para cortar y quemar los árboles sin fruto), se vuelve así Trillador o Aventador (con la horquilla o bieldo separador en su mano).
¿Quién es ese Leñador, Aventador? ¿Directamente Dios? ¿Un Delegado suyo? El texto no responde, aunque probablemente aluda a Dios. Según eso, el Bautista habría preparado una teología judicial, más que una profecía salvadora. Pero los cristianos han recreado ese mensaje y palabra de Juan, aplicándolo a Jesús, el Venidero, verdadera presencia de Dios: Emmanuel (Dios con nosotros).
A la luz de lo anterior, Jesús debería haber surgido (y realizado su acción) como mensajero desu destrucción purificadora, abierta sólo de manera implícita y velada a la esperanza de Reino: el texto supone que quedan (se salvan de la quema) los árboles que producen fruto bueno (3, 10); el texto afirma expresamente que el Venidero reunirá su trigo en el granero (3, 12: eivj th.n avpoqh,khn). Pues bien, asumiendo y cumpliendo (de algún modo) el mensaje de Juan, Jesús ha invertido su proyecto escatológico, en gesto que define su visión teológica y su cristología.
Con su gesto (bautismo) y su mensaje, Juan eleva su amenaza final, anunciando el juicio de Dios, que viene como Hacha que corta (derriba los árboles sin fruto), Huracán barre (limpia la era) y Fuego que destruye (la madera corta, la paja). Ciertamente, llegará el tiempo nuevo de la salvación (con la tierra prometida), pero ella implica juicio y destrucción para todo lo perverso.
Comentarios desactivados en Isaías. El lobo y el cordero: nueva humanidad, quinto evangelio (Dom 3 Adviento)
Del blog de Xabier Pikaza:
Es con Juan Bautista la 2ª lámpara de esperanza, mensajero del adviento de Dios. No es un sólo profeta , sino una línea de profetas, que mantuvieron viva la esperanza de Israel desde el siglo VIII al III a. C.
Su libro, “revelado” y escrito a lo largo de siglos, constituye uno de los testimonios fundamentales de la historia y utopía de la humanidad, como indica el siguiente comentario, tomado del Gran Diccionario de la Biblia).
| X.Pikaza
Texto:Isaías 35,1-6a.10
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.” Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo…
Esta palabra de esperanza está situada entre la primera y la segunda parte de libro de Isaías, que se compone de tres parte y que ha sido escrito básicamente por tres autores de la “escuela de Isaías”, un línea de tradición profética que atraviesa prácticamente todo el Antiguo Testamento.
El Primer Isaías, el único que parece haber llevado ese nombre, es un profeta cuya vida conocemos con cierta seguridad. Vivió en tiempos de la gran invasión asiria, entre el 740 y el 690 a. C. y es el autor básico de Is 1-39.
El Segundo Isaías es un profeta desconocido que anuncia el retorno de los exilados de Babilonia a Jerusalén, en torno al 540 a. C.; sus oráculos han sido incluidos en Is 40-55.
El Tercer Isaías es un profeta algo posterior, está empeñado en la obra de reconstrucción espiritual y social del pueblo en Jerusalén, en torno al 520 a. C y cuyos oráculos han siso también incluidos en el libro de Isaías (Is 55-66).
El mensaje del libro de Isaías, que ha marcado y sigue marcando la historia y la utopía social y religiosa de la humanidad, ofrece el mensaje más importante de adviento de esta año 2022 y de toda la historia de la humanidad, desde la Biblia.
(1) Primer Isaías (Is 1-39)
Es el profeta de la gran utopía, el primero de los testigos de un Dios que es Santo ofreciendo la luz de su esperanza a un pueblo oprimido, miedoso, lleno de lamentos. Es el profeta de la reconciliación cósmica (habitarán juntos el lobo y el cordero), de la renovación histórica (vendrá el vástago de Jesé: El Dios con los hombres, el hijo de la madre “virgen), de la transformación social (del hierro de las espadas forjarán arados, de las lanzas de combate podadera…).
