Dónde está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón.
Domingo XIX del Tiempo Ordinario
7 agosto 2022
Lc 12, 32-48
La sentencia de Jesús invita a poner luz en aquello que consideramos nuestro tesoro. ¿Qué es, en la práctica, más allá de las palabras, lo realmente importante para mí? Porque será eso lo que me movilizará, ya que ahí habré puesto también mi corazón.
Un modo simple de saber cuál es nuestro tesoro consiste en ver cómo reaccionamos ante las diferentes pérdidas o las frustraciones. Porque aquella pérdida o frustración que más me altere será un indicador inequívoco de que allí tenía puesto mi corazón. La explicación es simple: reaccionamos con mayor intensidad cuanto más valoramos aquello que perdemos. La alteración que nos produce una pérdida es directamente proporcional al valor que atribuimos al objeto perdido y al apego que vivíamos hacia él.
Por lo tanto, únicamente podremos liberarnos de los falsos “tesoros”, que terminan confundiéndonos y esclavizándonos, cuestionando, tanto el valor que atribuimos a las cosas, como nuestro apego a las mismas. Es claro que valor y apego son deudores del modo como nos vemos a nosotros mismos. Al crecer en comprensión de lo que soy, siendo consciente de que, en mi verdadera identidad, soy plenitud de consciencia, dejaré de atribuir un valor desproporcionado a lo que solo es un objeto. Y, en consecuencia, aflojará en la misma medida el apego que vivía hacia él.
Dicho brevemente: la comprensión relativiza tanto el valor como el apego. Porque desnuda a los objetos de su pretensión de ser “tesoros”, lo cual permite, a su vez, que nos liberemos del apego y pongamos nuestro “corazón” en lo realmente real.
¿Qué es lo que más valoro? ¿A qué estoy más apegado?
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
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