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Fallece J. P. Meier, autor de la investigación más documentada y extensa sobre la vida de Jesús

Lunes, 24 de octubre de 2022

57BA438F-379B-42FA-AC14-78CB5E4EBD8ADel blog de Xabier Pikaza:

El sacerdote norteamericano escribió, entre otras obras, ‘Jesús, un judío marginal’ (Verbo Divino)

Acaba de morir J. P. Meier, noticia tristísima para todos los “amigos” de la historia de Jesús. Fui compañero suyo en el Bíblico de Roma, aunque no tuvimos ocasión de relacionarnos.

Después he seguido apasionadamente su obra, que he comentado varias veces en RR y en mis libros sobre la historia de Jesus.

J. P. Meier  sido un historiador ejemplar. He discutido algunos de sus planteamientos, en especial su manera de catalogar y analizar las parábolas. He respondido a su visión del proyecto de Jesús en mi Historia de Jesús. Pero sin él y muchos como él no podríamos haber conocido la trayectoria del proyecto de Jesús. Editorial Verbo Divino ha publicado su obra sobres Jesús. Descansa en paz, sentimos tu ausencia. Sigues estando con nosotros. A mis amigos y colegas de Verbo Divino quiero dar gracias por haber publicado fielmente tu obra: He was the world’s leading scholar of the historical Jesus

  Xabier Pikaza

Compendio de su obra:

Sacerdote y teólogo católico norteamericano, nacido en New York. Estudió en la Universidad Gregoriana y en el Instituto Bíblico de Roma. Ha sido presidente de la Catholic Biblical Association y profesor de la Universidad Católica de Washington y de de la de Notre Dame. Ha escrito varios libros sobre Jesús y el Nuevo Testamento: Law and History in Matthew’s Gospel (Roma 1976); The Vision of Matthew: Christ, Church and Morality in the First Gospel (New York 1979); Antioch and Rome: New Testament Cradles of Catholic Christianity (en collaboración con R. E. Brown, Philadelphia 1983).

Es autor de la investigación más documentada y extensa sobre la vida de Jesús: A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus I-IV (New York 1991/2009; versión castellana: Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico I-V, Estella 1998-2018). Meier presenta a Jesús como pretendiente mesiánico, maestro sabio y carismático asesinado, a lo largo de una obra enciclopédica, escrita de forma clara, atractiva y apasionada que constituye, posiblemente el mejor trabajo histórico actual sobre la historia de Jesús.

Meier ha desarrollado una visión multiforme de Jesús, a quien presenta, por otra parte, como la figura más rica y variada del judaísmo de su tiempo, desde una perspectiva histórica y no dogmática. Su trabajo seguirá marcando el pensamiento cristiano de los próximos decenios.

Así resume su visión de Jesús: «Simplemente, como dato fáctico, podemos decir: ningún judío individual de los que podamos identificar, que viviera en Palestina, en aquel tiempo de cambio de era, ha encarnado en sí mismo y, ciertamente, en una carrera que sólo ha durado unos pocos años esta variedad de funciones: (1) Predicador itinerante, (2) profeta escatológico, (3) heraldo del Reino de Dios, (4) hacedor de milagros (así se le suponía), 5) maestro e intérprete de la Ley de Moisés, (6) maestro de sabiduría y tejedor de parábolas y aforismos, (7) gurú personal y líder de una banda itinerante de discípulos, varones y mujeres, (8) profeta judío de Galilea, que terminó siendo crucificado en Jerusalén por el prefecto romano, a causa de su pretensión de ser Rey de los Judíos. (9) Hijo de David…» (cf. Jesús: Un coloquio en tierra santa, Estella 2004, 107-108) (Pikaza, Diccionario pensadores cristianos)

VISIÓN DE CONJUNTO

015FAE91-EDAA-4B23-B209-7818CAAA9813Quizá el exegeta que ha estudiado de manera más completa la figura de Jesús en los últimos decenios. J. P. Meier estudió en el Instituto Bíblico de Roma (en los mismos años en que yo estudiaba), y empezó escribiendo algunos libros sobre el evangelio de Mateo y el origen del cristianismo ((Cf. Law and History in Matthew’s Gospel, Roma 1976); The Vision of Matthew: Christ, Church and Morality in the First Gospel, New York 1979; Antioch and Rome: New Testament Cradles of Catholic Christianity (en colaboración con R. E. Brown, Philadelphia 1983)), pero luego se ha centrado en la elaboración de una obra monumental sobre la vida de Jesús: A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus I-V (New York 1991/2009; versión castellana: Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico I-IV, Estella 1998-2017), en la que ha venido trabajando desde hace más de cuarenta años.

