Superioridad. Son los inocentes los que más ilusiones guardan.
Imagen de Yasmin Dangor en Unsplash.
Del blog de Isabel Pabón Tus ojos abiertos:
MADRE, tu niña es una tonta. ¡Qué simple es la pobre! ¡No sabe distinguir las luces de la calle de las estrellas!
Si jugamos a comer chinitas, se cree que son comida de verdad y quiere tragárselas. Si le pongo mi libro delante y le digo que tiene que aprender el abecé, raja las hojas y luego berrea de alegría como si hubiera hecho una gran cosa. La regaño entonces sacudiendo la cabeza y le digo que es muy mala… Y vuelve a reír, y se cree que estamos jugando a un juego muy divertido.
Todo el mundo sabe que papá no está aquí. Pero si yo, por jugar, grito: ¿Papá!, mira como una loca alrededor y cree que papá está a su lado. Cuando le estoy yo dando clase a los borricos de la lavandera que viene por la ropa y le digo a tu niña que soy el maestro, se pone a gritar sin más y me llama “¡Dada, Dada!”.
Luego tu niña quiere coger la luna. A ganes le dice Ganus y se figura que es una gracia muy grande. ¡Qué simple es la pobre! Madre, tu niña es una tonta.
(Tomado del libro La Luna Nueva, Tagore)
Aquí tenemos el ejemplo de superioridad que se transforma en quejas a una madre sobre su hija soñadora, una historia que bien puede aplicarse al comportamiento de supremacía que poseemos, ya sea de manera constante o esporádica, tanto con los mayores como con los pequeños. Nos envalentonamos ante cualquier débil que no demuestra maldad. Aceptamos la indefensión como motivo para jactarnos. Sin embargo, son los inocentes los que más ilusiones guardan.
Bienaventurados los que ven estrellas en la luz de las farolas.
Bienaventurados los que viven inocentes su pobreza.
Bienaventurado los que llevan su propia iniciativa a la hora de aprender.
Bienaventurados los que no se toman a risa los insultos que reciben.
Bienaventurados los que creen que lo imposible puede hacerse realidad.
Bienaventurados los que reconocen a los otros como dignos.
Bienaventurados los que ven la luna al alcance de su mano.
Bienaventurados los que buscan provocar la sonrisa.
Bienaventurados los que no tienen maldad.
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Fuente Protestante Digital
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