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Corpus Christi (19, 6): Hostia sagrada, gente desacrada.

Domingo, 19 de junio de 2022

2Corpus_Christi_-_Toledo-Venta-de-AiresDel blog de Xabier Pikaza:

El Corpus ha sido una fiesta triunfal de la identidad católica. Fue instituida el año 1264, y se convirtió tras la contra-reforma del  XVI en la celebración más importante del catolicismo, ratificando la victoria de la Iglesia sobre sus adversarios, como Fête-Dieu, Fiesta de Dios.  Ella ha sido, sin embargo, una celebración “dividida”: Fiesta de la Hostia con-sagrada de Jesús y  No-Fiesta de la humanidad no-sagrada (desacrada) de los condenados del mundo.

 DIVIDIDOS ANTE EL CORPUS
  1. Muchos piensan que debemos conservar el Corpus igual que  en el siglo XVII, cuando la Iglesia del Barroco se veía como cuerpo vencedor de un Cristo/Dios Glorioso presente como una Hostia de Pan consagrado, en procesión de triunfo, por encima (en contra) de herejes, infieles, musulmanes, judíos y todos los posibles adversarios de nuestro Dios poderoso (que es el nuestro).
  2. Otros responden que esta fiesta ha perdido actualmente su sentido bíblico (o que nunca lo ha tenido), porque el Corpus/Cuerpo del Dios de Cristo son los cojos-mancos-ciegos, expulsados y excluidos de la celebración gloriosa… Por eso dicen que el Corpus o Cuerpo de Dios ha de ser fiesta y vida de los excluido o descartado, que no caben enlas procesiones gloriosas como eran (y siguen siendo) algunas de Toledo, Lima, México o Sevilla, por poner unosejemplos.
  3. La procesión o fiesta del Corpus ha ser comunicación de vida, liberación y  comunión desde (con) los más pobres del mundo. Quizá haya  que abandonar algunas  procesiones actuales del Corpus, ostentosas, clericales, más propias de los poderes facticos que de los pobres ce Cristo
  4. Así me decía el año 1984 un compañero-amigo, colega de cabeza de una procesión de Corpus . Llevaba en sus manos el áureo ostensorio delSacramentado y yo iba a su derecha, bien ornamentado con dalmática tejida de oros. Miramos y a la esquena de la calle vimos a dos niños sucios, excluidos, del barrio inferior de la ciudad media.
  5. Se paró un momento, mientras la banda seguía redoblando sobre la calle empedrada, susurró a mi oído y dijo: “Ellos son el Cuerpo de Cristo. Dilo en tus escritos”. Aquel presidente de procesión del Corpus es hoy obispo. Yo quiero seguir escribiendo  como me dijo No tengo soluciones, pero sé que la fiesta medieval y barroca del Corpus, con autoridades y poderers del sistema  hade  cambiar mucho para hacerse y ser cristiana, la fiesta de aquellos niños de calleja.
  1. DISCERNIMIENTO BÍBLICO
  1. Pan y vino de Jesús. El tema del Cuerpo[1]

La identidad cristiana se expresa en la Cena de Jesús, donde culminan las multiplicaciones y comidas de Jesús con pecadores y hambrientos, viniendo a expresarse el sentido de su vida entregada a favor de los demás, en camino de muerte que es resurrección.

El tema es discutido y algunos han llegado a sostener que la escena entera de la Cena de Jesús ha sido inventada por la iglesia en un sentido litúrgico sacral, separado de la experiencia fundante de la vida, muerte y pascua histórica de Jesús.

            En contra de eso, quiero defender la historicidad radical de la Cena, añadiendo que no fue sin más una cena pascua legal judía, sino comida (cena)  de despedida y de nueva presencia, y promesa mesiánica de vida, añadiendo que ella recoge el sentido más hondo del mensaje y muerte de Jesús, con la interpretación pascual de la Iglesia. Desde la perspectiva anterior del mensaje y vida de Jesús, esta Última Cena no puede interpretarse en un contexto de sacralidad nacional (de ratificación triunfal del judaísmo anterior, ni desde una iglesia posterior, sino desde la raíz de la vida y mensaje de Jesús, al servicio de los pobres y excluidos, como expansión y plenitud de sus comidas con pecadores, hambrientos, descartados, que han sido y son su verdadero Corpus (su Sôma, su Cuerpo).

El signo de Juan Bautista era el bautismo para perdón de los pecados, en el río de la penitencia. El de Jesús será su Cena, la comida compartida con pobres y excluidos, para formar así su Cuerpo Mesiánico.   El anuncio y camino de Reino de Jesús culmina y se expresa en la Cena, como saben Mc 14, 25 y paralelos. El sacramento más hondo del Reino no es un acta de supremacía y de juicio, ni una ascesis programada, sino una Cena gozosa donde se comparte la vida con los amigos, es decir, con los descartados de las “grandes” cenas de oro y ostensorio de la tierra

            Éste gesto de la cena de Jesús con los pobres y excluidos ha de verse en unidad con su gesto anterior de expulsión de los vendedores del templo, que se visten con vestiduras “de falso Dios” (de riqueza). Posiblemente, Jesús y sus amitos de la cena de pobres del Reino no habían cabido en algunas procesiones de Corpus de la iglesia militante del siglo XVII al XX.