Ha publicado cinco volúmenes (uno de dos tomos) sobre:

  1. El encuadramiento histórico y las raíces de la persona de Jesús.
  2. El mensaje del Reino (con la figura de Juan Bautista) y los milagros (en dos tomos)
  3. Los compañeros y competidores
  4. La interpretación de la Ley y el mensaje del amor.
  5. Las parábolas, con su mensaje doctrinal, personal y escatológico

Le quedan (quedaban) en principio tres volúmenes

6. Los títulos de Jesús, con la experiencia de su identidad personal.7. El juicio y muerte (pasión) de Jesús8. (No parece que vaya a escribir un volumen sobre los textos de resurrección, pues ello desborda el plano del Jesús histórico, tal como él lo entiende).

 J. P. Meier no es el único que ha escrito (y ha escrito bien) sobre la historia de Jesús, pero su trabajo es quizá el más significativo e influyente de los últimos decenios, no sólo entre los católicos (lo cita con abundancia y respeto el mismo Papa Benedicto XVI), sino también entre los protestantes y los agnósticos. Él es quizá el punto de referencia básico en el estudio de la vida de Jesús, a principios del siglo XXI, de manera que quien quiera ocuparse seriamente del tema ha de ponerse en contacto con su obra. Tanto en la conclusión como en la introducción de los diversos volúmenes de su obra, todavía en curso de publicación, y especialmente en un trabajo dedicado de un modo directo a su forma de entender la vida de Jesús (Del profeta como Elías al mesías real davídico, publicado en D. Donnelly (ed), Jesús, un coloquio en Tierra Santa, Verbo Divino, Estella 2004, 63-112), J. P. Meier ha sintetizado su interpretación de la vida de Jesús, afirmando, de manera sorprendida, que no tuvo más remedio que cambiar de visión y perspectiva a medida que iba estudiando con más detención y escribiendo con más precisión sobre el tema, a lo largo de veinte años (que pueden alargarse quizá durante bastante tiempo).

F09B2B40-C4A9-4394-BB22-B5596C1B48D0Jesús ha sido (y sigue siendo) una sorpresa para J. P. Meier. Jesús seguirá una sorpresa para aquellos que decidan entrar en su vida, según los evangelios, tanto desde un punto de vista crítico (científico) como desde el punto de vista religioso (y en especial cristiano). En las reflexiones que siguen no estudio la vida de Jesús en sí, sino la forma en que esa vida ha sido interpretada por J. P. Meier a lo largo de su investigación sobre Jesús, Judío marginal, a lo largo de unos años fascinantes, que han marcado el interés de un público muy intenso, de especialistas bíblicos, de historiadores y estudiosos de la vida de Jesús. No ofrezco tampoco un resumen de la obra de J. P. Meier (cosa que podrá hacerse en otro momento), sino una introducción a la lectura de su magna obra que es, en el fondo, una introducción (quizá la mejor que puede hacerse en la actualidad) a la lectura de la historia de Jesús). Ésta es una obra que honra a una editorial como Verbo Divino, desde un punto de vista científico y cristiano, cultural y espiritual

1. Momentos básicos de la vida de Jesús y de la composición de la obra de Meier.

Estos dos momentos (Profeta como Elías, Mesías en la línea de David) marcan no sólo el itinerario de Jesús (su toma de conciencia, su despliegue profético-mesiánico), sino el ritmo de estudio y trabajo histórico de J. P. Meier, tal como él mismo lo ha venido mostrando, de un modo velado, sin revelar sus conclusiones, al final de Vol III y Vol IV (edición española: III, 651-652; IV, 657). Pero el mismo J. P. Meier nos ha ofrecido un “adelanto” de sus conclusiones en el trabajo ya citado (Jesús, un coloquio en Tierra Santa, Verbo Divino, Estella 2004, 63-112), que servirá de base para lo que sigue. J. P. Meier no ha publicado todavía el último volumen de su obra y, siendo como es, muy “obediente” a los textos, podrá ir quizá cambiando de opinión a medida que los vaya investigando con más detención. Pero ésta es, por ahora, su última visión del tema.

