Testigos fuertes
Existe una compenetración entre el sufrimiento -llamémoslo cruz, una palabra que lo resume y transfigura- y el compromiso apostólico, esto es, la construcción de la Iglesia. No es posible ser apóstol sin cargar con la cruz. Y si hoy se ofrece el deber y el honor del apostolado a todos los cristianos de manera indistinta, para que la vida cristiana se revele hoy tal cual es y debe ser, es seńal de que ha sonado la hora para todo el pueblo de Dios: todos nosotros debemos ser apóstoles, todos nosotros debemos cargar con la cruz. Para construir la Iglesia es preciso esforzarse, es preciso sufrir.
Esta conclusión desconcierta ciertas concepciones erróneas de la vida cristiana presentada bajo el aspecto de la facilidad, de la comodidad, del interés temporal y personal, cuando su rostro tiene que estar siempre marcado por el signo de la cruz, por el signo del sacrificio soportado y realizado por amor: amor a Cristo y a Dios, amor al prójimo, cercano o alejado. Y no es ésta una visión pesimista del cristianismo, sino una visión realista. La Iglesia debe ser un pueblo de fuertes, un pueblo de testigos animosos, un pueblo que sabe sufrir por su fe y por su difusión en el mundo, en silencio, de modo gratuito y con amor.
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Pablo VI,
Audiencia general del 1 de septiembre de 1976.
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