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27.11.22. El mundo se muere, podemos matarlo (1 Adviento: Mt 24, 37-44)

Domingo, 27 de noviembre de 2022

5A4A46D8-7235-4BEC-ABC4-E7E93A14ECB8Del blog de Xabier Pikaza:

Malo era  el tiempo de Noé: Entonces no se sabía. Sólo unos videntes-profetas decían que puede llegar el diluvio,el fin de todo. Pero Dios quiso llamar a Noé y unos pocos pudierpn salvarse en el arca

Peor era el tiempo de Jesús. La gente pensaba que Cesar Augusto  (vencedor de cántabros y astures) impondría su paz en la tierra y así construyeron el Ara de la paz eterna en Roma. Pero Jesús supo que esa paz y ese altar eran mentira, y así dijo: Tened mucho cuidado, pues llega el fin del mundo.

Mucho peor es todavía nuestro tiempo: Hoy sabemos, sin necesidad de profetas como Cristo o Noé, que si si seguimos viviendo como ahora llegará muy pronto el fin del mundo.

Así lo dice el evangelio  de Mateo, para insistir al fin en el poder de destrucción de nuestro mundo. Si seguimos como ahora no podrá haber ya más advientos.  Nietzsche decía que hemos matado a Dios.  A Dios no hemos matado, pero podemos matarnos a nosotros mismos haciendo que llegue de esa forma el fin del mundo

Mateo 24,37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempos de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre

‒ Como en los días de Noé(24, 37-39).  Ell texto compara a Jesús con Noé, que había venido a preparar un “arca” en la que pudieran salvarse unoa poxoa elegidos. Pues bien, así como antaño la gente seguía viviendo a su aire, como si nada pasara, sin advertir que el diluvio iba a estallar muy pronto, también ahora, tras la pascua de Jesús, los hombres siguen ocupados en sus maquinaciones de mueerte, corriendo así el riesgo de ser arrastrados por unnuevo diluvio (sin poder acogerse al arca salvadora de Jesús).

‒ Uno será tomado, otro dejado (24, 40-41). A diferencia de la imagen anterior (todos arrastrados por el diluvio), ésta sirve para marcar la separación entre personas muy cercanas: dos hombres en el campo (uno tomado, otro dejado), dos mujeres moliendo en casa (una tomada, otra dejada). Lc 17, 34 añade en este contexto una imagen esponsal: un hombre y una mujer sobre una misma cama: uno tomado, otro dejado.

‒ Velad pues… (24, 42). Por eso se pide vigilancia a todos, pues nadie tiene asegurada la salvación ni decidida la condena. La venida del Hijo del Hombre será peros que el mismo diluvio, si no construímos un arca distinta, en la que quepan no sólo los hombres y mujeres, sino también los animales.

En este contexto dice Jesús “velad”, lo que significa que estemospreparados ante la hora de Dios, cuyo misterio no pueden descifrarlo ni los ángeles sagrados, ni el Hijo de Dios, pues la hora pertenece al secreto de Dios.

‒ Como un ladrón (24, 43-44)… El texto lo dice de forma misteriosa: (a) Por un lado sabe que “no pasará esta generación hasta que todo esto se cumpla” (24, 34), pues han brotado los retoños y llegará pronto el verano (cf. 24, 32-35). (b) Por otro ladose añade: “nadie sabe el día ni la hora; ni los ángeles del cielo, ni tampoco el hijo…” (24, 36)… Nadie sabe, pro nosotros mismos estamos haciendo que llegue esa hora. No es Dios el que marca la hora del fin del mundo, la estamos marcando y aceleando nosotros, con nuestra violencia contra la naturaleza, con nuestras bombas.  [1].

