Fe adulta.
Jn 20, 19-31
«Dichosos los que no han visto y han creído»
Los discípulos que formaban el círculo más cercano a Jesús creyeron en él hasta el punto de dejarlo todo por seguirle. Convivieron con él largo tiempo, escucharon mil veces su doctrina, pero llegaron al pie de la cruz convencidos de que seguían al Mesías davídico que iba a unir al pueblo, derrocar al gobierno corrupto de Herodes, expulsar a los romanos, devolverle a Israel su antiguo esplendor y someter a sus vecinos al culto a Yahvé en el Templo de Jerusalén.
Por fortuna para nosotros aquella fe murió en la cruz y fue definitivamente enterrada en el sepulcro vacío. De sus cenizas nació la verdadera fe; la fe en el crucificado; una fe que ni siquiera pudieron imaginar antes de aquel asombroso proceso de conversión que hemos llamado experiencia pascual. En el evangelio de hoy, Juan expresa esta fe de forma brillante en boca de Tomás: «Señor mío y Dios mío». Probablemente en aquel momento Tomás cayó en la cuenta de que aquello no era lo que ellos habían esperado, sino algo mucho mejor
Juan también nos narra el instante en que él mismo se vio iluminado por esta fe, y comprobamos, con asombro, que reconoce no haber creído, o haber creído mal, hasta el momento en que vio las vendas y el sudario en el suelo del sepulcro: «Entró también el otro discípulo, vio y creyó»…
Nosotros hemos creído en Jesús «sin haber visto» y nos sentimos dichosos por ello, pero corremos el mismo riesgo que sus discípulos: que tratemos de amoldarlo a nuestra ideología o nuestros deseos y perdamos la dicha de vivir sus criterios. Una fe adulta nos alerta de este riesgo y nos empuja a revisar nuestra fe; a preguntarnos si también nosotros estamos creyendo mal y no lo sabemos…
¿Pero cómo hacerlo?…
Pues la mejor forma es preguntarnos si nuestra fe en Jesús cambia o no cambia nuestra vida; si nos lleva a compadecer y compartir, a trabajar por la paz y la justicia, si nos hace más veraces, si nos mueve a perdonar, si nos libra de la esclavitud del dinero… y, en definitiva, si nos empuja a rechazar los valores que nos ofrece esta sociedad que llamamos “civilizada” aun sabiendo que nos hace esclavos de nuestros deseos y nos deshumaniza…
Si la respuesta es que no, que no nos cambia, es posible que creamos en algo estupendo y maravilloso, pero no en Jesús.
La fe en Jesús necesita estar permanentemente alimentada y, como decía Ruiz de Galarreta, se puede alimentar de tres fuentes distintas: la contemplación, las obras y la comunidad. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión hacia él, las obras nos confortan y nos reafirman en sus criterios, y la comunidad nos contagia la fe porque al vivirla en común se fortalece.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí.
Fuente Fe Adulta
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