(a) Teofanía: Santo, santo, santo. Todo empieza con una visión nueva de Dios. Los hombres de su tiempo no creían en Dios. Adoraban a las armas, identificaban a Dios don imperios militares, su única liturgia era la lucha de unos contra otros. Era entones como sigue siendo ahora: Nuestro Dios es el dinero, violencia y la guerra. Pues bien, en ese contexto, Isaías descubre la presencia del Dios verdadero, que es santidad, que es justicia, que es esperanza de futuro:
«A el año de la muerte del rey Ozías vi a Dios sentado sobre un trono alto y excelso sus vuelos (del manto) llenaban el Templo. Serafines se mantenían erguidos a su lado, con seis alas cada uno: con dos se cubrían su rostro, con dos se cubrían sus pies, y con dos volaban. Y clamaba uno al otro diciendo Santo, Santo, Santo Yahvé Sebaot, la tierra toda está llena de su gloria. (Is 6, 1-9).
Ante la visión de Dios, Isaías empieza confesando su pecado, el pecado de una humanidad que se desangra en una guerra sin fin, en una historia de violencia. ¿Qué puede hacer? Siente que va a morir, pero Dios le llama, le transforma, le convierte en profeta de denuncia (¡tenemos que cambiar!) y de esperanza.
(b) Pecado del pueblo, revelación de Dios. Apoyándose en la santidad de Dios, Isaías ha descubierto el pecado de los israelitas que olvidan al Señor: «Conoce el buey al amo y el asno su pesebre, pero Israel no me conoce no tiene entendimiento» (1, 3-4). Pecado es la injusticia de los ricos, es la sangre derramada (cf. 5, 8; 1, 15-17), es el culto dirigido hacia los dioses falsos (1, 29-30). Pero el mayor y más intenso es la arrogancia de aquellos que, creyéndose divinos, ignoran o desprecian a Yahvé y quieren salvarse por medio de las obras de sus manos, del dinero, de las armas, del ejército o los pactos militares:
«¡Ay de los que bajan a Egipto por auxilio y buscan apoyo en su caballería! Confían en los carros, porque son numerosos, en los jinetes, porque son fuertes… Firman pactos sin contar con mi profeta…, buscando la protección del faraón, refugiándose a la sombra de Egipto» (31, 1; 30, 2). Su país está lleno de plata y oro; sus tesoros son sin número; su país está lleno de caballos; sus carros no tienen número; su país está lleno de ídolos; adoran la obra de sus manos» (2, 7-8).
Según esto, idolatría es la riqueza, los tesoros que los hombres consideran como salvadores, las armas que ellos buscan para asegurarse, con los pactos militaresque convierten a los hombres en juguete de unos cálculos políticos al margen del amor de Dios y de su gracia. Frente a eso, el profeta ha proclamado: «los egipcios» (soldados, riquezas, pactos militares…) son hombres y no Dios, «son carne y no espíritu» (31, 3). Carne de este mundo es lo que el hombre construye por sí mismo: son las obras que se toman como salvadoras, en contra del Dios que es el único salvador del pueblo. Por eso, cuando Dios se manifieste:
«Serán humillados los ojos soberbios, abatida la altivez de los hombres. Sólo Yahvé será exaltado aquel día. Porque llega el día de Yahvé de los ejércitos sobre todo lo altivo y soberbio…; contra todas las altas torres, contra las murallas inexpugnables, contra todas las naves de Tarsis… Entonces será humillada la arrogancia del hombre. Sólo Yahvé será exaltado aquel día y los ídolos pasarán sin remedio» (Is 2, 11-12.15-16.17-18).
Ingenuamente mirada, esta manifestación pudiera parecer señal de prepotencia: el Dios del fuego y del terror, la envidia y la altivez, quiere imponerse por arriba, destruyendo a quien pudiera hacerle competencia. Pues bien, el texto dice lo contrario: la grandeza de Dios es expresión de gracia. Por eso, ante la luz de su misterio se descubre la locura, vaciedad y muerte de todos los ídolos. Idolatría es la altivez de un mundo que pretende salvarse por sus armas, sus riquezas, sus naves y sus torres.