Profeta como Elías.En el estudio que desembocó en los dos primeros volúmenes de su obra (Un judío marginal) publicados en 1991 y 1994, J. P. Meier vino a encontrarse ante el rostro de un Jesús histórico, mensajero del Reino de Dios, que él no había esperado ni buscado: «El retrato de un (1) profeta escatológico itinerante, (2) obrador de milagros, (3) proveniente del norte de Israel, vestido con el manto de Elías». ((Cf. A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus II, Doubleday, New York 1994, 1039-1049 (Versión cast. Un Judío Marginal II/2, Verbo Divino, Estella 1997, 1082-1092)). Ciertamente, J. P. Meier fue descubriendo que Jesús mantuvo tensas relaciones y disputas con grupos rivales, como los fariseos y saduceos, y que elaboró y mantuvo enseñanzas importantes sobre aspectos significativos de la Ley mosaica, componiendo proverbios y aforismos, según la tradición sapiencial de Israel.

Ese Jesús trazó además algún tipo de estructura u organización para sus seguidores. Pues bien, a pesar de su variedad, todos esos rasgos, vinculados a su ministerio profético itinerante y a su mensaje escatológico, expresado a través de parábolas narrativas, pueden y deben interpretarse desde una visión de Jesús como profeta escatológico en la línea de Elías.

Mesías real davídico. Pues bien, a partir del tercer volumen (publicado el 2001) y, sobre todo, a partir del cuarto (publicado el 2009), J. P. Meier ha ido descubriendo y mostrando que la visión anterior (Jesús profeta como Elías) resulta insuficiente para entender su mensaje y camino (y su movimiento). El mismo despliegue y estudio de los textos le ha llevado a descubrir (en contra de sus intenciones) un rasgo nuevo de Jesús, que actúa como Mesías real davídico (más que como profeta) y que acaba siendo crucificado por los romanos bajo el título de Rey de los Judíos. Este paso del Jesús profeta escatológico como-Elías (maestro sapiencial, realizador de milagros), al de Jesús que actúa y se compromete como Mesías real davídico en Jerusalén forma la trama y sentido no sólo de la figura de Jesús, sino de la obra de J. P. Meier (que quiere ser fiel a esa historia).

Eso significa que no podemos hablar de Jesús como figura estática (con un solo proyecto), sino como alguien que ha desplegado su propuesta por lo menos en dos tiempos, con dos figuras distintas: Profeta como Elías, pretendiente mesiánico como David. Desde ese fondo se plantea según J. P. Meier el tema exegético e histórico central del principio del cristianismo: ¿Cómo concuerdan entre sí estos dos retratos: el de Jesús profeta y el de Jesús Mesías? ¿Cómo se puede pasar de Jesús profeta escatológico, hacedor de milagros como-Elías (una figura que, sin duda, tiene un fondo histórico) a un Jesús que actúa y muere en Jerusalén como Mesías real davídico (una figura que es también histórica)? Desde ese fondo se plantean, según J. P. Meier, dos preguntas fundamentales: (1) ¿Es cierto el Jesús histórico se consideró mesías real davídico? (2) ¿Cómo se relaciona ese Jesús mesiánico con el Jesús profeta?

El problema del origen de la visión de Jesús como descendiente davídico. La aportación de Pablo en Rom 1, 3-4. Son muchos los investigadores que han negado ese supuesto, entre ellos John J. Collins y Christoph Burger, quienes suponen que la idea mesiánica era conocida en Israel, en aquel tiempo, pero que Jesús no la aceptó a lo largo de su vida pública, de manera que la visión mesiánica ha sido una interpretación (invención) de sus discípulos, que proyectaron sobre la historia de Jesús un elemento posterior de la fe cristiana .

Pues bien, en contra de eso, estudiando uno por unos los textos en los que aparece la visión de Jesús como Mesías (hijo de David), J. P. Meier ha demostrado que esos textos sólo tienen sentido si es que, en un momento dado, Jesús mismo se entendió (y otros le entendieron) como “mesías davídico”.  J. P. Meier sabe que los datos sobre el nacimiento de Jesús en Belén son secundarios (derivados teológicos), pero él añade que su filiación davídica no es un simple theologumenon, pues ella aparece en los más diversos estratos de la tradición evangélica (anunciaciones y genealogías de Jesús, himnos…), antes de haber sido asumida por los evangelios de la infancia. Ha sido precisamente esa tradición de Jesús como “hijo de David” la que ha servido como “matriz” para el despliegue de los diversos temas de la infancia de Jesús, y en especial de su nacimiento en Belén.