       Lógicamente Marcos ha querido destacar la diferencia entre la Cena de Jesús y la Pascua nacional judía (como ha destacado el mismo Papa Ratzinger en su libro sobre la Vida de Jesús I). Jesús dejó que la iniciativa partiera de los discípulos (los Doce). Ellos pusieron el signo en movimiento, y quisieron  celebrar su Corpus Cena en perspectiva de Gloria Nacional. Así empieza el pasaje:

El primer día de ázimos, cuando se sacrificaba la Pascua, sus discípulos le preguntaron: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua? Y envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a la ciudad… y preparadlo todo allí para nosotros. Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad… y prepararon la Pascua (Mc 14, 12-17).

Interpretando literalmente este relato, muchos han pensado que Jesús celebró de hecho la pascua nacional de los puros de su pueblo, ratificando así una institución básica del judaísmo  triunfante Pero el texto nos dice que la la cena de Jesús no fue de Pascua nacional judía, pues faltan o se omiten en ella tres elementos principales: pan ázimo, cordero sacriicado, hierbas amargas. Por otra parte, la fecha no cuadra con la noche de pascua judía: el prendimiento y juicio de Jesús no podrían haberse realizado esa noche (del jueves al viernes), ni el día siguiente podrían celebrarse los diversos actos de juicio público y condena y muerte de Jesús, pues era día de pascua, es decir, de  fiesta estricta para los judíos nacionales.

Pero más que la coherencia externa (intrajudía) de la fecha importa el sentido del gesto. A la luz de la historia, resulta difícil pensar que Jesús (que ha rechazado las comidas puras del puro judaísmo y se ha elevado contra el templo), Jesús que ha comido con pecadores, impuros y excluídos, haya querido realizar su Cena con ritos de pureza nacional fundados en el templo (donde se sacrifican corderos). Por eso, apoyándome en Jn 19, 14, que dice que Jesús fue juzgado y ejecutado el día de preparación de Pascua, pienso, con otros investigadores, que la Cena ha de datarse la tarde-noche anterior, en contexto pascual, pero no en la fecha oficial  de Pascua (ni con los elementos fundamentales de la antigua fiesta israelita.

‒ Los discípulos quieren mantenerse en el contexto de la pascua antigua. Quieren sacrificar la Cena Nacional del cordero del Éxodo para formar con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes. Son Doce (Mc 14, 17), representan la esperanza israelita. En ese contexto resulta comprensible la traición de Judas, uno de los Doce, que moja conmigo en el plato (cf. Mc 14, 18-21) y la negación del resto de los discípulos, que se escandalizan (cf. Mc 14, 27-31) y rechazan a su nuevo Maestro, pues quieren una pascua de identidad y triunfo nacional, mientras él les ofrece otra cosa[2].

 −Jesús, en cambio, anuncio y proclama la llegada del Reino para los cojos-mancos-ciegos, para los excluidos y descartados… En ese contexto de pascua antigua frustrada y de una Pascua nueva, abierta al Reino, eleva Jesús su autoridad y, fiel a su mensaje, invita a los Doce al banquete de su vida, en comunión con su “cuerpo” que son los excluidos y condenados del templo: En verdad os digo, que ya no beberé del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios (Mc 14, 25 par).

Esta palabra recoge su ideal de Reino, vinculado al pan y al vino, es decir, al don y presencia de Dios que es la vida entregada, regalada y compartida a favor de los demás, empezando por los excluidos de todos los templos e imperios del mundo.

 Está para morir, se encuentra perseguido. Por eso, reúne a sus discípulos (Doce, representantes de Israel) y les ofrece una señal de solidaridad y promesa escatológica (de Reino y resurrección, expresada en el vino de fiesta del nuevo Israel que es la humanidad entera, en el pan de la propia vida, que se da (regala y comparte). Llega la hora final, no se vuelve atrás, y así les promete que la próxima copa con ellos será en el Reino de los cielos. Ésta es su promesa. Él vivirá (permanecerá, resucitará) en ellos.

No les promete la venida de un Reino exterior, sino su presencia en ellos, que así aparecen como “cuerpo de Cristo”, su vida y presencia en el mundo,  resurrección de unos en otros, en la vida que se dan y comparten entre si, resucitando (=viviendo) unos en otros.

Desde ese fondo se entienden las palabras de invitación y promesa (ya no beberé del fruto de la vid…, hasta que lo beba en el Reino:Mc 14, 25 par). Esas palabras evocan su compromiso por el reino,  expresado como fiesta de vino y  pan compartido, esto es, de la vida entregada y comprar etida, en servicio de amor mutuo.

Ese gesto y esas palabras van más allá del plano de la pascua nacional judía, para llevarnos a la gran celebración israelita y humana de la Copa del reino, que Jesús ofrece a sus discípulos, prometiéndoles la llegada inminente del Reino. De esta forma se vinculan el principio y final de su mensaje.

