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14.08.2022 12.8.22 (Dom 20). he venido a prender fuego a la tierra. La gran separación, 1 (Lc 12, 49-53).

Domingo, 14 de agosto de 2022

2006, Kampala, UgandaDel blog de Xabier Pikaza:

Los primeros cristianos, emocionados, sorprendidos, ardientes, concibieron a Jesús como fuego y su obra como incendio de Dios. Nosotros (agosto 2022), mientras los montes de gran parte del mundo están ardiendo, tenemos la impresión de que el fuego de Jesús está apagado. Sobre ese fuego como transfiguración, y “separación” trata este evangelio.

Hemos hecho un cristianismo y una iglesia de aceptación, adaptación y sacralización de lo que hay (de la injusticia del sistema). Necesitamos  fuego de Dios, para que arda, se destruya. Por eso dice Jesús “he venido a dividir”…  Sin superar (dejar a un lado) el mal del mundo con sus poderes “fácticos”, la iglesia no es fuego de Dios, no es Pentecostés (lenguas de fuego). 

Texto.

(Deseo) “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!

(Bautismo de fuego) Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!

OSeparación) ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra (Lc 12, 49-53)

1. PRESENTACIÓN  

Deseo. Éste es el deseo más hondo de Jesús. Él se define a sí mismo como fuegode transformación y de vida. Posiblemente él ha dicho en alguna ocasión: “Yo soy fuego de Dios, he venido para que todo el mundo arda” (en la línea de otras comparaciones, que aparecen sobre todo en el evangelio de Juan: Yo soy la semilla, yo soy la palabra, yo soy el camino, la verdad y la vida”

            Sin embargo es más probable que esa palabra y esa imagen (yo soy fuego) forma parte de la tradición más antigua de la iglesia,  que aparece en sus estratos más antiguo, como muestra la tradición del Q… y el evangelio de Tomás, que concibe a Jesús como fuego de Dios. Los evangelios posteriores, empezando por Marcos, matizan e interpretan esa imagen, pero en el fondo sigue estando la experiencia clave:  Jesús ha venido a prender fuego al mundo, en una línea de muerte y de resurrección: Sólo destruyendo un mundo anterior de pecado, puede crearse y nacer la vida de Dios.

Bautismo de fuego. Esa experiencia está vinculada de un modo especial al bautismo de fuego, entendido como culminación de la vida y obra de Jesús.  Jesús ha definido su obra como un “bautismo de fuego, de muerte que da vida. En esa línea, conforme al testimonio del Q  (retomado por Mt y Lc), frente al bautismo de Juan, que era en agua para perdón de los pecados, la iglesia más antigua ha definido su “sacramento” (experiencia inicial) como bautismo en Espíritu Santo y Fuego (en el Espíritu, que es Fuego de Dios, hecho palabra de Vida). Así lo ha mostrado Lucas en su relato de Pentecostés, vinculado al Dios de Jesús que recrea a los hombres con sus “lenguas de fuego”, que reposan sobre cada uno de los creyentes.

2. Separación. Historia de Jesús. El evangelio de este domingo (Lucas 12, 49-53) interpreta ese “bautismo y pentecostés” de fuego como principio de gran “división”, ruptura radical de los cristianos frente (contra) el mundo viejo. No he venido a traer la paz, sino la división…”.

Ciertamente,  Jesús es signo y presencia de la paz (Shalom) universal de Dios… Pero esa paz no es un simple irenismo, como si dijéramos: “Todo está bien, todo es bueno, démonos sin más un gran abrazo, aceptemos todo lo que existe: La opresión social, la dictadura del dinero, la violencia organizada de los fuertes, la guerra del poder, la expulsión de los pobres…”.

Jesús es la unión universal, pero es unión que exige una gran división, representada en forma de ruptura de “familia”. Se trata de “separar” aquello que nos parece unido: Padres e hijos, madres e hijas, suegros hermanos… No todo da lo mismo, no todo es igualmente bueno… La muerte y bautismo de Jesús se define aquí como gran gran incendio: Todo lo malo del mundo tiene que arder y morir para renacer… a la vida de Dios: Un tipo de estructuras familiares (las primeras) y sociales, la oposición entre personas y pueblos, ricos contra pobres, naciones poderosas contra pueblos marginados…

Este mundo, tal como está configurado (en forma de opresión económico-social y de lucha por el poder) tiene que arder  y destruirse, para que llegue el nuevo bautismo, para que emerja el evangelio. Hemos “bautizado” mal (en el mal) todo lo que nos ha parecido “bautizable”: Hemos “divinizado” a reyes y tiranos, a ejércitos, conquistas, invasiones…, con imposiciones económicas de muerte . La maldad ha llegado a ser insoportable. Y encima tendemos a decir que es buena, que el mundo es así.