FIN DEL MUNDO I. VISIÓN BÍBLICA

(de Pikaza, Diccionario de la Biblia)

En general, las religiones cósmicas, es decir, aquellas que divinizan la naturaleza, no pueden hablar del fin del mundo. El mundo es como es y lo será siempre, pues todo gira y vuelve, todo se repite (mito del eterno retorno). Tampoco las religiones de la interioridad (budismo, taoísmo…) pueden hablar de un fin del mundo, porque el mundo en sí no existe o es sólo una expresión del ser divino. Sólo las religiones bíblicas, que apelan un principio (creación) pueden hablar de un fin del mundo, pero en general no lo entienden como destrucción, sino como “transformación”. No se trata de negar lo que hay, de volverlo a la nada, sino de culminarlo, destruyendo ciertas formas actuales de este mundo, para que puedan surgir otras distintas, que recojan aquello que ha sido el proceso anterior de la historia.

 (1) Fin de la historia. De la profecía a la apocalíptica. La visión del fin del mundo forma parte de la teología apocalíptica de algunos círculos judíos del siglo IV a.C. al I d.C. que han expresado así su oposición al mundo actual, anunciando su fin. Esos círculos apocalípticos se sitúan en la línea de los profetas, pero radicalizan su visión. Los profetas criticaban la infidelidad y riesgo de la historia (sobre todo, israelita), porque querían transformarla; los apocalípticos, en cambio, suponen que la historia ha pedido su sentido, de manera que Dios debe destruirla, creando un mundo nuevo para justos o creyentes.

Los profetas apelaban a la libertad y al compromiso de los fieles, que debían convertirse y cambiar las condiciones actuales de la historia humana. En contra de eso, los apocalípticos tienden a pensar que los hombres ya no pueden convertirse, pues se encuentran en manos de agentes superiores (demonios y ángeles) que definen su vida y deciden su futuro, que está ya marcado de antemano. Los profetas piensan que es posible un cambio; los apocalípticos suponen que el fin de la historia (la hora final) se encuentra decidida, de manera que los fieles sólo pueden hacer una cosa: aguardar el tiempo definido para el fin del mundo.

A pesar de esas diferencias (más o menos marcadas según los casos), podemos y debemos afirmar que la apocalíptica judía proviene de la profecía. Los motivos principales de la profecía (de los siglos VIII-V) a.C., encuadrados en las nuevas circunstancias culturales del pueblo, dominado por griegos y romanos (del siglos IV a. C. al II d.C.), desembocan, en la apocalíptica, con su visión del fin del mundo. Ella tiene un elemento catastrofista (de manera que parece dominada por el miedo y la venganza), pero en su fondo late un impulso fuerte de protesta. Cuando anuncia el fin de este mundo (en los libros apócrifos de Henoc o Esdras, de Baruc o los esenios de Qumrán), la apocalíptica aparece, ante todo, como una literatura de resistencia, contra los poderes injustos de este mundo.

(2) Dualismo y mesianismo.Jesús de Nazaret. El judaísmo profético había distinguido entre un hoy de violencia y un futuro de reconciliación mesiánica, al final de la historia (pero dentro de este mundo). Pues bien, avanzando en esa línea, influidos quizá por la especulación irania (persa), los apocalípticos han distinguido aún más entre el tiempo actual, sometido a la lucha entre fuerzas buenas y malas, y el futuro de lucha aún más grande, con el juicio final y la reconciliación de los justos, suponen que Dios ha creado a los hombres es­cindidos entre un espíritu de vida y otro de muerte. Casi todos añaden que estamos inmersos en una lucha donde se vinculan experiencias y batallas políticas (entre reyes y pueblos del mundo) y sobrenaturales (de ángeles y hombres contra diablos y poderes pervertidos).

               Desde ese fondo, apoyándose en la esperanza de los profetas y buscando una reconciliación final, los apocalípticos han tendido a decir que el eón/holam actual es perverso y diabólico (de forma que tiene que ser destruido. Sólo cuando acabe este mundo (destruido por el fuego del juicio o por un tipo de agua de diluvio) podrá surgir el eón/holam futuro, creado por Dios para siempre. Frente a la oscuridad actual vendrá la luz; frente a la lucha y dolor presente, el gozo y felicidad escatológica de Dios. La visión apocalíptica del fin suele estar unida a una visión mesiánica del mundo nuevo que va a venir. Así lo anuncian ya algunos de los textos apocalípticos más antiguos: “En esos días toda la tierra será labrada con justicia; toda ella quedará cuajada de árboles y será llena de bendición” (1 Hen 10, 12). “Luego en la décima semana (…) será el juicio eterno, en el que Dios tomará venganza de todos los Vigilantes (ángeles perversos). El primer cielo desaparecerá y aparecerá un cielo nuevo, y todas las potestades del cielo brillarán eternamente siete veces más” (1 Hen 91, 15-16).

