El antes y el después.
Todo proceso que muestra un antes y un después tiene en medio una gran carga de trabajo personal que solo lo lleva a cabo quien cree que va a obtener un beneficio considerable. No nos fiamos de los tratamientos rápidos para quitarnos las arrugas, perder peso o incluso ganar mucho dinero sin casi esfuerzo.
Piensa en una decisión que has tenido que tomar en tu vida. ¿Qué carrera, el matrimonio, un hijx, la vida religiosa…? Decisiva no quiere decir negativa; algunas de ellas nos han ayudado a llegar donde estamos ahora. Sin embargo seguro que no ha sido algo dicho y hecho, sino un proceso que, si no hiciste antes de tomar la decisión, sí que habrás tenido que volver a visitar en algún momento para darle forma y vivir esa opción de una manera más acorde con tu realidad.
Muchas de las opciones por las que tenemos que optar, la sociedad nos las presenta como nuestra identidad: soy aquello en lo que trabajo, soy mi estado civil… y a medida que va pasando el tiempo abrumada por los cargos, las responsabilidades, lo que se espera de mí me pregunto: ¿Quién soy yo y cómo quiero “estar”?
Los primeros seguidores de Jesús necesitaron mucho valor para dejar todo atrás: familia, profesión, seguridades, para seguirle sin un programa concreto, haciendo camino al andar, dejando que Dios fuera marcando el paso, el día a día, el encuentro con aquellos a quienes Jesús se sentía llamado a liberar, a sanar a perdonar.
Esa falta de control sobre sus propias vidas les desconcertó y también desconcierta a mucha gente que empieza el camino con ilusión pero que al cabo de un tiempo se cansa de la desinstalación, de la falta de compresión, de las continuas contrariedades del camino; no deja a Jesús del todo, pero se ha perdido la ilusión del principio y eso tiene consecuencias a la larga.
Hay posibilidad de revertir esa trayectoria, sí, para nosotrxs también… ¿y cuál es?
Pues es precisamente a través de la nueva presencia de Jesús después de la Resurrección. Esa presencia, esa vida que no podemos ver, ni palpar ni escuchar con nuestros oídos, tiene la fuerza para resucitarnos, devolvernos la vida, la ilusión y des-centrarnos de nosotrxs mismos.
Hasta la muerte y resurrección de Jesús lxs discípulxs habían estado centrados en ellos mismos, buscaban su propia realización. A partir de la experiencia de la resurrección desaparece el miedo y exponen abiertamente lo que Jesús ha hecho en sus vidas. No temen lo que les puedan hacer las autoridades porque saben que no les van a quitar lo más preciado para ellxs, esa nueva dimensión en su relación con Dios.
Se saben guiadxs por la Ruah y allí donde están dan testimonio de lo que han visto y oído, obedeciendo a su fuero interno con la conciencia de que la misión a la que se les envía es universal.
Se ven como minúscula levadura en medio de una gran masa a la que ellos han “pertenecido” hasta ahora, y saben que la capacidad de “levantar” a algunos no les viene de sus propias fuerzas sino de enterrarse en medio de ella.
¿Qué ha cambiado entonces? ¿En qué les ha afectado la resurrección de Jesús?
Ahora no les guía el ánimo de destacar ni de ser los más importantes, ni la curiosidad de conocer a un nuevo maestro que apareció en Galilea, ni un proyecto de Reino a su estilo… Ahora se dejan guiar por la voz del resucitado que les acompaña en aquello que deben hacer y decir.
Han tomado una decisión basada en una experiencia que es un proceso largo y arduo pero que no lo cambian por nada.
¿Notas un antes y un después en ti?
Carmen Notario, SFCC
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