Por eso tiene que llegar el fuego de Jesús (no para después, para el final del mundo), sino ahora, aquí, como fuego histórico de Jesús.  Sin que este mundo arda no se podrá dar “bautismo de resurrección. Sin que este mundo arda, por los cuatro costados, no podrá darse de verdad iglesia.

Este es un fuego de separación (tema que aparece en los 4 evangelios, y en el quinto de Tomas). El fuego de Jesús quema y recrea… pero lo hace dividiendo,  separando…  Ese fuego separa a familiares (padres, hijos, esposos, parientes…) y a grupos, como fuerza radical de “división”… La iglesia seguidores de Jesús tiene  que separarse de un modo radical de un mundo que se cierra en su egoísmo, en su deseo de poder… Sin esa separación (persecución), sin ese fuego que quema lo malo, no se puede hablar de Iglesia o comunidad de Jesús.

Así lo mostraré en las reflexiones que siguen, en un contexto de pentecostés, de transfiguración (por el fuego de Dios), culminando en dos apéndices: Uno sobre el hermano fuego de Francisco, otro sobre la llama del fuego de Dios que transforma la vida del hombre, según Juan de la Cruz.

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DESARROLLO DEL TEMA. TRES PUNTOS CENTRALES.

(1) Fuego de Dios: teofanía y castigo. Antiguo Testamento. El fuego está ligado a lo divino como fuerza creadora y destructora. La misma revelación de Dios, que transciende y fundamenta los principios y poderes normales de la vida, se halla unida repetidamente al fuego. Hay fuego de Dios en la teofanía del Sinaí (Ex 19. 18), lo mismo que en la visión de la zarza ardiendo (Ex 3, 2) y en la nube luminosa (Ex 13, 21-22: Num 14, 14).

El fuego acompaña a las grandes teofanías apocalípticas de Ez 1, 4.13.27 y Dan 7, 10 y, lógicamente, puede adquirir rasgos destructores para aquellos que se oponen al proyecto de Dios, dentro de la misma historia. En ese plano se sitúa el castigo de las viejas ciudades pervertidas de la hoya del Mar Muerto (Gen 19, 24-25), lo mismo que la séptima plaga de Egipto (Ex 9, 24). Por eso, no es extraño que se diga que del seno de Dios pro¬viene el fuego que devora a los rebeldes (Lev 10, 2) o destruye a los murmuradores del pueblo de Israel en el desierto (Num 11, 1-3).

Éste es el fuego que obedece a Elías, profeta (1 Re 18, 38-39; 2 Re 1, 10-12), castigando a los enemigos de Dios o a los mismos israelitas pervertidos (cf. Am 1, 4-7; 2, 5; Os 8, 14; Jer 11, 16; 21, 24; Ez 15, 7, etc.). Pero el fuego de Mt 25, 41 desborda el nivel histórico y debe situarse en una perspectiva escatológica: en el momento final de la historia, cuando Dios realiza el juicio sobre el mundo.

En esta línea siguen las formulaciones de Joel, con su visión del fuego que precede y comienza a realizar el juicio (Jl 2, 3; 3, 3). También es importante el fuego en Ez 38, 22; 39, 6, que presenta el fuego como instrumento de la justicia de Dios, que destruye al último enemigo de los justos, Gog y Magog, antes de que surja un mundo nuevo. Por su parte, Mal 3, 1–3.9 anuncia la venida escatológica de Elías con el fuego de Dios que purifica y prepara la llegada de Dios. Éste es el fuego de Juan Bautista, que habla del Dios que viene a quemar la paja al lado de la era.

(2) Moisés. La zarza ardiente.

