“Agradecimiento”, por Gabriel Mª Otalora.
De su blog Punto de Encuentro:
20.08.2022 | Gabriel Mª Otalora
Soy consciente de que no es el mejor momento existencial para escribir un canto a la vida. Solo hay que echar una mirada sobre el campo de minas político, económico, internacional y climático para darse cuenta de la dificultad objetiva de salirnos del carril de los lamentos. Pero se nos olvidan algunas cosas porque no las valoramos hasta que nos faltan: salud, compañía, trabajo, vacaciones, la posibilidad de ayudar a los demás, la capacidad de superación en las adversidades, la propia vida en sí misma como un campo de juego maravilloso en el que podemos esforzamos para ser la mejor posibilidad de cada uno.
Vuelvo a escribir con la necesidad de transmitir algo que la cultura posmoderna nos ha borrado de la consciencia: la capacidad de admirarnos, la posibilidad del asombro ante tantas realidades que nos pasan desapercibidas. Nos cuesta demasiado maravillarnos porque no ejercitamos la capacidad de asombro y de valorar todo lo que disfrutamos, desde el cosmos hasta cualquier placer diario como tomar un café en buena compañía.
El asombro reduce nuestro sentido del yo al activar la humildad de sabernos pequeños, pero a la vez nos hace capaces de apreciar una inmensidad que nos supera y en la que somos protagonistas. Hemos desdeñado el asombro y la admiración como algo infantil y sensiblero que nos descentra de lo esencial. Lo cierto es que es todo lo contrario: es una manifestación genuina y necesaria de nuestra capacidad espiritual que alienta a una valoración de lo esencial y a que forjemos nuestras conductas en ello.
Por algo agradecer es la oración esencial de un cristiano, ese sentir verdadero agradecimiento por encima de la actitud pedigüeña sin cuestionarse lo que ha recibido en abundancia y lo podría regalar con sus dones a otros. Damos por hecho demasiadas cosas sin estar centrados en lo esencial, la admiración que se desborda ante la bondad de Dios; un asombro que recuerda el cántico de las criaturas de Francisco de Asís, en el que todo es motivo de agradecimiento: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, por el hermano viento y por el aire, y la nube y el cielo sereno, y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento”.
Basta tener el corazón abierto para percibir qué bueno es Dios con nosotros; cómo piensa en nosotros sin olvidarse de las pequeñas cosas, ayudándonos así a alcanzar las grandes. La vida nos regala cada día muchas ocasiones para hacer memoria y descubrir lo que tienen de extraordinario: un trabajo, un techo, personas que nos quieren, un sueño reparador, las alegrías de los demás… Sin olvidar los momentos en que la vida nos sale al encuentro con una chispa de belleza: la luz de un atardecer, la vastedad del océano o la perfección de una colmena; o cuando un cirujano logra un éxito en una difícil intervención quirúrgica. También nos puede asombrar la naturaleza humana cuando contemplamos su mejor rostro solidario y amable, una atención inesperada hacia nosotros, una sorpresa agradable… Son ocasiones para ver, entre los grises cotidianos de la vida diaria, el color del Amor de Dios.
Albert Einstein ya lo predijo: “Uno no puede dejar de asombrarse cuando contempla los misterios de la eternidad, de la vida, de la maravillosa estructura de la realidad. No hay que perder nunca esta sagrada curiosidad”. El asombro, pues, hace que nos sintamos pequeños y humildes, sabedores de algo mucho más grande que nosotros mismos. Especialmente desde aquí la gratitud de corazón pasa por encima de nuestro ego y nos hace sentirnos parte de la creación divina y de lo mejor del ser humano, como es el amor solidario.
Agradecer es también una cuestión de memoria. Por eso el Papa Francisco habla con frecuencia de “memoria agradecida”. Dejar que el Señor haga memoria de nuestra vida, de nuestros límites, de todo lo que hemos recibido, todo esto es una estupenda oración. La cantidad de salmos que son pura expresión de agradecimiento. La Eucaristía es acción de gracias. No lo olvidemos a la vuelta del verano, donde los nubarrones esconden la luz.
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