Estrictamente hablando, parece que Jesús no anunció un fin del mundo en cuanto tal, sino la llegada del Reino de Dios, es decir, la transformación de la humanidad. Pero la llegada de ese Reino está vinculada con signos de “destrucción” (al menos simbólica) del mundo actual. En ese sentido, las palabras que prometen la llegada del Hijo del Hombre pueden estar relacionadas con el fin del mundo actual. «Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán; y entonces verán venir al Hijo del humano entre nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo» (Mc 13, 24-27). Esos fenómenos cósmicos (con la destrucción de los poderes astrales que definen y mantienen la vida actual del mundo) pueden entenderse de un modo simbólico; pero, estrictamente hablando, ellos parecen entenderse mejor si se interpretan como expresión del fin del mundo actual.

El Apocalipsis supone que la forma actual este mundo acabará, de manera que todo el libro aparece como símbolo y anuncio de ese fin. Pero, si nos fijamos con detalle, observaremos que del fin del mundo en cuanto tal no se dice nada. Terminan y acaban los poderes cósmicos y demoníacos de destrucción, terminan y quedan destruidas las estructuras de pecado que mantienen a los hombres sometidos (las bestias y la prostituta, el mismo dragón perverso), pero del mundo en cuanto tal no se dice que termina, sino que será renovado. En ese contexto añade: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo» (Ap 21, 1-2). Se dice que no existe la “creación anterior”, envejecida (la que se inició en Gen 1, 1). Pero no se dice “cómo” ha sido destruida, ni si ha sido transformada por dentro, hasta convertirse en esta nueva creación (nuevo cielo, nueva tierra). Lo que al autor le importa no es el fin del mundo en cuanto tal (como fenómeno de destrucción cósmica), sino el surgimiento de la nueva realidad, que es la que Dios ha preparado para los fieles.

 (3) Variaciones sobre el fin del mundo. 2 Pedro y Mateo. El texto que parece hablar de una manera más “material” del fin del mundo es 2 Pedro. Es una carta tardía, escrita ya bien entrado el siglo II d.C., a nombre de Pedro, retomando algunos argumentos de la carta de Judas, para oponerse a los gnósticos que entienden la salvación de Jesús como algo puramente interior y para refutar a los cansados que afirman que nada ha cambiado, que todo sigue igual desde la venida de Jesús. Éstas son sus palabras centrales:

«Por la palabra de Dios existían desde tiempos antiguos los cielos, y la tierra que surgió del agua y fue asentada en medio del agua. Por esto, el mundo de entonces fue destruido, inundado en agua. Pero por la misma palabra, los cielos y la tierra que ahora existen están reservados para el fuego, guardados hasta el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos… El día del Señor vendrá como ladrón. Entonces los cielos pasarán con grande estruendo; los elementos, ardiendo, serán deshechos, y la tierra y las obras que están en ella serán consumidas…. Por causa de ese día los cielos, siendo encendidos, serán deshechos; y los elementos, al ser abrasados, serán fundidos. Pues, según las promesas de Dios esperamos cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia» (2 Ped 3, 5-7. 12-13).

2 Pedro supone que el mundo antiguo fue destruido por el agua (cf. Gen 6-8), aunque nosotros sabemos por la Biblia que aquella destrucción no fue una aniquilación, sino una transformación de la humanidad. Pues bien, el mundo actual será destruido o consumido por el fuego, conforme a una imagen que se ha repetido en muchas culturas, que hablan de una “conflagración” o incendio cósmico (el tema aparece en México y la India). La novedad del pasaje no está en la afirmación de que el mundo será destruido, sino en la certeza de que esa destrucción está al servicio del surgimiento de unos cielos nuevos y una tierra nueva (como en el Apocalipsis; el tema está tomado de Is 65, 17).