Conforme a un esquema usual en muchas tradiciones religiosas de oriente y occidente, la manifestación de Dios se encuentra vinculada al fuego: es llama que arde y calienta. El texto más significativo es el de la zarza ardiente:

“Entonces se le apareció el ángel de Yahvé en una llama de fuego en medio de una zarza. Moisés observó y vio que la zarza ardía en el fuego, pero la zarza no se consumía. Entonces Moisés pensó: Iré, pues, y contemplaré esta gran visión; por qué la zarza no se consume. Cuando Yahvé vio que se acercaba para mirar, lo llamó desde en medio de la zarza diciéndole: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí” (Ex 3, 2-4).

Este pasaje vincula fuego y zarza (árbol y llama), en paradoja que ilustra el sentido radical de lo divino. Moisés ha tenido que atravesar el desierto y llegar a la montaña sagrada, donde ve a Dios en la zarza que arde. Árbol y arbusto son desde antiguo signos religiosos, como aparece en la historia de Abrahán (encina de Moré: Gen 12, 6) y como sabe la tradición religiosa cananea, combatida por los profetas (culto de la piedra y árbol, de Baal y Ashera).

En este momento, en medio del desierto, la visión de Dios se encuentra vinculada con un árbol ardiente: la misma vegetación se vuelve ardor y fuego donde Dios se manifiesta. Éste es un fuego paradójico: es zarza llameante que arde sin consumirse. Esto es Dios: llama constante, vida que se sigue manteniendo en aquello que parece incapaz de tener vida. Quizá pudiera trazarse un paralelo: los hebreos oprimidos son la zarza, arbusto frágil que en cualquier momento puede quebrar y destruirse, consumidos por el desierto o aniquilados por la montaña de los grandes pueblos de este mundo. Pues bien, en esa pobre zarza se desvela Dios, como vida en aquello que es más débil, más frágil. Moisés ha ido a la Montaña de Dios dispuesto a ver el espectáculo, como simple curioso que mira las cosas desde fuera. Pero Dios, que le hablará desde el fuego de la zarza, tiene otra intención, se manifiesta de otra forma, revelándose como Yahvé (El que Es) y enviándole a liberar a los hebreos.

(3) Fuego destructor, fuego de separación

A partir de los pasajes anteriores, la tradición exegética ha distinguido dos tipos de fuego de castigo: uno que destruye a los culpables para siempre (fuego de aniquilación) y otro que les castiga y atormenta, también para siempre (fuego de punición).

(a) Fuego de aniquilación. Es signo de la fuerza destructora de Dios que aniquila a los malvados. El mismo fuego de Dios ejerce una función positiva (da calor, ofrece vida, es signo teofánico) y también otra que es negativa (es terrorífico, destruye todo lo que encuentra). En esa línea, desde un punto de vista filosófico, dentro de la tradición occidental, el fuego puede presentarse como signo de la totalidad cósmica, como principio positivo y constitutivo de la realidad (uno de los cuatro elementos; los otros son agua, tierra, aire) o como poder destructor, que todo lo aniquila para recrearlo (Heráclito). El fuego, en fin, tiene una clara connotación psicológica y se muestra como expresión de aquel poder que nos conduce a la conquista del mundo (complejo de Prometeo) o nos lleva hacia la luz oscura de la muerte (mito de Empédocles), convirtiéndose así en sinónimo de muerte, destrucción, puro vacío.

(b) Fuego de castigo. No destruye, sino que va quemando sin fin los cuerpos y las almas de los condenados. Esta visión de fuego de castigo que no acaba sólo es posible allí donde se destaca el carácter perverso de algunos hombres y la visión de un Dios juez, que impone una condena sin fin a esos perversos. Éste es un tema clave la teodicea entendida ya de una manera judicial. El antiguo sheol de las representaciones antiguas, donde todos por igual perviven tras la muerte, en estado de sombra (pero sin sufrimiento), no responde a la nueva experiencia de Dios y su justicia, que tiene que sancionar a los malvados. Por eso, el sheol se convierte progresivamente en lugar de espera hasta que llegue el juicio que se expresa como salvación o condena (cf. Dan 12, 1-3).

QUEMAR PARA RECREAR. UN BAUTISMO DE FUEGO

             Ha venido para arder, como fuego en este mundo, para quemar todo lo que  destruye. Ésa es la experiencia central de su bautismo.

Marcos 1, 8.

