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Marta y María, toda la iglesia. Estudio exegético 1 (17.7.22, Dom 16)

Domingo, 17 de julio de 2022

db19882207a3c173138ac73908340b36Del blog de Xabier Pikaza:

El relato de Marta y María (Lc 10,38-42) ofrece la mejor visión bíblica de la Iglesia, representada por dos mujeres, que son obispos y más que obispos.

Marta es símbolo del poder ejecutivo de la Iglesia. María  es símbolo de interioridad y pensamiento, del “poder orante”y “legislativo”. La dos son más que obispos, como he  dicho.

Hay temas sobre los que todos puede opinar (como en una charla de café o de vino). Pero hay otros de tipo exegético e histórico  de los que sólo se puede opinar si uno tiene ciertos conocimientos.

Ciertamente, se pueden mantener las cosas de iglesia como hoy son, entre los católicos, pero sabiendo que en principio ellas fueron distintas. De ese principio según Lc 10 trata precisamente este trabajo, del que publiqué una versión académica (Iglesia de mujeres,Marta y María), en I. Gómez-Acebo (ed.), En clave de mujer. Relectura de Lucas, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998, 117-178. Aquí recojo, resumo aquel texto base, en dos “postales”, una  hoy, otra mañana. Buen fin de semana de Marta y María.

Significativamente, toda la prensa católica ha publicado estos días el hecho de que el Papa Francisco ha nombrado tres mujeres  para la Congregación de Obispos, encargada de seleccionar y proponer obispos para la Iglesia católica. No serán “obispesas” se dice, pero ayudarán a nombrar obispos (cosa que parece lógicamente ilógica). En ese contexto será bueno reflexionar este domingo sobre “Marta y María” que fueron las primeras “obispas”, y aún más, en el origen de la Iglesia. Como he dicho, el tema seguirá mañana o pasado.

Texto. Evangelio del Dom 17.7.22.

             Lc 10, 38 Mientras iban ellos de camino, él entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió. 39 Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, en cambio, estaba afanada (distraída) con mucho servicio; y acercándose {a El, le} dijo: Señor ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. 41 Respondiendo el Señor, le dijo: Marta, Marta, te preocupas y estás perturbada por muchas cosas; 42 una (sola) cosa es necesaria; en efecto, María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada.

  1. Mientras iban de camino (10, 38a).

Así comienza la escena. El relato no está situado en el de los mitos, ni en el érase una vez de los cuentos clásicos, sino en el camino de Jesús con sus discípulos y/o amigos. Esta no es una marcha cualquiera sino el camino mesiánico de subida a Jerusalén y de culminación humana que, conforme a Lucas, autor del evangelio de su nombre (=Lc) ha empezado en 9, 51 (Jesús toma la decisión de ir a Jerusalén) y se ha expresado en 9, 57-62 (Jesús propone sus condiciones a los que quieran hacerle compañía en el camino).

En ese contexto de camino mesiánico, que culmina de forma muy precisa en el versículo final de la parábola del buen samaritano (¡Vete!: 10, 37) se inscribe e inicia nuestro texto (mientras iban de camino: 10, 38). El escriba autosuficiente (¡quiere justificarse a sí mismo: cf. 10, 29) a quien Jesús cuenta la parábola debe ponerse en camino, para convertirse de esa forma en buen samaritano, acogiendo y ayudando a los demás. Pues bien, ahora, al ponerse en camino, ellos (Jesús y los suyos) aparecen como buenos samaritanos. Sólo dirigiéndose hacia Jerusalén podrán descubrir lo que significa el seguir a Jesús, el surgimiento de la iglesia [1].

En ese contexto de camino mesiánico se inscribe nuestro texto. No ofrece una verdad abstracta sobre el ser humano, ni una teoría general sobre la hospitalidad, sino que expone la novedad de la acogida de Jesús (el surgimiento y esencia de la iglesia), en el contexto de su ascenso hacia Jerusalén, vinculando los dos libros de Lucas (Lc= Evangelio y Hech=Hechos):

 *Lc 10, 38-42 recuerda una historia pasada. Es muy posible que Jesús haya sido acogido en la casa algunas buenas mujeres, que le han ofrecido no sólo hospitalidad externa, sino también cercanía humana, casa familiar. Junto a las mujeres que le siguen con los otros discípulos ambulantes (cf. Lc 8, 1-3) aparecen aquí las mujeres que le acogen, pudiendo presentarse de esa forma como signo de la iglesia.

* Lo que dice Lc 10, 38-42 ha de situarse en el trasfondo de Hechos donde aparece el camino misionero de los discípulos de Jesús, simbolizados de un modo especial por Pedro y los Doce, por los Siete helenistas y finalmente por Pablo. Son ellos, los cristianos ambulantes, los que están al fondo de la afirmación general con que comienza el texto: mientras iban de camino. La subida de Jesús a Jerusalén (Hech 9, 51) viene a presentarse de esa forma como signo de la gran marcha de la iglesia desde Jerusalén hacia los confines de la tierra (Hech 1, 8).

* Desde el libro de los Hechos debemos volver a Lc 10, 38-42 descubriendo en el camino y gesto de Jesús el paradigma o ejemplo de la vida de toda la iglesia posterior. No es que empecemos estudiando Lc y luego completemos su visión con Hech, sino al contrario: lo que en Hech se dice en un plano de historia eclesial ha de entenderse desde la parábola fundante de Jesús (evangelio), que viene a presentarse así como lugar y fuente de surgimiento eclesial.

 Por eso, nuestro texto ha de entenderse en dos líneas o direcciones que son complementarias. Por una parte está la linea que va de la historia de Jesús hacia la iglesia: el camino pasado de Jesús constituye para Lucas (autor de Lc y Hech) el punto de partida y el lugar de referencia para entender la vida de la iglesia. Por otra parte está la línea que va de la iglesia hacia Jesús: todo lo que la iglesia vive y hace ha de entenderse a la luz de lo que ha sido el camino de Jesús. Por eso, cuando se dice que Jesús envió a sus discípulos a los lugares donde él debía “venir él”, para que le precedieran, podemos hablar de dos misiones: la misión pre-pascual de los Doce (cf. Lc 9, 1-6) que iban subiendo con Jesús hacia Jerusalén; y la misión post-pascual de los Setenta y dos (cf. 10, 1-12) que son signo de todos los misioneros de la iglesia.

De esta forma, los Setenta y dos quedan integrados en el mismo camino histórico de Jesús. En un nivel, ellos van a todo el mundo (cf. Hech 1, 8), abriendo el camino-de Jesús; pero, en otro nivel, ellos siguen recorriendo el mismo duro ascenso de Jesús que va a Jerusalén para entregar la vida.