Sólo partiendo de esa base se entiende la confesión mesiánica contenida en Rom 1, 3-4, una fórmula de origen antiguo, que Pablo ha recogido y citado al comienzo de Romanos como expresión de una “fe” compartida por las iglesias de origen judeocristiano, en torno al año 54/55, en un momento en que la figura de Santiago, hermano de Jesús, era muy importante para esas iglesias (y en especial para la de Roma). Allí se afirma que Jesús: – había nacido de la semilla de David según la carne, – había sido constituido Hijo de Dios según el espíritu de santidad.

Pablo recoge y cita esta formula que no es suya (no responde a su visión teológica), pues se ve obligada a confesar, para congraciarse con los cristianos de Roma, que Jesús había sido “hijo de David según la carne”, para añadir (o destacar) que él había sido “constituido Hijo de Dios”, pero no ya según la carne, por su nacimiento, sino “por la resurrección de entre los muertos”. No es que Pablo niegue la filiación davídica de Jesús desde el comienzo de su vida (si la negara no hubiera incluido ese texto), pero no la considera un elemento estructural de su evangelio, centrado en la muerte y resurrección mesiánica de Jesús.

Sea como fuera, Pablo supone y repite (como dato conocido en las iglesias) que Jesús ha muerto mesiánicamente (¡como hijo de David!), para alcanzar su verdadero mesianismo (su filiación divina) a través de su misma muerte y resurrección. Partiendo de la inmensa bibliografía que existe sobre Rom 1, 3-4, J. P. Meir ha destacado algunos detalles que son muy importantes para “probar” el valor histórico de la filiación davídica de Jesús.

(a) En su carta a la iglesia de Roma, una comunidad que él no ha fundado y con la que debe mantener unas relaciones “diplomáticas”, para continuar su proyecto misionero y culminarlo en occidente, Pablo se siente obligado a precisar la raíz de su evangelio en una línea de compromiso “ecuménico”, y así lo hace, citando al comienzo de su carta (como praescriptio) una fórmula de fe judeo-cristiana. (b) En esa carta, escrita unos veinticinco años después de la muerte de Jesús, en un momento en que Santiago (hermano de Jesús) posee una gran influencia en la iglesias, Pablo está suponiendo que la comunidad de Roma aceptará como válida esta “formula” de fe, donde presenta a Jesús, en un plano “inferior” (aunque positivo), como Hijo de David, para afirmar después que es Hijo de Dios por la resurrección.

Este credo, que Pablo ha incluido en Rom 1, 3-4, ha tenido que ser formulado y difundido muy pronto entre las iglesias cristianas (pues él supone que es muy importante para los romanos, de tal modo que lo introduce en el mismo saludo de su carta). En este contexto, la afirmación de que Jesús era de la estirpe de David (genomenou ek spermatos David kata sarka) ha de entenderse no sólo en un sentido teológica (por el valor simbólico de la filiación davídica), sino también histórico (apelando a la promesa de 2 Sam 7, 12-14), pues de lo contrario no tendría sentido decir que Jesús era hijo de David. Eso significa que los primeros cristianos de los que tenemos memoria afirmaban, de un modo enfático (en contra de la tendencia teológica de Pablo), que Jesús era “mesías davídico”.

Al aceptar esta afirmación (Jesús “hijo de David según la carne”), Pablo no está introduciendo una pretensión de tipo puramente “biológico”, en el sentido actual del término (con identidad de ADN entre David y Jesús). Pero es evidente que los primeros cristianos, entre los que se encuentran sus familiares (los de Santiago), han interpretado a Jesús como Mesías Davídico. Pues bien, esta interpretación resulta muy importante para entender la figura y misión de Jesús, de tal forma que el mismo Pablo, que no ha desarrollado en ningún otro lugar este tipo de “teología davídica”, tuvo que aceptarla, confesando, aunque sólo fuera en un nivel de “carne”, que Jesús ha sido un mesías davídico.