Jesús había comenzado proclamando convertíos, pues se acerca el reino de Dios (Mc 1, 15). Ha recorrido su camino de Reino  y en el borde de la muerte, amenazado por sacerdotes y soldados, promete: ya no beberé… hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios. Ésta es su autoridad, esta su palabra: ha ofrecido el Reino y lo sigue ofreciendo, al entregar su vida en forma de  Copa del vino del Reino, en forma de pan o comida (de vida compartida), de forma que en él y por él (como él) todos puedan ser Reino, entregando y compartiendo la vida unos por otros. Ellos todos, son la nueva y verdadera Hostia, son la vida entera entendida como “procesión” de Corpus.

Por su forma literaria, el texto (en verdad os digo que ya no beberé…) parece un juramento sagrado (cf. Mc 9,1.41; 10,15; 13,20), un voto de abstinencia, en que Jesús pone a Dios como testigo de su entrega por los demás y de esperanza escatológica, como “nazir” (nazoreo) del Reino. El vino ha sido (con el pan) el signo más hondo de su autoridad. Lógicamente, Jesús ratifica el proyecto y camino de su vida con  el vino: ofrece  a los suyos la la copa, promete entregarse por ellos y les transmite su Reino, simbolizado y realizado por el pan compartido (es decir, la vida hecha comunicación total, de forma que unos viven por los otros [3]. Ha compartido su mesa (su vida, su pan, su cuerpo) con marginados, publicanos y excluidos. Ahora, al final del camino, invita a los suyos al banquete del Reino:

Yo dispongo en favor de vosotros del Reino, como mi Padre lo dispuso en favor de mí, para que comáis y bebáis en mi mesa (cf. Lc 22, 29-30).

Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre

Comer en su mesa  (con Jesús) significa alimentarse del (con) el mismo Jesús, que es pan/cuerpo, comer unos de otros, dándose la vida y compartiéndola con todos los llamados a la vida de Jesús, que son los pobres cel mundo. Ciertamente,  en un sentido externo, el Reino llega pronto, de manera que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que lo vean venir con poder (cf. Mc 9, 1). Pero, en sentido mas profundo,  el Reino está ya presente en forma de Cena de vida compartida. Jesús no se ha limitado a invitar a sus amigos al vino futuro de su Reino, sino que les ha ido dando el pan y vino de su vida, mientras siguen en el mundo

      Texto de Marcos: Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, bendijo, lo partió, se lo dio y dijo: – Tomad, esto es mi Cuerpo.   … Tomó luego una copa y, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: – Esta es la Sangre de mi Alianza, derramada por muchos (Mc 14, 22-24).

    Texto de Pablo: La noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo: – Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros…De igual modo la copa, después de cenar, diciendo: ‒ Esta Copa es la Nueva Alianza en mi Sangre (Pablo: 1Cor 11, 24-25).

           El texto de Pablo (cercano al de Lucas) tiene un sentido litúrgico, y por eso él añade haced esto en memoria mía. Por el contrario, Marcos ofrece un relato fundacional que evoca el principio y sentido de la presencia de Jesús, como aquel que ha dado su vida, y que va a culminar dándole ahora, para que todos puedan vivir, dándose y compartiendo la vida unos con otros.

            Pero ambos (los cuatro relatos eucarísticos (de Mc, Mt, Lc y Pablo) reflejan la identidad mesiánica de Jesús, que anticipa en su vida y entrega personal la plenitud del Reino, que se identifica con el pan y vino compartido en su nombre (es decir, con los pobres que comen, con los exilados que son acogidos, con los encarcelados que son visitados… Precisamente ellos, hambrientos, extranjeros, enfermos y encarcelados son el Corpus, cuerpo de Cristo.

Lógicamente, su gesto y palabra sobre el pan ha de verse en la línea de todo su mensaje, en especial de sus multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10). De un modo consecuente. En esa línea, su identidad, su Cuerpo, su iglesia son los hambrientos y excluidos del mundo. Ellos son su fiesta de Corpus

            Entendido así, este relato de la institución eucarística es, por un lado, totalmente novedoso (nos sitúa ante el gesto y palabra de un hombre que da su propia vida (la convierte en comida, pan y vino) para que ellos renazcan, resuciten y sean. Pero, por otro lado, es un gesto totalmente coherente con su vida y mensaje anterior. Siendo nuevo. todo lo que Jesús hace y dice  cena puede y debe entenderse como culminación (ratificación, cumplimiento  del conjunto de su ministerio, desde el Bautismo en el Jordán.

            Jesús no necesita en la cena misterios extraños, no tiene que apelar a secretos no sabidos: Su vida entera su vuelve ahora patente en la cena que él comparte con sus discípulos/seguidores, simbolizados por los 12, todo el Nuevo Israel, la humanidad entera. Ha sido profeta del pan y así, con el pan en la mano, le hallamos ahora. No emplea cordero pascual, ni ázimos “santos”, sino la comida de cada día. Pronunció la bendición (elevó a Dios su plegaria), partió el pan y se lo dio (lo ofreció a sus compañeros), unificando los dos signos: uno dirigido a Dios (bendición), otro a los hombres (fracción, donación). Esta es su autoridad suprema, este su gesto. Así puede decir: ¡Tomad! Esto es mi cuerpo.