De esta forma, Lucas nos ofrece una fusión de horizontes: el camino pasado de Jesús ilumina nuestro pesente eclesial; el presente de la iglesia nos invita a reinterpretar el pasado de Jesús. El éxodo o salida (cf. Lc 9, 31) y el ascenso o subida (cf. Lc 9, 51) de Jesús en Jerusalén viene a presentarse así como espacio y contexto simbólico donde se puede inscribir la historia de la iglesia, tal como lo muestra en otra perspectiva, en el libro de los Hechos .[2]

Así podemos volver al comienzo de nuestro pasaje: Y sucedió que mientras iban de camino… (10, 38a). Jesús ha decidido dirigirse a Jerusalén (9, 51), proponiendo las condiciones de su seguimiento a quienes quieran acompañarle (9, 57-62). Le preceden los Setenta y Dos discípulos [3] (cf. 10, 1-12.17-24). Con ellos avanza Jesús y va creando iglesia, tanto en perspectiva de misión (fundan iglesia quienes le acompañan, expandiendo su mensaje) como de acogida (son iglesia aquellos que le reciben, ofreciéndole una casa).

Sucedió que mientras iba de camino… Todo sucede en el camino de ascenso y entrega, en la vida hecha proceso de ascenso a Jerusalén y misión universal de reino. Precisamente ahora, allí donde Jesús y sus discípulos ofrecen al mundo unos modelos de entrega y acogida surgirá la iglesia. En las reflexiones que siguen quiero desarrollar de manera expresa este segundo aspecto (de acogida) reflejado por las dos hermanas que reciben a Jesús, recibiendo a sus discípulos (varones y mujeres) que hacen por el mundo camino de evangelio. Estamos, por tanto, en el tiempo de que habla el libro de los Hechos (tiempo de la iglesia); desde ese presente de misión eclesial volvemos a la historia de Jesús, para descubrir el ella el sentido de esta iglesia de mujeres, centrada en lacomunidad que forman las dos hermanos.

  1. Mientras ellos iban, Jesús entró (10, 38a).

 De manera sorprendente, el texto pasa del plural al singular : mientras ellos siguen de camino, él entra en una aldea y casa… [4] Es como si la experiencia eclesial se dualizara, de manera que para descubrir su contenido deben distinguirse los dos contextos fundamentales, los dos “espacios” básicos del evangelio:

* Por una parte están todos ellos que siguen de camino... De esa forma se sitúan en la línea del escriba de la parábola del Buen samaritano (10, 25-37) al que Jesús le ha dicho que “vaya”. Ellos son sin duda alguna los discípulos de Jesús, que van de camino (desde 9, 51) y de un modo especial los setenta y dos a quienes ha enviado expresamente para precederle (10, 1). Así podemos afirmar que él, Jesús, está con aquellos que caminan; forma parte de la gran comunidad misionera que anuncia el evangelio, la buena noticia del éxodo y ascenso mesiánico. [5]

 * Por otra parte, Jesús aparece separado de los Setenta y Dos… Nuestro supone que mientras ellos siguen preparando su camino (realizando su misión pascual) él se separa y entra en una aldea, siendo recibido en una casa. Pasamos así de la iglesia del envío y camino, representada por los Setenta y Dos misioneros de 10, 1.12 (entre los cuales parece evidente que también hay mujeres, como supone 8, 1-3) a la iglesia de la acogida y casa (representada ahora por las dos mujeres que van a recibir a Jesús).

 Este Jesús acogido en la aldea (o casa) es símbolo del conjunto eclesial. No aparece ya en forma individual histórica, como un hombre del pasado, sino como figura pascual: es el Señor al que se acoge, el Señor que constituye el centro de la vida de la comunidad. Es ciertamente Jesús, como supone todo lo que sigue, pero al mismo tiempo podemos identificarle con el conjunto de la iglesia que acoge en la “casa” de su vida y cuidado a quienes vienen.

En este Jesús que llega a la aldea-casa de la iglesia (representada por dos mujeres) está simbolizada la totalidad de la misión eclesial. Ente la iglesia caminante (enviada) y la iglesia acogedora (que recibe a los caminantes) se establece una profunda y necesaria simbiosis que iremos precisando.

Entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió…(10, 38) [6]

 El tema de la acogida se encuentra preparado en 9, 52-56, donde se dice que una aldea samaritana no quiso recibir a Jesús, y en 10, 4-12, donde se habla de las casas-ciudades que acogen o no acogen a los misioneros de Jesús.

Los dos niveles se encuentran a mi juicio vinculados, de manera que recibir a Jesús se identifica con recibir a sus enviados y viceversa. La misma existencia de la iglesia está vinculada a la acogida de Jesús, con todo lo que ella implica. Presentaremos el tema a partir del contexto más general de la misión (10, 4-12). Desde ese fondo entenderemos las dos escenas (la de la aldea samaritana y la de Marta-María) como variantes de un mismo modelo narrativo:

* 10, 1-11: Recibir o rechazar a los enviados de Jesús. Jesús envía a todos sus discípulos (a los Setenta y dos) sin otra seguridad que su palabra y poder de curaciones. Van sin dinero ni seguridades, quedando así a merced de que las gentes (pueblos, casas) les acojan o rechacen. No van a descansar como curiosos vagabundos, ni a imponerse como señores, sino a ofrecer el reino, como obreros que realizan un duro trabajo de evangelio. Son ministros del reino y salvación de Dios, pero quedan a merced del ministerio de la acogida (comida, hospitalidad total) de las casas o pueblos donde vayan.

Por eso dice el texto que donde no les reciban (10, 10) deben sacudirse hasta el polvo de los pies, marchándose sin nada de aquel lugar de no acogida. Creer en el evangelio no es una pura experiencia interior, una fe desligada de la vida. Creer es acoger a los enviados de Jesús, compartiendo con ellos la casa.

* 9, 52-56. La aldea de los que no reciben a Jesús. Ese tema de la acogida queda ejemplificado, negativamente, en una aldea de samaritanos. Jesús envía a sus mensajeros (ángeles) para que le anuncien y preparen el camino. Ellos (en plural, los mensajeros) entran en una aldea (kome) de samaritanos, pero ellos no le quieren recibir, no le aceptan su en su pueblo, no abren la casa para ellos. Recibir (en pueblo o casa) es la señal suprema de acogida mesiánica, como hemos visto en 10, 4-10, aunque allí, en contexto más amplio de misión helenista se hable de ciudad y lugar (polis y topos: 10,1ss), mientras que aquí, en contexto más galileo-palestino se hable de aldea (kome: 9, 52).

Esta aldea de los samaritanos es signo de todas las ciudades y lugares que no aceptaran la misión de Jesús, rechazando a sus discípulos. Esta es la aldea que no se hace iglesia (casa acogedora), aldea que Santiago y Juan, situándose en plano de violencia apocalíptica, quieren destruir con fuego que baja del cielo; evidentemente, el Jesús de la acogida libre, de la casa voluntario, les rechaza, diciéndoles que no conocen su espíritu.

* 10, 38-42. Marta y María. La aldea de los que reciben a Jesús.Se repite el esquema y las palabras principales del pasaje anterior, aunque ahora no se dicen que los discípulos (mensajeros) preparan el camino de Jesús, sino simplemente que van (con el verbo poreuein en 9, 52.56 y 10, 38). Ellos van, pero es Jesús el que entra. El pasaje anterior acababa diciendo que ellos (Jesús y discípulos) fueron a otra aldea en busca de una acogida que no sabemos si recibieron (9, 56).

