El deseo humano
Mercedes Nasarre Ramón, psiquiatra,
Huesca
ECLESALIA, 25/07/22.- Los seres humanos tenemos nombre, porque además de ser cuerpo, somos historia. Mejor dicho, somos humanos por eso, porque hacemos de nuestra vida una historia, le damos un sentido y quizá, más profundamente, una misión. Claro que para esto se ha de tener fe. Fe es tener confianza plena en algo o alguien.
¡Qué difícil es hoy tener confianza plena! Lo digo como psiquiatra, porque muchas personas enferman por falta de confianza (en uno mismo, en los otros, en la vida, en Dios…)
Nuestro psiquismo se desarrolla a través de los vínculos y el deseo humano es el motor del vínculo. Cuando establecemos un vínculo (estamos hablando de toda relación íntima, sexual o no) se da todo el recorrido del deseo, es decir, hay una reedición de los sentimientos infantiles: “quiéreme”, “qué quieres de mí”, “quiero el deseo mismo”, hasta llegar al deseo adulto que se pregunta ¿qué quiero yo? La esencia del deseo es abrirnos al otro y si la intención es la apropiación se convierte en algo destructivo, mientras que si estamos atentos a la alteridad vamos creciendo, a través del deseo, hacia formas de amor cada vez más altas.
Cuando en la oración uno pregunta ¿qué quieres de mí?, se está haciendo niño para ir más allá de sí mismo. Se abandona, aún con una fe oscura, a la relación definitiva. Reconoce íntimamente la propia nada y ama, ama con todo su ser. Desea únicamente agradar a Dios, es decir, ser justo. Y solo así puede descubrir su deseo adulto, que le compromete hasta llegar a ser una auténtica misión.
Crecemos gracias a espejarnos en los otros, por eso, en el cristianismo, no es banal que el modelo humano sea Cristo, fusión total con lo divino, es decir, amor a todos los seres humanos.
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