Más testimonios sobre Jesús como descendiente de David En esa misma línea se sitúa otro texto muy antiguo, y difícil de situar, donde se dice: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre lo muertos, de la semilla de David (Mnênoneue Iêsoun Christon egêgermenon ek nekrôn ek spermatos David: 2 Tim 2, 8). Se trata de un himno antiguo, que no cuadra en el contexto de las pastorales, pero que el autor de 2 Tim ha querido incluir en su carta. También ese himno presenta a Jesús como Hijo de David (Mesías), pero no por su nacimiento, sino por su resurrección, recogiendo un recuerdo eclesial que parece incluso más antiguo que el de Rom 1, 3-4. Esa tradición, que presenta a Jesús como “mesías davídico”, aparece también en otros textos muy significativos como Jn 7, 42 (disputa sobre el origen del Mesías), Mc 10, 47-48 (petición de Bartimeo en Jericó) y, sobre todo, en el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén, que aparece no sólo en Mc 11, 1-10, sino también en Jn 12, 12-19.

Esa misma tradición está en el fondo de Mc 12, 35-37, un texto enigmático donde se plantea la dificultad que supone la filiación davídica de Jesús en un contexto cristiano. Éstos y otros textos, especialmente de Lucas y Hechos, ofrecen el testimonio de la importancia y alcance que tuvo la tradición de la filiación davídica de Jesús, en un contexto donde esa filiación ya no se valora ni entiende

En resumen, la atestación múltiple de fuentes que atribuyen a Jesús la filiación davídica resulta bastante sorprendente por su amplitud: fórmulas pre-paulinas, contenidas tanto en las cartas auténticas de Pablo como en las déutero-paulinas, narraciones pre-marcanas asumidas por Marcos, una tradición especial L, conectada con el ministerio público, tradiciones especiales M y L, que aparecen en las dos versiones diferentes de las narraciones de la infancia (de Mt y Lc), dos sermones kerigmáticos en los Hechos de los apóstoles, una referencia implícita en la carta a los Hebreos y referencias dispersas en el libro del Apocalipsis… Lo que resulta igualmente chocante en este panorama es que la mayor parte de este material se encuentre contenido en tradiciones anteriores, que han sido utilizadas por los autores de los libros del Nuevo Testamento… Más aún, en algunos casos como en Rom 1, 3-4, 2 Tim 2, 8 y la Carta a los Hebreos, la presencia de ese motivo en la tradición resulta aparentemente la razón más importante, quizá la única, para que aparezca en ese libro del Nuevo Testamento. En estos casos, el autor del libro no muestra ningún interés particular por la fórmula y no la cambia (no hace nada con ella).

En resumen, estamos enfrentados ante un fenómeno que resulta asombroso. La idea de la descendencia davídica de Jesús nos lleva hacia atrás, en muchas formas, hasta los primeros días de la iglesia… A pesar de ello, ningún autor del Nuevo Testamento ha tomado la descendencia davídica de Jesús como el enfoque más importante de su cristología redaccional (J. P. Meier, Del profeta como Elías, 90-91).

Muchos investigadores han pensado que la visión de Jesús como “hijo de David” ha de entenderse sólo a partir de la resurrección, como una forma de proyectar sobre él una dignidad mesiánica que sólo ha tenido sentido tras la muerte. Pues bien, en contra de eso, J. P. Meier piensa haber demostrado que no había ninguna razón histórica ni teológica para llamar a Jesús “hijo de David” sólo a partir de la experiencia de la resurrección, pues hubo en aquel tiempo diversos pretendientes mesiánicos, pero ninguno apeló para ello (para actuar como mesías) el hecho de ser (se concebido como) descendiente de David.

Por otra parte, «el título “Rey de los Judíos” (Jesús crucificado), aplicado en aquel tiempo a un judío histórico, no contenía nada que hiciera que sus paisanos judíos pensaran automáticamente que él era de ascendencia davídica» (J. P. Meier, O. c. 94).

El hecho de presentarse como “mesías” no implicaba que Jesús se tuviera como “hijo de David”. Pero, a la inversa, el hecho de tenerse como “hijo de David” implicaba que Jesús pudiera tener o tuviera una pretensión davídica. Según eso, los cristianos más antiguos tomaron a Jesús como hijo de David, en un tiempo en que nada obligaba a pensar que un pretendiente mesiánico tuviera que ser hijo de David. Ese dato sólo puede explicarse si el mismo Jesús (y/o algunos de sus seguidores) afirmaban que él era “hijo de David” y que él había entendido a partir de esa filiación el sentido de su mesianismo, subiendo con esa pretensión a Jerusalén (para recrear, en forma nueva, el reino davídico).