Pues bien, la nueva escena comienza diciendo (cf. 10, 38) que Jesús entra en una aldea (kome), como habían entrado ya los discípulos en la aldea samaritana (9, 52); pero ahora, en vez de rechazarle a él hay una mujer que le recibe y que se llama Marta (10, 38). Frente a los samaritanos anónimos que no le acogen, aparece aquí ella como signo y representante de toda la aldea que recibe a Jesús (y que sin duda recibe a sus discípulos, creando así comunidad con/para ellos))

 En este contexto se iluminan de manera sorprendente muchos elementos de nuestra escena. Estamos, como indica 10, 1-12, en el centro de la gran misión eclesial. Jesús no entra en la casa de Marta por casualidad, sino porque sigue realizando su misión, a través de sus discípulos. No entra por pasar un simple rato de placer, en compañía, con dos amabilísimas mujeres, sino porque quiere crear iglesia, quedándose en la casa de aquellos que le reciben.

 Quizá podamos decir que la aldea de los samaritanos se opone a la de Marta (y María). Ambas son símbolo de las dos actitudes posibles ante el evangelio. Ambas se oponen y de algún modo se completan, ofreciendo un ejemplo concreto del fracaso o surgimiento eclesial a que se alude en 10, 1-12. La misión de reino se constituye en forma de hospitalidad fundante, en ciudades y casas. No es un ejercicio de enseñanza teórica o de adoctrinamiento místico sino de acogida y comunión inter-humana, en el camino que lleva hacia el éxodo/ascenso de Jerusalén (hacia la misión universal). Volvamos desde aquí a las dos escenas ejemplares:

* 9, 52-56. Historia de la aldea samaritana: ejemplo de no acogida y de respuesta violenta. Los protagonistas son los habitantes de la aldea (varones y mujeres) que no reciben a Jesús y los discípulosambulantes de Jesús (primero en general, luego personificados en Santiago y Juan) que responden queriendo destruir la aldea, pidiendo que baje el fuego escatológico a quemarla.

Los habitantes de la aldea aparecen así de manera innominada, como signo de todos aquellos que se oponen al evangelio, es decir, al camino de ascenso hacia Jerusalén, con todo lo que eso implica de gratuidad y entrega de la vida. No se dicen si están encabezados por alguna persona en concreto, no se citan sus representantes (ancianos, letrados, sacerdotes), aunque parece evidente que los tienen. Por el contrario, los discípulos violentos aparecen personificados en aquellos a quienes la tradición ha tomado en general con representantes de una línea eclesial dura (Santiago y Juan).

El texto supone que unos y otros, samaritanos y discípulos, se mueven a un mismo nivel (de no acogida y respuesta violencia), en plano de conflicto antiguo, de guerra histórica o escatológica. Situándose por encima de unos y otros, Jesús resuelve el conflicto, superando la lucha en línea de no confrontación, de alejamiento. Este rechazo de Santiago y Juan puede presentarse de algún modo como anuncio del rechazo de Marta que veremos en 10, 42, aunque en contexto totalmente distinto.

* 10, 38-42. Historia de Marta y María. Acogida y conflicto intra-eclesial. Por ahora destacamos sólo el paralelo con el texto anterior: Jesús entra en una aldea y una mujer llamada Marta le recibe… Frente a los samaritanos aparece ella, como representante de una aldea (cosa que resulta aún más evidente si la frase en su casa resulta un añadido). Aparece así claro el carácter social de la figura de Marta.

Es evidente que ella no puede actuar en nombre propio, como persona privada (nada hay privado a ese nivel en una aldea judía), sino que ha de hacerlo como representante de la aldea en su conjunto. Ella sólo puede recibir y recibe a Jesús en nombre del conjunto social, en gesto de servicio positivo que marcará el sentido de todo lo que sigue.

De ahora en adelante, el problema del texto no estará ya en saber si ella recibe o no recibe a Jesús, si le sirve o no le sirve (cosa que hará sin duda alguna), sino en precisar el modo en que lo hace. Para plantear ese nuevo tema Lucas le dará una hermana. Pero no adelantemos la escena. Estamos todavía en la acogida.

  1. Una mujer llamada Marta le recibió: aldea y/o casa. (10, 38b)

En un primer nivel (desde el paralelo de 9, 52-56), el texto contrapone a los Setenta y dos (enviados de Jesús), que son la iglesia itinerante o misionera, y a los habitantes de la aldea que reciben o no reciben a Jesús. Sólo recibiendo a Jesús, estos últimos, se convierten en iglesia,es decir, en comunidad estable, según un modelo común a todo el NT.

La misma comunidad o aldea que recibe a Jesús (o a los enviados de su grupo) mientras realiza la obra de su reino (en gesto de éxodo o ascenso a Jerusalén) es la primera forma estable de iglesia. En este contexto es bueno que volvamos a recordar los dos aspectos de la iglesia: el itinerante (enviados) y el estable (aldea, casa):

* Solemos identificar la iglesia itinerante con varones, conforme a una visión usual de los Doce, hombres todos ellos (cf. 9, 1-6). Pero Lc 8,1-3 ha mostrado que esa iglesia está formada también por mujeres que acompañan a Jesús y le sirven (o sirven al grupo, según las lecturas posibles del texto, que después estudiaremos, al comparar 8, 3 y 10, 40). Por ahora nos basta con saber que ellas pertenecen también a la iglesia en cuanto institución misionera: se encuentran incluidas, en el número de los setenta y dos enviados de Jesús, aunque ese número parece más vinculado a los varones.

* También solemos identificar a la iglesia que acoge con mujeres, conforme a una visión que ha sido popularizada por la imagen de la “iglesia esposa” (tal como ha culminado en Ef 5, 22-30 y Ap 21-22). Pero tampoco esta visión puede universalizarse, a pesar de que nuestro texto presente a dos mujeres (Marta y María) como representantes del conjunto de la iglesia acogedora o de la casa. En otros pasajes de Lc donde se dice que Jesús es recibido en una casa (signo de iglesia) es propia de un varón, no de una mujer (cf. 5. 27-32; 7, 36-50; 19, 1-10 etc.).

 Desde aquí podemos evocar otros aspectos significativos de la acogida. La iglesia puede definirse como la comunidad o grupo de aquellos que “reciben” a Jesús, como hemos visto al evocar la teología de la misión y surgimiento eclesial de Lc 10, 1-12. Frente a la aldea de los samaritanos que no recibe a Jesús (9, 52-56), frente a las aldeas o ciudades de Galilea que en el contexto posterior aparecen rechazándoles (10, 13-16), eleva Jesús su palabra de gozo por aquellas que han recibido a sus discípulos (que le han recibido a él mismo; cf. 10, 17-24).

En ese contexto (donde se vuelve necesaria, por compensación teológico-narrativa, la alusión al buen samaritano de 10, 25-37, frente a los malos de 9, 52-56) se inscribe nuestro pasaje. Después evocaremos la figura y obra del buen samaritano con su gesto de acogida. Ahora debemos evocar los diversos elementos de nuestro pasaje.

 * Jesús entró en una aldea (kome). Aldea es una agrupación humana bastante pequeña, que carece de independencia administrativa (propia de las ciudades) y que se extiende básicamente en un contexto agrícola, no urbano. Propiamente hablando, en Galilea no había ciudades (polis) sino aldeas (kômai). Así lo presupone Lucas, situando la escena en un contexto de vida campesina, de pequeñas comunidades dispersas por el campo, antes de la gran misión helenistas y/o paulina que extiende el evangelio por las grandes ciudades del oriente mediterráneo.

