Subir al templo, bajar al templo.
Al templo se sube – o quizá haya que bajar -;
pero siempre el camino nos pide un poco de ascesis
– vivir conscientemente,
superación de la monotonía,
ir más allá de donde estamos… –
y andar por sendas de justicia e igualdad.
Se sube -o quizá haya que bajar- a orar,
a escuchar atentamente,
a dialogar,
a dejarse interpelar e interpelar
a cobijarse en el amor y a amar,
a gozar en soledad de tu compañía…
A orar estamos invitados todos,
aunque sea a escondidas,
tengamos costumbre o monotonía,
seamos legos en esta materia
o no sea lo que se estila.
Todos, fariseos y publicanos,
ricos y pobres,
sabios y torpes,
agnósticos, ateos y creyentes,
cristianos y no cristianos…
Y oramos al mismo Dios,
aunque no nos pongamos de acuerdo
y parezca mentira…
Al orar, hoy y siempre,
lo importante es lo que sale de dentro,
y el que seamos un poco más conscientes
de quién eres tú
y de quiénes somos nosotros.
Para ello, hay que desnudarse,
estemos en primera o última fila,
y bañarnos en tus fuentes de agua viva
que corre gratis
y ofrece vida, paz y alegría..
Pero no siempre sucede lo que decimos,
porque el quedar bien y la apariencia
nos lleva al autoengaño,
y las justificaciones nos visten,
nos hacen impermeables
y no nos dejan exponernos, como nos creaste,
e introducirnos en tus manantiales…
Y del templo
siempre hay que bajar – o subir –
a los caminos de la vida
donde tú nos pusiste y quieres enseguida.
¡Pero qué distinto es hacerlo
cargados o ligeros de equipaje,
conscientemente o envueltos en redes,
sostenidos u orgullosamente firmes,
humildemente o entronados en pedestales,
seguros de nosotros mismos o asidos a tu Espíritu,
justificados o como hemos ido…
como el publicano o como el fariseo!
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Florentino Ulibarri
Fe Adulta
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