“Oda contra la desesperanza”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
No creo equivocarme cuando percibo un desánimo general social causado por las malas noticias que leemos y escuchamos cada día. Decía en sus diarios el Premio Nobel de Literatura, Imre Kertész, que la realidad es todo lo contrario a la teoría darwinista: el principio de la naturaleza es la contra-selección, no dominan los mejores, sino los peores. Lo decía como constatación, no porque le pareciera acertado para vivir de la manera más humana. Creía que “los malos” están ganando el día a día, y así parece a primera vista también en este tiempo nuestro.
Nuestra Iglesia no es ajena a esta reflexión, desgraciadamente. Una persona del grupo de Biblia en el que participo, expresó una sensación similar hace unos días y fue precisamente ahí cuando vislumbré la situación contraria, que lo bueno sobrevive dando grandes frutos a pesar de las actitudes contrarias al Evangelio, aunque el corto plazo parezca desmentirlo. La razón es porque ocurre de manera silenciosa y no apreciable, como la hierba cuando crece de noche. De hecho, los comportamientos egoístas en sus muy diferentes manifestaciones parecen ganar casi siempre a corto plazo… pero ocurre lo contrario a largo plazo.
Reflexionemos con algún ejemplo: Juan de la Cruz estuvo perseguido por su orden religiosa hasta el punto que algunos de sus dirigentes lo encerraron en Toledo en una celda sin luz ni ropa para cambiarse, según cuenta el propio frailecillo. Allí le torturaron con un flagelo de cuerdas tres veces por semana aunque lograra escapar de milagro. “Fue más doloroso el azote de las palabras que el de los verduguillos”, calumniado y vejado por sus hermanos por mantenerse él en aplicar la reforma carmelita. ¿Quién se acuerda de esta gran y santa lumbrera mística? ¿Quién se acuerda de su poema Noche oscura del alma, creado mentalmente y memorizado en aquellos meses de dolor y zozobra? Sin embargo, ¿cuántos se acuerdan del nombre de sus perseguidores? Lo mismo podemos decir de Antonio Mª Claret, expulsado de su orden y hoy un santo de referencia en la Iglesia. Y tantos y tantas más…
En el lado opuesto ocurre algo similar; nadie se acuerda de Papas como Sergio III y su ejemplo nefando, mientras ocurre todo lo contrario con León XIII, “el Papa de los obreros”. Aunque el mejor ejemplo lo tenemos en Jesús de Nazaret y su lugar en la historia, frente al de quienes le hicieron la vida imposible y con el mayor daño que fueron capaces.
A nivel popular, todos conocemos ejemplos cercanos de personas que han pasado por nuestras vidas haciendo el bien a diario de manera silenciosa y que dejan al morir un rastro de santidad ejemplar y aparentemente pasan desapercibidas. Pero cuando mueren, vemos que eran un gran regalo. Sin ir más lejos, acaba de fallecer la sacristana de una iglesia trinitaria cercana que dirigía el rezo del rosario y era monitora de la misa que se celebra seguidamente. Una mujer abnegada y servicial cuyo ejemplo diario vale más que cualquier oropel eclesiástico.
Al final, la sencillez en su sentido más genuino es la virtud que atesora la capacidad de transformación humana para amar de verdad con un corazón humilde. Actitud esta que está desprestigiada porque ahora nos venden que para ser feliz y comerse el mundo no se puede ser sencillo, algo bien diferente a la simpleza.
Las personas dignas de ser emuladas se centran en sí mismas y en los demás en forma positiva, ven la pureza del mundo y quieren ayudar dándose y dando con espíritu generoso y solidario. Esta mayoría silenciosa, como la sacristana a la que me acabo de referir, forman parte de la viga maestra donde se apoya la verdadera transformación del mundo a mejor, anónimamente.Sin estas personas, hace tiempo que habríamos descarrilado la existencia; parafraseando a Herman Melville, no están en ningún mapa, las personas verdaderas nunca lo están. Contagian desde lo cotidiano, son el antídoto contra la desesperanza que el Espíritu alimenta de una manera todavía más silenciosa. Lo mejor de todo es que cada uno de nosotros puede decidir, en cualquier momento, convertirse en una de ellas.
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