* Una mujer, llamada Marta le recibió (se supone que en la aldea, tal como muestran los mejores manuscritos, que no añaden “en su casa”). Por eso, como hemos dicho antes, ella tiene que actuar como representante de la aldea, es decir, del conjunto de la población. No le recibe en un lugar privado, ni es una casa muy específica, a nombre individual, sino en una aldea. Ella aparece, al menos simbólicamente, como representante del grupo, como persona de autoridad. Es muy posible que Lucas esté proyectado en la Galilea campesina del tiempo de Jesús las condiciones sociales de una mujer rica del mundo greco-romano, con independencia económica y social. Sea como fuere, una mujer que recibe a Jesús en la aldea, en contexto dramático de anuncio del reino, allí donde los samaritanos le rechazan aparece como persona de autoridad.

* ¿En (la) su casa? Una serie de manuscritos añaden que Marta recibió a Jesús en su casa, en adición que parece lógica pero que cambia el sentido de conjunto de la escena. [7] El texto resulta más extraño y fuerte si es que supone, sin más, que Marta le recibió en la aldea (como representante de todos los vecinos); por eso es normal que los copistas hayan querido precisar su sentido, añadiendo el término en la casa y en su casa.

El texto es sobrio y fuerte por sí mismo: y una mujer llamada Marta le acogió… (10, 38b) … Frente a la iglesia del camino, formada por Jesús y los Setenta y dos acompañantes-misioneros, emerge así la iglesia de la aldea, representada por una mujer que acoge a Jesús. Se supone que con Jesús van los demás (o que están representados por él), de manera que la casa aparece como espacio de comunicación y encuentro (al menos momentáneo) para ellos, pero el texto silencia su presencia (pasando del plural (ellos) de 38a al singular (él=Jesús) de 38b, centrando así la escena en Jesús y las hermanas.

Como indicamos más extensamente en nota a pie de página, la tradición textual ha mostrado los posibles sentidos de la escena. [8] Hemos preferido el texto más sobrio y significativa: una mujer llamada Marta le recibió. Como representante de la aldea y mujer libre (signo de la comunidad cristiana) ella acoge a Jesús. Quizá ha consultado con los restantes habitantes de la aldea, pero el texto la muestra como independiente. No aparece como hija o esposa de un varón, sino como mujer autónoma, persona que puede recibir y recibe a Jesús (o al conjunto de la iglesia misionera). Todo nos permite suponer que es ella la que “preside” la comunidad, organizando según eso sus servicios. Así aparecen, frente a frente las dos figuras:

 * Jesús, mensajero del reino, subiendo a Jerusalén, para realizar allí su éxodo. Es evidente que todos los que quieran participar de su camino deben recibirlo, convirtiendo así su aldea o casa en “iglesia”, en comunidad mesiánica.

* Marta, una mujer cuyo nombre en arameo significa la Señora (en palabra de la misma raíz de Mar, Maran, Señor), como aquella que le recibe. Ella aparece como representanta de la iglesia que sirve al Señor Jesús, sirviendo o acogiendo a sus hermanos.

 Si la narración acabara aquí tendríamos un paradigma muy sencillo de acogida eclesial: cierta comunidad cristiana, simbolizada por una mujer, recibió y recibe al Señor en el camino del reino. Pero resulta evidente que Lucas no ha narrado este pasaje solamente para decir algo tan obvio: que una mujer representa a la iglesia que recibe a Jesús. Al llegar aquí, narración tiene que complicarse y profundizarse; sólo de esa forma puede convertirse en paradigma o ejemplo verdadero de la vida de la iglesia. Así sucede con la intervención de la segunda hermana.

  1. Tenía esta una hermana, llamada María, que sentada a los pies del Señor… (10, 39a)

Significativamente, el texto no ha precisado más la función de Marta. De ella sólo se ha dicho que “recibe” a Jesús [9], como lo haza Zaqueo en 19, 6. Pero, en contra de lo que sucede con Zaqueo, ella no dialoga directamente con Jesús sobre problemas de organización o riqueza, sino que lo hace a través (a causa) de su hermana, María, a quien ahora vemos escuchando a Jesús..

 Así aparecen enfrentadas dos hermanas, por razón de un mismo hombre, en paradigma que que encontramos con cierta frecuencia en la literatura (y en la misma historia humana). Son infinitos los relatos de dos hombres que se enfrentan por razón de una mujer… También son abundantes los relatos de mujeres (y hermanas) que se enfrentan por un hombre… o por el hijo que ese hombre les puede conceder. [10]

Este modelo de amigas-hermanas rivales ha recibido especial atención en la Biblia Hebrea, donde normalmente la causa del conflicto no es la lucha por el amor del hombre (al que puedan compartir, en matrimonio polígamo), sino por el hijo heredero, pues sólo el heredero ofrece a la madre el estatuto de señora (gebira), como indica bien la historia hebrea. [11]

 Es significativo y a mi juicio normal que, al llegar aquí, Lc utilice este paradigma para ilustrar las tensiones interiores de la comunidad, que pudieran parecen más propias de varones, como puede verse en la disputa sobre los primeros puestos (cf. Lc 10, 46-48) o en la discusión sobre “ministerios” (cf. texto paralelo de Hech 6). El recuerdo de tensiones entre hermanas y/o amigas enfrentadas le ofrece ahora a Lc un fuerte paradigma de conflicto eclesial. Recordemos algunos ejemplos antiguos:

 * Sara y Agar. No son parientes, sino una mujer libre (Sara) y su esclava (Agar), vinculadas al mismo marido (Abrahán) cuyo favor quieren conseguir, por medio del hijo que aparece como expresión de dignidad y de poder, tanto para una como para la otra. La tensión se resuelve cuando la mujer libre logra expulsar del hogar a la esclava con su hijo, quedando ella como única agraciado. Esta historia ha sido “espiritualizada” por la tradición judía y cristiana, que ha visto simbolizadas en la libre y esclava dos momentos o formas acción de Dios (cf. Gal 4, 21-5,1).

* Lía y Raquel. El mismo tema de las dos mujeres que litigar por un mismo varón reaparece en la historia de Jacob, con la particularidad de que aquí las dos son libres y hermanas (como Marta y María). Además, lo que está en discusión no es sólo el tema de los hijos sino también el amor del mismo varón. La historia no puede resolverse con la expulsión, sino sólo con la muerte de una de las dos hermanas (de Raquel, la favorita). [12]

 * Penina y Ana. Son dos mujeres libres, pero no hermanas. Ambas son esposas de un mismo varón, Elkana (Sam 1-2). Una es fecunda, otra estéril. Una posee la autoridad que le dan los hijos, con el trabajo que ello implica; la otra no tiene trabajos que realizar y sólo cuenta con el amor del marido que la quiere de un modo especial.

 * Isabel y María aparecen también vinculadas en forma positiva y sin conflicto en Lc 1. Ellas no son hermanas, sino primas. No buscan el favor de un solo hombre, pues cada una tiene su marido (o desposado). No son madres rivales sino aliadas, en un camino donde los dos hijos (profeta y mesías) podrán completarse. llas expresan de alguna forma expresan según Lc la culminación femenina del AT.