 Enigma histórico: Cómo Jesús, que había actuado en Galilea como profeta, en la línea de Elías, viene a presentarse en Jerusalén como hijo de David y pretendiente mesiánico Desde ese fondo ha de entenderse el tema de la subida mesiánica de Jesús a Jerusalén, y, de un modo especial, su condena a muerte por Pilato, bajo la acusación de ser “rey de los judíos”. Son varios los factores que han podido influir en esa condena de Jesús: (a) El número de sus seguidores; (b) su forma entender y criticar algunos rasgos de la ley tradicional judía; (c) el hecho de que anunciaba la ruina y caída inminente del orden actual de este mundo; (d) la forma de apelar a un nuevo Reino de Dios; (e) su fama de carismático… Por éstas y otras razones, es evidente que la figura de Jesús resultaba molesta para las autoridades, y así lo muestran sus dos últimos gestos, realizados en las fiestas de pascua del 30 dC. (a) Jesús se presentó en Jerusalén como Rey Mesiánico, en la línea de David, ocupando simbólicamente la ciudad, como si Roma no tuviera derechos sobre ella. (b) Jesús actuó y se manifestó en el templo, con autoridad para “purificarlo” (o para declarar su ruina).

«El Hijo de David no sólo había tomado posesión simbólica de su ciudad capital, sino que había procedido a expresar simbólicamente su control sobre el templo, cuyo prototipo había sido construido por Salomón, el Hijo de David. Durante el tiempo en que un Hijo de David reinó en Jerusalén, él había controlado efectivamente el templo, y ahora, un Hijo de David estaba reafirmando su derecho, ante la presencia de la aristocracia sacerdotal y en nombre del reino venidero, que significaría el final del sistema presente de adoración del templo. El gesto regio-pero-profético de purificación del templo se vincula así perfectamente con el gesto regio-pero-profético de la entrada triunfal. Ambos eran conscientemente gestos de provocación dramática, al aire libre.

Por medio de estos dos gestos, Jesús estaba buscando una confrontación final con las autoridades de Jerusalén. Tomados en unidad, estos gestos fueron históricamente la causa próxima del arresto de Jesús. El profeta escatológico, revestido del manto de Elías, había decidido finalmente revestirse a sí mismo también, a través de estas acciones metafóricas, con las vestiduras regias del Hijo de David. Y así lo realizó precisamente a las puertas y en el templo de Jerusalén, proclamando de esa manera el fin del orden presente, encarnado en el templo y en su liturgia…

Estos gestos hicieron que aquellas fiestas de pascua se convirtieran para Jesús en las últimas. Y esto hizo que la acusación final contra él fuera la de haber pretendido ser Rey de los Judíos… Después de haber destacado el tema del Reino de Dios en su predicación, en este momento, Jesús decidió ahora poner ante la luz pública aquello que implicaba el despliegue de su proyecto real, davídico, precisamente en el contexto cambiante de la pascua en Jerusalén» (J. P. Meier, O. c. 105).

Personalidad de Jesús, un judío muy especial, trasfondo de su condena a muerteEs evidente que, al actuar de esta forma provocadora, Jesús debía saber que su gesto sólo podía “resolverse” (desembocar) de dos maneras.

