Jesús y el leproso
Maite Parga
Monforte de Lemos (Lugo).
ECLESALIA, 18/07/22.- Es bien conocido el texto de la curación del leproso que se acerca a Jesús, le dice desde lejos “Señor, si quieres puedes curarme” y Jesús se acerca y le toca diciendo, “quiero, queda curado” (Marcos 1,40-45).
Confieso que durante mucho tiempo lo vi como un relato tierno, bonito, que mostraba el poder de Jesús, que es Dios además de hombre, y ya. Otras veces oía a sacerdotes aprovechar para hablar de la necesidad de convertirse, de ir a confesarse. Tampoco les daba para más. Pero cuando empecé a estudiar en serio la Biblia y cuando entré en contacto con el ecumenismo y con los otros hermanos, la cosa cambió radicalmente, esta historia se actualiza a cada momento.
Hay dos hombres, el leproso y Jesús. Me quedo primero con el leproso. En aquella época cualquier enfermedad de la piel era considerada como una lepra, desde la soriasis a la misma lepra. Solían ser enfermedades casi mortales y la lepra, además era muy destructiva. Como no se conocían los virus, se achacaba al pecado, así que la persona leprosa era considerada pecadora, impura, y tenía que ser expulsada de la sociedad, vivir aparte, no podía acercarse a una persona sana, pues la volvía impura. Por eso este leproso, que sabe que está enfermo (no importa si era lepra de verdad o no), va porque tiene fe en Jesús. No va a Caifás, ni a los fariseos, va Jesús y le llama Señor, Adonai, palabra que en la Biblia griega sustituye al nombre de Yahveh. Lo cierto es que eso lo pone la comunidad en la que se escribe el Evangelio, que está compuesto por relatos pascuales en los tiempos en los que se reconoce que Jesús es el Señor, y es eso lo más interesante.
El leproso, no ruega ser curado, no manda, dice simplemente “si quieres puedes”. El decir si quieres, implica que acepta que no quiera; no hay exigencias, el enfermo no va acompañado de un grupo para hacer presión, ni pretende sobornar diciendo, si me curas te doy… no, dice simplemente, “si quieres”, si no quiere tendrá que aguantarse. Lo segundo que dice es “puedes”; él no piensa si no me cura es que no puede, no, él sabe que puede, sabe que Jesús le puede sanar. Seguramente las personas que redactaron este relato estuvieran pensando en la “lepra” que suponía entonces el imperio romano.
El leproso no toca a Jesús, ni se le acerca, sabe que lo volvería impuro. Quiere curarse para integrase en la sociedad, para poder ir al templo, para ser un judío más, y ese debería ser el motivo de toda conversión, vivir de nuevo en la comunidad.
Y ahora voy con Jesús. Jesús es un hombre modelo. Como judío que es, Jesús sabe que si un leproso le toca accidentalmente, lo vuelve impuro, tiene que quemar su ropa, bañarse, dar una ofrenda al templo, ponerse ropa limpia. Jesús respeta la ley, no duda que la ley fuese necesaria para evitar contagios, pero él no tiene miedo. Aquel que tiene delante es su hermano, hijo del Padre, es imagen del Padre, del Espíritu, y, del él mismo, en cuanto Dios; es un ser humano, un judío como él, por eso, no le grita desde lejos, “quiero queda curado”, se acerca y le toca, no le importa que los demás lo consideren impuro, no le hace impuro tocar la obra de su Abba, Él es la pureza infinita, nada lo puede volver impuro.
Jesús no obedece una ley que, pese a estar escrita en la Torá, ya no era justa. Nos enseña a no tener miedo de acércanos a los demás, a los que es posible que veamos aún algo lejanos, a no tener miedo a tocarles, a tratarlos, a verlos como lo que son, hermanas y hermanos. Porque no hay seres humanos impuros, solo es impuro el pecado.
Podemos aprender de Jesús a actualizar la fe y la Palabra, a no vivir anclados en el pasado, a acercarnos unos a otros, pues todas y todos tenemos algo de leprosos y todas y todos somos parte de Jesús, el Cristo.
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