            Juan Bautista dice: Acción: «Yo os he bautizado en agua, pero él os bautizará en Espíritu Santo. …» 1, 8).  Juan representa el pasado, un gesto ya cumplido y terminado: ebaptisa, yo os he bautizado con agua, es decir, con el símbolo de conversión, purificación y perdón de los pecados, realizando de esa forma un gesto que ya se ha realizado. Juan se sitúa en ese nivel (de agua y conversión-preparación), como profeta final, dirigido a los que sienten la necesidad de convertirse y de “confesar” los pecados, para que Dios le limpie. Todo el camino de Israel culmina, según Marcos, en esta experiencia del agua de las purificaciones: no sirve ya el templo, parecen inútiles los sacrificios, pero, en su lugar, resulta necesaria el agua del rito, de los bautismos incesantes de purificación (en la línea general de los fariseos), o el único bautismo de Juan, que es el signo de la llegada del tiempo final (hasta que llegue el Más Fuerte).

Pero él [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo, porque es es el “iskhyroteros”, el “más fuerte (signo de Dios), y Juan no es digno ni siquiera de inclinarse para desatarle las sandalias como un esclavo o como un discípulo.  Nos gustaría conocer mejor lo que implica bautizar en el Espíritu Santo, descubrir el tipo de experiencia social y sacral que está en su fondo. Recordemos que Marcos no alude al bautismo con Espíritu Santo y fuego (en contra del Q: Lc 3, 16 y Mt 3, 11), que sitúan este motivo bautismal en perspectiva apocalíptica (de juicio); tampoco habla de Espíritu Santo y agua, como hará Jn 3, 5, interpretando así la tradición de Juan Bautista en la línea del bautismo cristiano, celebrado ya con agua (y Espíritu). Pero, entonces ¿qué significa bautizar con Espíritu Santo?

 Todo lo que Marcos diga de Jesús ha de entenderse en esta línea, como una preparación para el  gesto final de Jesús, que será el de bautizar a sus creyentes “en Espíritu Santo”. Jesús no necesitará ya río, ni le hará falta el agua de los ritos, porque él ofrecerá el mismo Espíritu Santo, es decir, la plenitud de la obra de Dios. Jesús bautizará con Espíritu Santo, es decir, con la plenitud de la vida de Dios que es perdón, mesa común, fraternidad y reino, algo que sólo es posible (que sólo culmina) a través de la vida y entrega de Jesús, que nos lleva así del río de la penitencia y agua (bautismo de Juan) al misterio del Dios que nos bautiza en su Espíritu Santo[1].

Mt 3, 11 y Lc 3, 16: Jesús os bautizará en Espíritu santo y fuego

Retomando el texto más antiguo de la tradición cristiana (documento Q). Mt y Lc hablan no sólo de un bautismo en el Espíritu Santo sino también en fuego, tema que Marcos omite; quizá porque no le gustaba la idea de que Jesús juzgara/bautizara de una forma que parece destructora (con fuente) [2]. El agua es el signo de la necesidad de conversión, el gran Espíritu (viento, huracán) y el Fuego, expresan la fuerza judicial y destructora (escatológica) de Dios o de su enviado y se vinculan mutuamente, como sabe la tradición del AT (aquí falta el terremoto de 1 Rey 19, 11-13).

Tiene en su mano el bieldo y limpiará su era…(Mt 3, 12; Lc 3, 17). Éste es el signo clave del bautismo de Jesús. La “era” de la cosecha de este mundo está mezclada… Domina en ella el mal sobre el bien, la violencia sobre el amor y la comunión. La era de la iglesia está igualmente dominada por poderes de imposición y prepotencia, de opresión de los pequeños y los pobres…  Sólo limpiando la era puede llegar el Espíritu… que es fuego para destruir todo lo que es perverso, para recrear todo lo que es bueno… Jesús quiere realizar esa obra a través de la iglesia, quemar lo que es paja, para que quede el trigobueno.

               Juan Bautista ha insistido en una amenaza judicial, más que en un mesianismo salvador, en la línea de Jesús. Pues bien, los cristianos han adoptado y recreado ese mensaje y palabra judicial, aplicándola a Jesús, el Venidero, a quien presentan como verdadera presencia de Dios: Emmanuel (Dios con nosotros). En esa línea, esta pasaje afirma expresamente que el Venidero-Jesús realizará la obra judicial: Quemara la paja en el fuego y reunirá el trigo en el granero (3, 12) de Dios.