 En una línea semejante parecen situarse algunos textos de Mateo, el más judío de los evangelios, que asume y destaca el tema apocalíptico del “fin” o consumación de este mundo, tanto en la parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt 13, 39-40. 49), como en el discurso apocalíptico (24, 3). Pues bien, esa consumación del mundo está vinculada al anuncio del evangelio; por eso, lo que importa no es que el mundo acabe, sino que Jesús estará con los suyos hasta la consumación del mundo (cf. Mt 2, 14; 28, 20).

El objetivo y centro del mensaje cristiano no es que el mundo acaba (tema que aceptan, sin problema, gran parte de los judíos del entorno), sino la presencia de Jesús como signo de Dios, para ofrecer la salvación de Dios a los creyentes. En ese sentido se podría decir que sólo acaban y se destruyen los perversos, en el “fuego eterno”, como pone de relieve el texto básico del juicio* (Mt 25, 41). Por eso, más que el posible fuego material de la destrucción cósmica (a la que aludía 2 Pedro) importa el fuego de la “destrucción humana” que amenaza a los perversos.

FIN DEL MUNDO II. NOSOTROS PODEMOS DESTRUIRLO.

(He presentado hace unos días el tema de las bombas… Puede terminar su lectura aquí quien lo haya visto. Lo presento de nuevo para aquellos que no lo hayan visto)

 Sigue siendo valioso lo que dice la Biblia.., con Noé, con Jesús, con el evangelio de Mateo. Pero hoy somos más “culpables”, pues no sólo conocemos que el mundo puede destruirse, sino que somos nosotros los que podemos hacerlo. No hace falta Dios para destruir el mundo, nosotros nos bastamos (en contra de Dios).

 Está en juego nuestra supervivencia como especie, es decir, la presencia de Dios en nosotros, la supervivencia del mismo planeta tierra como habitable para los hombres.

Somos seres que, pudiendo suicidarse (en plano individual y social), hemos optado hasta ahora por vivir, es decir, por reconocer y acoger la obra de Dios que nos ha creado y nos sustenta. En ese contexto recibe una importancia especial el tema del suicidio, del homicidio y del geo-cidio o destrucción de la tierra.  Por vez primera a lo largo de la historia podemos destruirnos (suicidarnos como especie) y, si vivimos, es porque queremos (y, en el fondo, porque creemos en Dios):

‒ Primera bomba, guerra universal.

 En otro tiempo, la violencia parecía limitada y parcial (pues unos grupos sociales estaban separados de los otros), de manera que resultaba difícil (casi imposible) que todos los hombres pudieran destruirse. Ahora podemos hacerlo, pues formamos un único mundo, con un potencial de destrucción casi ilimitado (bomba atómica). Han sido necesarios muchos milenios para nuestro surgimiento; pero somos capaces de matarnos en pocas horas o días, si algunos (dueños de la bomba), lo deciden, y si otros (todos) nos vemos envueltos en una espiral de violencia creciente, excitada por el miedo multiplicado y la venganza reactiva. Dios nos ha creado; pero nosotros podemos rechazar su obra y matarnos, en una especie de muerte global.

En este momento, sólo podemos sobrevivir si lo queremos (nos queremos) y si pactamos en justicia y amor (si dialogamos, nos respetamos), superando el riesgo de la pura opresión político-militar, cultual y económica, es decir, si buscamos formas de administración «humana» al servicio de la humanidad, oponiéndonos al terrorismo de los poderes globales y a la posible respuesta reactiva de grupos marginados. En esa línea debemos ponernos al servicio de los excluidos, y con ellos al servicio de la vida de todos. El hecho de que optemos por la vida (defendiendo a las víctimas) y lo hagamos en libertad es signo de que el fondo creemos en Dios, pues en él vivimos (Hch 17, 28) y él es el Dios que garantiza la vida de los pobres y expulsados (Mt 25, 31-46).