 Dejemos a un lado esta última historia (de Isabel y María). Leamos el texto desde el AT, como está indicando el mismo Lucas. Tan pronto como como el texto dice que Marta tiene una hermana podemos esperar y esperamos entre ellas un conflicto. Es normal que las dos mujeres vengan a situarse en perspectivas distintas, como signo de posible tensión eclesial.

Es evidente que el verso anterior (10, 38) ha presentado a Marta como figura positiva, en oposición a los samaritanos que no reciben a Jesús. También parece claro que ella es un signo de la “totalidad acogedora” de la iglesia. Pero a partir de ella, el texto desarrolla la figura de su hermana María. Pues bien, a la luz de todo lo anterior, el término hermana (adelphê) puede interpretarse de dos formas:

* María puede ser hermana de Marta en el sentido familiar, de sangre (conforme a la interpretación usual, recogida por Jn 11, donde ellas tienen un tercer hermano llamado Lázaro). Si entendemos el texto así podemos suponer que María es más joven: no aparece como “dueña” de la casa (no ha recibido a Jesús), aunque puede realizar y realiza una función importante. Parece subordinada (es menor), pero da la impresión de que puede ocupar el lugar más importante en la vida (y corazón) del único varón de la escena. Podemos suponer que las dos se disputan la atención y/o cuidado de Jesús, cada una con lo que sabe hacer (una con el trabajo, otra con la atención personal) … El conflicto triangular parece inevitable.

 * María puede ser hermana en sentido eclesial. Esta es la visión que resulta más coherente con nuestra lectura anterior del pasaje (recibir a Jesús, fraternidad eclesial). Ciertamente, la palabra hermano puede recibir su sentido literal en Lc-Hech (cf. Lc 14, 26; 20, 28-29; Hech 12, 2; 23, 16), pero también posee un sentido más extenso: son hermanos los miembros del pueblo judío (cf. Hech 7, 2. 26; cf. 9, 17) y de un modo especial los cristianos (cf. 1, 15; 11, 29; 15, 3; 16, 2.40; 21, 7). Todo nos permite suponer que Marta y María son hermanas en ese último sentido: son creyentes que comparten una responsabilidad especial en la comunidad, como veremos al comparar el texto con Hech 6, 1-6, donde precisamente se llama hermanos a los miembros de la iglesia (Hech 6, 6).

Desde esta perspectiva más extensa de la fraternidad (sororidad) de Marta y María pueden entenderse mejor las funciones que realizan. Es normal que en el fondo siga influyendo el símbolo de las hermanas carnales enfrentadas por un hombre (varón, amigo, esposo). Pero el mismo texto nos ayuda a superar ese nivel, como indican las funciones de cada una de las dos “hermanas eclesiales”. La iglesia que Ef 5 presenta como esposa queda así simbolizada por mujeres que realizan el conjunto de funciones de la comunidad

Así podemos pasar a María, que aparece en situación de discípulo, sentada a los pies del Señor o Kyrios (10, 39), escuchando directamente su palabra (no a través de su marido, como debería suponerse a partir de textos como 1 Cor 14, 34-35; 1 Tim 2, 11-12). El mismo título que recibe (Kyrios) nos muestra que Jesús nos es el puro hombre histórico individual, amigo o marido discutido, sino el Señor pascual, presente por un lado en la iglesia misionera y por otro en la iglesia que le recibe.

En el fondo de la escena aparece el paradigma judío de los discípulos sentados en torno a un maestro para escuchar y aprender juntos la Ley. Pero aquí, en lugar de un grupo, de varones se sienta solo ella, como signo del conjunto de la nueva comunidad de acogida mesiánica y de escucha de la palabra que es la iglesia. El tema resulta claro (como muestra el libro de I. Fornari, citado en la bibliografía) y no necesita más discusión ni prueba. Pero nuestro texto ofrece dos novedades significativas:

* Palabra del Kyrios, no Ley de Israel. María recibe y hace suya la Palabra del resucitado, que es el mismo Jesús que subió a Jerusalén para morir. Ella no estudia la Ley de Israel, como los aspirantes al rabinato judío, no cursa unos estudios de tipo académico en torno a un libro canónico, sino que sienta al lado de un hombre, en actitud de de diálogo personal. El mismo Jesús resucitado, presente en la comunidad, es fuente y sentido de toda “palabra”, es la verdad de Dios hecha persona. Él mismo es quien instruye a la comunidad, representada por esta mujer, “sentada a sus pies”, es decir, en cercanía acogedora, no de perdón agradecido, como la otra mujer de los pies (Lc 7, 36-50), sino de acogida comunicativa.

* Una mujer. La que escucha la Palabra del resucitado, acogiéndole en su vida entera y no sólo en la casa como Marta, es una mujer, en signo que rompe el modelo usual judío e incluso cristiano de la vida. Dentro del judaísmo es raro encontrar a la mujer como “discípula”: la función de la acogida y estudio de la Ley tiende a considerarse cuestión exclusiva de varones. También en la iglesia primitiva ha existido la tendencia a un monopolio de la Palabra de parte de los hombres, como pudiera indicar el hecho de que los ministros de la palabra sean los Doce (varones) y como testifican, sobre todo, los textos arriba citados sobre el silencio de la mujer en la iglesia (cf. 1 Cor 14, 34-35; 1 Tim 2, 11-12).

Partiendo de esos últimos pasajes, en una interpretación muy sugerente, pero quizá sesgada, del pasaje, E. Schüssler F. supone que María es la mujer que escucha callada: recibe la palabra pero no la puede proclamar. Ella sería la mujer oyente, la receptividad femenina: escucha para dejar que la semilla de la palabra le alumbre por dentro, quedando así callada… En esta misma perspectiva habría interpretado Lc la figura de María, la madre de Jesús, que “escucha” y medita en su corazón los misterios mesiánicos (cf. Lc 2, 19.51).

Precisaremos todavía esta interpretación, pero ya desde ahora queremos decir que nos parece inaceptable: nuestra escena no divide a la mujer en las dos tareas opuestas y complementarias, de actividad sin palabra (Marta) y de palabra pasivamente escuchada, sin posible actividad ministerial (María). Pero a fin de precisarlo debemos pasar ya a la función y protesta de Marta.

  1. La diaconía o “episcopado”de Marta (10, 40a).

 Marta ha recibido a Jesús (en su aldea y/o casa), pero luego descubrimos que es María, su “hermana”, quien le atiende, haciéndole compañía, escuchando su palabra. Así se distinguen dramáticamente las dos funciones. Empezamos por la de Marta, mirada desde la perspectiva del narrador y desde ella misma.

* Perspectiva del narrador (10, 40a). Hasta ahora ha sido el propio narrador quien ha contado la historia y así la sigue contando todavía al decirnos que marta estaba afanada (distraída) con mucho servicio. [13] Frente a la concentración de María se opone así la dispersión de Marta. Frente a la palabra de Jesús se pone el mucho servicio (diaconía).Precisaremos después el sentido de esa palabra. Por ahora nos basta con resaltar el tono negativo de la expresión: todo nos permite supone que hay un servicio que resulta excesivo, un tipo de ocupación que distrae.