Isaías ha mostrado que una historia fundada en las riquezas, honores y armamentos, acaba destruyéndose a sí misma. Pues bien, ¿dónde se centra la existencia verdadera? ¿Cómo realizar, fundar la historia? Isaías es tajante: el hombre se salva por la fe; por eso exige «Vigilancia y calma» en medio del peligro (7, 3-4). «Vuestra salvación está en convertiros y tener calma, vuestra valentía está en confiar y estar tranquilos» (30, 15) ¿Cómo y cuándo? Ahora mismo, en la ciudad sitiada, cuando ya se acercan los reyes enemigos, cuando Asiria envía su ultimátum sobre el pueblo (Is 7, 1-17; cf. Is 36‒37).
Eso diría la mayoría de los cristianos. Esperamos un Mesías salvador. Sin embargo, Juan Bautista, como vimos el domingo pasado, esperaba las dos cosas: un Mesías que respetara los árboles buenos y guardara el trigo en el granero, pero también que talara los árboles improductivos y quemara la paja. Un Mesías con el hacha y el bieldo. Y estaba convencido de que ese Mesías era Jesús. Sin embargo, cuando Herodes mete a Juan en la cárcel, las noticias que le llegan lo desconciertan.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
– «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió:
– «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Jesús no está actuando como el Mesías justiciero. Pase que no vaya vestido, como él, con una piel de camello, ni se alimente de saltamontes y miel silvestre, pero no enseña a rezar a sus discípulos, no les obliga a ayunar, en vez de a dar hachazos se dedica a curar enfermos y contar historias bonitas. Juan, después de estar convencido de que Jesús era el Mesías esperado, se pregunta ahora ‒y le pregunta‒ si hay que seguir esperando a otro.
La respuesta de Jesús parece desconcertante porque repite lo que Juan ya sabe. Sin embargo, es distinto saber y comprender. Las obras del Mesías se comprenden cuando son contempladas a la luz de la Escritura. No se trata de saber que Jesús ha curado a dos ciegos, a un mudo, o a un leproso. Lo importante es que en todo eso se está cumpliendo lo anunciado por los antiguos profetas.
“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (Is 35,5)
“Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo” (Is 26,19)
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para la buena noticia a los que sufren” (Is 61,1)
A partir de esas promesas elabora Jesús su respuesta, que pasa de la enfermedad física (ciegos, cojos, leprosos, sordos) a la muerte y a la evangelización de los pobres.
A partir del libro de Isaías se podría haber construido una imagen muy distinta, más en la línea de Juan Bautista. Jesús elige la que solo subraya lo positivo. Y esto puede provocar una reacción en contra. Por eso termina con un serio aviso: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí!» Esto es lo que los discípulos de Juan deben comunicarle en la cárcel.
El episodio anterior puede dejar mal sabor de boca con respecto a la figura de Juan Bautista. Por eso, el evangelio añade unas palabras de Jesús sobre él.
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
– ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios.
Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Estas palabras eran fundamentales para los cristianos del siglo I, teniendo en cuenta las posibles tensiones entre los discípulos de Jesús y los de Juan sobre quién de los dos era más importante. Aquí se aborda el tema exaltando a Juan y, al mismo tiempo, poniéndolo en su justo sitio. Jesús elogia las cualidades humanas de Juan: firmeza, austeridad. Pero es más que un asceta: es un profeta, e incluso más que eso: el mensajero que prepara el camino del Señor, «el Elías que tenía que venir» (Ex 23,20; Mal 3,1). Por eso, «no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista».
Sin embargo, la dignidad de Juan radica precisamente en ser el precursor de Jesús, y se queda en el ámbito del Antiguo Testamento. Por eso, «el más pequeño en el Reino de Dios [en la comunidad cristiana] es más grande que él». Esta frase resulta muy dura, pero encaja en la idea bíblica de que los hombres no son lo importante sino Dios y lo que él hace. Encandilarse con la grandeza de las personas, incluso de los mayores santos, no es un buen método para valorar la acción de Dios.