‒ Segunda bomba, transmutación genética (riesgo vírico).

La ciencia ha puesto en manos de los hombres unas posibilidades insospechadas de manipulación e influjo genético y educativo, que parecen capaces de cambiar nuestra forma de concepción y nacimiento, rompiendo la línea de las generaciones, es decir, de los padres que transmiten su herencia de vida a los hijos.

Ciertamente, la ayuda de la ciencia es buena, de manera que podría comenzar en nuestro tiempo una etapa fecunda de paternidad más responsable y consciente, para que así pudiéramos engendrar a los hijos (hombres) del futuro con más garantías de amor. Pero un tipo de ciencia instrumental, manejada por élites de poder sin conciencia, podría fabricar humanoides en serie, un tipo de híbridos humanos, no ya parcialmente condicionados, sino manejados, dirigidos, controlados desde fuera, como instrumentos al servicio de sus amos.

Si rompiéramos la cadena gratuita de transmisión de la vida (que se expresa por el amor de padres a hijos), fabricando humanoides sin vinculación personal (sin libertad asumida y compartida), nos negaríamos a nosotros mismos y destruiríamos nuestra historia (¡en Dios nos movemos! Hch 17, 28), poniendo en riesgo nuestra identidad como signo y presencia de Dios. Una vida que no fuera transmitida de forma personal, directa, a través de unos padres, dejaría de ser humana, en el sentido actual. Sería vida sin libertad, de humanoides convertidos en máquinas al servicio del sistema dominante.

Podría surgir quizá una especie distinta de vivientes post-humanos, pero si no tuvieron libertad, si fueran producidos, no creados por amor de otras personas, no serán humanos, hijos de Dios. No se trata de negar la ciencia (los avances de la biología y la genética), sino de ponerla al servicio de la transmisión humana de la vida, en amor y libertad, es decir, de un modo gratuito, empezando por los más pobres.

‒ Tercera bomba, angustia o cansancio vital, morir sin resurrección

Hasta ahora hemos vivido porque nos gustaba hacerlo, a pesar de todos los riesgos, porque en el fondo de la aventura humana (engendrar y convivir) habíamos hallado un estímulo, un placer, vinculado al mismo Dios, a quien llamábamos creador de vida. Habíamos avanzado (caminado) sobre el mundo por gozo y deseo, porque la vida era un don y una aventura, un regalo sorprendente que agradecíamos a Dios.

De esa forma hemos podido superar muchas crisis y amenazas a lo largo de una historia inmensamente conflictiva. Pero muchos sienten ya que no merece la pena, que esta vida no es regalo sino carga, que es tragedia y riesgo no gozo, de manera que se niegan a engendrar nuevos seres humanos, promoviendo así un tercer tipo de suicidio, por falta de deseo y por cansancio de una vida que parece sin base ni futuro ni sentido sobre el mundo.

Cada hombre es una especie de “bomba de relojería”, es un viviente que tiene ante sí la vida o la muerte…, su vida personal y la vida del entorno (de los hombres que le rodean, del futuro de la humanidad). El máximo signo cristiano es la “resurrección”: Morir para dar vida, para que los demás puedan vivir, resucitando así en ellos. Éste es el signo de Jesús, que “renace” (resucita) en Magdalena y en Pedro, en todos los creyentes… Es morir para dar vida, en un plano personal, social, religioso, para que los que vengan después puedan ser más ricos (más plenos), en humanidad. Sin este deseo de vivir y dar vida puede terminar la existencia de los hombres en la tierra.

Cuarta bomba, matar el Planeta, bomba ecológica

  Hasta ahora la tierra ha subido en el nivel de la vida hasta llegar a la conciencia y libertad humana. Una fuerza inmensa que algunos pensamos que viene de Dios, viniendo de la misma raíz del cosmos, nos ha hecho crecer, asumir la libertad, vivir en un nivel de conciencia.