 * Visión de Marta (10, 40b).El narrador deja la palabra a Marta, de manera que ella misma es quien se queja del trabajo ante el Kyrios, acusando de algún modo a su hermana, porque le ha dejado sola! Ella eleva su voz ante Jesús, a quien toma como árbitro o juez entre las dos hermanas. Es Jesús la causa del conflicto; ante él se dividen las dos hermanas, queriendo ambas servirle, de maneras diferentes. Evidentemente, en un sentido Marta tiene razón: el trabajo se podría y debería haber repartido entre las dos hermanas… Si ella está dividida y distraída es por culpa de María, que le ha dejado sola.

 Prestemos atención a este abandono de Marta, que se siente fatigada porque debe realizar todo el trabajo… Podemos suponer que Marta no habla por sí misma. Ella eleva su voz en contra de todas las situaciones de injusticia de la tierra, fundadas en el hecho de que algunos “dejen de lado sus obligaciones”, haciendo así que otros deban cargar en sus espaldas todo el peso de los trabajos y servicios de la comunidad.

Marta protesta en nombre de todos los dicen esforzarse trabajando por el bien de los demás. Es evidente que a un nivel ella tiene razón: su voz sigue siendo la voz de la justicia de este mundo. Por eso quiero situarme en su punto de vista, tomando como propia la voz de tántas mujeres (y varones) que se sienten discriminadas y humilladas con el trato que después recibe Marta, en la contestación de Jesús.

* María ha abandonado de trabajo o servicio comunitaria (quizá de la casa), para sentarse a los pies de Jesús y escucharle, sin hacer otra cosa.Sin duda alguna, ella puede llamarse “desertora”. En sentido general, su actitud puede resultar positiva: es una mujer liberada que tiene el privilegio de dedicarse al cultivo de la Palabra, escuchando a Jesús. Pero en concreto ella resulta negativa, pues toda la carga de funciones y servicios (sociales, familiares) caen ahora sobre las espaldas de la otra hermana. María sólo puede estar ociosa (ser contemplativa) a costa de su hermana: su “lujo” de mujer centrada en la palabra se vuelve fuente de esclavitud (de mayor servicio) para Marta.

 * Marta no está “distraída” porque quiere, sino porque le han dejado sola… Ella necesita que su hermana le ayude porque así lo requiere el ritmo de servicios de la comunidad. La acogida de Jesús se ha convertido para ella en fuente y principio de mayor trabajo. No está “distraída” por su capricho, o por el deseo de ganar dinero o de obtener ventajas, sino por la misma acogida de Jesús. Es como si el mismo evangelio se convirtiera para ella en principio de un servicio que distrae y dispersa y enfrenta a los hermanos. El mesianismo (la venida de Jesús) se ha vuelto para ella fuente de trabajo y de disputa con su hermana.

 El problema de fondo es el sentido y urgencia de la mucha diaconía que Marta debe realizar a solas, porque se hermano no le ayuda. El texto dice que Marta ha recibido a Jesús (es la o su casa), preocupándose de atenderle. Normalmente solemos interpretar esa atención en línea de asistencia doméstica: limpiar la habitación del huésped, preparar la comida, servir la mesa… Eso significaría que ella actúa simplemente a modo de criada doméstica.

Pero si miramos el texto con más detención es muy improbable este sentido de criada: una simple criada doméstica no recibe en casa al Señor (quien le recibe es la señora); además, el sentido principal de servir (diakonein, diakonía) en el NT y sobre todo en Lucas (Lc-Hech) no es atender a la mesa a modo de simple criado/a, sino realizar una tarea ministerial en nombre de y/o por encargo de la comunidad o de sus autoridades. [14] El diakonos o servidor es ante todo un representante o mensajero, alguien que realiza unas tareas oficiales, para bien de los demás.

Así lo supone el texto clave de Lc 8, 1-3 donde se afirma que a Jesús le acompañaban los Doce y algunas mujeres que le (les) servían con todo lo suyo. Esas mujeres no son simples criadas de los Doce sino representantes de Jesús, personas que realizan su servicio de reino, como ministros de su obra. El texto supone además que los Doce y las Mujeres se sitúan al mismo nivel, formando parte de la comunidad itinerante de Jesús, lo mismo que se supone en Hech 1, 13-14 (en referencia a la comunidad primera de Jerusalén).

Una vez que llegamos aquí pueden hacerse algunas diferencias. De los Doce sólo se dicen que van (o están) con Jesús. De las mujeres, en cambio, se añade que han sido curadas por Jesús, lo cual puede aludir al hecho de que antes se hallaban enfermas-impuras o necesitadas; pero alude todavía a un rasgo mucho más profundo: ellas se encuentran ya curadas y pueden realizar la tarea de Jesús. Así lo hace, pues el texto continúa diciendo que le/les sirven con sus bienes o posesiones. [15]

Se supone, por tanto, que son mujeres de cierta fortuna e independencia económica al menos relativa y que ponen lo que tienen al servicio del evangelio. Jesús no les pide que vendan lo que tienen y lo den a los pobres (como en el caso del rico principal de 18, 18-23) para seguirle, sino que ellas sirven a Jesús y/o a su comunidad, sosteniéndola con sus bienes. Estamos probablemente ante un modelo relativamente usual de mujer piadosa y rica (independiente), que se convierte a una nueva comunidad (sea al judaísmo, sea al evangelio de Jesús) y que pone sus bienes al servicio de esa nueva comunidad religiosa.

En ese mismo transfondo de mujeres ricas se entiende también la acogida de Marta. Ella aparece como una mujer que puede acoger a Jesús y que le sirve con sus bienes. Evidentemente no es una “criada” o sirviente, sino la dueña de la casa (o la representante de la comunidad). Su diaconía o servicio ha de entenderse en plano de ayuda económica y acción social.

Pero vengamos a la diaconía en cuanto tal. Dentro de la iglesia, esa palabra (diakonia) tiene un sentido extenso y se aplica a todos los servicios comunitarios en favor de los demás, incluyendo el ministerio de los apóstoles (cf. Hech 1, 17.25). Así se habla de un ministerio o diaconía eclesial a lo largo de todo el libro de los Hechos (cf. 11, 3; 20, 24; 21, 19). Más aún, el mismo texto central de Hech 6, 1-15, que puede tomarse como paralelo al nuestro, indica con toda claridad que la palabra diaconía se aplica a todas las funciones de la iglesia, tanto a las que están relacionadas con el servicio de las mesas y viudas (plano social: 6, 1-2) como a las vinculadas al servicio de la palabra (plano apostólico: 6, 4).

Desde ese fondo debe entenderse nuestro texto: la mucha diaconía que distrae a Marta puede hallase vinculada no sólo a los trabajos de la organización doméstica (comida, limpieza), sino también a los de la organización y misión eclesial (predicación, administración de la comunidad).

Diaconía/obispado de Marta. Intermedio teórico (10, 40b).

             Detengamos un momento la escena. Antes de escuchar la respuesta de Jesús, que resuelve la cuestión defendiendo a María, podemos y debemos evocar las diversas formas de división social que se han dado en los grupos humanos. Partiendo de ellas podremos entender mejor el problema suscitado entre Marta y María.

