En esta etapa prevacacional, liberado ya de las actividades que se le van acumulando a un jubilado académico y tras finalizar un buen curso de verano sobre “Un viaje por las religiones monoteístas” en la Universidad de Cantabria, he vuelto a leer serena y detenidamente la excelente Encíclica del papa Francisco Laudato Si’, Sobre el cuidado de la Casa Común, publicada el 24 de mayo de 2015. Una de las críticas más luminosas, certeras y radicales de la primera encíclica de un papa sobre la ecología es la que hace al antropocentrismo, tanto al moderno como al cristiano. En ella voy a centrarnos esta reflexión.
El giro antropológíco en el Renacimiento y la filosofía moderna
La Ilustración entiende la emancipación del ser humano como el acceso a la auto-conciencia. El ser humano se auto-identifica como sujeto-en-el-mundo con identidad propia, no sometido a las fuerzas impersonales de la naturaleza, ni al orden preconcebido del destino, ni a la voluntad de Dios o de los dioses, ni a los dictámenes de otros seres humanos. Se concibe como ser libre, autónomo, dueño de su presente y señor de su futuro, creador y responsable único en la construcción de la historia y de sí mismo. La conducta humana se rige por la conciencia. El ser humano tiene valor por sí mismo.
El logos divino cede su lugar al yo del sujeto. La historia de la salvación trascendente da paso a la historia del mundo entendida como emancipación inmanente. Dios deja de ser el valedor del ser humano y este se encuentra a solas consigo mismo, asumiendo su responsabilidad en el mundo, a la que no puede renunciar ni puede delegar. El ser humano emerge, al decir de A. Touraine, “como libertad y creación”. Se entiende como actor de su vida personal y como agente de la sociedad.
La subjetividad se torna así constitutivo fundamental del ser humano, quien se convierte en principio fundante de la realidad y del conocimiento, también del conocimiento de Dios, así como en fundamento de los valores morales.
En los albores de la Edad Moderna, el humanista italiano Pico della Mirandola anunciaba ya el giro antropológico, que sería el santo y seña del Renacimiento e iba a encontrar su fundamentación filosófica y política en la Ilustración y la Revolución Francesa. He aquí su lúcido texto, que data de 1492 y tiene por título “Oración por la dignidad”:
“Oh Adán: no te he dado ningún puesto fijo, ni una imagen peculiar, ni un empleo determinado. Tendrás y poseerás por tu decisión y elección propia aquel puesto, aquella imagen y aquellas tareas que tú quieras. A los demás los he prescrito una naturaleza regida por ciertas leyes. Te marcarás tu naturaleza según la libertad que te entregué, pues no estás sometido a cauce angosto alguno. Te puse en medio del mundo para que miraras placenteramente a tu alrededor, contemplando lo que hay en él. No te hice celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal. Tú mismo te has de forjar la forma que prefieras para ti, pues eres el árbitro de tu honor, su modelador y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte hasta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta las cosas divinas”.
De estas palabras puestas en boca de Dios deduce el autor la generosidad sin par de Dios y la gran dicha del ser humano, a quien se le ha dado tener lo que desea y ser lo que quiera ser.
Con el giro antropológico, la antropología no es una disciplina más de la filosofía, sino que se constituye en disposición fundamental que ordena y guía el pensamiento filosófico y teológico moderno, como se aprecia nítidamente en la relación que Kant establece entre la pregunta “¿Qué es el hombre?” y las tres preguntas precedentes: “¿Qué puedo saber?”, “¿Qué debo hacer?” “¿Qué me cabe esperar?”. El teocentrismo da paso al antropocentrismo: el mundo es contemplado y comprendido desde el ser humano, no desde Dios. Por ello no se considera inmutable, sino que cree posible su transformación.
El giro antropológico supone un importante avance: el reconocimiento del ser humano como sujeto. Sin embargo, al desembocar en antropocentrismo tiene sus límites, contradicciones e incoherencias, entre las que cabe citar las siguientes: la tendencia individualista que se consolida en todos los terrenos: económico, político, social, a lo largo de la modernidad europea; la desvinculación de la naturaleza, peor aún, la agresión contra ella; la dependencia de la técnica, que se convierte en tecnocracia y domina sobre el ser humano. Son estas algunas de las críticas que destaca la encíclica.
Critica de la encíclica Laudato Si’ al antropocentrismo moderno
La Laudato Si’ critica el antropocentrismo moderno porque “paradójicamente ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad” ya que, según R. Guardini, “ni siente la naturaleza como norma válida, ni menos aún como refugio viviente. Así se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo” (n. 115). Además, al separarse la técnica de la ética, no es capaz de limitar su poder (refuerza todavía más su poder (n. 136). En la modernidad se ha producido una gran desmesura que daña toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales (n. 116).
Al considerarse el ser humano autónomo de la naturaleza y como dominador absoluto, desmorona su existencia y provoca la rebelión de la naturaleza (n. 117). Tal situación lleva derechamente a la esquizofrenia que consiste: por una parte, en no reconocer a los demás seres humanos un valor propio y, por otra, negar todo valor peculiar al ser humano (n. 118).
