Almas raras…
¡Basta de silencios!
¡Gritad con cien mil lenguas!
porque, por haber callado,
¡el mundo está podrido!
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La parábola [de las vírgenes] nos enseńa que no se puede obtener la santidad con ofrendas negativas: no comiendo, no bebiendo, no enriqueciéndose. No es suficiente esto para encontrar en la noche del mundo, en la noche de la historia humana, la Luz eterna, Cristo. Es preciso tener aceite: una caridad a toda prueba hacia todas las personas, en todo momento, con orden, sensatez, pero de manera absoluta. Y éste es el mensaje de Cristo, de la Iglesia, de la revelación, de los santos.
Carísimos, a la cristiandad no le faltan vírgenes con inmensas lámparas sin aceite. La Iglesia, sin embargo, camina con las lámparas de las vírgenes prudentes. En los momentos de tinieblas, de calamidades, de torpor general de la cristiandad y de la humanidad, las vírgenes como santa Catalina de Siena, con su ofrenda, con su sensatez, con su amor trascendente, iluminan también el camino a las otras vírgenes, dándoles ejemplo a fin de que compren el aceite mientras aún es de día […].
Al meditar sobre santa Catalina, entramos en la realidad más profunda del cristianismo, que incluye tanto la palabra pronunciada como la vida escondida que se ofrece al Seńor. El cristianismo implica actos sacramentales exteriores que tienen su valor, incluso cuando son realizados por almas que no tienen el deseo de ver el rostro del Seńor, de arrodillarse y de llorar de alegría; pero el verdadero cristianismo es vivido por almas raras como santa Catalina, que amó con todo su ser .
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(P. Theodosios [Maria della Croce],
Le profonditá sacre della Parola di Dios,
Roma 1996, pp. 188-191, passim).
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