Texto. Evangelio del Dom 17.7.22.
Lc 10, 38 Mientras iban ellos de camino, él entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió. 39 Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, en cambio, estaba afanada (distraída) con mucho servicio; y acercándose {a El, le} dijo: Señor ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. 41 Respondiendo el Señor, le dijo: Marta, Marta, te preocupas y estás perturbada por muchas cosas; 42 una (sola) cosa es necesaria; en efecto, María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada.
- Mientras iban de camino (10, 38a).
Así comienza la escena. El relato no está situado en el de los mitos, ni en el érase una vez de los cuentos clásicos, sino en el camino de Jesús con sus discípulos y/o amigos. Esta no es una marcha cualquiera sino el camino mesiánico de subida a Jerusalén y de culminación humana que, conforme a Lucas, autor del evangelio de su nombre (=Lc) ha empezado en 9, 51 (Jesús toma la decisión de ir a Jerusalén) y se ha expresado en 9, 57-62 (Jesús propone sus condiciones a los que quieran hacerle compañía en el camino).
En ese contexto de camino mesiánico, que culmina de forma muy precisa en el versículo final de la parábola del buen samaritano (¡Vete!: 10, 37) se inscribe e inicia nuestro texto (mientras iban de camino: 10, 38). El escriba autosuficiente (¡quiere justificarse a sí mismo: cf. 10, 29) a quien Jesús cuenta la parábola debe ponerse en camino, para convertirse de esa forma en buen samaritano, acogiendo y ayudando a los demás. Pues bien, ahora, al ponerse en camino, ellos (Jesús y los suyos) aparecen como buenos samaritanos. Sólo dirigiéndose hacia Jerusalén podrán descubrir lo que significa el seguir a Jesús, el surgimiento de la iglesia [1].
En ese contexto de camino mesiánico se inscribe nuestro texto. No ofrece una verdad abstracta sobre el ser humano, ni una teoría general sobre la hospitalidad, sino que expone la novedad de la acogida de Jesús (el surgimiento y esencia de la iglesia), en el contexto de su ascenso hacia Jerusalén, vinculando los dos libros de Lucas (Lc= Evangelio y Hech=Hechos):
*Lc 10, 38-42 recuerda una historia pasada. Es muy posible que Jesús haya sido acogido en la casa algunas buenas mujeres, que le han ofrecido no sólo hospitalidad externa, sino también cercanía humana, casa familiar. Junto a las mujeres que le siguen con los otros discípulos ambulantes (cf. Lc 8, 1-3) aparecen aquí las mujeres que le acogen, pudiendo presentarse de esa forma como signo de la iglesia.
* Lo que dice Lc 10, 38-42 ha de situarse en el trasfondo de Hechos donde aparece el camino misionero de los discípulos de Jesús, simbolizados de un modo especial por Pedro y los Doce, por los Siete helenistas y finalmente por Pablo. Son ellos, los cristianos ambulantes, los que están al fondo de la afirmación general con que comienza el texto: mientras iban de camino. La subida de Jesús a Jerusalén (Hech 9, 51) viene a presentarse de esa forma como signo de la gran marcha de la iglesia desde Jerusalén hacia los confines de la tierra (Hech 1, 8).
* Desde el libro de los Hechos debemos volver a Lc 10, 38-42 descubriendo en el camino y gesto de Jesús el paradigma o ejemplo de la vida de toda la iglesia posterior. No es que empecemos estudiando Lc y luego completemos su visión con Hech, sino al contrario: lo que en Hech se dice en un plano de historia eclesial ha de entenderse desde la parábola fundante de Jesús (evangelio), que viene a presentarse así como lugar y fuente de surgimiento eclesial.
Por eso, nuestro texto ha de entenderse en dos líneas o direcciones que son complementarias. Por una parte está la linea que va de la historia de Jesús hacia la iglesia: el camino pasado de Jesús constituye para Lucas (autor de Lc y Hech) el punto de partida y el lugar de referencia para entender la vida de la iglesia. Por otra parte está la línea que va de la iglesia hacia Jesús: todo lo que la iglesia vive y hace ha de entenderse a la luz de lo que ha sido el camino de Jesús. Por eso, cuando se dice que Jesús envió a sus discípulos a los lugares donde él debía “venir él”, para que le precedieran, podemos hablar de dos misiones: la misión pre-pascual de los Doce (cf. Lc 9, 1-6) que iban subiendo con Jesús hacia Jerusalén; y la misión post-pascual de los Setenta y dos (cf. 10, 1-12) que son signo de todos los misioneros de la iglesia.