Le han seguido, él les ha ido ofreciendo (dando) todo lo que tenía, su palabra semilla de vida, su camino de Reino. Ahora, al final de su travesía, ante el templo de aquellos que le entregan a la muerte, queriendo destruir su movimiento y su Reino, Jesús les ofrece (les confía) con el pan y como pan su propio cuerpo (Cuerpo/Corpus de todos a los que se vinculan en comunión mesiánica con él, anticipando la resurrección.

            Ésta es su identidad mesiánica, su frágil cuerpo (el suyo, el de todos los pobres) que será crucificado, su cuerpo más fuerte, el más alto poder de su vida hecha principio de comunión (comunicación) universal, cuerpo que se (entrega) y comparte, vinculando a los hombres y mujeres, a todos, para que ellos puedan darse, entregarse también unos a otros.

−Dado por vosotros. Jesús ha invertido la dinámica normal de las religiones, donde el sacerdote sacrifica una víctima exterior y la ofrece a Dios en expiación por otros. Aquí es Jesús mismo quien regala por amor su vida, no como sacrificio para aplacar a Dios, sino como don de amor  de Dios, para que los hombres y mujeres puedan vivir dándose vida unos a otros (en regalo concreto, corporal).

            Lo que Jesús hace (dar su cuerpo, hacerse cuerpo con y para todos) no es algo exclusivamente suyo, sino que es suyo siendo germen, principio y condensación de nueva humanidad, que no nace de una ley exterior, ni de una imposición  sacrificial, sino del amor mutuo de  hombres y mujeres que acogen y siguen a Jesús, haciéndose de esa forma eucaristía; porque el “celebrante” de esta eucaristía no es Jesús a solas, sino Jesús con todos los que escuchan su palabra y comparten su gesto, como celebrantes de la Eucaristía universal cristiana. 

            En un sentido muy profundo Jesús “resucita” en la eucaristía antes de haber muerto, porque resucitar es dar vida, entregarla compartirla con otros, a lo largo de la vida, hasta la muerte.  Jesús es eucaristía, es resurrección porque ha dado su vida, no sólo unas palabras y unos gestos de sanación, sino toda su realidad como “cuerpo compartido”, a fin de que que otros vivan, resucitando (estando así presente en ellos).

            En las multiplicaciones y comidas con pecadores, se podía decir que entregaba algo externo: alimentos que los ricos del mundo consiguen por dinero (cf. Mc 6, 37 par). Ahora ofrece aquello que no puede comprarse ni venderse: el pan del propio cuerpo, el vino de su  anuncio y presencia de Reino.

            Según eso, la iglesia se identifica  con el don de la vida compartida de Jesús, es decir, con su  cuerpo eucarístico, es decir, resucitado y viviente en la vida de aquellos  que así son Eucaristía, cuerpo compartido con (como)  Jesús, al darse  unos por otros.

  1. Cuerpo de Cristo: Iglesia, Eucaristía, pascua: los pobres de Cristo

            Jesús pone en juego su persona entera de Hijo de Dios, su cuerpo, su vida… Él mismo es garante y esencia del Reino, expresado (encarnado) como Iglesia. El Reino de Dios (la Iglesia, la nueva existencia o resurrección, no es obra de un Hijo de Hombre  angélico (Dan 7), ni es resultado de la  victoria  unos poderes más altos,  ajenos a la historia de los hombres (cf. Dan 12). de fuera… En contra de eso, el Reino de Dios (el Cuerpo de Cristo) es una experiencia de comunicación “corporal” (total) interhumana, una interpretación, anticipación o realización eucarística  de la resurrección de Jesús.

            El evangelio nos sitúa de esa forma en el principio de la nueva sacralidad mesiánica, que no consiste en sacrificar a otros hombres o animales, sino, al contrario, en regalarles la propia vida, a fin de que ellos vivan. De esa forma surge el cuerpo de Cristo, que es comunión de creyentes (comunicación de personas o iglesia.

Cuerpo no es aquí lo opuesto al alma, exterioridad del ser humano, sino la persona y vida entera de unos en y con otros. Es comunicación y crecimiento de vida compartida, exigencia de comida, siendo también posibilidad de muerte, que proviene de la fragilidad personal y de la violencia de otros, que, oponiéndose al don de la vida, viven asesinado o matando a  los demás.

            Jesús ha entregado, ha regalado su cuerpo (su vida) y lo ha dado  en alimento a los hambrientos de vida, diciendo: tomad y comed. No se aprovecha de otros y les sacrifica para su provecho, sino que ofrece su vida (cuerpo), para que ellos sean, a modo de comida. De esa forma crea la identidad de la Iglesia a través de su don, por medio de la entrega generosa y creadora de su cuerpo, hecho pan y vino, es decir, comida y fiesta, para otros.   Se ha entregado a sí mismo en amor, no ha tenido que sacrificar a Dios la carne o sangre de una víctima exterior (animal o humana) para aplacarle.

            La vida de Jesús no es mercancía que se compra o vende según ley (=talión), en imposición o miedo, sino cuerpo gratuita y generosamente dado y compartido en forma de Iglesia. Por eso podemos compararlo con la madre que ofrece su alimento y vida al hijo o con el cuerpo del esposo/esposa, que se entregan, regalan y enriquecen unos a otros  compartiendo vida. La Iglesia se identifica  según eso con el “cuerpo de Cristo” Jesús que nos regala gratuitamente su vida , para que compartamos en ella nuestra vida. De esa forma, por encima de los gestos nacionales de la pascua judía (cordero y sangre, ázimos y hierbas amargas), eleva Jesús el signo universal del cuerpo compartido, hecho pan, alimento diario de varones y mujeres.