Pero con la vida humana ha crecido el poder y la violencia mutua, el egoísmo de utilizar para nuestro capricho los dones de la tierra, hasta llegar a destruirlos, a través de la bomba que llamamos ecológica. Éstos son algunos de los signos de la destrucción ecológica, que ha sido evocados en el relato del diluvio, del que he tratado hace dos días (Gen 6-8) pero también, y de un modo más intenso, en el Apocalipsis. Hoy podemos encender (quizá estamos encendiendo la mecha de esa bomba):

Contaminación atmosférica (del aire), calentamiento global. Aumenta la chatarra volante de la atmósfera, dando vueltas a la tierra a velocidades inmensas…, aumentan los residuos fósiles producidos por la combustión de los motores de los aviones, puede rasgarse la barrero del ozono… Si seguimos aumentado ese gran basurero de la “nube de deshechos” de planetas podrá llegar un día (algunos dicen que será el 2056) en que se producirá un gran estallido mortal en la alta atmósfera. No podemos romper a cañonazos la “bóveda” del cielo, que la Biblia interpretaba en forma de cubierta protectora, pero podemos calentarla y agujerearla con emisiones de gases de invernadero, que convertirán la tierra en un infierno…

Contaminación del agua. No podemos secar todas las aguas de los mares, pero podemos envenenarlos, con residuos tóxicos de todo tipo, de manera que al fin será imposible la vida en el planeta…El Dios bíblico quiere la vida de los hombres. Pero, si nos empeñamos, por egoísmo y violencia, podemos destruir la vida del planeta,  como había dicho ya de forma simbólica el libro del Apocalipsis, como está repitiendo el Papa Francisco desde Laudato si (2015).

Contaminación y agotamiento de la tierra, por el tipo de extracción de minerales, por el cambio climático con la desertización de territorios, por el uso de fertilizantes químicos y el agotamiento de la agricultura.

Contaminación vírica, degradación de la vida. El Covid 19 nos ha puesto en guardia frente a los riesgos de una transformación del equilibrio de la vida. Han desaparecido casi todas las especies “naturales” que podían ser una amenaza para el hombre (leones, fieras salvajes…). Pero ahora es el hombre el que está destruyendo toda la vida vegetal y animal previa, poniéndola a su servicio…, desde la desforestación masiva del planeta hasta la utilización industrial de la vida de los animales…

Notas

[1] En ese contexto se puede afirmar que “el final está a las puertas”: Está viniendo ya, es lo más cercano; pero, al mismo tiempo, llega desde Dios, cuando él así lo quiere Toda nuestra vida se sitúa de esa forma ante el gran juicio, en la gran incertidumbre (que es una forma de fe superior), como ante un ladrón que amenaza, sabiendo al mismo tiempo que es al amigo al que esperamos.

Mateo (el conjunto del Nuevo Testamento) no ha visto contradicciones allí donde nosotros tendemos a verla, entre afirmaciones presentistas (el fin de los tiempos ha llegado) y de futuro (el fin llegará más tarde), entre afirmaciones de conocimiento (el Hijo de Dios lo conoce todo) y desconocimiento (ni el Hijo lo sabe, sino sólo el Padre).

Éste sigue siendo un tema de exégesis vital, no de teoría, como he puesto de relieve en El pensamiento de O. Cullmann. Dios y el Tiempo, Clie, Viladecavalls 2015. Sobre la temática del desconocimiento, no sólo del Hijo sino del mismo Dios, en clave teológica, cf. A. Gesché, Destino, Salamanca 2004.

Como he señalado, la imagen del ladrón tiene inconvenientes (Dios no es ladrón, ni lo es el Hijo del Hombre), pero puede utilizarse para destacar la necesidad de mantenerse vigilantes, como sabe la obra más antigua del Nuevo Testamento (1 Tes 5,2.4) y una de las últimas (2 Ped 3,10), pasando por Ap 3, 3; 16, 15. Con este aviso del “ladrón en la noche” termina este capítulo (24, 1-44), porque la parábola siguiente (el mayordomo fiel: 24, 45-51) que, en algún sentido, forma parte de este contexto, puede y debe unirse a las tres  parábolas siguientes de Mt 25 (vírgenes, talentos, juicio), como seguiré indicando.

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