Destierro y repatriación de hace siglos; refugiados y desplazados de ahora (Is 35)
Los dos primeros domingos de Adviento nos recuerdan los graves problemas de la guerra y las injusticias, ofreciendo como contrapartida la esperanza de la paz y un nuevo paraíso. El texto de Isaías de este tercer domingo aborda otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro, primero a Asiria, luego a Babilonia.
La respuesta del profeta a los judíos desterrados en Babilonia es muy poética y de tremendo optimismo. El camino de miles de kilómetros hasta Jerusalén no era entonces (tampoco ahora) una maravillosa autopista transitada en cómodos autobuses con aire acondicionado. Cualquier caravana que hacía ese largo recorrido tenía la impresión de atravesar un terrible y árido desierto. Pero el desierto se transformará en un vergel. Lo importante es que los viajeros se animen, convencidos de que Dios les ayudará a terminar felizmente su viaje.
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.
Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Hoy día hay millones de desplazados a causa de las guerras, del hambre, de las persecuciones de cualquier tipo. Pero el camino no se convierte para ellos en un vergel; generalmente tropiezan con una frontera cerrada y los detienen en campos de refugiados (más bien de concentración). La lectura de Isaías puede provocar en nosotros un rechazo por su ingenuo optimismo. O el deseo de comprometernos con esas personas y con la solución del problema.
Paciencia (Santiago 5,7-10)
Los primeros cristianos también se vieron obligados a pasar del ingenuo optimismo (Jesús volverá pronto) a la realidad de su retraso. En esta circunstancia el autor de la carta de Santiago exhorta a la paciencia y el aguante, poniendo como ejemplo a personas tan distintas como los campesinos y los profetas. «La venida del Señor está cerca», «el juez está ya a la puerta». La Iglesia terminó aceptando que la vuelta de Jesús no sería inminente, pero los consejos de la carta siguen siendo válidos para los momentos en los que la vida nos exige paciencia y fortaleza en los sufrimientos.
Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor.
El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía.
Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.
No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta.
Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.
Reflexión final
El evangelio es muy importante para examinarnos de nuestra imagen de Jesús. Generalmente partimos de que es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, cualquier cosa que diga o haga debe ser perfecta. Esta actitud es muy peligrosa porque impide profundizar en la fe. Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron a Juan Bautista, escandalizaron a los escribas y fariseos, no fueron entendidas por los discípulos. Es absurdo pensar que nosotros no tendríamos ninguna dificultad en aceptarlas. El Adviento es un buen momento para pedir esa fe y no escandalizarnos de él.
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Jesús les respondió:
“-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: las ciegas ven y las inválidas andan; las leprosas quedan limpias y las sordas oyen; las muertas resucitan, y a las pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichosa quien no se sienta defraudada por mí!”
En el evangelio de este domingo se nos presenta de nuevo la figura de Juan. Igual de decidido que la semana pasada pero también confuso. Se encuentra en prisión y sabe que las cosas pueden empeorar para él. Tiene muy clara su vocación: él no es el Mesías, él simplemente anuncia la llegada del Mesías. Oye hablar de lo que hace y dice Jesús, y todo junto le confunde. Jesús no es exactamente el tipo de Mesías que esperaba Juan. Por eso, desde la cárcel le envía a sus discípulos con una pregunta directa: “¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?”
Pero la respuesta de Jesús, como siempre, obliga a la responsabilidad y a la toma de postura. Podría haberle dicho: -Juan, tranquilo, yo soy el Mesías, aunque vemos a Dios de distinta manera, no te preocupes que conmigo no te equivocas.
Sin embargo, en lugar de una respuesta tranquilizadora, lo que hace es obligar a Juan a hacer uso de su libertad. Le lleva a otra manera de ver a Dios y de ser Mesías. (Recuerda que la semana pasada Juan nos hablaba de un Dios bastante enfadado, esperando la conversión con el hacha en la mano…)
Jesús le dice: -Nada de hachas, Dios no es un juez permanentemente enfadado. La Buena Noticia es que Dios no se cansa de darnos nuevas oportunidades y sus preferidas son las personas marginadas, aquellas que la Ley y la sociedad han dejado fuera del sistema. Y luego añade: -¡Dichosa quien no se sienta defraudada por mí! Que sería lo mismo que decirle: -Juan o rompes la imagen de Dios que tienes y te vuelves al Dios de la Vida o no podrás ser feliz.