            Ese Cuerpo de Cristo es vida que se da…se entrega, se pone en manos de la vida de otros…y así crece en ellos (con ellos, desde ellos). Ha renunciado a toda coacción sobre los demás. Ha quedado en manos de discípulos que van a traicionarle, de sacerdotes y soldados que van a condenarle a muerte, “como piedra desechada del gran edificio del mundo” (cf. Mc 12, 10). Pues bien, en el momento supremo, en una cena de culminación y despedida, instituyendo su signo mesiánico, él regala su cuerpo-vida como pan compartido y vino de fiesta. No se defiende, no rechaza con violencia la amenaza. Al contrario: entrega su cuerpo. Esta es su autoridad suprema.

En esa línea avanzan las palabras sobre el vino. No es preciso que Jesús las haya proclamado así, al pie de la letra, pero ellas evocan y expresan su fiesta. Le han acusado de comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 10, 19 par). Es claro que ha sabido disfrutar del vino, en solidaridad con los marginados de su pueblo y así ha brindado con los miembros de su grupo, invitándoles al Reino: no beberé más de este fruto de la vid… (cf. Mc 14, 25 par). Pues bien, ahora, al final de su vida, ha querido ofrecer a todo el vino de la comunión mesiánica:

 −Tomó una copa y dando gracias (a Dios) se la dio (a sus discípulos). La vida no es sólo pan de comida y trabajo de cada día. Eses también vino de fiesta y como fiesta la ofrece Jesús. No es bebida diaria, tasada, de dura pobreza, sino gozo que alegra las entrañas, es recuerdo y anticipo del reino de los cielos.

 −Y bebieron todos de ella (de la copa), unidos en el gesto y proyecto de Jesús. Este vino es bebida que Jesús regala y que ellos beben y comparten, asumiendo su camino. Así expresa su autoridad: en el fondo de su fiesta emerge la más honda gracia de solidaridad y justicia humana Que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo..

 −Esta es la sangre de mi alianza. Ella servía en Israel para expiar por los pecados (Lev 17, 10-12; cf. Gn 9, 4) y estaba reservada a Dios. Pues bien, en gesto de fuerte trasgresión creadora, Jesús ofrece su sangre (su vida) como alianza (=iglesia) en el signo del vino. Todo en Jesús es sagrado siendo profano, como amor de madre (que engendra a sus hijos en sangre), como amor de amigo, que da su vida (sangre) por aquellos a quienes quiere otros. La sangre ha sido muchas veces signo de violencia; pues bien, Jesús la ofrece de manera generosa para suscitar comunión entre los humanos.

            Esta Sangre de la Alianza de Jesús, no es violencia ritual, ni expresión de la ira de Dios, ni un rito expiatorio, sino todo lo contrario: es la vida propia, regalada en amor que se ofrece en forma generosa, perdonando a los antes excluidos (es decir, incluyendo a todos, sin excepción en una más alta, más honda y más simple comunidad de resucitados[4].

  1. El yo de la iglesia que dice “esto es mi cuerpo” (yo de Cristo)

El tema de fondo es la forma en que la sangre-vida de unos hombres es comida (alimento de vida) para otros.  De la sangre del cordero, que se derrama para Dios (los judíos no la toman, pues es máxima impureza) y se rocía como signo de liberación en las puertas de las casas, pasamos a la sangre mesiánica de Jesús, que no se derrama por muerte, sino que se expresa y condensa a manera de vida entregada a los demás y compartida con ellos. El tema es que la vida de un hombre como Jesús (y la de aquellos que comparten  con el du cuerpo alimento de vida para otros.

            Ciertamente, matarán a Jesús, como se mata y excluye a los enemigos. Pero él no ha muerto simplemente porque le han matado, sino porque ha querido dar y ha dado su vida, de un modo gratuito, , al servicio del amor y del perdón del Reino (es decir, del cuerpo mesiánico). Sólo así se puede añadir que está sangre es para perdón de los pecados, pues vincula en alianza de amor a unos y otros, superando así los pecados del pueblo

 – Este no es un perdón sacrificial, que controlan sacerdotes y escribas, ni es un sacrificio expiatorio de Jesús que tiene que aplacar a Dios como víctima, sino don de amor gratuito, que Jesús ofrece al regalar en amor su propia vida, como venimos señalando Es sangre de la fiesta de Dios que puede condensarse, expresarse da en una copa de vino que vincula en amor (gratuidad y perdón, justicia y solidaridad) a los humanos). Dar la vida por los otros (a los otros) eso es perdonar, superar el pecado.

            De esa forma ha regalado Jesús su vida no para aplacar a Dios, sino para expresar en forma humana el perdón de Dios. …, dando su cuerpo y sangre, vida entera, en amor de Reino. Así ha iniciado un camino universal de comunicación, que se expresa en el pan compartido en gratuidad, por encima  de todo tipo de simple justicia interhumana.

