Un futuro lleno de esperanza.
Jesús con las Bienaventuranzas presenta un camino de discipulado orientado a la felicidad. Esta felicidad prometida no es una utopía lejana, sino un modo de ser y de vivir que afrontando el mal se sostiene en la confianza en un Dios que nunca abandona la obra de sus manos. Ser felices al estilo del maestro galileo es tejer historias de justicia y esperanza haciendo memoria constante de aquello que humaniza y recrea en el cotidiano vivir de cada ser humano.
El Sermón de la montaña es la primera predicación extensa de Jesús en el evangelio de Mateo. En él el Maestro desarrolla las claves centrales que hacen posible la llegada del Reino y su justicia. Un Reino que no es un espacio etéreo y lejano hacia el que hay que caminar, sino el lugar concreto y frágil de nuestra vida a la que Dios llega para ofrecernos su amor y perdón. Y una justicia que nada tiene que ver con nuestro concepto legalista de lo que ha de ser premiado o castigado, sino la herramienta que permite alcanzar el sueño de Dios actuando en la realidad y reorganizando los valores y expectativas humanas.
Las Bienaventuranzas son memoria de el hacia dónde y el desde donde se ha de articular el seguimiento de Jesús. En ellas se repite machaconamente la llamada a la felicidad. Ser dichosas o dichosos no significa, sin embargo, alejarse del conflicto o de la carencia, es por el contrario afrontarlos renunciando a la posesión, al poder o a la violencia que quiebran las relaciones y someten el corazón humano.
El hecho de que Jesús llame dichos@s a quienes parece que tienen poco o nada de que alegrarse resulta paradójico, pero está cargado de fuerza profética. Es una llamada al compromiso para transformar la realidad y a permanecer en él. A resistir a pesar de la debilidad y sufrimiento que esta tarea conlleva sabiendo como Jesús que la causa merece la pena. con el corazón limpio,
Bienaventurad@s los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
La palabra pobre en hebreo no se refiere solo a quien no tiene dinero, sino, en un sentido más amplio, a quien está oprimido, a quien se le vulneran sus derechos y se le humilla. Esta dura realidad demasiado frecuente en tiempos de Jesús se convierte de la mano del evangelista Mateo en una metáfora del modo en que todo seguidor y seguidora de Jesús ha de afrontar y asumir el proyecto del Reino.
La expresión pobres de espíritu quiere indicar de este modo no un camino de pobreza interior sino un modo de estar en el mundo y en la comunidad que reconvierte en positivo la vulnerabilidad, la pequeñez y la humildad haciéndolas espacio de gratuidad de honestidad y servicio.
Bienaventurad@os los que lloran, porque ellos serán consolados.
La aflicción no tiene la última palabra en la vida. Consolar y ser consolados visibiliza la acción compasiva de Dios. La consolación no es conmoverse por la pena del otro u la otra, sino sentirse tocado/a en el lugar donde el otro/a sufre y luchar porque la causa de ese dolor desaparezca. Así lo hizo Jesús con aquella viuda de Nain.
Bienaventurad@s l@s mansos, porque ell@s poseerán en herencia la tierra.
La actitud que aquí se resalta, es algo más que de no responder violentamente a una provocación. La justificación vital de quien, como Jesús, asume perder para incluir se sostiene en la acogida de lo distinto, en la humildad para no sentirse con derecho a vencer, a dominar a imponer. Así lo vivió Jesús cuando decidió afrontar la cruz.
Bienaventurad@s l@s que tienen hambre y sed de justicia, porque ell@s serán saciados.
La justicia, como criterio de conducta que visibiliza la alianza entre Dios y el ser humano, una alianza nacida del amor y el perdón divino, es un anhelo, pero también una praxis. Tener hambre y sed de la justicia es vivirse volcada/o hacia el bien común, es estar siempre dispuesta/o a buscar que todo funcione mejor, que el poder no arrebate el servicio, que el éxito no oscurezca los caminos de solidaridad compartidos. Así lo descubrimos tantas veces en la vida de Jesús, en sus curaciones, sus comidas, sus encuentros…
Bienaventurad@s l@s misericordios@s, porque ell@s alcanzarán misericordia.
En una perspectiva más sapiencial la misericordia se convierte en el camino del dar y recibir que constituyen las relaciones humanas. No se trata de actuar bien para recibir una respuesta positiva de los demás, se trata de dejar que la vida entera se conmueva ante la necesidad de la otra o el otro. Es amar al prójimo como a ti mismo/a, es en definitiva ser entera donación como lo es Dios para cada uno/o.
Bienaventurad@s l@s limpi@s de corazón, porque ell@s verán a Dios.
Limpio de corazón es una expresión judía que se encuentra con frecuencia en el marco de la espiritualidad bíblica. Con ella se expresa el modo de ser de quien tienen toda su vida orientada desde Dios. El corazón, en lenguaje judío, es el centro del querer, del pensar y del sentir humano por lo tanto cuando se habla de tener un corazón limpio se esta hablando de dejar que Dios, en su amor y perdón, tenga la última palabra en nuestra vida.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Trabajar por la paz es empeñarse en construir las relaciones en armonía, bondad, perdón. Esta actitud es la que nos constituye en hijos e hijas de Dios porque esa filiación nos hermana a unos/as con otros/as, genera sororidad y fraternidad y nos permite vivir en armonía con nosotros/as mismos/as, con los demás y con la madre tierra.
Bienaventurad@s l@s perseguid@s por causa de la justicia, porque de ell@s es el Reino de los Cielos.
El centro de la vida de Jesús fue la proclamación del Reino de Dios. Este anuncio mostraba a Dios actuando en el mundo con misericordia y perdón. Presentar a Dios así supuso para Jesús rechazo y persecución porque era (y es difícil) de concebir a un Dios absolutamente gratuito y bondadoso que se empeñaba en perdonar, en incluir, en ofrecer nuevas oportunidades.
Jesús no solo proclamó a este Dios, sino que actuó en su nombre sanado y salvando, pues solo así era posible hacer real la justicia que brotaba del Reino. Una justicia que muchos no deseaban y que justificó la cruz de Jesús y la de tantos seguidores y seguidoras suyas.
“Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Carme Soto Varela, ssj
Fuente Fe Adulta
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