Y nosotras podemos pensar qué imágenes de Dios nos tienen atrapadas sin dejarnos salir tras la huellas del Dios Vivo.
Oración
Dichosa quien no se sienta defraudada por mí. Quien sepa ver en la liberación de quienes más sufren la mano de Dios presente en la historia.
Dichosa la que se deje abrir los ojos a la novedad del Reino. La que se deje movilizar por todo aquello que devuelve la dignidad a las últimas de las últimas.
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ADVIENTO 3º (A)
Mt 11, 2-11
Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mateo vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo. La pregunta es muy concreta, pero Jesús responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera sorprendente. El relato que nos propone hoy el evangelio es desconcertante. El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico.
¿No sabía Juan quién era Jesús? ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era solo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta de, si es o no es, el que ha de venir? Podría reflejar la duda por no responder a las expectativas que había sobre el mesías.
Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque algunas veces puedan hacer referencia a hechos reales, la intención al relatarlos es impartir teología. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos que eran judíos. El mensaje de Jesús, y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. En la respuesta de Jesús, no se trata tanto de hablar de Juan cuanto de intentar que todos los que le están oyendo se den cuenta de lo que significa el mismo Jesús.
Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades era el relato. Contando una historia se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de razonamientos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirarlo como lenguaje lógico.
Da pena oír comentar los relatos de la infancia de Lucas y Mateo como si fueran historia, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exégetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entenderlos. No solo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen, sino que nos quedamos sin el verdadero mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia. No hay manera de superar los prejuicios.
Contadle a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar las limitaciones. Jesús recuerda la manera de hablar del profeta Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos anunciados. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír. También nos dice Isaías que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes tenemos que entenderlas como símbolos. ¿Por qué vemos las otras como reales?
¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos, y muchos otros colectivos que siguen siendo objeto de marginación? El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la del servicio. Por cierto, entre las imágenes de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso. Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que Dios.
La buena noticia que se anuncia a los pobres, es que Dios es Abba para todos y que la salvación ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que nos ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios, sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son los “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores.
Ni Juan ni sus seguidores estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos. No solo no vine a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: “…y dichoso el que no se escandalice de mí”.
El Reino no lo hacen presentes los ciegos, sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Por no tener esto en cuenta, creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que le desprecia. Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o solo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios.
Esa advertencia sirve también para nosotros. Seguimos escandalizándonos, porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros esperamos. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz solo si se hace vida, pero es inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción.
La mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias más importantes que las biológicas. La falta de alimento me puede matar, pero la falta de amor me destroza como ser humano. Todos necesitamos ayuda de los demás, aunque no queremos reconocerlo. Pero también yo puedo ayudar a todos los que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará una ayuda distinta, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí.
Meditación
Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados.
La realidad no se presenta como nosotros la queremos.
Seguimos esperando que Dios arregle el mundo.
La preocupación inmediata por nuestro ser biológico
puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo
y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos.
Juan pide una señal porque teme por su vida y quiere dejar a buen recaudo a sus seguidores. Manda una delegación, y Jesús les contesta citando a Isaías: «Los ciegos ven … y a los pobres se les anuncia la buena Noticia» …
La gran revolución de Jesús es mostrarnos que Dios es de todos. Que lo suyo no va de templos magníficos, vestiduras ostentosas o gente sagrada y poderosa, sino de todo lo contrario. Los sabios, los sacerdotes o los puros no tienen ninguna preferencia ante Él; es más, si nos guiamos por lo que vemos en Jesús, Su corazón se inclina hacia los marginados, los impuros, los desafortunados. Podríamos decir que el Dios de Jesús no es justo, sino descaradamente parcial en favor de los más necesitados.