EVANGELIO DE TOMÁS… YO SOY EL FUEGO

  Quizá la tradición más antigua de la iglesia ha sido conservada no sólo en el Q (bautizar con Espíritu Santo y fuego), sino en el Evangelio de Tomas, que se sitúa en la línea de Juan 8, 12-20: Jesús no dice “yo soy el fuego…” pero dice “yo soy la luz…”. Jesús como luz que ilumina, no como fuego que quema, destruye y recrea. Veamos unos textos:

 Ev. Tomás 10 Jesús ha dicho: He arrojado fuego sobre el mundo y he aquí que  lo estoy vigilando hasta que arda en llamas.

Ev Tomás 16: Dijo Jesús: «Quizá piensan los hombres que he venido a traer paz al mundo, y no saben que he venido a traer disensiones sobre la tierra: fuego, espada, guerra . Pues cinco habrá en casa: tres estarán contra dos y dos contra tres, el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Y todos ellos se encontrarán en soledad».

E. Tomas 82. Jesús ha dicho: Quien está cerca de mí está cerca del fuego, y  quien está lejos de mí está lejos del Reino.

Hechos 2.Pentecostés. Está en el fondo la experiencia de un bautismo de fuego, de lenguas de fuego hechas palabra de misión.

 APÉNDICE 1. 1. FRANCISCO DE ASIS

 Canto de las creaturas:   Estrofa 4: Hermano fuego, hermana tierra. Para Francisco el fuego es signo de Cristo… por su misma condición de creatura, uno de los cuatro elementos cósmicos, signos de Dios:

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche; él es bello y alegre, robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra que nos sustenta y nos gobierna; ella produce diferentes frutos, con flores de colores y con hierbas

Con esta pareja de poderes cósmicos (fuego, tierra) termina el canto de la creación de Francisco . Están unidos fuego y tierra. El fuego, masculino, alegre-fuerte, que aparece como signo del sol entre los hombres. Y la tierra, femenina, que dirige la existencia como signo de maternidad de Dios en el principio y fin de nuestra historia.

El fuego es la luz que se mantiene y vigoriza destruyendo, transformando a su paso la existencia de las cosas. Por eso es cambio permanente: es el poder de la alegría y la belleza que sólo se despliega consumando y consumiendo lo que existe.

Resulta significativo que Francisco se sienta unido al fuego, llamándole “fuerte y robusto”. Se trata, evidentemente, del fuego de una vida que se consume en favor de los demás, conforme al Dios de Jesucristo. Muchas veces, seducidos por un ideal de quietud como signo de poder y permanencia, hemos interpretado la vida a partir de aquellos seres que perduran siempre idénticos, sin cambio: metal, roca, montaña. Pues bien, en contra de eso, Francisco nos conduce hasta el hermano fuego, que es signo del sol, signo de Cristo que muere y resucita. Así también la vida es para todos nosotros un camino de pascua que se expresa y alimenta en la señal del fuego masculino y fuerte, alegre y bello, de la entrega de sí mismo.

Finalmente está la tierra donde viene a descansar todo el camino precedente. Es la tierra femenina que recibe la luz-calor del sol, la fuerza y robustez del fuego, y de esa forma puede presentarse como madre de todos los vivientes. Su maternidad se entiende aquí en clave de origen y de ley: ella nos sostiene (sustenta) y nos dirige, gobernando nuestra vida. Ciertamente, la tierra es útil: produce las hierbas y los frutos. Pero, al mismo tiempo, se presenta como hermosa en el despliegue de colores de las flores.

A través de este canto, Francisco nos quiere arraigar en la tierra. El orgullo del hombre pretende borrar este origen, negando así la propia condición de creaturas terrenas, limitadas. En contra de eso, Francisco nos sitúa nuevamente sobre el surco de la madre tierra: en ella hemos nacido y allí estamos, como hermanos del sol y las estrellas, como familiares del viento y de las aguas.