(a) O Dios respondía revelando (implantando) externamente su Reino. (b) O Jesús sería ajusticiado por su pretensión mesiánica, pues no podía contar con un ejército capaz de enfrentarse con los soldados de Pilatos. Esto significa que al actuar como pretendiente mesiánico, en la línea de David (entrando en la ciudad y tomando el templo) Jesús estaba convencido de que su gesto y proyecto era una especie de “reto” elevado ante las autoridades de Israel y ante Dios. Así parece expresarse en los gestos de la Última Cena, “en la noche en que fue entregado”, como supone Pablo (1 Cor 11, 23) y como han desarrollado los evangelio (Mc 14, 22-25 par): Jesús pone su vida en manos de Dios (y de sus discípulos), sabiendo que pueden matarle. Así lo muestra igualmente el hecho de que Jesús se retiró esa noche al Monte de los Olivos (Mc 14, 26), lugar por el que tradicionalmente se esperaba la llegada del Reino de Dios (cf. Zac 14, 4). En la línea de Zacarías, Jesús espera la llegada del Dios del Reino, que asentará sus pies sobre el Monte de los Olivos, dividiéndolo en dos y llegando con todos su “consagrados” (ángeles o elegidos; cf. Zac 14, 4-5); pero de hecho llegó Judas con aquellos que venían a prenderle (14, 43-52). Ciertamente, Jesús anunciaba y preparaba la llegada del Dios del Reino, y lo ha hecho de tal forma que él mismo ha “provocado” el desenlace de su muerte, forzando de algún modo su situación ante sacerdotes y ante Pilato, que le condena(n) a muerte. En ese sentido, la muerte de Jesús puede y debe entenderse como una especie de “apuesta mesiánica”: El profeta escatológico, hacedor de milagros como-Elías, ha venido a presentarse al fin en Jerusalén como Hijo de David (el Mesías davídico, regio) actuando así en Jerusalén, ante el gobernador romano y ante los sacerdotes judíos, siendo condenado a muerte por ello.

J. P. Meier añade que no sabemos con precisión cómo ha pasado Jesús de un plano al otro (cómo ha venido del profetismo del Reino al mesianismo davídico), pues no existe en la historia de Israel (ni en el mundo) otro caso idéntico al suyo. Posiblemente, para entender su gesto, debamos hablar de una “opción personal” de Jesús, de una experiencia profunda que le llevó de Galilea a Jerusalén, para presentarse allí, de un modo arriesgadísimo, como pretendiente mesiánico, en la línea de un nuevo David. Así podemos condensar los dos momentos de la “historia” de Jesús.

a. Primer momento, profeta como Elías (en Galilea).Conocemos bastante bien la historia de Israel en aquel tiempo, partiendo sobre todo partiendo de la obra de F. Josefo, donde descubrimos la presencia y acción de profetas escatológicos, carismáticos, maestros de la ley etc. Pues bien, podemos y debemos añadir que no ha existido ningún otro personaje que haya vinculado tantas funciones, como las de Jesús, aunque todas ellas puedan relacionarse con su visión de “profeta como Elías”.Jesús fue:

«(1) predicador itinerante, (2) profeta escatológico, (3) heraldo del Reino de Dios, (4) hacedor de milagros (así se le suponía), (5) maestro e intérprete de la Ley de Moisés, (6) maestro de sabiduría y urdidor de parábolas y aforismos, (7) gurú personal y líder de una banda itinerante de discípulos, varones y mujeres» (cf. J. P. Meier, O. C. 108).

Estos son los siete rasgos básicos de la biografía profética de Jesús en Galilea. No hubo nadie, en aquel tiempo, que vinculara y realizara tantas funciones como él ha realizado

b. Segundo momento, pretendiente mesiánico (rey de los judíos) crucificado por Poncio Pilato. En un momento dado, subiendo a Jerusalén para las fiestas de Pascua (el año 30), ese mismo Jesús (profeta como-Elías) viene a presentarse y actuar como Hijo Real de David. Sin duda, como destacó hace tiempo K. L. Schmidt , el orden temporal y las líneas de desarrollo de los evangelios (con la división entre Galilea y Jerusalén) provienen de los mismos evangelistas. Pues bien, a pesar de ello, debemos afirmar que en un momento dado, en la vida de Jesús se dio un cambio, un antes y un después, de manera que el profeta galileo del Reino vino a presentarse en Jerusalén como Hijo de David. Nos hallamos, según eso, ante una especie de mutación profético-mesiánica, que ha definido la vida de Jesús, marcando el sentido de su biografía (J. P. Meier, O. c. 108-109).

 Jesús, Caifás y Pilato. Una historia cruzada J. P. Meier supone que ese cambio de Jesús (que podemos entender en forma de mutación mesiánica) ha debido responder a una estrategia histórica de Jesús, que él ha debido asumir y que ha desarrollado en tres tiempos, de manera que podemos hablar de los tres momentos fundamentales de su vida.