El evangelio nos presenta a Jesús rodeado siempre de enfermos, lisiados, pobres y pecadores. Gente despreciada por los poderosos, los privilegiados, los predilectos de un dios que premia a los justos con bienes y castiga a los pecadores, como ellos, con miserias. Jesús en cambio se compadece de ellos, les cura de la enfermedad, les enseña y les devuelve la esperanza que habían perdido. Y a aquellos desarrapados, míseros, a veces cojos, o ciegos, casi siempre impuros, les dice que poseen la dignidad de hijos de Dios; que son herederos de su Reino; que no son unos pobres desgraciados, sino los más importantes a Sus ojos.
Ellos por su parte le siguen fascinados. Son como ovejas sin pastor que tienen la necesidad perentoria de que alguien les escuche y les dedique su atención; alguien que no los considere unos malditos empecatados aborrecidos de Dios… Y eso es lo que les ofrece Jesús. Para ellos aquello es el reino de Dios en la Tierra; ya no tienen que esperar más; está allí, a su lado.
Los sabios, los puros y los poderosos no sienten necesidad de él, no le siguen, y se quedan a las puertas del Reino sin ninguna oportunidad de entrar en él. Y es que la primera condición para entrar es sentirse necesitado: «Si no os hacéis como niños —los seres más necesitados— no entraréis en el reino de los cielos».
Y aquí viene la aplicación a nuestra propia vida, porque nosotros —gente sabia y acomodada— creemos tener cubiertas todas nuestras necesidades materiales y espirituales, y cada vez sentimos menos necesidad de los criterios de aquel carpintero que, hace veinte siglos, recorría los polvorientos caminos de Galilea y hablaba de Dios contando cuentos sencillos a gente sencilla.
Mateo, el pequeño recaudador de Cafarnaúm, no se sintió necesitado hasta que se vio llamado por Jesús; lo mismo que Zaqueo, el odiado jefe de recaudadores de Jericó. Pero Jesús sabía que, aunque ellos lo ignorasen, eran gente necesitada de ayuda, los llamó y cambió su vida. Quizás algún día caigamos en la cuenta de lo necesitados que somos a pesar de acumular tanto conocimiento y bienestar, y cambie también la nuestra.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Comentarios desactivados en Preguntas inquietantes del Adviento.
Mateo 11, 2-11
El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos recuerda que la esperanza no está exenta de preguntas ni incertidumbre, sino que se apoya también en signos. Pero estos no tienen nada que ver con los niveles de productividad, el cálculo estadístico, ni la previsión de resultados eficaces o pragmáticos, sino con la desmesura de Amor que se encarna y se compromete en hacer histórica la liberación de los y las descartables.
La lectura de Isaías que antecede al Evangelio de este domingo recoge también esta idea: Dios viene en persona y nos salva. Se aprojima. la esperanza del Adviento es inseparable de esta aprojimación. Orígenes se refiere a ello con el termino synkatábasis. Con esta categoría expresa que Dios en Jesús se familiariza con la humanidad: se aprojima. En consecuencia, también nosotros nos familiarizamos con Dios y comulgamos con Él en la medida en que vivimos dejándonos afectar y comulgando con las vidas de los y las más vulneradas. De manera que la plenitud de lo humano no acontece nunca en la negación, la indiferencia del otro/a, o el olvido de la interdependencia y la relación, sino en el cuidado y el encuentro con la alteridad y la diversidad que nos constituye.
Esa es la Buena nueva del Evangelio y quizás la novedad de cristianismo frente a otras religiones. Los signos del Reino no remiten a actitudes abstractas o meramente intencionales, sino a la liberación del sufrimiento y la humanización de la vida. No conocen tampoco las fronteras entre lo sagrado y lo profano, sino que acontecen en escenarios donde lo humano y la casa común está más amenazados, porque la profecía del Evangelio encuentra un humus más adecuado en las periferias y sus riesgos que en la seguridad de las zonas de confort.
Traduciéndolo a nuestra vida cotidiana y a nuestro contexto mundial de crisis civilizatoria y eco-social esto significa que allá donde se antepone el cuidado de la vida y su sostenibilidad, en lugar del dinero, el consumo y el lucro; allá donde se genera cultura del encuentro y lo comunitario frente al cada uno a lo suyo; allá donde se practica la hospitalidad y se ensancha la mesa del compartir los bienes; allá donde se enfrenta la injusticia y la violencia que nos quiebra como seres humanos, allá se nos revelan los signos del reino y el Evangelio se hace seminalmente presente.