 Somos ciertamente fuego y tierra, luz y oscuridad; llevamos la gloria de Dios en unos vasos frágiles de barro que se quiebran. Por eso es necesaria la humildad, que es el realismo del agua y de la tierra, como dicen las palabras finales de este canto: “Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad”. Son palabras que recuerdan nuestra condición: somos polvo, pero polvo del que Dios se ha enamorado por su Cristo; por eso le podemos cantar, le hemos cantado con las voces de las creaturas.

APENDICE 2.  JUAN DE LA CRUZ, LLAMA DE DIOS

Conforme a todo lo anterior, , la función del fuego es doble: puede concebirse como fuerza destructora que aniquila (llama permanente que castiga). Pero también, en otra línea, el fuego puede venir a presentarse como la más honda “esencia de Dios”, que es fuego purificador, destructor y creador. Paradójicamente, nadie (que sepamos) ha profundizado en el tema del fuego de Dios como Juan de la Cruz, en su obra madura «LLAMA DE AMOR VIVA”.

Aquí me limito a citar uno de los últimos verso del Cántico Espiritual, en la estrofa 29, que es la culminación del camino profético y místico:

el aspirar el aire, el canto de la dulce filomena, el soto y su donaire en la noche serena, con llama que consume y no da pena (Cántico b, 39)

Ellos mismos (Dios y el hombre/mujer que le aman) son luz, ellos son llama: se van consumiendo uno en otro y de esa forma se consuman. La más honda realidad de Dios se vuelve fuego: los restantes símbolos quedan trascendidos y asumidos de algún modo en este fuego-luz, en la noche serena, que es hogar de respiración dialogal, llama de vida que existe al darse y se consuma al consumirse sin fin.

Porque, habiendo llegado al fuego, está el alma en tan conforme y suave amor con Dios, que, con ser Dios, como Dice Moisés, fuego consumidor, ya no lo sea, sino consumador y refeccionador. Que no es ya como la transformación que tenía en esta vida el alma, que, aunque era muy perfecta y consumadora en amor, todavía le era algo consumidora y detractiva, a manera del fuego en el ascua… (Cf. Dt 4, 24. Coment 39, 14).

El fuego de este mundo consume y da pena, dueleEl fuego del cielo consuma sin consumir ni consumirse: es fuego de luz, vida amorosa que se expande, sin perder fuerza ni perderse. En ese contexto la vida eterna es llama de luz en la noche internamente iluminada, canto de existencia superior, himno de Pascua, vida que triunfa y existe por la muerte. En este contexto, recogiendo de un modo unitario las ideas de esta estrofa, podemos citar unos pasajes de Llama de Amor Viva, donde de SJC ha evocado la culminación de su experiencia amorosa. El texto de Llama evoca y despliega de un modo consecuente la misma experiencia, al entender la realidad como regalo de bondad, que Dios ofrece al hombre y que el hombre regala nuevamente a Dios, en comunión de amantes: un Dios que es Fuego de Amor.

 NOTAS.

[1] Así lo ha precisado J. D. G. Dunn, El Espíritu Santo y Jesú, Sec. Trinitario, Salamanca. En el comienzo del evangelio de Jesús, conforme a la Escritura (cf. gegraptai: 1, 2), sigue estando Juan, profeta escatológico. Sólo en esa perspectiva se entiende el libro de Marcos. Superando los recelos de cierta exégesis moderna, debemos afirmar que esta opción metodológica de Marcos ha sido correcta, tanto en plano histórico como teológico: Jesús se ha situado de hecho en la línea del Bautista, pero no para quedarse en ella, sino para pasar (hacer que pasemos) del río de las purificaciones y de la preparación mesiánica a la experiencia mesiánica radical, que es el don del Espíritu Santo, en cuyo bautismo quedan configurados los creyentes..

[2] Cf. R. Guelich, Mark 1-8, 26 WBC 34, Dallas 1989, 26. De todas formas, Marcos incluye referencias al juicio realizado por el fuego (cf. Mc 9, 43-48). En sentido originario, Espíritu (pneu/ma) significa ante todo viento: es huracán que sopla con fuerza aterradora, desgajando y destruyendo aquello que se encuentra poco cimentado sobre el mundo; es espíritu santo (a`gioj), en línea de separación, para destruir aquello que se opone a la pureza de Dios. Pues bien, al viento sucederá el fuego (3, 11), es decir, el incendio de Dios.

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