La esencia de Dios.
Lc 18, 1-8
«Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos…?
Jesús nos habla frecuentemente de Dios en el evangelio, pero siempre a través de un lenguaje parabólico, analógico, que no trata de definirlo ni abarcarlo, sino de desvelar su relación con nosotros. Por supuesto, Dios no es padre, ni pastor, ni médico, ni sembrador, pero estas imágenes al alcance de todos tienen la virtud de situar nuestra mente en la buena dirección cuando pensamos en Él.
Sabemos de Dios lo que hemos visto en Jesús, y no sabemos nada más. Sus hechos reflejan cómo es Dios para nosotros, y sus dichos nos muestran su concepción de Dios. Como dice Juan en su prólogo solemne: «A Dios nadie le ha visto jamás, el hijo Unigénito es quien nos lo ha dado a conocer». Y algo similar ocurre con el ser humano; sabemos de nosotros lo que hemos visto en Jesús, y nada más.
Pero los humanos somos gente curiosa y tratamos de obtener respuestas a través de la razón. A lo largo de la Edad Media, la posibilidad de acceder racionalmente a Dios era una idea generalmente aceptada, pero fue rechazada a partir del Renacimiento —si lo puedes entender, no es Dios.
No obstante, persiste el viejo debate filosófico en torno a Dios, y por extensión en torno al ser humano. Y nos gusta polemizar sobre inmanencia y trascendencia, creacionismo y panteísmo, teísmo y deísmo, dualismo y monismo… Y esto puede estar muy bien como ejercicio intelectual, pero corremos el riesgo de elevar estas ideas al rango de verdades básicas para nuestra vida, olvidando que no pasan de ser proposiciones filosóficas sometidas a error.
Inmanuel Kant afirmaba —y justificaba— que cualquier proposición metafísica tiene las mismas probabilidades de ser cierta que su contraria, y esto es algo que nos conviene no olvidar cuando decidimos hacer metafísica. ¿Es Dios transcendente o inmanente? ¿Es el creador del universo? ¿Se preocupa por nuestra suerte?… ¿Es el ser humano parte de Dios? ¿Es una mera criatura compuesta de cuerpo caduco y alma inmortal?… No lo sabemos, pero si alguna de estas hipótesis le ayuda a alguien a vivir con más sentido, pues bendito sea Dios.
En su libro “La pregunta por Dios”, Juan Antonio Estrada, sacerdote jesuita, nos deja esta excelente reflexión con la que vamos a finalizar. Dice así: «Es característico de la naturaleza humana plantearse grandes cuestiones filosóficas que escapan a las limitaciones de su conocimiento, y acabar reconociendo que nuestra mente limitada no tiene respuesta para muchos enigmas existenciales que ella misma nos plantea».
Y añade: «Debemos acostumbrarnos a vivir sabiendo que hay cosas que no conocemos y que hay preguntas a las que no sabemos responder».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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