            Esta es el centro de la autoridad (identidad) eclesial, encarnada de un modo personal, en los signos de pan y vino, como elementos fundamentales de un movimiento de resurrección comunitaria (nuevo nacimiento, recreación  de hombres y mujeres. Otros grupos tienen otros “valores”: ejército o dinero, ideología o sistema. El signo de Jesús será el pan y vino de la vida compartida, en gratuidad y amor cercano, la vida misma regalada y compartida. Jesús no es autoridad porque domina a los demás, porque se eleva por encima de los otros, sino, exclusivamente, porque puede y quiere dar la vida por ellos, en esperanza de resurrección, esto es, para que resuciten y resucitar de esa manera en aquellos que acogen su camino y esperanza.

            En esa línea ha culminado y superado Jesús  todos los sacrificios expiatorios y de imposición de unos sobre otros. El único sacrificio o mejor anti-sacrificio de Jesús es su  vida gratuitamente ofrecida en amor a los demás, de manera que no habrá más sacerdocio y sacrifico que la vida de unos y otros (de todos), acogida en amor y compartida en gratuidad, creando comunión personal entre ellos. En los relatos de las multiplicaciones se ponía de relieve el signo misionero del pan de Jesús ofrecido como eucaristía universal para todos los que venían y se unían sobre el ancho campo de la tierra. Ahora, sin abandonar aquel aspecto,  se destaca el sentido más intra-eclesial de este pan y vino, ligado de manera especial a los creyentes, que recuerdan a Jesús a la caída de la tarde y celebran su Cena, acogiéndole  como aquel que ha dado la vida (cuerpo)  a favor de los demás, para compartirlo con ellos. Esta es su verdad, este el y único sacrificio:  El Cuerpo amor que se regala y comparte, celebrado en el gesto de la Cena.

  1. Haced esto en memoria mía. La comunidad dice, lo dicen los pobres, lo dice Cristo.

             La comunidad de Jesús se expresa y define en forma eucarística, como movimiento social en el que unos dan y comparten su vida a otros y con otros, no por genealogía, identidad nacional o ley de tipo sacral sino por comunicación personal, expresada en unos signos de comida. Forman iglesia aquellos a quienes  Jesús dice  “haced esto en memoria de mí?[5], aquellos que ellos se deciden y quieren hacerlo, como les pide Jesús dándose y compartiendo la vida unos con otros. Estas palabras, ratificadas por la vida, muerte y pascua de Jesús y actualizadas por la celebración eucarística definen la vida del Israel cristiano (de la Iglesia cristiana)

Al decir “haced esto en memoria mía”, Jesús no está instituyendo la autoridad especial de algunos, para  presidir el rito posterior de la Iglesia,  sino la misma  comunidad  , capaz de hacer lo mismo que hace Jesús, una Iglesia en la que todos so Cristo, dándose vida unos a compartiéndola entre sí, en un tipo de celebración pascual que es anuncio, anticipo y presencia de resurrección.

  De un modo consecuente, la acción y signo principal de los miembros de la iglesia-comunidad de Jesús se expresa en su cena,  es decir, en su entrega personal, a través del  pan y vino compartido de sus seguidores. Sin duda,  hay otros gestos vinculados a la Iglesia de Jesús, a su palabra (mensaje) de Reino y al servicio mutuo (curaciones, existencia  compartida, renacimiento de unos en otros; pero todos culminan y se centran en la Cena, como experiencia y compromiso común, recíproco, de vida compartida.

 La comunidad de Jesús no se centra en un culto separado de la vida, “presidido” o animado por sacerdotes de tipo pagano o judío (sacrificadores de animales), por rabinos (hermeneutas de la ley nacional) o predicadores expertos, sino en una celebración  compartida de la  misma comunidad, esto es, de las  personas que se vinculan comiendo en recuerdo de Jesús y comprometiéndose con él y como él a dar la vida unos por otros y todos juntos por los pobres y excluidos del mundo. De esa forma, el cuerpo mesiánico del Cristo se amplia y expande a la comunidad de hermanos que comparten el pan y vino de la celebración, como alianza de vida, regalándola  y compartiéndola de esa manera unos con otros), elevándose así de nivel, renaciendo, esto es, , resucitando unos en otros.

En ese sentido, la Iglesia es el Cuerpo mesiánico del Cristo. simbolizado en el pan compartido  y expresado, en forma de Iglesia o comunidad escatológica, es decir como templo  de Dios, su presencia en el mundo. Esa comunidad no se expresa y despliega a través de un culto distinto como el de  sacerdotes judíos antiguos del Templo, porque todos los cristianos son Templo y Sacerdocio, , pues el mismo Cuerpo del Cristo les vincula como cuerpo a unos con otros.

 La autoridad básica de ese “cuerpo mesiánico” es la Alianza o comunión de los creyentes y, en el fondo, de todos los hombres y mujeeres en Cristo. Esa autoridad no reside en unos hombres o mujeres especialmente dotados, por encima de otros, sino que se identifica con la comunión o unidad de unos hermanos, que comparten el don de la vida (sangre) de Jesús, que ellos  celebran recordando y actualizando su última Cena.