Como respuesta al antropocentrismo moderno, que desvincula al ser humano de la naturaleza, peor aún, que lo considera dueño y señor de la misma a quien trata como mero objeto a su servicio con capacidad para depredarla, la encíclica subraya la relación inseparable entre ecología y antropología: “no hay ecología sin antropología”, afirma (n. 118). Exigir al ser humano el compromiso de cuidar la naturaleza requiere reconocer y valorar sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad (n. 118).
El compromisode sanar la relación con la naturaleza implica sanar las relaciones entre los seres humanos (n. 119), que empieza por recuperar su dimensión social (en la mejor tradición aristotélica, comunitaria del cristianismo y del marxismo), reconocer al otro, valorarlo, abrirse al tú, también al “Tú” divino (n. 119). La relación con la naturaleza no puede aislarse de la relación con las demás personas y con Dios. Si se produjera ese aislamiento, se desembocaría en un “individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia” (n. 119). La respuesta adecuada la ofrece Raimon Panikkar cuando habla de la “intuición cosmoteándrica”.
Francisco critica también una presentación inadecuada de la antropología cristiana que pudo respaldar una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con el mundo, llegando a transmitir “un sueño prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles” (n. 116).
Se refiere expresamente a la incorrecta interpretación y aplicación, por parte de los cristianos, de la expresión bíblica “dominad la tierra”, al presentar al ser humano como dueño, señor y dominador absoluto de la tierra y de todas las criaturas. A este respecto distingue dos tradiciones en el Génesis:
a) Aquella en la que Dios encarga al ser humano la tarea de dominar la tierra, interpretada como dominio absoluto: es la fuente sacerdotal (Gn 1, 28-30)
b) Aquella en la que llama a “labrar y cuidar” el jardín: es la fuente conocida como ·yahvista” (Gn 2,15). Es esta la que acentúa la Encíclica:
“Mientras ‘labrar’ significa cultivar, arar o trabajar, ‘cuidar’ significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable, yo diría, de sujeto a sujeto, entre el ser humano y la naturaleza” (n. 67), y no de sujeto a objeto.
La encíclica cree que la Biblia hebrea no incurre en un antropocentrismo despótico, que se desentienda de los demás seres vivos ni de la naturaleza. Entiende, más bien, que (n. 68) la responsabilidad de los seres humanos para con la tierra requiere:
– respetar las leyes de la naturaleza y los equilibrios entre los seres del cosmos y cuidar no solo de los seres humanos, sino también de los demás seres vivos, p. e., atender al asno o al buey del hermano caído en el camino, no tomar a la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, que encontremos en el camino (Dt 22,4.6).
– dar el descanso semanal a los animales domésticos junto con el ser humano.
– conceder a la tierra el descanso cada siete años: Jubileo (Lv 5, 1-4).
– declarar el jubileo cada 49 años, como año del perdón universal, del restablecimiento de la justicia, del reajuste de la propiedad y del reparto equitativo de los bienes, del reconocimiento de que el don de la tierra con sus frutos pertenece al pueblo, y los frutos de la tierra tienen que compartirse con las personas más vulnerables. Los pobres, los huérfanos, las viudas, los extranjeros (Lv 19, 9-10) (n. 71)
Reconoce el valor de las cosas por sí mismo, no en relación con el ser humano y la no subordinación de las cosas al bien del ser humano (n. 69).
Conclusión: Líneas-fuerza de la Laudato Si’
En consecuencia con la crítica al antropocentrismo despótico, resumo las líneas de fuerza de la encíclica en las siguientes:
1. Íntima relación entre la vulnerabilidad de los pobres y la fragilidad de la tierra, entre el planteamiento ecológico y el social. Considera inseparables la preocupación por la naturaleza y la justicia con los pobres (n. 16); el compromiso con la sociedad y la paz interior. Cree necesario incorporar la justicia en los debates sobre el medio ambiente para escuchar el clamor de la tierra y el de los pobres (n. 49). La degradación ambiental y la degradación humana van al unísono (n. 56)
2. Concepción holística del cosmos. Todo está relacionado (n. 70). Por eso deben compaginarse el cuidado de la tierra y el cuidado de los seres humanos, la justicia económica y la justicia ecológica, y debe evitarse tanto la violencia contra el prójimo como la violencia contra la naturaleza. “Todo está relacionado…, el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (n. 70).
3. Crítica de las formas de poder de la tecnología e invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, a un nuevo estilo de vida, a un desarrollo sostenible e integral.
4. La inequidad afecta a países enteros y obliga a repensar en una ética de las relaciones internacional en el horizonte de la solidaridad sin fronteras (n. 51). El Norte tiene una deuda ecológica con el Sur. Una deuda que no paga el Norte, mientras que se obliga a los pueblos pobres a pagar su deuda. Los países del Norte deben pagar la deuda ecológica contraída con el Sur limitando su consumo de la energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados con políticas de desarrollo sostenible (n. 52).
5. Es necesario fortalecer la conciencia de ser una sola familia humana, eliminando fronteras políticas y sociales y evitando la globalización de la indiferencia (n. 52).
6. Finalmente declara el derecho de la tierra a ser feliz
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