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El yo y la oración de petición.

Domingo, 24 de julio de 2022

9CEAEF73-C7E6-496E-9471-99C74C282968Domingo XVII del Tiempo Ordinario

24 julio 2022

Lc 11, 1-13

Una vez que nos hemos identificado con el yo, no podemos perseguir otra cosa que no sea sobrevivir y perpetuarnos: así se explica el miedo a la muerte.

Consciente de su propia vulnerabilidad, por más que se esfuerce en disfrazarla, el yo vive “atrapando” y suplicando y, cuando es religioso, hace de la oración de petición su último asidero al que amarrar su confianza, con un único objetivo: sostenerse y perpetuarse.

La trampa se halla en el mismo inicio, al no ser conscientes de que nos estamos identificando con algo que no somos y proyectando en ese yo nada menos que nuestra identidad.

Lo que llamamos “yo” es solo un objeto -nuestra “personalidad”-, pero en ningún caso lo que realmente somos. Todos tenemos una consciencia inmediata y autoevidente de ser “sujetos”. Por tanto, identificarnos con algo que es “objeto” hace que nos encerremos en un laberinto de confusión que es un callejón sin salida.

Si queremos avanzar en la indagación rigurosa, sin dar por supuesto lo que hemos aprendido desde niños y hemos asumido de una manera crédula y acrítica, hay una pregunta que puede orientar nuestra búsqueda: ¿cómo distinguir lo que es objeto de lo que es sujeto?

Objeto es todo aquello que podemos observar, delimitar, pensar y nombrar adecuadamente: puede ser material o mental, externo o interno. Por el contrario, sujeto es Eso que es consciente de los objetos, y que no puede ser observado, pensado ni nombrado con propiedad. Porque carece de límites, trasciende por completo la mente.

Como “práctica” de indagación, puedes probar lo siguiente: habitualmente vivimos depositando nuestra atención en los objetos (externos o internos). Pues bien, prueba a poner la atención, no en los objetos, sino en Eso que es consciente de ellos. ¿Qué descubres?

Al comprender, dejamos de identificarnos con el yo -que solo es un objeto observable- y nos reconocemos en Eso que es consciente. Esta comprensión nos permite percibir también nuestra paradoja: somos consciencia -identidad- que se expresa en una forma concreta -personalidad-. En cuanto yo, nos percibimos limitados, frágiles, vulnerables, impermanente: de aquí nace nuestra necesidad de ayuda. Sin embargo, en nuestra verdadera identidad, somos plenitud ilimitada.

Al comprenderlo, dejamos de ligar nuestra suerte y nuestro destino al yo. Y caemos en la cuenta de que el objetivo de la existencia no es perpetuar el yo, sino liberarnos de la identificación con él. El yo, en cuanto forma impermanente, está destinado a desaparecer; la consciencia permanece. Cae la oración de petición; vive la aceptación y alineación con la vida.

¿Hasta dónde vivo identificado con el yo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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