La autoridad comunitaria de la Cena de Jesús no implica o exige jerarquías sacrales exteriores, separadas, de unos sobre otros, como las ratificadas por las tradiciones levíticas de Israel), ni exige una escuela superior de expertos en leyes (como en algunos grupos rabínicos del judaísmo posterior), sino que esa autoridad se identifica con la misma  comunión o cuerpo de creyentes, vinculados por el pan compartido y la alianza de vino (sangre),celebrando  compartiendo la vida/cuerpo de Jesús en su propia vida. Los creyentes de la eucaristía no celebran un rito ajeno, sino la fiesta su propia vida que es la de Cristo, que se expresa en el amor mutuo de todos ellos

Ésta es la identidad de la iglesia de Jesús,  el sacramento de la vida ofrecida, celebrada y recibida como don mutuo, la comunión de los creyentes, que forman así una iglesia o comunidad mesiánica de creyentes en Jesús De esa forma, ellos se vuelven alianza mutua de vida, cuerpo extendido de Cristo, abierto de un modo esencial a los pobres y excluidos, a los enfermos y descartados del entorno.

Entendida así Eucaristía no es un de culto litúrgico separado de la vida de la comunidad, en claves de supremacía litúrgica de unos sobre otros, sino la misma vida de los creyentes como cercanía personal y alianza (diálogo de vida, cuerpo compartido), en apertura a los pobres y oprimidos del entorno.

 Más que una comunidad cerrada o una escuela de expertos y virtuosos, con límites claros entre dentro y fuera (como en Qumrán y en otros grupos del tiempo), Jesús ha suscitado un movimiento, con varios círculos de pertenencia, que se abren a todos los humanos. No ha querido exigir ni pedir lo mismo a todos, pues ello iría en contra de la identidad de su movimiento que, por un lado, se condensa en algunos (que lo dejan todo, para formar cuerpo con él) y por otro se expande a todos los necesitados (cojos-mancos, marginados-pecadores). Esos Doce ni están en la cena con Jesús como instancia separada de la comunidad  (como si fueran primeros obispos), sino como representación de la comunidad entera, y lo que se dice de ellos ha de aplicarse a toda la Iglesia, como muestran las palabras de la Institución en Lucas (esto es mi Cuerpo dado por vosotros. + Haced esto en memoria mía:  22, 19-20)y en Pablo (esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros. + Haced esto en memoria mía. – Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre. + Cuantas veces la bebiereis hacedlo en memoria mía: 1 Cor 11, 24-25.

Respecto al pan (haced esto en memoria mía), la referencia es clara. Por el contrario, la referencia al vino se transmite de un modo más libre: falta en algunos manuscritos de Lucas y no exige repetición; Pablo la presenta de forma condicionada (cuántas veces la bebiereis…), como si pudiera haber fracción eucarística del pan, sin el vino de la alianza. Sea como fuere, el mandato es claro ¡Haced esto! ¿Qué es esto que deben hacer: La liturgia separada del pan y el vino o la fraternidad de fondo de los seguidores de Jesús, que se comprometen aformar y forman en Cristo un cuerpo. Quiénes han de hacerlo? ¿cómo?

 −Pablo no lo ha precisado, pero sabe que la iglesia, reunida en alianza, puede y debe actualizar la Cena de Jesús (cf. 1Cor 11, 17-18). Por eso, le importan y duelen las disensiones de la comunidad, las rupturas del Cuerpo: que unos coman y otros pasen hambre, separando la eucaristía de la Cena de la vida diaria (carnal) de las comunidades. El tema de una posible presidencia en la celebración no le importa y ni siquiera lo evoca: todos los cristianos, varones o mujeres, celebran, comparten y son presidentes de la Cena, aunque esa función no tiene la carga teológica y social que luego ha recibido.

 −Lucas tampoco ha precisado mejor los destinatarios más concretos de esa palabra de Jesús (haced esto  en memoria de mi). Por el contexto, esas palabras (¡haced esto!) se dirigen a los apóstoles en general (Lc 22, 14), no a los Doce como suponían Mc y Mt. Por eso, ellas pueden aplicarse a la misión universal de la iglesia. En ese mismo contexto, Luca ha universalizado el signo de los Doce tronos (Lc 22, 28-30, a diferencia de Mt 19, 28), aplicándolo en realidad a todos los creyentes. De esa forma, su mandato litúrgico se abre al conjunto de la Iglesia, es decir, a la comunidad cristiana, que incluye varones y mujeres (como suponen sus textos pascuales: Lc 24 y Hech 1).

Este pasaje, lo mismo que el conjunto del relato de la Cena de Jesús, insiste en la creación del “cuerpo de Cristo”, en forma de  comunión en la que Jesús comparte su  vida (cuerpo) con sus seguidores, y, por su parte,  ellos, sus seguidores, se comprometen, lo mismo que Jesús, a compartir su cuerpo, dándose dándose la vida unos a otros, con  Cristo, como Cristo, en forma  de “cuerpo” abierto a todos .

 De esa manera, al decir  como Jesús “esto es mi cuerpo”, sus seguidores, los celebrantes de la Iglesia hablan en nombre de Jesús, asumen su palabra, comparten su misma experiencia y camino de comunicación de vida.