Empecemos por la división más usual, que ha venido haciéndose en la iglesia católica en estos últimos siglos. Según ella, el texto se aludiría sólo a las mujeres, presentando a Marta y María como dos formas de vida femenina. Los hombres quedarían fuera, representados en el fondo por Jesús-Varón, esposo de ellas (como parecía suponer Ef 5). Desde esta perspectiva pueden distinguirse dos tipos de mujeres:

* La mujer trabajadora, al servicio de las cosas de los hombres (especialmente de los varones). En sentido estricto, ella sería la “criada” de la casa: sirve para mantener el orden, para cuidar del hogar y de la vida, mientras los hombres (como Jesús) van y vienen. Ciertamente, es una mujer dividida, que se cansa y protesta en contra de su suerte, acusando a su “hermana” ociosa.

* La mujer contemplativa, al servicio de las cosas de Dios. El evangelio aparece para ella como liberación: le ofrecen una palabra interior que acoge y cultiva. De esa forma se libera del trabajo, pero no para ser dueña de sí misma en libertad creadora, organizando el mundo, sino para hacerse contemplativa, siguiendo un camino místico entendido como liberación para el Señor.

Así ha leído este pasaje una larga tradición eclesial, dividiendo a las mujeres en trabajadoras (para servicio de la comunidad y, sobre todo, de los hombres) y en contemplativas-monjas (para servicio de Dios). Esta división puede emplearse en un nivel, pero estrictamente hablando ella resulta insuficiente, tanto por lo que dice sino por lo que omite.

Conforme a Lc 10, 38-42, ni Marta es criada de los hombres, ni María contemplativa. Ellas representan, de manera tipológica (alguien diría en syncrisis) dos rasgos importantes no de las mujeres en sí, sino de las mujeres en cuanto signo de todos los miembros de la iglesia. Marta y María son espejo del conjunto de la comunidad. Desde ese fondo, teniendo en cuenta la unidad y división de funciones eclesiales, podremos avanzar en el estudio del pasaje. [16]

Para ello queremos situarlo en el transfondo de la división tripartita de las funciones sociales que han puesto de relieve los estudiosos de la cultura indoeuropea. Tanto Roma como Grecia, la India de las castas como la Europa medieval cristiana han puesto de relieve tres funciones sagradas, vinculadas con tres dioses o principios religiosos:

* Los sacerdotes y/o sabios mantienen el orden sacral (Brahmanes). Ellos forman la casta primera, que Platón ha vinculado con la sabiduría, es decir, con la contemplación del misterio. En un momento determinado ellos, los clérigos o letrados, expertos en divinidad o magia aparecen como dirigentes del orden social. En esta línea, siguiendo el esquema de Platón, se podría decir que María, la contemplativa, conocedora de la Palabra del Señor, debería haberse convertido en dirigente oficial de la comunidad de Jesús.

* Los guerreros y/o nobles (los ksatriyas de la India) mantienen el orden social. Ellos forman la casta que Platón ha vinculado con el valor, es decir, con la entrega de la vida al servicio de la estabilidad social. Es normal que en un momento determinado, que Roma vincula con el surgimiento del imperio, ellos aparezcan como dirigentes de la sociedad. Significativamente, este tipo de personas faltan en el esquema de Lc 10, 38-42, que parece haber simbolizado el conjunto social en dos mujeres (acción y contemplación).

* Los trabajadores, que producen bienes de consumo, están vinculados en general a los labradores y comerciantes. En algunas sociedades antiguas (como en Israel) ellos pueden aparecer como libres, ejerciendo, al mismo tiempo, función como soldados… Pero en otras más estamentales ellos se vuelven “siervos” en el sentido radical de la palabra: quedan sometidos a los otros dos estamentos, trabajan para ellos. Las revoluciones modernas (francesa, soviética) han querido hacerles los gestores de la sociedad. Entre ellos se podría situar en nuestro texto Marta.

Así volvemos a nuestro pasaje y observamos algunas diferencias muy significativas. La primera es que Lc 10, 38-42 ha simbolizado toda la vida social en dos mujeres (dos hermanas), distinguiendo a partir de Jesús sus funciones. El mismo Jesús que sube hacia Jerusalén para entregar su vida, culminando su función, ofrece un lugar de plenitud y conflicto a estas mujeres. Lógicamente, este conflicto nos sitúa cerca de la distinción paulina (cristiana) entre obras de la ley y gracia salvadora. Las funciones anteriores (sacerdotes, soldados, trabajadores) quedan en un segundo plano, de manera que no puede tomarse a María como sacerdote-sabio, ni a Marta como pura trabajadora. Jesús no quiere construir un nuevo orden social, ni sacralizar un nuevo tipo de institución: no necesita sacerdote ni sabios (en la línea de la primera clase antes citada), ni soldados o nobles (en la línea de la segunda clase), ni trabajadores esclavos de los otros.

Quizá pudiéramos decir que, partiendo de su movimiento de reino, todos los humanos aparecen vinculados en un mismo gesto de acogida, que está simbolizado por estas sos mujeres. Ellas condensan y expresan el sentido de conjunto de la comunidad. Por eso pueden convertirse en signo de totalidad y fuente de conflicto. (sigue).

NOTAS

[1] Hay un camino implícito, que ha empezado ya con la confesión de Pedro: Jesús es el Hijo del hombre que debe dar la vida en favor de los demás (del reino). Por eso, sus discípulos, aquellos que le siguen en el camino, han de negarse a sí mismos: 9, 21-27, a fin de dar la vida por los otros. Así lo ratifica el pasaje de la transfiguración: en contra de lo que sucede en los paralelos de Mc y Mt, el Jesús de Lucas dialoga de Jesús con Moisés y Elías sobre el “éxodo” que él debe culminar/plenificar, con plêroun, en Jerusalén: 9, 31).

Ese camino se vuelve explícito a partir de la gran afirmación de 9, 51-52: Jesús inicia el ascenso hacia Jerusalén y para eso llama a setenta y dos discípulos (cf. 10, 1), que son signo de toda la iglesia. Lucas emplea aquí el mismo lenguaje de culminar/plenificarse (plêroun) que había utilizado en la transfiguración, diciendo que Jesús inicia el gran camino que le lleva a la culminación/plenificación (con syn-plêroun) en Jerusalén (Lc 9, 51). Jesús va acompañado con sus discípulos. Su mismo ascenso hacia Jerusalén viene a presentarse así como proceso y campo de surgimiento de la iglesia, según indicaremos en todo lo que sigue.

[2] De un modo especial muestran el sentido de Lc los capítulos de la “gran inserción” (Lc 9, 51-18, 15) en los que su narración se aparta de la de Mc, a la que en otros casos sigue.

[3] Los manuscritos se dividen al presentar el número de discípulos-enviados (misioneros): si son 70 pueden entenderse más en la línea de los siete misioneros helenistas de Hech 6 (y a la luz de la simbología del 70 en el AT). Si son 72 pueden quizá entenderse a la luz de 12 por 6… Cf. B. M. Metzger, A textual commentary to GNT, UBS, London 1975, 150-151.

