“Más que ranas. Tres relatos ejemplares”, por Dolores Aleixandre
De su blog Un grano de mostaza:
Como las ranas, nos zambullimos en un ámbito en que tocamos el centro de nuestra existencia
30.06.2022
Reconozco mi particular afición por las ranas y quiero compartir aquí algunos relatos sobre ellas por si consigo aumentar el número de sus simpatizantes.
El primero está en los Cuentos Hasídicos de Martin Buber que, al presentar la figura de un famoso personaje judío del s. XVII, el Ba’al Sem Tov, incluye esta anécdota: después de la muerte de magid, sus discípulos se reunían y hablaban sobre sus costumbres. Uno de ellos dijo: ‘- ¿Sabéis por qué nuestro maestro iba al estanque todos los días antes de que amaneciera y permanecía allí un tiempo antes de volver a su casa? Lo hacía porque quería aprender el canto con el que las ranas alaban a Dios y decía que lleva largo tiempo aprender ese canto’.
Las ranas desempeñan un papel relevante en el salmo 105 que va recorriendo con una mirada descaradamente partidista y selectiva la historia de Israel y narra las maravillas que el Señor hizo con ellos, sin alusión alguna a las desastrosas respuestas recibidas por parte de su pueblo. Con siete poderosos imperativos, invita a alabarle por sus obras magnificas y, entre los motivos para esa alabanza, aparece un recurso ingenioso del que se valió el Señor para conseguir que se hartase el faraón y dejase salir al pueblo: “Hizo bullir a las ranas hasta en la alcoba del rey” (v. 30). No es una acción espectacular como la de abrir las aguas del mar, pero tiene el encanto naif de un plan minucioso para calcular cuántas ranas cantando de noche en la alcoba del faraón, conseguirían que al final se rindiera desesperado: “¡Que se vayan esos israelitas y sus ranas, a ver si puedo dormir en paz!”
El último relato pertenece el libro Una casa de palabra de Gustavo Martín Garzo: en una visita de san Juan de la Cruz a un convento de carmelitas, una hermana lega le preguntó ingenuamente por qué, cuando paseaba junto al estanque del jardín, las ranas que estaban sentadas en el borde se zambullían en el agua y se ocultaban. El santo le contestó sonriendo que porque ese era el lugar en el que se sentían más seguras y que así debía hacer también ella: zambullirse en ese centro, que era Dios, escondiendose en Él. Muchos años después, en una carta a la priora, enviaba a la hermana cocinera este mensaje: “Y a nuestra hermana Catalina, que se esconda y vaya a lo más hondo”.
Y por contestar a la pregunta que quizá algún lector/a se está haciendo de qué pintan las ranas en una revista de liturgia, mi respuesta es que, tanto en la oración personal como en la celebración litúrgica, nos zambullimos en un ámbito en el que tocamos el centro de nuestra existencia. Y vivimos después la experiencia de que, al volver de nuevo al borde del estanque, cantamos con más ganas la gloria de Aquel a quien debemos el ser y la voz de nuestro canto.
Fuente: Dolores Aleixandre RSCJ (Galilea 153, Junio 2022)
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