De esta forma, los Setenta y dos quedan integrados en el mismo camino histórico de Jesús. En un nivel, ellos van a todo el mundo (cf. Hech 1, 8), abriendo el camino-de Jesús; pero, en otro nivel, ellos siguen recorriendo el mismo duro ascenso de Jesús que va a Jerusalén para entregar la vida.
De esta forma, Lucas nos ofrece una fusión de horizontes: el camino pasado de Jesús ilumina nuestro pesente eclesial; el presente de la iglesia nos invita a reinterpretar el pasado de Jesús. El éxodo o salida (cf. Lc 9, 31) y el ascenso o subida (cf. Lc 9, 51) de Jesús en Jerusalén viene a presentarse así como espacio y contexto simbólico donde se puede inscribir la historia de la iglesia, tal como lo muestra en otra perspectiva, en el libro de los Hechos .[2]
Así podemos volver al comienzo de nuestro pasaje: Y sucedió que mientras iban de camino… (10, 38a). Jesús ha decidido dirigirse a Jerusalén (9, 51), proponiendo las condiciones de su seguimiento a quienes quieran acompañarle (9, 57-62). Le preceden los Setenta y Dos discípulos [3] (cf. 10, 1-12.17-24). Con ellos avanza Jesús y va creando iglesia, tanto en perspectiva de misión (fundan iglesia quienes le acompañan, expandiendo su mensaje) como de acogida (son iglesia aquellos que le reciben, ofreciéndole una casa).
Sucedió que mientras iba de camino… Todo sucede en el camino de ascenso y entrega, en la vida hecha proceso de ascenso a Jerusalén y misión universal de reino. Precisamente ahora, allí donde Jesús y sus discípulos ofrecen al mundo unos modelos de entrega y acogida surgirá la iglesia. En las reflexiones que siguen quiero desarrollar de manera expresa este segundo aspecto (de acogida) reflejado por las dos hermanas que reciben a Jesús, recibiendo a sus discípulos (varones y mujeres) que hacen por el mundo camino de evangelio. Estamos, por tanto, en el tiempo de que habla el libro de los Hechos (tiempo de la iglesia); desde ese presente de misión eclesial volvemos a la historia de Jesús, para descubrir el ella el sentido de esta iglesia de mujeres, centrada en lacomunidad que forman las dos hermanos.
- Mientras ellos iban, Jesús entró (10, 38a).
De manera sorprendente, el texto pasa del plural al singular : mientras ellos siguen de camino, él entra en una aldea y casa… [4] Es como si la experiencia eclesial se dualizara, de manera que para descubrir su contenido deben distinguirse los dos contextos fundamentales, los dos “espacios” básicos del evangelio:
* Por una parte están todos ellos que siguen de camino... De esa forma se sitúan en la línea del escriba de la parábola del Buen samaritano (10, 25-37) al que Jesús le ha dicho que “vaya”. Ellos son sin duda alguna los discípulos de Jesús, que van de camino (desde 9, 51) y de un modo especial los setenta y dos a quienes ha enviado expresamente para precederle (10, 1). Así podemos afirmar que él, Jesús, está con aquellos que caminan; forma parte de la gran comunidad misionera que anuncia el evangelio, la buena noticia del éxodo y ascenso mesiánico. [5]
* Por otra parte, Jesús aparece separado de los Setenta y Dos… Nuestro supone que mientras ellos siguen preparando su camino (realizando su misión pascual) él se separa y entra en una aldea, siendo recibido en una casa. Pasamos así de la iglesia del envío y camino, representada por los Setenta y Dos misioneros de 10, 1.12 (entre los cuales parece evidente que también hay mujeres, como supone 8, 1-3) a la iglesia de la acogida y casa (representada ahora por las dos mujeres que van a recibir a Jesús).
Este Jesús acogido en la aldea (o casa) es símbolo del conjunto eclesial. No aparece ya en forma individual histórica, como un hombre del pasado, sino como figura pascual: es el Señor al que se acoge, el Señor que constituye el centro de la vida de la comunidad. Es ciertamente Jesús, como supone todo lo que sigue, pero al mismo tiempo podemos identificarle con el conjunto de la iglesia que acoge en la “casa” de su vida y cuidado a quienes vienen.
En este Jesús que llega a la aldea-casa de la iglesia (representada por dos mujeres) está simbolizada la totalidad de la misión eclesial. Ente la iglesia caminante (enviada) y la iglesia acogedora (que recibe a los caminantes) se establece una profunda y necesaria simbiosis que iremos precisando.
Entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió…(10, 38) [6]
El tema de la acogida se encuentra preparado en 9, 52-56, donde se dice que una aldea samaritana no quiso recibir a Jesús, y en 10, 4-12, donde se habla de las casas-ciudades que acogen o no acogen a los misioneros de Jesús.
Los dos niveles se encuentran a mi juicio vinculados, de manera que recibir a Jesús se identifica con recibir a sus enviados y viceversa. La misma existencia de la iglesia está vinculada a la acogida de Jesús, con todo lo que ella implica. Presentaremos el tema a partir del contexto más general de la misión (10, 4-12). Desde ese fondo entenderemos las dos escenas (la de la aldea samaritana y la de Marta-María) como variantes de un mismo modelo narrativo:
* 10, 1-11: Recibir o rechazar a los enviados de Jesús. Jesús envía a todos sus discípulos (a los Setenta y dos) sin otra seguridad que su palabra y poder de curaciones. Van sin dinero ni seguridades, quedando así a merced de que las gentes (pueblos, casas) les acojan o rechacen. No van a descansar como curiosos vagabundos, ni a imponerse como señores, sino a ofrecer el reino, como obreros que realizan un duro trabajo de evangelio. Son ministros del reino y salvación de Dios, pero quedan a merced del ministerio de la acogida (comida, hospitalidad total) de las casas o pueblos donde vayan.
Por eso dice el texto que donde no les reciban (10, 10) deben sacudirse hasta el polvo de los pies, marchándose sin nada de aquel lugar de no acogida. Creer en el evangelio no es una pura experiencia interior, una fe desligada de la vida. Creer es acoger a los enviados de Jesús, compartiendo con ellos la casa.
* 9, 52-56. La aldea de los que no reciben a Jesús. Ese tema de la acogida queda ejemplificado, negativamente, en una aldea de samaritanos. Jesús envía a sus mensajeros (ángeles) para que le anuncien y preparen el camino. Ellos (en plural, los mensajeros) entran en una aldea (kome) de samaritanos, pero ellos no le quieren recibir, no le aceptan su en su pueblo, no abren la casa para ellos. Recibir (en pueblo o casa) es la señal suprema de acogida mesiánica, como hemos visto en 10, 4-10, aunque allí, en contexto más amplio de misión helenista se hable de ciudad y lugar (polis y topos: 10,1ss), mientras que aquí, en contexto más galileo-palestino se hable de aldea (kome: 9, 52).
Esta aldea de los samaritanos es signo de todas las ciudades y lugares que no aceptaran la misión de Jesús, rechazando a sus discípulos. Esta es la aldea que no se hace iglesia (casa acogedora), aldea que Santiago y Juan, situándose en plano de violencia apocalíptica, quieren destruir con fuego que baja del cielo; evidentemente, el Jesús de la acogida libre, de la casa voluntario, les rechaza, diciéndoles que no conocen su espíritu.
* 10, 38-42. Marta y María. La aldea de los que reciben a Jesús.Se repite el esquema y las palabras principales del pasaje anterior, aunque ahora no se dicen que los discípulos (mensajeros) preparan el camino de Jesús, sino simplemente que van (con el verbo poreuein en 9, 52.56 y 10, 38). Ellos van, pero es Jesús el que entra. El pasaje anterior acababa diciendo que ellos (Jesús y discípulos) fueron a otra aldea en busca de una acogida que no sabemos si recibieron (9, 56).
Pues bien, la nueva escena comienza diciendo (cf. 10, 38) que Jesús entra en una aldea (kome), como habían entrado ya los discípulos en la aldea samaritana (9, 52); pero ahora, en vez de rechazarle a él hay una mujer que le recibe y que se llama Marta (10, 38). Frente a los samaritanos anónimos que no le acogen, aparece aquí ella como signo y representante de toda la aldea que recibe a Jesús (y que sin duda recibe a sus discípulos, creando así comunidad con/para ellos))
En este contexto se iluminan de manera sorprendente muchos elementos de nuestra escena. Estamos, como indica 10, 1-12, en el centro de la gran misión eclesial. Jesús no entra en la casa de Marta por casualidad, sino porque sigue realizando su misión, a través de sus discípulos. No entra por pasar un simple rato de placer, en compañía, con dos amabilísimas mujeres, sino porque quiere crear iglesia, quedándose en la casa de aquellos que le reciben.
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