[4] La distinción es clara en griego, pues las dos formas de la preposición van unidas, una tras otra, marcando la contraposición: Caminando ellos.j (=ellos),auvto.j (=él, Jesús) entró.

[5] En sentido estricto parece que Jesús tiene que estar incluído en ellos… Así podemos decir que Jesús camina con el conjunto de su iglesia, formada no sólo por los 12 (símbolo de Israel: Lc 9, 1-6), sino por los 72 que son símbolo de la misión universal de la iglesia. Jesús mismo forma parte de la misión de su comunidad. Pero en otro sentido, Jesús aparece separado de los 72, a los que él envía precisamente para que le precedan y preparen un lugar, como el mismo texto ha precisado: van a toda ciudad y lugar donde él mismo ha de venir (10, 1). Así le preparan un lugar.

[6] El texto griego distingue con precisión entre Jesús que entra  y la mujer que le recibe . El simbolismo del hombre que entra (viene) y la mujer que le recibe en casa es universal y no necesita más explicaciones, como sabe en ámbito israelita el Cantar de los Cantares. La novedad de nuestro texto consistirá en explicitar el tipo de acogida de la mujer, con el servicio que ofrece a Jesús (y a la comunidad en él representada).

[7] Así lo muestra B. M. Metzger, A textual Commentary on the NT, UBS, London 1975, 153

[8] Resulta importante recoger las variantes del texto, que han de entenderse como sus primeras interpretaciones. Es muy posible que ellas procedan del comienzo de la historia de la transmisión del texto. Un estudio más amplio del pasaje nos obligaría a matizar cada una de ellas buscando su sentido. Pero ya aquí podemos recordar que esta es una escena de organización eclesial: nos habla de las tareas de la casa donde está acogido Jesús, casa donde se realizan los diversos ministerios eclesiales. Desde aquí se entiende las tres posibles lecturas del texto:

  1. Marta le recibió (sin alusión a casa). Esta es la lectura preferida por las ediciones actuales más autorizadas (Greek New Testament, Nestle-Aland), siguiendo los manuscritos más significativos (p45.72; B, copsa). También yo pienso que esta es la mejor lectura, como he supuesto en las reflexiones anteriores: Marta aparece así como representante de una comunidad humana o aldea que recibe a Jesús y vive a la luz de su evangelio, es decir, de su camino de ascenso mesiánico a Jerusalén; ella es la primera autoridad de la iglesia establecida. Las dos restantes lecturas del texto nos ayudan a entender su sentido, a la luz de las primeras interpretaciones de la iglesia antigua.
  2. Marta le recibió en la casa (oikian). Según los manuscritos que ofrecen esta lectura (p23,À, C*, L, Ξ, 33) la casa donde ella recibe a Jesús aparece sin dueño. Parece evidente que, en contexto eclesial, esa debe ser la casa de la iglesia, como suponen otros textos del NT. De esta forma pasamos de la aldea, como expresión general, de tipo más geográfico y extenso, a la comunidad cristiana, vinculada con esa aldea. Si es Marta la que recibe a Jesús en la casa eclesial es que ella aparece como “anfitriona”, “dirigente” o representante de esa iglesia. Nos hallaríamos ante una comunidad presidida por una mujer. El sentido de fondo sigue siendo el anterior, pero con la novedad de que la aldea recibe ahora un contenido cristiano, se transforma en comunidad de personas que acogen a Jesús.
  3. Marta le recibió en su casa (de ella: eivj to.n oi=kon au`th/j). Los manuscritos que ofrecen esta versión (A, D, K. W…) tienden a suponer que se trata de la casa familiar de Marta, convirtiendo la escena en un tipo de encuentro privado o íntimo entre Jesús y una mujer o dos mujeres (como luego veremos). Pero aún en esta versión, la casa de Marta puede convertirse en signo de la iglesia, como sucede con la de Simón (4, 38). En las reflexiones que siguen pondremos de relieve el carácter público de la escena, interpretando a Marta (y a María) como representantes de la iglesia.

[9] La palabra recibió (hypedexato) sólo aparece en el NT en nuestro texto y en el paralelo de Lc 19:6 donde se dice que Zaqueo, bajando presuroso del árbol recibió a Jesús con alegría. Ambos son sin duda textos eclesiales.

[10] Dentro de la literatura española de los últimos decenios podemos recordar el conflicto (y acuerdo) entre las hermanas en La tía Tula, de M. de Unamuno.

[11] He definido el sentido de la gebira o señora-madre, desde el contexto hebreo, en El Señor de los Ejércitos, PPC, Madrid 1997, cap. 2º.

[12] Estudio detallado en A. Brenner, Female Behaviour. Two Descriptive Patterns within the “Birth of the Hero” Paradigm, VetTest 36 (1986) 257-273.

[13]  El servicio de la acogida de Jesús (el orden de la comunidad) se ha convertido para ella en objeto de fatiga. Sigue así afanada en el plano del hacer, de las mil cosas que la ocupan al servicio del Kyrios (de su comunidad).

[14] Así lo ha destacado, de forma convincente, R. J. Karris, apoyando su argumento en J. N. Collins, Diakonia: Re-interpreting the Ancient Sources, Oxford UP, New York 1990

[15] Ellas sirven con lo suyo. Pero ¿a quién? El pasaje puede entenderse de dos formas, conforme a los diversos manuscritos. (a) Sirven a Jesús, autô/: GNS con el À, A, L, X etc.), es decir, al evangelio entendido como mensaje de salvación o a la comunidad eclesial; esto significaría que las mujeres que acompañan a Jesús realizan una función ministerial. (b)  Sirven a los discípulos (GNT con B, D, K, W etc.), a quienes podemos entender en forma particular, como varones (tendríamos el esquema de un grupo de mujeres sirviendo a los miembros masculinos de la comunidad) o en forma general, como la comunidd entera, (las mujeres sirven a la comunidad en cuanto tal).Siguiendo a Carter, W., Getting Martha out of the Kitchen: Luke 10, 38-42 again: CBQ 58 (1996) 264-280 y especialmente a R. J. Karris y J. N. Collins, entendemos el servicio de las mujeres en el primer sentido, aun sabiendo que las dos interpretaciones concuerdan en el fondo (pues Jesús está presente en los discípulos).

[16] La división anterior deja sin resolver algunas de las cuestiones más importantes de la vida humana, como son la la administración de la comunidad y la vocación/función materna de las mujeres. Así podemos preguntar.

1.¿Quién lleva la administración de la comunidad? El texto no ha resuelto (ni planteado) el tema de los ministerios, tal como lo hará cierta iglesia posterior, que ha fijado a las mujeres en las tareas del trabajo (Marta) y de la contemplación (María), dejando en manos de varones la administración y dirección, tanto de las martas como de las marías. A mi juicio, esta lectura va en contra del texto.

  1. ¿En qué categoría se introduce el tema de los hijos? Normalmente la iglesia católica ha puesto sobre Marta (mujer sin palabra) el cuidado de los hijos: ella es madre en cuanto servidora del marido y/o de la comunidad. A María (mujer de la escucha) se ha entendido como contemplativa célibe: dedicarse a las cosas de Dios significa renunciar a una familia en este mundo. A mi juicio, esta lectura va también en contra de la dinámica más honda del evangelio.

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