(a) Jesús pertenecía a una familia de galileos mesiánicos, que se declaraban descendientes de David, portadores de una misión o tarea liberadora para Israel. Desde ese fondo se pueden entender las ocasiones en que Jesús aparece como “nazoraios” (Mt 2, 23; 26, 71; Lc 18, 37 etc.), es decir, como descendiente del “nezer” o familia de David (cf. Is 11, 1). En esa línea, algunos (incluso entre sus discípulos) pudieron tomar a Jesús como el Hijo de David. (b) Jesús habría empezado siendo reticente ante esa misión davídica, presentándose abiertamente como “profeta del Reino de Dios”, al modo de Elías (hacedor de milagros, urdidor de parábolas etc.), a pesar de que algunos de sus discípulos pudieron impulsarle a actuar como rey davídico. (c) Pues bien, en un momento dado, entrando en Jerusalén y “purificando” el templo, Jesús vino a presentarse abiertamente como pretendiente mesiánico (hijo de David), provocando a las autoridades con unas acciones públicas que expresaran su pretensión real de tipo davídico, siendo condenado por ello.

En ese contexto debe situarse la muerte de Jesús, a quien Pilato ha condenado como “rey de los judíos”, es decir, como “pretendiente mesiánico” (cf. Mc 15, 26 par.). Éste es el dato fundamental de la historia de la pasión, y quizá de toda la historia de Jesús. Al final de su vida, él ha debido presentarse y actuar como pretendiente mesiánico, siendo condenado a muerte por ello. Éstos son los tres momentos que definen el sentido de su condena a muerte.

Jesús se arriesgó. Él había entendido su tarea desde la perspectiva de la venida del Reino de Dios, que de algún modo estaba ya presente (debía hacerse presente en Jerusalén). En esa línea había actuado como profeta (al estilo de Elías), anunciando la llegada del Reino con palabras y gestos (¡milagros!), pero, en un momento dado, él había comenzado a instaurarlo con sus acciones poderosas, de tipo profético y mesiánico (entrada en Jerusalén, purificación del templo…), apelando así a la intervención de Dios. No quiso instaurar ese reino por las armas, no entró en Jerusalén rodeado de unos rebeldes “militares”; pero quiso que el Reino llegara y preparó su vida, y posiblemente algunos de su entorno pensaban en intervenciones militares, e iban armados. Creyó que el mismo Dios vendría en su ayuda, para instaurar el Reino, a favor de los pobres de Israel y, en conjunto, para toda la humanidad.

1. Caifás y Pilato no se equivocaron. Jesús no era peligroso en un plano militar (no estaba preparando un golpe político, a través de una rebelión armada bien organizada), pero ellos juzgaron bien cuando le entendieron como un hombre peligroso, en medio de una muchedumbre entusiasmada, en la fiesta de peregrinación de Pascua, con posibles implicaciones militares. De un modo lógico, ellos vieron a Jesús como un profeta popular y un líder de masas, originario de Galilea, que ahora actuaba en Jerusalén como pretendiente mesiánico rebelde, preparándose para tomar el poder, de una forma que podía interpretarse como revuelta armada. Lógicamente, pensaron que era preciso matarle, y, en perspectiva humana, no se equivocaron.

Conclusión

J. P. Meier termina diciendo que el historiador no puede ir más lejos, ni decidir en un plano científico la verdad o mentira del proyecto de Jesús. En un plano de “política de poder” (Realpolitik), Caifás y Pilato tenían razón; el movimiento de Jesús podía resultar peligroso. Pero hay otros niveles de humanidad (de posible experiencia de Reino de Dios), de manera que la respuesta al interrogante mesiánico de Jesús sólo puede darse en un plano de fe, de manera que el tema nos deja ante tres posibilidades.

(a) Respuesta agnóstica o desinteresada. Quizá la mayoría de las personas “no religiosas” responden diciendo: No sabemos, no nos importa, lo que pasó con Jesús, lo que estaba detrás de su proyecto, lo que se esconde o revela en su muerte. Demasiados problemas tiene la vida para ocuparnos de él.

(b) Respuesta negativa. Jesús fue un profeta israelita engañado, aunque quizá fuera sincero e ingenuo; sea como fuere, todo terminó con su condena, de manera que no merece la pena indagar más sobre su proyecto (a no ser en un plano puramente erudito o académico).

(c) Respuesta Positiva. Dios cumplió (aunque de otra manera) lo que Jesús había profetizado, resucitándole de la muerte, para iniciar con él (por él) la llegada de su Reino, a través de unos caminos nuevos, en línea cristiana.

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