El Evangelio de este domingo nos invita preguntarnos hoy por el nivel de nuestra sensibilidad para captar hoy estos signos, y comprometernos con su cuidado y aliento. La esperanza del Adviento no es una esperanza cómoda, sino inquietante, cargada de preguntas, como las de Juan Bautista a Jesús y las de Jesús a sus interlocutores. Abrámonos con profundidad a ellas y quizás desde ahí, podamos experimentar, como diría la gran mística y activista cristiana Dorothy Day, que el Evangelio es verdad, el Evangelio es ahora.
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Domingo III de Adviento
11 diciembre 2022
Mt 11, 2-11
“¿Eres tú el que ha de venir…?”. O cómo saber si un “camino espiritual” es acertado.
Todas las religiones han conocido el peligro de la absolutización. Con facilidad olvidan que son solo un camino y caen en la tentación de considerarse la meta (el absoluto), identificando su mensaje con “la verdad” y arrogándose la pretensión de dictar las normas adecuadas que todos deberían cumplir. En una palabra, colocan el “principio religioso” por encima del “principio ético”.
En el evangelio de Marcos (3,1-6) encontramos la descripción de esa trampa, que explica también el creciente conflicto entre Jesús y los representantes oficiales de la religión judía. Un sábado, en la sinagoga, los fariseos están al acecho para ver si Jesús cura a un enfermo, violando la ley. Y cuando eso ocurre, se confabulan con los herodianos para matarlo.
Los fariseos otorgan la primacía al “principio religioso”: lo que hay que salvar siempre, por encima de cualquier otra consideración, es la ley religiosa. Frente a esta exigencia, ayudar o sanar a un hombre enfermo carece de importancia. Impera el legalismo religioso.
Por el contrario, Jesús relativiza ese principio religioso para dar la primacía al “principio ético”. Consciente de la trampa religiosa y “apenado por la dureza de sus corazones”, plantea esta cuestión: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?”. Y es en esa clave desde donde proclama uno de sus principios más subversivos: “El sábado [la ley, la norma, la religión…] ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”.
Pero no es esa la única ocasión en que Jesús se manifiesta de ese modo. De hecho, la primacía del “principio ético” -no está la religión por encima de la ética, sino la ética por encima de la religión- recorre absolutamente todo el evangelio. Recordaré simplemente tres escenas.
Frente a quienes podían presumir de ser seguidores suyos (“Profetizamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, en tu nombre hicimos muchos milagros”), Jesús es tajante: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).
En el camino de Jerusalén a Jericó, quienes se encuentran con Dios no son el sacerdote ni el levita -fieles cumplidores de la ley religiosa-, sino el samaritano “hereje” que jamás pisaría el Templo. Y dirigiéndose al doctor de la ley que le había planteado la cuestión sobre qué hacer, Jesús, tras narrar esa parábola, le contesta tajante: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,25-37).
En la parábola conocida como “juicio de las naciones”, el criterio decisivo -lo que se pregunta a las personas- no es en qué han creído ni qué religión han tenido, sino qué han hecho en favor de los demás: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25,31-46).
En todos estos casos, se pone de manifiesto lo que constituyó probablemente uno de los rasgos más característicos y a la vez más provocativos de Jesús, el que terminó provocando su ejecución: afirmar que existe un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo ni por la religión. El camino de la autorrealización o plenitud de vida se verifica en la acción a favor de los demás.
¿Qué prima en mi vida: el principio religioso o el principio ético?
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
01.- ¿Eres Tú?
Juan Bautista tenía sus dudas iniciales ante Jesús, de ahí que envíe a sus discípulos a preguntar a Jesús ¿Eres Tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?
Y ello resulta un poco extraño porque Jesús y Juan B eran primos e incluso Jesús había formado parte de los grupos de Juan Bautista en el desierto.
A lo mejor es que el Mesías esperado por Juan Bautista no coincidía exactamente con lo que estaba viendo y oyendo de Jesús. Puede ser. ¿Juan Bautista sería un hombre honrado y austero que viviría en el ascetismo de la vida monacal cercano a la espiritualidad de los monjes de Qumrám?