Éste es, por tanto el verdadero Corpus…

Toda la comunidad aparece así como iglesia celebrante, de modo que ella podrá y deberá organizar las formas concretas de la celebración a lo largo de la historia, suscitando, si fuere conveniente, unos ministros más particulares, varones o mujeres. El problema de fondo no es que haya ministros jurídicamente ordenados, sino comunidades eucarísticas, que quieran celebrar con gozo el recuerdo de Jesús, en comunión de vida y apertura de Reino[6].

Ciertamente, la eucaristía es un don, regalo de Dios que actualiza la presencia de Jesús en la comunidad creyente. Por eso se vincula el plano horizontal (la comunidad suscita ministerios) y el vertical (Cristo actúa en ellos). Cristo está presente en la celebración eclesial como persona (mesías de Dios) y pan compartido: es autoridad al dar su vida, sigue siendo autoridad en la Iglesia que celebra su presencia. De esa forma, el Reino de Dios se visibiliza en el pan de Jesús; la autoridad de la iglesia se identifica con su fraternidad eucarística[7].

[1] He desarrollado el tema en Fiesta del Pan, Fiesta del Vino. Mesa común y eucaristía, Verbo Divino, Estella 2005 y en Comentarios a Marcos y Mateo. Cf. J. Aldazábal, Eucaristía, en D. Borobio (ed.), La celebración en la iglesia II, Sígueme, Salamanca 1988, 181-435; X. Basurko, Para comprender la Eucaristía, EVD, Estella 1997; J. L. Espinel, La Eucaristía del NT, San Esteban, Salamanca 1980; M. Gesteira, La Eucaristía, misterio de comunión, Cristiandad, Sígueme, Salamanca 1995; C. Giraudo, Eucaristia per la chiesa. Prospettive teologiche sull’eucaristia a partire della “lex orandi”, Gregoriana, Roma 1989; J. Jeremías, La Última cena, Cristiandad, Madrid 1980; X. León Dufour, La fracción del pan. Culto y existencia en el Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1983; L. Maldonado, La plegaria eucarística, BAC, Madrid 1967; La violencia de lo sagrado, Sígueme, Salamanca 1974; G. Martelet, Résurrection, eucharistie et genèse de l’homme, Desclée, Paris 1972; E. Nodet y E. Taylor, The Origins of Christianity, Grazier, Collegeville MI 1998; J. M. Sánchez Caro, Eucaristía e historia de la salvación, BAC, Madrid 1983; H. Schürmann, ¿Cómo entendió y vivió Jesús su muerte?, Sígueme, Salamanca 1982.

[2] Traición y negaciones significan para Marcos el fracaso del mesianismo de los Doce: la misión universal se iniciará en Galilea, no en Jerusalén (Mc 14, 28; 16, 7-8). En la pascua que buscan los Doce no caben leprosos y posesos, mujeres impuras y publicanos…

[3] Hay otros votos semejantes: David no dormirá en su lecho hasta edificar un templo (Sal 132, 2-5); los conjurados de Hech 23, 23 no comerán ni beberán hasta matar a Pablo.

[4] Ésta no es la sangre de la Pascua de los hebreos perseguidos, que sacrificaban el cordero “rociando con ella el dintel y jambas de la casa”, para que el Dios del exterminio se aquietara y pasara de largo, sin matarles (cf. Ex 12, 7.13). Jesús no entrega su sangre para liberarnos de la ira de Dios, sino para ofrecernos su amor.

[5] Cf. J. J. von Allmen, Ministerio sagrado, Sígueme, Salamanca 1968; Delorme (ed.), Ministerio; A. Faivre, Ordonner; C. Giraudo, Eucaristía per la chiesa. Prospettive teologiche sull’eucaristia a partire della “lex orandi”, Gregoriana, Roma 1989; Grelot, Ministerio; Greshake, Sacerdote, Sígueme, Salamanca 1997; M. Hauke, Women in the Priesthood?, Ignatius, San Francisco CA 1988; X. León Dufour, La fracción del pan. Culto y existencia en el Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1983; E. Nodet y E. Taylor, The Origins of Christianity, Glazier, Collegeville MI 1998; G. Lohfink, ¿Necesita Dios la Iglesia?, Herder, Barcelona 1998. Como verá el lector, esas palabras (¡haced esto en memoria de mi!) las dijo y sigue diciendo el Cristo pascual, por medio de los Doce, a todos los creyentes, aunque la iglesia ha podido aplicarlas de un modo especial a unos ministros.

[6] Cf. K. Rahner, “Punto de partida teológico para determinar la esencia del sacerdocio ministerial”, Concilium 43 (1969) 443-445; B. Sesboüé, Les ministères dans l’Église, en Varios, Serviteurs de l’Évangile. Les ministères dans l’Église, Cerf, Paris 1971, 95-130.. Para un estudio ecuménico del tema, cf. J. J. Heitz y J. Hoffmann, Ministerio, en Y. Congar (ed.), Vocabulario Ecuménico, Herder, Barcelona 1972, 321-349; J. J. Von Allmen y otros, El ministerio en el Diálogo Interconfesional, Sígueme, Salamanca 1976.

[7] Así destacamos la autoridad del pan, vinculado a la vida y obra de Jesús, y la de la iglesia, reunida en torno a ese pan. En ambos casos, el principio supremo es el Amor mutuo (Espíritu Santo) y no el poder de unas personas aisladas

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