Si eso fue así, es natural que lo que veía en Jesús no le pareciera muy oportuno.
Por otra parte la pregunta por quién es Jesús es muy frecuente en los Evangelios ¿Quién es este que perdona los pecados? ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? ¿Quién es este que hasta los vientos y el mar le obedecen? Si eres Hijo de Dios…
Además, cada cual tiene sus sensibilidades, sus modos de ser y conocer. Hay temperamentos más cristianos que religiosos, otros son más religiosos que cristianos, otros más humanistas, otros más transcendentes desde la cultura y el humanismo: desde la poesía, música, literatura, el cine, otros ven la vida más desde la ética, etc. Todos son caminos hacia Dios. Nuestras palabras, nuestros lenguajes y culturas son limitados y no llegamos ni a conocer ni a expresar qué y quién sea Dios.
Las búsquedas y evoluciones en la vida son valiosas, honestas. No es sensato ni eclesial estar al acecho con la sospecha como visión de la realidad. La espera, la duda y las preguntas del Bautista y de todo ser humano, son honradas, humanas, valiosas.
Dejemos que hagan buen recorrido las preguntas humanas.
02.- Elogio del Bautista: icono de Cristo.
Jesús y Juan Bautista fueron muy diferentes en su pensamiento. Juan fue un profeta algo agresivo y áspero con la injusticia, con el legalismo e fariseos y saduceos. Pero Jesús habla de su primo Juan como de un gran hombre: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? … Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan.
La grandeza de Juan Bautista y de todo ser humano es vivir como testigo de la verdad, ser mensajeros de Cristo: Yo envío mi mensajero delante de ti.
Juan Bautista fue testigo de Cristo, no se atribuyó títulos ni méritos, no buscó puestos, no soy digno ni de desatarle las sandalias, Juan fue por delante anunciando al que había de venir.
Seamos iconos, no ídolos. Miremos la vida, la cultura, el trabajo, las personas como iconos, no como ídolos.
03.- La respuesta de Jesús.
Jesús no les entrega a los discípulos de Juan Bautista un libro de dogmática, ni el Catecismo y les dice: “esta es mi doctrina”. Jesús remite a los discípulos del Bautista a los gestos liberadores: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio.
EL evangelio es buena noticia, es liberador.
Jesús no remite a la perfección cultual o doctrinal, lo de Jesús son hechos salvíficos, liberadores: Jesús cura, restablece el equilibrio de las personas (endemoniados), rehabilita a los marginados (leprosos), el encuentro de Jesús confiere sentido y vida, etc.
Jesús entrega todas estas realidades salvíficas especialmente a los pobres: A los pobres se les anuncia el evangelio. Lo genuino del evangelio de Jesús es la salvación –liberación, perdón, etc.- especialmente a los pobres.
04.- Paciencia y esperanza en la vida.
En la vida tenemos cansancios y a veces canseras. El cansancio es consecuencia propia del trabajo y se remedia con un descanso. La cansera es más profunda y es tedio, hastío, con la sensación de haber perdido el tiempo y las energías.
Muchas situaciones pueden producir no ya cansancio, sino cansera, porque no se ve salida, no se aprecia voluntad de cambiar las cosas, una rutina y apatía espantosa lo colorea y corroe todo en la vida política y eclesiástica.
Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente la cosecha.
Paciencia es una palabra que viene del griego que significa la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, es decir: saber soportar, saber aguantar el peso de la vida con una profunda esperanza en el Evangelio. Y la esperanza es la venida del Señor. Manteneos firmes. Dichos quien ponga su confianza en la liberación de Cristo. Dichoso quien no se escandalice de mí.
El simil de la semilla es sencillo pero muy valioso. La semilla es pequeña, se ve poco, es débil, pero llena de vida.
Todo labrador que siembra, espera paciente y esperanzadamente.
La vida saldrá siempre adelante, aunque no sepamos cómo ni por dónde, pero el Reino de Dios, los valores del reino de Dios llegarán. Esperemos al Señor haciendo ya gestos liberadores.
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